Alberto Gerchunoff

"Caballero soy y caballero he de morir, si place al Altísimo; unos van por el ancho campo de la ambición soberbia, otros por el de la adulación servil y baja, otros por el de la hipocresía engañosa y algunos por el de la verdadera religión; pero yo, inclinado de mi estrella, voy por la angosta senda de la caballería andante, por cuyo ejercicio desprecio la hacienda, pero no la honra". Es lo que había dicho D. Quijote en la mesa del duque, al responder a las públicas reprensiones del maestro cura, a quien la profesión de andante caballero parecía pecado y servir a Dios fuera del paternóster inconcebible herejía. No entendió tal discurso y fuese lleno de enojo, sin que le detengan ni la hospitalidad del duque, ni la cortesía de la duquesa. ¿Si no lo entendía el piadoso varón que anduvo por las Salamancas y las Bolonias, y debía ser docto en lo que no se advertía a simple vista, cómo lo iban a entender los servidores y las doncellas de los duques, para quienes la presencia del extraño caballero era una fiesta de burlas? No es posible leer ese capítulo sin que se le llenen a uno los ojos de lágrimas. El pobre caballero todo lo cree. Su buena fe le impide ver la sonrisilla maligna que vaga en los labios de la duquesa y que se abre en risa en la boca de las camareras, que han atestado la estancia con la fuente de plata y el aguamanil y los lienzos, y se disponen a enjabonar a D. Quijote para solaz de los señores y gusto de la canalla. ¿Por qué se burlan del caballero? ¿Por qué ha escrito D. Miguel de Cervantes, tan movido a compasión y de gusto tan fino y tan diligente, esa página de befa para su héroe? D. Quijote embiste los molinos y cae; afronta a los toros bravos y lo revuelcan. Eso nos hace sufrir: las heridas son sus blasones, el valor su mérito y los riesgos el precio de su denuedo. Lo que nos parece insufrible es la burla de los sandios, la risa del necio, la traidora socarronería de los que lo toman por loco y por tal lo creen. Helo aquí, pobre y buen caballero, burlado y reído, con la cara flaca hecha un remolino de jabón, sumiso como una criatura dócil como un corderillo. Este hombre que concibe las batallas gigantescas y alcanza la gloria no advierte la burla, no nota cómo se entreabren los labios de la duquesa para sonreír apenas."

Alberto Gerchunoff
La jofaina maravillosa


"Cuando salí de ese conventillo eran las cuatro de la tarde. Me encaminé al barrio Piñeiro. El hambre me apremiaba seriamente y el despecho me torturaba aún más que el hambre. Descendía el sol. A lo lejos, el río se enrojecía bajo un cielo deslumbrante y magnífico, y serenas como navíos sobre aguas tranquilas, se elevaban las cometas en el crepúsculo diáfano. La tarde se anegaba en dulzuras profundas. Tal cual vaca pacía en los huecos cercanos y tal cual enteco rocín aumentaba la suave tristeza del paisaje con su silueta nostálgica. Aquí y allá, una cara de mujer, un niño con los libros bajo el brazo agravaban la melancolía del diseño. En las chacras frecuentes, las ranas ensayaban la serenata de tonada crepuscular substituyendo violines y flautas con un largo sonar de crótalos. Palidecía el horizonte tras la selva de mástiles y los buques se abrumaban en sueños de lejanías; yo pensaba en el día de infructuosas fatigas. Se sentía derrengado y triste; pensé en la distancia que me separaba de mi casa, en la calle Corrientes, frente a Las cuatro estaciones, y de las horas que andaría aún por aquellos lugares, que iban envolviendo lentamente las sombras. Recorrí todavía muchos sitios de los barrios ralos que circundaban entonces a Barracas al Sur y emprendí la marcha de regreso.
Ya no había sol. Crucé algunos potreros y pequeños eriales, rumbo al centro de la ciudad, presa de vagos miedos, sin conocer los parajes donde no habría sido improbable un asalto.
Caminaba amodorrado el espíritu y deshecho de cansancio. Poco a poco cerraba la noche. Las fuerzas se me iban lentamente agotando. Me sofocaba el calor. La extenuación deprimía mi voluntad, tan gallarda durante toda la mañana, capaz entonces de- transponer océanos. Caminaba sin poder mantenerme en línea recta. La giba de géneros envueltos en la amplia lona, me recordaba la ignominia de la derrota y mis espaldas inundadas de quemante sudor se derretían bajo su peso. Flácidos los músculos, indóciles los pies, vacilaba como un ebrio y la cabeza ya no anidaba los sueños que en la madrugada de ese día se extendieran bajo el cielo matinal. Veía tan sólo la obscuridad que me rodeaba. De trecho en trecho un farol iluminaba trozos de ruinosa pared. Se oían cánticos y ladridos en la quietud confusa, aumentada por el río atestado y la ciudad próxima. En el umbral de una casa semiderruída, sobre cuyo tejado se lamentaba un gato con maullidos espantables que parecían quejas de mujer, un vagabundo mojaba pedazos de pan en un tarrito de líquido. El personaje me dio miedo y aceleré la marcha. Pronto me hallé en la calle Belgrano y poco después atravesaba el Puente Alsina. Todavía me separaban kilómetros de mi casa."

Alberto Gerchunoff
El día de las grandes ganancias



"Es difícil sacar el pan de la tierra, pero solo de la tierra lo sacan los hombres honrados."

Alberto Gerchunoff
Los gauchos judíos. El viejo colono.


“Manejar la promesa, administrar la esperanza, mantener divididos los núcleos de la opinión para ser el único punto de coincidencia, es la sabiduría del gran político, la técnica del caudillo, la maestría del conductor americano de los hombres...es muy difícil ser un buen caudillo. Es el oficio del rastreador, la profesión del baqueano.”

Alberto Gerchunoff


“No necesito asistir al desfile de espectros que se presentan para medir la profundidad de la bajeza nazi. Son las multitudes no judías las que tienen el deber de presenciar esas exhibiciones y estudiar las causas que condujeron a esa organización de la bestialidad y averiguar en qué grado contribuyeron con su antisemitismo activo o latente, con su indiferencia opaca o con su cuestionamiento tácito a esa prolija industria de la muerte judía.”

Alberto Gerchunoff


“Opinar, que es una vocación del estadista, es alejar simpatías. Juzgar ideas y hombres es estar en desacuerdo con ideas y hombres. Es una enfermedad de la civilización. Es la enfermedad de pensar. –Le contestan al político- Es tener carácter. -Y éste responde- El carácter es también una enfermedad.”

Alberto Gerchunoff















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