Michel Faber

"Con eso, el discurso de la ceremonia de inauguración llegó más o menos a su fin. El resto de la visita era, o pretendía ser, un recorrido guiado por las instalaciones, para mostrar cómo los principios establecidos por el modelo a escala se llevaban a la práctica a tamaño real. Sin embargo, había tantos elementos y mecanismos importantes revestidos de hormigón o sumergidos en agua o accesibles sólo por vertiginosas escalerillas de acero que no había demasiado que ver.
Sólo cuando se alejaban en coche, de vuelta a la base de la USIC en su pequeño convoy, Peter sintió al fin la oleada de inspiración que no había logrado reunir durante el discurso de Hayes. Apretujado entre dos desconocidos en el asiento trasero de un vehículo cargado de vapor, tuvo la sensación de que el mundo se oscurecía un poco. Se inclinó hacia atrás y limpió la condensación de la luneta con la manga. La enorme central energética ya se desdibujaba a lo lejos, titilando levemente en la bruma de combustible gastado que despedía el tubo de escape del todoterreno. Pero lo que se veía con más claridad ahora era la multitud de paneles solares –heliostatos– dispuestos formando un amplio semicírculo en el paisaje que rodeaba la Madre. Cada uno de ellos debía capturar la luz del sol y redirigirla a la planta generadora. Pero casualmente algunas nubes de paso tapaban un poco el sol. Los heliostatos rotaban sobre sus soportes, ajustando el ángulo de las superficies reflectantes, ajustando, ajustando, ajustando de nuevo. No eran más que placas rectangulares de vidrio y acero, no tenían la más mínima apariencia humana, pero aun así a Peter le conmovió su insensata confusión. Como todas las criaturas del universo, no hacían otra cosa que esperar la luz esquiva que las dotara de propósito.
De nuevo en su cuarto, Peter comprobó los mensajes en el Shoot. Se sintió culpable por entrar en busca de mensajes nuevos de Bea cuando él había dejado pasar tanto tiempo sin escribirle uno. En su última carta le había asegurado que estaba contentísimo de saber que estaba embarazada, y que no, por supuesto que no estaba enfadado con ella. El resto de la carta era información de relleno sobre la misión que ya no recordaba. En total, puede que tuviese quince líneas, veinte como máximo, y le había llevado varias horas de sudores escribirla.
Era cierto que no sentía ningún enfado, pero tampoco, y eso era preocupante, sentía mucho más, aparte de estrés por su incapacidad para responder. En sus circunstancias actuales, era difícil apresar los sentimientos y ponerles un nombre. Si se esforzaba al máximo, podía más o menos entender qué estaba pasando en Oasis, pero eso era porque él y los hechos con los que tenía que lidiar estaban en el mismo espacio. Su mente y su corazón estaban atrapados en su cuerpo, y su cuerpo estaba aquí."

Michel Faber
El libro de las cosas nunca vistas


"Crecí en un entorno religioso. Mi familia era baptista. Perdí la fe a los 11 años. Desde entonces, me ha interesado sobremanera qué significa la religión para las personas. Es muy fácil para los autores intelectuales reírse de lo religioso. La religión es inherentemente ridícula y, por lo tanto, un estupendo blanco satírico. Muchos autores se han burlado de ella en sus libros. Pero yo no quería sumarme a esa montaña de libros. A lo largo de nuestra vida nos ocurren cosas insoportables, y, cuando tu vida se va a la mierda, el ateísmo no basta. Cuando tu pareja enferma de cáncer, necesitas desesperadamente sentir que hay alguien ahí arriba que nos cuida y se preocupa por nosotros. El ser humano necesita creer. Y es triste porque yo mismo no consigo creer en ese agente supranatural, pero entiendo la necesidad, el anhelo, y quería honrarlo con este libro. Por eso Peter es pastor."

Michel Faber


"Mi reto era llevar al lector a la esencia misma de la pérdida, y asegurarme a la vez de que este libro no fuese insoportablemente deprimente."

Michel Faber


"Para infundir un vuelo adicional a la oración, se dirige a la nave donde están las velas votivas y enciende una. La bandeja de latón con cien agujeros tiene el aspecto debido; los pegotes de cera derretida alrededor de los agujeros no parecen siquiera haber sido raspados desde la última vez que ella visitó esta iglesia. Se sienta luego debajo del púlpito, cosa que nunca se atrevió a hacer de niña, porque la parte superior está esculpida en forma de un águila maciza, con la Biblia descansando sobre el lomo, las alas extendidas y la cabeza apuntando hacia el espectador. Sin miedo, o casi sin miedo, Agnes clava la mirada en los ojos mates del ave de madera.
Justo entonces empiezan a tañer las campanas, y tiene que mirar con mayor intensidad a los ojos del águila, pues es la señal que hace revivir a las criaturas mágicas. Din don, din don, tañen las campanas, pero el ave tallada no se mueve, y cuando los tañidos cesan, Agnes aparta la vista.
Le gustaría visitar al Cristo crucificado que hay detrás del púlpito, para comprobar que era, en efecto, el dedo anular de la mano izquierda el que estaba roto y había sido pegado con cola, pero sabe que se está haciendo tarde y tiene que volver a casa. William quizá se esté preguntando a dónde ha ido.
A medida que recorre la nave del fondo, vuelve a familiarizarse con la secuencia de imágenes, colgadas en las paredes, del viacrucis de Cristo hasta el Gólgota. Sólo que pasa por debajo de ellas en sentido inverso, desde la declaración hasta el juicio ante Pilatos. También estas imágenes angustiosas han permanecido inalteradas durante trece años y han conservado su amenaza barnizada. De niña le asustaban estas escenas de sufrimiento pintadas contra un cielo triste y tormentoso: cerraba los ojos para no ver la marca fulgurante de la vara de abedul sobre la espectral piel gris, los finos hilos de sangre oscura que manaban de la frente coronada de espinas y, especialmente, la escena en la que clavan la mano derecha de Jesucristo. En aquellos tiempos, bastaba con que mirase, por accidente, el mazo a mitad de camino en el aire, para que su propia mano se contrajese en un puño, espasmódicamente, y para que tuviese que protegerla envolviéndola en un pliegue de las faldas."

Michel Faber
Pétalo carmesí, flor blanca


"Todas las grandes religiones, en especial, las orientales, invitan a sus feligreses a vivir el presente, sin preocuparse por el pasado ni por el futuro, porque el futuro no existe. Es una filosofía preciosa, pero si la llevamos al extremo, dejamos de ser humanos, porque ser humano es tener memoria y ser consciente del futuro, el nuestro y el de nuestros hijos."

Michel Faber


"Todo arte nuevo, para ser auténtico, necesita en cierta medida una… comadrona artística."

Michel Faber
Pétalo carmesí, flor blanca


"Todos mis libros son viajes a lo desconocido."

Michel Faber








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