"Admiro a los dotados de gran inteligencia, rica sensibilidad, probada maestría, vasta cultura, sano liderazgo. Y entonces aparecen en desordenado tumulto: Georges Steiner, Simone Weil, René Favaloro, Jorge Luis Borges, José de San Martín."

Rafael Felipe Oteriño



Con Esta Mano

Con esta mano, hecha de piel, de huesos, de repetidos naufragios,
de sospechas,
acaricié a un niño, corté unas flores, saludé, dije adiós.
Levanté ciudades de hierro, de cal, de pétalos, de humo,
y habité en ellas como se habita la sombra de una estrella:
con hierro, con cal, con pétalos, con humo.
Me cubrí del sol, de la lluvia, de los malos pensamientos, de la desidia,
e inventé la mañana, y cada mañana, el sol.
Recogí una piedra, le dije: tú eres mi reino, mi altar, mi zafiro;
contigo yo conversaré.
Pulsé la rama frágil de la belleza, que es verdad y sueño.
Crucé un río, avancé, me detuve, y estando colmado me sentí vacío,
y estando vacío sentí la plenitud del vacío: la copa llena.
Hice un pozo en la tierra: lo llené de imposibilidad.
Abrí cajones cubiertos de polvo, arrastré una valija, palpé en la oscuridad
una puerta que no estaba.
Dibujé una nube, la llamé: Ley, Oriente, Montaña.
Toqué un pez, toqué una rosa: eran iguales y distintos, en los dos cabía
un alma.
Me busqué en paraísos reales o soñados,
y cuando al fin me encontré, era yo el viajero y era yo el término del viaje.
Disparé un arma: la herida fue borrada por los años,
pero hay una herida que no se borró y canta muy alto en la noche.
Acaricié el lomo de un caballo, tapé el horizonte para que no hubiera
más distancia,
ni tempestad.
Y nunca dejó de ser mano: una parte de mí, la más débil,
capaz de esconder y de esconderse, de negar y de negarse;
la que habla aunque yo esté dormido,
la que nunca duerme y danza como Narciso.
Porque sus huellas están aquí y allá: en la silla, en la mesa,
en todas las puertas, en la hija donde escribo, en la piel que acaricio,
en la claridad, en la oscuridad.
Y no hay agua que borre tantas huellas,
ni noche, ni tempestad.
Oh Dios, que haya un cielo para esta mano.
Hice innumerables viajes,
ninguno tan abrupto y largo, tan intenso,
como el que inicié con ella
quemando ramitas en el bosque.
Con esta mano, lo único que tengo.

Rafael Felipe Oteriño


"Con la lluvia y las tormentas tengo un sentimiento dual: por un lado, me encantan, en cuanto a voluptuosidad, energía e ímpetu; por otro, me sobrecogen porque, mientras duran, me dan la impresión de que han venido para quedarse. Tal vez se filtra en esto último el recuerdo de la vieja casa de mi infancia, de techos altísimos y azoteas embaldosadas, en la que con cada tormenta no faltaba la gotera insidiosa quebrando, como un intruso, la vida doméstica."

Rafael Felipe Oteriño


"Con la lluvia y las tormentas tengo un sentimiento dual: por un lado, me encantan, en cuanto a voluptuosidad, energía e ímpetu; por otro, me sobrecogen porque, mientras duran, me dan la impresión de que han venido para quedarse. Tal vez se filtra en esto último el recuerdo de la vieja casa de mi infancia, de techos altísimos y azoteas embaldosadas, en la que con cada tormenta no faltaba la gotera insidiosa quebrando, como un intruso, la vida doméstica."

Rafael Felipe Oteriño



"Creo que la obra de creación es fruto de un don y una tarea; que el poeta es “tocado” por la poesía."

Rafael Felipe Oteriño


"El amanecer, soy diurno. Mis horas preferidas son las de mayor luz natural, cuando todo parece comenzar o recomenzar. Flaubert escribía durante la mañana, dormía una corta siesta y luego corregía lo escrito durante la tarde y hasta muy entrada la noche. Yo veo con simpatía esa modalidad, solo que siesta no duermo y que pongo término al día antes de la medianoche. La caída del sol me estimula para la conversación."

Rafael Felipe Oteriño


El sueño del paraíso

Levinas fechó en 1941 el año
en que Dios abandonó el mundo.
Yo no había nacido,
mis padres recién se unían
y el mundo era para ellos
–y para el tesoro que cuidaban para mí–
un lugar hospitalario,
de luz cercana y aguas transparentes.

Comenzando a vivir,
la orilla del mar fue mi aliento.
Cavé y cavé, encendí lámparas,
deletreé el alfabeto,
y sin carecer de pan ni de hambre
–creyéndolos dormidos–,
sentí la piedra, el árbol,
el rechinar de sombras en la ciudad.

Por eso, quiero creer
que Dios está entre nosotros:
no para concedernos el paraíso
(son tantas las estrellas
que a diario desaparecen),
sino para que el sueño del paraíso
no acabe, y sepamos,
desde el deseo, continuar su búsqueda.

Rafael Felipe Oteriño



La gaviota

La gaviota vuela siete jornadas
detrás de la estela que el mar borra.
Vuela desde antes de la tentación
como si no hubiera regreso.
Hacia espejismos donde toda ilusión
se descompone y comienza a caer.
Sobre ciudades que de pronto se cierran
o melancólicas se abren a la extenuada fe.

Y arriba a momentáneas delicias:
ser puro espíritu lejos de la tierra,
ojo ingrávido que deja su sitio aquí
y sueña en la luz del día
y sueña
mientras el corazón fija un rumbo falso
para que el deseo de volar no acabe.

Rafael Felipe Oteriño



La piedra

Yo soy el que arroja la piedra,
el que le da su ímpetu y dirección,
el que aporta el músculo y la libertad.

Ella es la que cruza el aire
y se clava lejos, donde no se oye
mi voz ni el eco de su partida.

De este lado sólo queda el peso
de una llama que abriga con leves
parpadeos. Del otro lado

está el misterio de la tierra nueva,
los círculos cada vez más anchos
de la nueva edificación.

Pero de eso nada sé: allá no pueden
mis ojos ni mi oído alcanza
a entender su voz. Sólo he visto

que la piedra partió; clavada está
en alguna parte, adonde no llega
mi voluntad, ni la imaginación.

Rafael Felipe Oteriño



La poesía

La poesía
no es
croar de ranas
en un estanque vacío
un amanecer de invierno.

Tampoco es
laboriosa
carta de amor
escrita
en nuestra memoria.

Es invención
de reglas:
una suspensión
entre emoción
e ideas.

El rítmico abrazo
–el beso–
de palabras
recogidas
en la calle.

O, cuanto menos,
“occasioni”:
barquillo de papel
que debes conducir
a un puerto seguro.

Pues,
salvo la Musa,
¿quién puede decir
que esto
es un poema?

Cuando, en verdad,
no hay reglas;
cuando cada poema
crea sus propias
reglas.

Y cada poema
destruye
esas reglas.
Cada poema
es un sacrificio

Rafael Felipe Oteriño



“La poesía está presente en el cine, en la novela, en la publicidad, en el lenguaje de los políticos, que utilizan un sentido metafórico para expresarse. No es algo obsoleto, es el lenguaje por excelencia. Es el lenguaje que, en su libertad, alimenta permanentemente al lenguaje que todos hablamos.”

Rafael Felipe Oteriño



 “Las palabras hablan de las cosas, pero no son las cosas.”

Rafael Felipe Oteriño



“Las pasiones me pertenecen y soy movido por ellas.”

Rafael Felipe Oteriño



"Me encantan los refranes por esa cualidad que los hace surgir de los labios en el momento preciso en que la ocasión lo requiere. “No hay mal que por bien no venga” (la aceptación de lo irremediable); “En casa de herrero, cuchillo de palo” (la condición insustituible de la experiencia); “No por mucho madrugar se amanece más temprano” (el valor del azar y lo imponderable); “Al mal tiempo buena cara” (la voluntad como conducta); “A caballo regalado no se le miran los dientes” (la gratitud); “Cada loco con su tema…” (vivir y dejar vivir); “Cuando el río suena, piedras lleva” (el valor de lo secreto); “Donde hubo fuego cenizas quedan” (el tesoro de lo vivido); “Genio y figura hasta la sepultura” (la huella de la estirpe); “Lo cortés no quita lo valiente” (la sociabilidad ); “Ojos que no ven corazón que no siente” (la lección de que no todo puede ser dicho ni es bueno oírlo todo). Y podría seguir."

Rafael Felipe Oteriño



“Me gusta la vida como secuencia, como acción, el deber de los artistas es inventar futuro.”

Rafael Felipe Oteriño


"Mis horas preferidas son las de mayor luz natural, cuando todo parece comenzar o recomenzar. Flaubert escribía durante la mañana, dormía una corta siesta y luego corregía lo escrito durante la tarde y hasta muy entrada la noche. Yo veo con simpatía esa modalidad, sólo que siesta no duermo y que pongo término al día antes de la medianoche. La caída del sol me estimula para la conversación."

Rafael Felipe Oteriño


"No creo que el amor sea “por naturaleza” asimétrico. Dicha condición ha de ser, a lo sumo, uno de los tantos episodios del amor. Extremar el punto de vista es uno de los recursos de la construcción poética y de todo el arte en general, con el objetivo de ensanchar el escenario de expectación. Seguramente, eso es lo que hizo Luisa Futoransky."

Rafael Felipe Oteriño



"No soy ajedrecista; observo el juego desde afuera, pero siempre me ha seducido ese modo pacífico de concluir la partida que es “hacer tablas”. Lo tomo como una invitación a reiniciar la partida.
Traslado esa figura a la vida y me consuela con su imagen de no vencer y no ser derrotado. Hacer tablas, empezar de nuevo, mover otra vez los peones. El misterio se mantiene intacto."

Rafael Felipe Oteriño


Nomeolvides

Acostumbro
a recoger para ellos nomeolvides,
pequeñas flores de octubre
que se prenden a la solapa
como abrojos.
En la piedra no hay nada
que las sujete:
ni el pocillo con agua
donde las sumerjo,
y que de ordinario se seca
tras mis pasos.

Tal vez sea mejor así:
que duren el instante de llevarlas,
apenas la decisión
de ponerlas junto a unos nombres
que sólo yo
deletreo hasta el final.
Sí, tal vez lo importante
sea sólo eso:
que mantenga la promesa
de llenar los vasos
y no derramar el agua.

Rafael Felipe Oteriño


Proposiciones para una definición de la poesía

Como prolegómeno, y en la sospecha de que la definición es menos teórica que práctica,  invito a despejar supuestos y a ensayar algunas herejías:

1. Alejar, provisoriamente, a la poesía de las bellas artes, si es que, en el sentido decimonónico, se entiende por bellas artes a una sublimación de lo existente. Aproximarla a la ansiedad que precede a las vísperas y al desasosiego de saber que somos lo que nunca se ultima.
2. No esperar de la poesía el rasgo convencional de otras fuentes como la ley o la costumbre. La poesía no es convencional, aunque se valga del lenguaje –que parcialmente lo es- y esté en el dominio del pensamiento y de la imagen.
3. Comprender que la poesía no dice más de lo mismo: dice lo otro de lo mismo. A un mundo abarrotado de palabras, aporta una lengua que produce una nueva representación del mundo. Improductiva para el mercado, desconcertante para el lector no iniciado, peligrosa para los dictadores que desconfían de la utilización subrepticia del lenguaje, extralimita los contenidos del saber corriente y los sostiene con su presencia.
4. La poesía no nos saca de este mundo. Nos deja entrever otro mundo, sin sacarnos de éste. Su acción es ética antes que estética. No sometida a ningún programa, esencialmente libre, cumple con el anhelo de la oración: religa.
5. Como señala Gadamer, la poesía entroniza la palabra más “diciente” frente a las formas efímeras del lenguaje comunicativo. ¿Quién recuerda las palabras que dijimos esta mañana cuando nos sirvieron el café o pagamos el diario? Cumplieron su función y se esfumaron. La poesía, en cambio, tiene varias capas y una resistencia de fondo que invita a conservarla en la memoria.
6. No esperar que la poesía cuente algo. La poesía expone, desnuda, inquiere. Si, como de hecho ocurre, potencia los hechos o los sobreactúa, es necesario hacerse a la idea de que emplaza otra dimensión de la vida.
7. La poesía no es música, pero es musical, entendido esto como la instauración de un universo sonoro que nace entrelazado con la dación semántica de las palabras.
8. Escritura de la “magnífica noche blanca que permanece resplandeciente y sin explicación” (esto es de Mallarmé), la poesía propone respuestas a preguntas que nadie hizo y que todos, secretamente, se formulan.
9. Hay en ella menos pensamiento y más lenguaje. Lenguaje sin sujeción a los poderes, en el que antes hablaban los dioses y los héroes; ahora, lo callado y lo indecible.
10. El poeta siente el agobio de utilizar un lenguaje prestado y, con la misma intensidad, la necesidad de liberarse de él, creando uno nuevo con el que quedará solo. Trastévere personal que todo poeta ha sentido alguna vez, impelido por la necesidad de establecer un vínculo con lo sobrenatural que excede al lenguaje.
11. El lenguaje poético crea más realidad. No necesariamente por el lado de la adición, sino por la perspectiva de la mirada. No es casual que su herramienta más reiterada sea la metáfora. “Un poco más de luz” reclaman los poetas cuando se topan con la inexpresividad de lo real, con los límites de lo decible,
con lo inacabado de la vida.
12. Es un arte del conocer y del desconocer. Mejor dicho: un arte del conocer que se instrumenta mediante el desbaratamiento de las apariencias y el rechazo de los lugares comunes.
13. No es ciencia, pero está animada por la curiosidad de la ciencia. La poesía constituye una última red de significación que pone de manifiesto un más allá que, aún en ausencia de objeto real alguno, permanece revelándose y ganando en profundidad. Si se busca un fundamento objetivo, poesía es aquello que produce la percepción de una realidad nueva –única, fresca, singular e inevitable– emparentada directamente con la fuerza evocadora del lenguaje.
14. La poesía es una disciplina de la vida interior. Gracias a su ejercicio se agudiza el pensamiento, cobra estructura verbal el sentimiento, se abren brechas en la noche sin fondo de lo no dicho y en el pozo oscuro de lo inexpresable.
15. Como otro capítulo de su trabajo, la poesía pone en práctica una ecología de la mente. Todos aquellos esfuerzos por fijar en la memoria los viejos poemas de la humanidad aparejan una lección que se traduce en lucidez para captar lo simbólico, velocidad para discernir lo singular en lo general, perspicacia para diferenciar lo principal de lo accesorio, originalidad en el tratamiento de los eternos temas: la vida, la muerte, el amor, la soledad, la solidaridad, la siempre renovada belleza.
16. La poesía es anárquica. En la búsqueda de la palabra que penetre en los pliegues de lo real, desobedece la autoridad normativa, extralimita su significado y devuelve un escenario en el que la tarea de nombrar el mundo todavía no ha sido cumplida. Es voz de lo que no tiene voz.
17. Es una consagración de la forma. En su diálogo con el mundo, dando cita al recuerdo, desmontando las palabras adocenadas por la costumbre para volverlas a montar en otra significación, la poesía está hambrienta de forma. Con ella construye el puente que la conduce hasta el lector.
18. Independizada de su autor, la poesía tiene historicidad propia, a la que se accede por la labor conjunta del poeta –que deja cifradas sus imágenes– y del lector, que las hace suyas en tiempos y escenarios distintos. En virtud de este apoderamiento, el poema se convierte en un lugar de encuentro.
19. Y es, asimismo, una escuela de humildad. Porque su estado de alerta y concentración, de escucha y trabajo, permite comprender que los problemas de un hombre son los problemas de todos los hombres: satisfacer el anhelo de un lugar, vencer al tiempo, dar forma a la vida interior, adoptar una posición crítica ante los atropellos de la historia, domesticar las aporías de lo inalcanzable, procurar un acuerdo con el mundo. Y entonces, cuando el poeta reclama “un poco más de luz” y el lector se aboca a la lectura, la poesía nos recuerda que no estamos solos.

Rafael Felipe Oteriño





"Rechazo la mentira, la indiferencia, la mezquindad, el pensamiento único. Pero me cuido de ser violento, pues allí es donde se acaban las palabras. Entre las ramas de la filosofía y, por ende, del comportamiento, que más me interesan, está la hermenéutica. Amo, pues, los detalles, “los divinos detalles” de los que hablara Vladimir Nabokov para la literatura.
Y entre los sucesos que me hartan, pongo a la cabeza las peroratas de aquellos que, por falta de argumentos, derivan en la gesticulación y el grito. No tolero a los gritones. Por el contrario, soy proclive a gustar de la vida a través de un cierto pathos (expresión tan difícil de definir, pero que, para mi economía, la traduzco como un cierto dramatismo interior ante el misterio del otro y de lo otro)."

Rafael Felipe Oteriño




Todos, alguna vez estuvimos en el paraíso

El que observó a medianoche la espuma blanca del cielo,
el que oyó un galope prolongado en la estepa de la mañana,
los que adivinaron la lluvia y se mojaron en ella,
el pescador que aguarda el próximo pez que prenderá esta tarde,
el que recuerda el olor a café detrás de una puerta que no existe,
el que siente en la boca la primera palabra de un verso:
todos, alguna vez, estuvimos en el Paraíso;
las manos lo tocaron y el pecho aspiró su perfume,
el Paraíso cedió por un instante -se detuvo allí-
alzó un vivac en el que cada pieza coincidió con su opuesto:
las sombras con el árbol, el árbol con el camino,
el río de Heráclito con el río a secas.

Rafael Felipe Oteriño












No hay comentarios: