Mauricio Electorat

“Chile es su poesía y no otra cosa.”

Mauricio Electorat


"El caserón sigue igual. Veo mi bicicleta tirada en el antejardín, pero no está mi bicicleta, claro. En la puerta aparece la Anita, treinta años trabajando, como de la familia, el delantal azul y blanco, a cuadritos, el mismo, la misma cara arrugada también, el moño gris, las manos sarmentosas. Veo mi bolsón tirado en el recibidor. Estos niños, dice la Anita, lo andan dejando todo tirado por todas partes y después tiene una puro que andar recogiendo, ya, ¿tomó once? ¿Le hago pan con palta? Y ahora: Emilito, le hice pastel de choclo como le gusta a usted. En el living, los eternos muebles, el sofá de «ciertopelo» negro, los sillones «bergère», la mesa de centro con sus huevaditas de porcelana: patitos, perritos, una niñita con un canasto y la falda como levantada por el viento, yo, de chico: ¿qué habría debajo de esa falda? Subo a mi pieza, aunque la mesa está vacía, veo los cuadernos abiertos sobre el pequeño escritorio, pero sí están la lámpara azul con el brazo forrado en una especie de fuelle de goma, el póster de la catedral del Cuzco (mi primer viaje, a los dieciocho), en las estanterías, la enciclopedia Salvat, una edición de Confieso que he vivido, Altazor, los Poemas y antipoemas y el viejo Curso de lingüística general, de Ferdinand de Saussure. Me siento en la cama, ¿la misma colcha? Parece. ¿Habrán cambiado las sábanas desde que me fui? Pienso: la eternidad es esto.
De pronto se abre la puerta, un niño de unos cinco años me queda mirando con los ojos muy abiertos y sale corriendo. Mamá, hay un señor en mi pieza, lo oigo decir. Salgo. En el pasillo me encuentro con la Montse. Hermanito, tanto tiempo, tan ingrato. Otro abrazo. La Montse, la misma que corría por la playa de Tongoy en pañales detrás de Julián y de mí, ahora es toda una mujer. Este es tu tío Emilio, le dice al chico. Y este es Camilo, tu sobrino, me dice a mí. Hola, Camilo. Yo no tengo tío, dice Camilo, él es tu hermano. Y desaparece escaleras abajo, gritando algo que no entiendo. Voy tras él. En el jardín, junto a la mesa puesta bajo el parrón, Julián conversa con una chica rubia, alta, delgada. Carola, Emilio, dice Julián. Sí, yo soy el que vive en París. El viaje, bien, un poco largo. Ella me presenta a su perro, Chuqui. Un labrador muy blanco. Cariñoso. Apenas le acaricio la cabeza, se tira de espaldas al suelo, abre las patas, menea la cola, ChuquiChuquiChuqui... Montse me pone una mano en el hombro. Me incorporo. Te presento a Jorge. Una especie de atleta, enfundado en el uniforme de la Fuerza Aérea, gorra de plato, galones plateados, la estrella solitaria en la gorra y en las mangas, me tiende la mano. Jorge Carrington, dice, un gustazo, Montse me ha hablado mucho de ti. Me aprieta la mano como si tuviera que desatornillármela. Somos cuñados, ¿no? Tonto, dice Montse, claro que sí. No quisiste venir a nuestro matrimonio. No pude, Montsecita, y señalando los galones: ¿capitán? No, se ríe Jorge Carrington, todavía no, teniente nomás. Alguien me abraza por detrás, reconozco la voz de Amalia en mi oreja: tan parisino, el huevón, jeans negros, camisa negra, zapatos negros, si no viniste a un funeral. Enésimo abrazo. Hola, Amalia. Gusto de verte, mi niño, qué bueno que estés aquí. Después, lo de siempre: empanadas, pastel de choclo, vino tinto, las infaltables botellas de Sprite y Coca-cola, tortas varias desde luego... Y las eternas conversaciones en la eterna tarde de los eternos patios santiaguinos."

Mauricio Electorat
Pequeños cementerios bajo la luna



"El tren llegó un poco antes de las siete de la mañana a la estación de Austerlitz. Yo me bajé con los ojos pesados de sueño, legañas y un cosquilleo en el hueco del estómago que era como se manifestaba esa especie de enfermedad en que se había transformado la necesidad de conocer por fin tu cuerpo, Patricia ("un cuerpo grande y dorado"), de perderme en tu melena rubia y naufragar en tus ojos, esos ojos a los que tú atribuías en tus cartas la serenidad y el color azul ceniza de un lago rodeado de montañas. Sé que cualquiera de ustedes hubiese sospechado la exageración, por no decir la megalomanía y hasta la locura, detrás de tanta belleza autodescriptiva; cualquiera que no lleve esta vida dedicada al estudio de los clásicos latinos, al huerto y a la traducción de esas obras menores del surrealismo que ellos llaman informes técnicos: el acuerdo europeo sobre el precio de la última cosecha de tomates, las cuotas de producción de pernos con doble refuerzo y ranura en cruz, en fin, cosas de otro mundo. Tantos años de hortalizas y máximas latinas, reconozco, deben haber deformado mi carácter. Pero antes de presentar el informe anual sobre los trabajos de nuestra Comisión, deseo agradecer la hospitalidad de esta Organización que nos acoge hoy día en esta bella ciudad de París y puntualizar que detesto cordialmente sus calles llenas de gente apurada y con perros, y que volver a encerrarme en esta cabina de interpretación de nueve a seis era la única posibilidad de hundirme en tu cuerpo, Patricia, tantas veces imaginado por carta, teléfono y hasta telegramas, junto con desear la enhorabuena por su incorporación a nuestro Comité Ejecutivo a los embajadores Amhed-al-Tarouk-al-Tassá y Serguei Komissariov, en representación de los Emiratos Árabes Unidos y de la Unión Soviética, respectivamente. Aplausos. Cierro el micrófono un segundo. Un trago de agua. La verdad es que me había imaginado tantas veces dos diplomáticos de vasta experiencia en foros internacionales desembarcando en el atelier de la rue Jules Chaplain, después de haber consumido un buen desayuno en algún bar cercano a la estación, entre señoras con maletas y obreros y gente trasnochada, cuya presencia en el seno de nuestro Comité no podrá sino tener efectos benéficos para el desarrollo de nuestra lenta y muchas veces complicada tarea. Aunque en vez de hacer parar un taxi o subirme al metro dejé pasar el primer día encerrado en la habitación de un hotel que era la versión más perfecta del purgatorio para viajantes de comercio. Un lugar con exceso de calefacción y plantas sintéticas, en donde lo mejor que a uno le podía pasar era dedicar un emocionado recuerdo a la memoria del señor Vela, nuestro anterior Presidente, recientemente fallecido en trágicas circunstancias, descubrir que el quiste en la ingle ha aumentado de tamaño o caer fulminado por un ataque de epilepsia sobre la moqueta a rayas rojas y verdes, delante de dos recepcionistas, y las dos pobres chicas cómo iban a adivinar que en realidad eran nervios, que me temblaban un poco las piernas y no quería confesármelo mucho porque por fin iba a poder encontrarme con la mirada plácida que disfrutaba por sobre todas las cosas con las lentas horas del atardecer junto a un libro y al fuego de una chimenea, Patricia, la misma que me había apresurado a construir en casa y que ahora se iba a quedar apagada para siempre si yo no sabía estar a la altura de hombres como el señor Vela que habían puesto su vida y su talento al servicio de nuestra Organización."

Mauricio Electorat
Juego de cartas



"La literatura es un universo relacional."

Mauricio Electorat



"La poesía, como el periodismo, es también un escuela de estilo, diría es "la otra" gran escuela para un narrador: un buen verso no puede ocupar un párrafo. La buena poesía –la única legible, por lo demás, y no hablo aquí de estilo ni de registros de lengua, sino de genio‑ provoca una emoción estética que abre la puerta al pensamiento bajo la forma de una "intuición" del mundo. El buen periodismo escrito provoca una "emoción política", dice algo sobre la polis, sobre nuestra vida en común. Tomemos un verso de Neruda : "Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero", o uno de Gonzalo Rojas: "¿Cuánto me queda en la trampa?", esas líneas pueden encerrar en sí mismas un cuento, una novela, una sesión de psicoanálisis, una conversación escuchada en el metro. La poesía es síntesis máxima: pensamiento hecho palabra. Pero es también acción: hay algo de religioso, de sacerdotal en la actitud del poeta, por eso que no puede haber poetas mediocres, pero de alguna manera todos los novelistas somos mediocres, no somos geniales, no al menos como lo son los grandes poetas, y cuando tú no eres genial y quieres escribir, sólo te queda la novela."

Mauricio Electorat



"Pensé que debían de ser las cuatro de la mañana, que al día siguiente, a las nueve, estaría vendiendo billetes y respondiendo a las preguntas más inimaginables de noviecitos con acné dispuestos a conquistar todas las estaciones de trenes de Europa y de parejas de jubilados rumbo a Varadero o a algún otro lugar con calor y mosquitos, que haría eso hasta las seis, como cada semana y que esa semana se agregaría a otra semana y así hasta no sé si el final de los tiempos, pero sin duda hasta el final de mis días. Resentimiento, llamémoslo así, ¿y quién no, si lo vienen a sacar a uno de la cama en mitad de la noche para contarle semejante banalidad? Dije:
-Un divorcio más, ¿y?
Sorel me quedó mirando con ojos desorbitados, me va a tirar el pacharán a la cara, pensé, se levanta, me abofetea y me escupe el pacharán en las orejas.
-No es un divorcio más, pelotudo, es "mi" divorcio, y vos sos "mi" amigo...
Los ojos verde agua que hacían tanto en contraste con su tez morena, con los cuales causaba estragos entre el personal femenino (el primer deber de un escritor, decía cuando estaba de humor y medianamente borracho, es ser guapo, y se reía el cabrón), esos ojos verde agua seguían queriéndosele salir de las cuencas.
-¿O no sos mi amigo, Turco?
-Claro que soy tu... -y no alcancé a decir sí lo era porque se llevó las manos a la cara y, como un niño, sollozó. Cubriéndose el rostro con ambas manos. Con hipo. Con violentas sacudidas de los omóplatos. Sorbiéndose los mocos. Gimiendo como un perro envenenado. A mí, la verdad, el llanto... Traje papel de baño (de water, kleenex nunca tengo, carencias de soltería), traté de dárselo, pero no pude, porque él tenía las manos ocupadas y no había donde dejarlo, no había, por ejemplo, mesa de centro, la única era la del comedor, adosada a la pared, pero estaba un poco lejos. Bueno, Julián, cálmate, estas cosas ocurren, iba a decir ya va a pasar, sintiéndome el perfecto imbécil que dice ya va a pasar en todo tipo de circunstancias, cuando él:
-Está embarazada.
-¿Quién?
Me senté en una de las sillas del comedor.
-Paula, quién va a ser, está embarazada, ¿entendés? Dije:
-No entiendo nada.
Pero me imaginaba todo. O sea, en realidad, entendía todo. Y "todo" en este caso era Milagro, así, en singular. La había conocido en las fiestas de Gracia, el verano pasado. Paula estaba en Buenos Aires y Sorel acababa de firmar el contrato por su nueva novela, "precisamente esa, la que nunca pensé que iba a terminar, ¿entendés?". Y, además, el contrato era, contrariamente a lo que suele ocurrir, mucho más jugoso de lo que él, ni su agente, ni su mujer, ni ninguno de sus amigos esperábamos. Resumiendo, Sorel era millonario. Y estaba soltero. Y era pleno verano. Y estábamos muy, pero muy lejos de cumplir los cuarenta años. O al menos eso creíamos. Y este relato, en realidad, se debería acabar aquí. Y fueron felices comiendo perdices. Chao. El problema es que no se acaba aquí y no es que pasó por un zapatito roto y se casó con otra. No. Es que pasó lo que conchadesumadremente, hijodeputamente, tenía que pasar. Entonces sigamos, qué remedio. Hubo una noche, no sé, un bar por los alrededores de la plaza de Francesc Macià, por esos barrios "conchetos" que yo no solía frecuentar, pero Sorel sí, porque allí estaba la agencia de Carmen Balcells, que era su agente, y él vivía a pocas cuadras de la Vía Augusta y sus libros ya le daban dinero, el suficiente como para comprarse cazadoras de cuero en Fuster y zapatos en la rambla de Cataluña. O sea, Sorel era un escritor, digamos, "hecho y derecho", cuando yo aún vendía y vendería toda mi vida billetes de tren y cruceros en la agencia de viajes de Max y, en secreto, en el secreto de los bares de mala muerte de la Plaza Real y de los callejones de la Estación de Francia y de la Barceloneta, escribía unos poemas deshilvanados y tristes, llenos de citas de poemas épicos medievales."

Mauricio Electorat
Las islas que van quedando


“Todo mi universo narrativo está absolutamente atravesado por la política.”

Mauricio Electorat









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