Octave Feuillet

"Ese género de amistades reparadoras, que son el sueño de tantas mujeres mal casadas, o cuando menos de las mejor casadas, necesitan indudablemente para conservarse puras, de caracteres excepcionales, y también de ciertas circunstancias como las que habían ligado a Juana de Maurescamp con el señor de Lerne. Pero en fin, esos amores heroicos no carecen de ejemplos en el mundo, aunque el mundo no crea en ellos. El mundo no gusta de estos méritos que traspasan los límites comunes, que son los suyos. A más, los amores inocentes, son los que menos se ocultan desdeñando la hipocresía, dan margen más fácilmente a la maledicencia. Nadie extrañará, pues, que la gente juzgase con su escepticismo e indelicadeza acostumbrada, las relaciones de una naturaleza tan pura como las que se habían establecido entre aquellos jóvenes.
El hombre menos capaz de comprender un afecto de esa especie, era ciertamente el barón de Maurescamp. Aunque fuese muy celoso, más por amor propio que por su amor a Juana, nunca se había ocupado de desconfiar de su amigo Monthélin, quien, sin embargo, tan cerca se había hallado de comprometer su honor, pero en cambio, con el tacto habitual de su cofradía, no dejó de abrir desmesuradamente los ojos, ante la intimidad irreprochable de su mujer con Jacobo de Lerne. Detestaba por instinto al joven, quien le era superior en todo sentido; muchas veces había sido su rival en las regiones del mundo galante, donde la distinción de la inteligencia y la elevación de los sentimientos conservan siempre su prestigio. Le pareció demasiado duro al señor de Maurescamp el tenerle por rival hasta en su interior conyugal, y hay que convenir en que si él no hubiese sido el menos recto y el más culpable de los maridos, su susceptibilidad en aquella ocasión habría sido de las más disculpables."

Octave Feuillet
Historia de una parisién


"Felipe jamás se hubiera atrevido a pedirle esa amistad; pero lo que le proponía era precisamente lo que deseaba con toda la sinceridad de su alma.
En efecto, era una cosa admirable. Establecidas bajo ese pie amistoso, sus relaciones con la señora de Talyas, seguirían encantándole y cesarían de inquietarle. Si por casualidad un día los sentimientos que experimentaba, llegasen a cambiar de índole, nunca podría extraviarse al verse sostenido, calmado por aquella mano tan pacífica, franca y leal.
Dio las gracias a la Marquesa con voz emocionada, y se separaron como grandes amigos. Desde aquel momento creyó que podía entregarse sin peligro alguno al encanto de sus relaciones con persona tan exquisita.
Estaba, en efecto, tan seguro como si se hubiese hallado en el fondo de un bosque salvaje con la pata de una pantera sobre el pecho.
La verdadera parisiense, de pura sangre, en su desarrollo completo, es un ser extraordinario.
En ese extraño invernáculo de París, la niña es ya una joven, la joven una mujer, y la mujer un monstruo, un monstruo encantador y temible.
Es frecuentemente su cuerpo casto, pero su espíritu profundamente escéptico y refinado. En medio de ese gran movimiento parisiense, en los salones, en los teatros, en las exposiciones de todo género, todos los países y todos los siglos han pasado bajo sus ojos y cruzado su inteligencia; ella conoce las costumbres, las pasiones, las virtudes y los vicios, revelados y poetizados por el arte bajo todas sus formas. La parisiense lo ha visto todo, y lo que no ha visto, lo adivina. Se conduce unas veces bien, otras mal, sin predilección ni por lo bueno ni por lo malo, porque sueña en cosas mejores que el bien y peores que el mal. Así era la marquesa de Talyas. Su marido, que era un hombre de mucho talento, había querido hacer de su mujer una matrona romana, y se enorgullecía de haberlo conseguido. Tenía sobre este punto ideas profundas y originales que comunicaba sin esfuerzo a sus amigos."

Octave Feuillet
La juventud de Felipe


"Las mujeres tienen el don de entender los galanteos en todas las lenguas."

Octave Feuillet



"Para que nada faltase a la baronesa, tenía el don de hacerse cargo rápidamente de los menores matices de lenguaje; de ahí que no le pasaran por alto ni una sola de las impertinencias corteses ni de las vengadoras ironías de que la venía haciendo blanco su lectriz. Sucedió en consecuencia, que al oír aquella última y sangrienta réplica, la de Montauron se levantó vivamente de su asiento, y si hubiese podido disponer de los rayos celestes, habría sido muy verosímil que la señorita de Sardonne no hubiese podido repetir el cuento. A falta de otro expediente, verdad es que podía despedirla de su casa cubierta de ignominia, y lo pensó, pero la reflexión no tardó en mostrarle los mil peligros que traería un escándalo. Las malas lenguas la acusarían de oponerse al puro egoísmo de un casamiento, por otra parte muy razonable para la huérfana, que era al mismo tiempo su protegida; de manera que la baronesa resolvió callarse y tener paciencia; puesto que de cualquier modo que fuese, la lectriz escapaba a sus garras, valía más, pues, por sensible que le fuese perderla, tomar su partido y darse siquiera el mérito, cubriendo las apariencias, de haber sido generosa hasta el fin... ¡Bueno! después de todo, ese estúpido matrimonio tenía su lado conveniente, puesto que libraba a la señora de Montauron per omnia saececula del terror de ver a su sobrino casado con esa muchacha en la ruina.
En virtud de estas diversas consideraciones, la belicosa conferencia entre la baronesa y la lectriz iba a tomar un sesgo bastante imprevisto, aunque perfectamente femenino."

Octave Feuillet
Honor de artista


"Y sumergió afectuosamente su mano en la espesa piel del Terranova, que parado sobre las patas de atrás, alargaba ya su formidable cabeza, entre mi plato y el de la señorita Margarita. No pude menos de observar con nuevo interés la fisonomía de esta mujer, y buscar en ella los signos exteriores de la poca sensibilidad de alma de que al parecer hace profesión. La señorita Laroque, que me pareció muy alta, sólo debe esta apariencia al carácter amplio y perfectamente armonioso de su belleza. Es en realidad de una estatura ordinaria; su rostro, de un óvalo algo redondeado, y su cuello, de una postura delicada y arrogante, están cubiertos ligeramente por un tinte propio de las hijas de Bretaña. Su cabellera que señala sobre su frente un espeso relieve, arroja á cada movimiento de su cabeza reflejos ondulosos y azulados; su delicada nariz parece copiada sobre el divino modelo de una madona romana, y esculpida en nácar viviente. Debajo de sus ojos grandes, profundos y pensativos, el color algo tostado de sus mejillas, es matizado por una especie de aureola más bronceada, que parece una traza proyectada por la sombra de las pestañas y como quemada por el rayo ardiente de la mirada. Difícilmente podría retratar la dulzura soberana de la sonrisa, que viene por intervalos, á animar esta bella fisonomía y á atemperar por no sé qué contracción graciosa el brillo de sus grandes ojos. Ciertamente, la diosa misma de la poesía, del sueño y de los mundos encantados, podía presentarse atrevidamente á los homenajes de los mortales bajo la forma de esta niña que sólo ama á su perro. La naturaleza, en sus producciones más escogidas, nos presenta á menudo estas crueles mistificaciones.
Por otra parte, esto me importa muy poco. Comprendo perfectamente que estoy destinado á jugar en la imaginación de la señorita Margarita el papel que podría representar en ella un negro, objeto, como se sabe, muy poco seductor para las criollas. Por mi parte me jacto de ser tan orgulloso como la señorita Margarita; el más imposible de los amores para mí, sería aquel que me expusiera á la sospecha de intriga é interés. No pienso tampoco tener que armarme de una gran fuerza moral contra un peligro que no me parece verosímil, pues la belleza de la señorita Laroque es de aquellas que despiertan más la contemplación del artista que un sentimiento de naturaleza más humano y más tierno."

Octave Feuillet
Novela de un joven pobre






























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