Alfredo Fressia

"A veces pienso que más que una voz, lo que tengo es sólo un tono, un tono que atraviesa mis poemas desde los ’70. Una “voz” tal vez sea demasiado para este hombre empujado por la historia, escribiendo como quien se protege del vendaval, tratando de entender. Y de dar respuestas, que a veces llegan cuando ya olvidamos las preguntas. El margen de libertad de una vida humana es pequeño… Pero bueno, sí, hubo etapas, los poemas de sexo de los ’80 (y algunos comparecen en “Cuarenta poemas”), los poemas del exilio, los de “El futuro”, los poemas llenos de erudición, barrocos, de “Eclipse”, los “senryus” minimalistas, los mitos adánicos de “Poeta en el Edén”, la reflexión sobre la poesía de “La mar en medio”, y todo precedido por esa extraña ouverture que fue aquel “Un esqueleto azul y otra agonía” de 1973. Son avatares de ese “tono” que básicamente fue siempre uno y sólo uno, creo yo."

Alfredo Fressia



Calle Rondeau

Fue cuando descendía por la calle Rondeau,
ocupo mi cuerpo como si él fuera un arcano.
Supe que entre el exilio
y la sinuosa ceremonia del exilio
huye el poema, resbala
Rondeau abajo
y yo lo sigo, lo acecho
hasta llegar al mar como a un destino.
Le hice tantas preguntas, sentado
al borde de los muelles. Me miro
los pies descalzos mientras oigo
mis preguntas deslizarse a mis espaldas
sobre la certeza silenciosa de los rieles
y la respuesta de los durmientes.
Practiqué muchos años
la ceremonia del té
y ahora desciendo la calle Rondeau,
soy recóndito, llevo
los hijos que no tuve arropados bajo el saco.
Los protejo de ese viento del mar
que hunde en la bruma el viaje persistente de los genes.
Sólo después cruzaré Agraciada
y tendré que reconstruir la calle Rondeau,
como si volviera a los nísperos de la infancia
o los del insomnio. Correré
sobre el cordón de la vereda
y pasarán la zapatería La Molicie,
la ferretería La Fuerza del Destino,
la marmolería El Pensamiento,
y Cecilia me contará de la carbonería La Venus de Milo,
la vez que la asustó el camafeo gigante.
Yo sabía que alguien me acechaba,
alguien me observa frente al mar
porque soy y seré sin para qué, soy
más allá de la gracia de un Dios
y de las obras, como los corales
que no existen en la bahía
de Montevideo,
o como yo mismo
que tampoco existo
bajando la calle Rondeau
por mi cuenta y riesgo
sin otra red para saltar los años
y la calle Agraciada
sino este amuleto que compongo,
como si fuera un poema,
entre el té y las rosas té,
la íntima ceremonia de los rosales
hundidos en el mar
adonde hoy llego como la noche,
como los siglos,
como Antonio Luis Cortés Varela
y María Angélica Zambroni García
llegaron en un tren del 10 de mayo de 1966
para que él la besara, y después mamaba
en sus senos antiguos,
la asía con sus brazos
tensos de obediencia y mundo, apretaba
la palanca del tiempo,
cavaba con el pene, con los dedos, con la boca
como para hundirse en un tiempo
sin tiempo en que flotaba,
tal vez el mismo vientre, o aun antes,
y lloraba
de placer, decía,
lloraba frente al cuerpo
intransponible y dócil
y el coral del semen se le abría
para entregar la semilla que si germinara
haría nacer al mismo hombre
que baja la misma calle Rondeau,
siempre el mismo, desde la caverna
o antes. O desde las bóvedas de la ciudadela,
adonde ahora me refugio, acuno
a mis hijos no nacidos
y me abrazo a las rodillas
de todas las estatuas en la estación central
para que no me expulsen, ni impregnen mi tierra con sal estéril
ni maldigan otra vez mi estirpe
por las siete generaciones
que vigilan mi poema
y vuelva a cumplir mi ceremonia.

Alfredo Fressia


Corazón y tú 

Este es tu corazón.
No es un reloj
Ni un pájaro enjaulado.
(No te dejes engañar por los poetas)
Es sólo un corazón
con su tejido fibroso de músculo obstinado
y cierta vocación para el secreto.
A veces la mano sobre el pecho
indaga los latidos. Entonces
mano y corazón dan miedo.
Ya sabes que lo ciñen válvulas
como coronas majestuosas.

No es de león.
Más bien palpita buey,
a sí mismo obedece.
Lo oirás, lo oyes lo has oído
y tú ignorarás siempre las respuestas.
Mueres cada noche sobre él
y al despertar auscultas su rumiar,
agitados o calmos, él y tú,
por el mismo temblor.
Tú respiras, él cava una vez más
el surco de la mansedumbre
e inexplicablemente
es sólo un corazón.

Alfredo Fressia



"Cuando era niño, en aquellas tardes silenciosas del barrio proletario donde vivíamos en Montevideo, cuando veía un poema impreso, lo que me gustaba era la forma espiralada, aquel dibujo, vertical y cambiante sobre el blanco. Después repetía las rimas, el ritmo, era una música inesperada que surgía de las palabras. El sentido era la última etapa, como debe ser, digo yo, y entendía lo que un niño puede entender (y que no es lo poco que solemos imaginar). Hoy diría que lo que me atrae de ella es algo parecido y que podría llamarse su doble juego: el desafío a la inteligencia y la invitación al viaje. Y entiendo lo que un adulto puede entender (y que no es todo lo que solemos imaginar)."

Alfredo Fressia



"Mi vida tuvo que circular entre tres idiomas, el castellano “uruguayo” (que incluye mi infancia), el francés y el portugués. Siempre supe que en ese trípode el ángulo central era el español, donde reencontraba mi intimidad, con ese barroco tan español, los sujetos pospuestos, los pronombres pleonásticos, las jotas como clarines. Y sí, ese ámbito que llamo intimidad, el de la reflexión, el del espejo que piensa y se piensa, tiene del barroco ese movimiento, ese ir y volver, esas volutas, tan sugestivas en español. Agregale la infancia, el descubrir palabras, la leche materna del idioma, ese que se hablaba en mi barrio en Montevideo, lleno de italianos –como mi familia paterna-, de españoles -como los gallegos de mi lado materno-, de gente que venía de Europa central en aquellos años ’40, después de la guerra. Ese idioma mestizo es mi identidad, la que no me deja extraviarme. Y hasta hoy, después de más de 40 años en Brasil y un denso pasado francés, sigo siendo irremediablemente uruguayo."

Alfredo Fressia



MONTEVIDEO, LA COQUETTE

Hay que tener mucho cuidado para hablar de Montevideo porque es una ciudad de dolor. En Montevideo siempre se sufre un poco más que en el resto del mundo.                                   
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Montevideo es una ciudad llena de sueños. Por eso nadie la cuida. Y además, no se puede estar en Montevideo y estar en Montevideo al mismo tiempo. En Montevideo soñamos con países distantes o amores imposibles o destinos nuevos. Cuando se está en Montevideo y se está casi en Montevideo, uno entra en estado de peligro y entonces oye tangos.               

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Los sábados, en Montevideo, se puede oír candombe. Con prudencia.

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A Montevideo, los niños lo ven lindo, con su cerro y su fortaleza, y dicen que allí nacieron, allá por el mes de enero de hace muchos, muchos, muchos años.

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El mar a cada lado de la península: la duplicidad de Montevideo.

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Todos los montevideanos sabemos lo que es caminar por General Flores de madrugada. Por eso nadie lo hace. Es un saber revelado y sin testimonio porque si alguien lo testimoniase no tendría nada para contar.

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En un café de Montevideo, me presentaron a un hombre y a una mujer que debían tener unos cuarenta y cinco años y que eran novios. Se sentaron a mi mesa y charlamos. Dijeron que el calor de aquel día no era normal, que debía llover. Yo dije que sí, que llovería con seguridad y que sería agradable ver la lluvia. Me preguntaron dónde vivía yo y me dijeron que habían hecho un viaje por Brasil y que las playas eran muy hermosas. Ya Buenos Aires les resultaba parecida a París. Después volvimos a hablar del deseo de que lloviese al día siguiente, que iba a ser agradable esa lluvia, con seguridad. Cuando se fueron, era bastante tarde.

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París es siempre de mañana, con flores blancas de Boulogne y rosas. En Lima y en Praga siempre es el atardecer, rojo, como encendido. Buenos Aires es noche de verano y con perfume de jazmín. Cuando en Río amanece —gloria celeste— en San Pablo son las siete de la mañana y el aire tirita. Ya en Montevideo es siempre la hora de la siesta, uno bosteza y hace la digestión. Es calentito, no se crea.

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Montevideo era un puesto militar avanzado en el Río de la Plata y nació sin nombre: Monte VI de Este a Oeste. San Felipe se había adormecido y Santiago tuvo un sobresalto. Entonces Montevideo conoció el tedio y la guerra —innombrables— y ya nunca tuvo calma.

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Yo estaba en Montevideo y soñé con una ciudad muy bella. Había edificios de mármol y palacios y puertas de bronce y casinos con mujeres espléndidas y joyas. Todos bebían champán, y yo no le hice mal a nadie.                                      

Alfredo Fressia



“nadie quiso esta frontera
desalojada,
nadie este día de otoño
clandestino.”

Alfredo Fressia




"... para que el poema exista uno debe dejarle esa libertad, donde la lógica “euclidiana” deja de existir, donde muchas paralelas pueden pasar por un punto exterior a una recta. Paradójicamente eso significa recuperar la lógica del poema, que es la prístina. Fijate, la línea recta, tan pensada, tan cartesiana, no existe en la naturaleza, es un principio ajeno también a la poesía. Y en cambio el meandro, sea voluta o curva inesperada, eso es lo que puede parecer peligrosamente “irracional” a la razón construida. Lo que quiero decir es que la poesía vino al mundo para unir al ser humano a la libertad primera, la del día de la Creación. En esa “Hora de sal”, un poema de los ’70, cuando el mundo se desplomaba (“la tortuga de Esquilo caída sobre el Uruguay”, dirá otro poema mío, y por cierto, también podría decir “caída sobre la Argentina”), los objetos tienden todos a esa caída, al derrumbe, a la descomposición. Podrán ser menciones de apariencia delirante, pero construyen un sentido, o varios, y dialogan entre sí dentro del poema."

Alfredo Fressia



Paréntesis

Cuando nací el sexo fue un destino. No se puede elegir ser poeta.
De las mujeres nunca amé a ninguna sin duda porque las amé en bloque. Fue un amor largo y sin alegría. Ellas también me amaron sin deseo y sin gozo.
Las miré con la nostalgia de una vida más bella. Cuando quise ser mejor quise ser mujer.
Después me olvidé. Devoré la costilla de Adán en la travesía del desierto. Fui hombre, poeta, amé a otros hombres. Tuve hambre.
Llegué a la playa de este mar eterno, al sur del Brasil. Mi olor es de sal virgen y de yodo azul. Sé que una mujer devolverá al mar el pez con una moneda en la boca.
Ella escribe mi poema. Yo aguardo.

Alfredo Fressia



"Pienso que un poema sólo debe ser escrito cuando ya no puede no ser escrito. Cuando ya ha cobrado densidad dentro de uno, y quiere nacer. Entonces sí, que nazca como pueda, y hasta como quiera. Generalmente viene con su final, su ritmo, su tono, y el poeta funciona –en mi caso, hablo de mi experiencia- como un lector. No creo en “filosofías de la composición”, como la de Poe, y que tanto seducía a un poeta que sin embargo admiro como João Cabral de Melo Neto. Yo no sé “construir” un poema, no lo lograría y no es lo mío, soy el anti constructivista. El poema tiene derecho a nacer solo. Esa especie de autonomía del poema respecto al poeta, esa “vida propia” la sentí siempre, y quizás me asombra más cuando escribo en metros y con rimas, ver ese nacimiento del poema, surgiendo uno no sabe de dónde. Proust hablaba en el Contre Sainte-Beuve del “otro yo” del escritor, yo hablaría del “otro yo” que crea el poema. Por todo esto las correcciones que mencionás sólo deben existir en la medida en que puedan ayudar al nacimiento, pero como principio general son desaconsejables y, creo, nunca mejoran el objeto ya nacido."

Alfredo Fressia



Poeta en el edén

No, Señor,
nunca huiré del Paraíso, tengo en mí
la leche eterna de los padres y los hijos,
y escribo poemas para la nostalgia.
No, Señor,
nunca seguiré el rumbo imprudente
de los cuatro ríos, el que impele a los nautas
hacia el mar de monstruosas criaturas.
Habían podado las ramas de oro
que brillaban en el árbol de la vida.
Y ahora me llaman como almas.
No, Señor,
nunca comeré del árbol prohibido.
Apreté tantas veces en mi mano
las frutas suculentas. Aspiro
los perfumes seductores,
—Et d´autres, corrompus, riches et triomphants—
Nada sabes de mis íntimos
paraísos artificiales, y te ofrezco las costillas
húmedas y turgentes
para que sigas modelando al mundo
mientras duermo.
Soy un niño inmenso
escribiendo dócilmente en el barro del Edén.
Tengo un muñeco de porcelana blanca.
Balbucea.

Alfredo Fressia












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