He aquí como nació de nuevo entre los
hombres. Bajo la esfera más alta están sentados los cuatro Regentes que
gobiernan nuestro mundo; y bajo ellos se encuentran las zonas más próximas,
elevadas, sin embargo, donde los espíritus de los santos difuntos esperan tres
veces diez mil años, y luego tornan a la vida. Y sobre el Señor Buda,
aguardando en este cielo, cayeron para nuestra felicidad los signos inequívocos
del nacimiento, de modo que los Devas comprendieron los signos y dijeron: “Buda
irá de nuevo a salvar al mundo”. “Sí —dijo—, ahora voy a salvar al mundo, y
esta será la última vez; porque de aquí en adelante el nacimiento y la muerte
concluyen para mí y para los que aprendan mi Ley. Voy a descender entre los
Sakyas, al Sur del nivoso Himalaya, donde viven un pueblo piadoso y un rey
justo”.
Arnold Edwin
La luz de Asia, página 4
Y cuando llegó la mañana y todo esto
fue referido, los viejos augures de cabellos grises dijeron: “El sueño es
bueno, Cáncer está en conjunción con el sol; la reina tendrá un hijo, u niño
divino, dotado de ciencia maravillosa, útil a todos los seres, que libertará de
la ignorancia a los hombres, o, si se digna a hacerlo, gobernará al mundo”.
Arnold Edwin
La luz de Asia, página 5
Pero Viswamitra, al escucharlo, se
prosternó ante el niño, exclamando: “Tú eres el maestro de tus maestros; eres
tú, y no yo, el que es el Gurú ¡Oh! Te adoro, dulce Príncipe, que no has venido
a mi escuela sino para mostrarme que sabes todo sin libros y que también sabes
practicar el sincero respeto”.
Arnold Edwin
La luz de Asia, página 11
Todos encontraron atinado este juicio;
pero cuando el rey buscó al sabio para honrarlo, había desaparecido, y alguien
vio una serpiente cobra que se deslizaba fuera. ¡Los dioses vienen a menudo
bajo esta forma!
Arnold Edwin
La luz de Asia, página 13
Además, el Rey ordenó que dentro de los
muros de este palacio jamás se hablara de la muerte, de la vejez, del pesar,
del dolor o de las enfermedades. Si alguna hermosura se marchitaba en esta
corte amable, si sus pies no podían ya danzar, la inocente criminal era
expulsada de este paraíso, por temor de que el Príncipe sufriese al ver su
desgracia.
Vigilantes intendentes cuidaban de
ejecutar la sentencia contra cualquiera que hablase del triste mundo exterior
donde reinan los sufrimientos y las quejas, los temores y las lágrimas, y el
llanto de los afligidos y el humo horrible de las piras. Se consideraba como
traición el que apareciera un hilo de plata en la cabellera de una cantadora o
de una bailarina, y a cada aurora recogían las rosas marchitas, barrían las
hojas muertas y separaban todo lo que pudiera ser motivo de tristeza. Porque,
decía el Rey: “Si pasa su juventud lejos de todas estas cosas que incitan a
meditar y a incubar los huevos vacíos del pensamiento, la sombra de este
destino, demasiado vasto para un hombre, se debilitará quizá, y lo veré
transformarse en un soberano todopoderoso que gobernará todos los países, si
quiere, y será el Rey de los reyes y la gloria de su tiempo”.
Así, pues en torno de esta prisión
encantada en la que el amor era el carcelero y los deleites las rejas, pero
lejos de las miradas, hizo construir el Rey un muro grueso, con una puerta de
dos batientes, de bronce; eran necesarios cien hombres para moverla sobre sus
goznes, y el chirrido formidable se extendía a media vodjana de distancia. Hizo
una segunda puerta y luego una tercera tras la anterior, de manera que era
preciso franquear tres puertas para salir del palacio del gozo. Eran tres
puertas con aldabas, reforzadas con barras, y cerca de cada una estaba colocado
un guardia fiel; y la consigna del rey decía: “No dejéis pasar a nadie, aunque
fuese a mi hijo el Príncipe, porque me respondéis con vuestra cabeza”.
Arnold Edwin
La luz de Asia, página 29
“¡Oh hijo de Maya! Porque vagamos sobre la
tierra es por lo que gemimos en estas cuerdas; no cantamos la alegría, porque
vemos muchos dolores en muchos países, infinidad de ojos que lloran y de manos
que se tuercen de desesperación.
“Pero nos burlamos en medio de nuestros
gemidos, porque si pudiesen saber los hombres que esta vida a la cual se aferra
sólo es una vana apariencia, sería para ellos tanto como ordenarle a una nube
que se detuviera, o contener el curso de un río.
“¡Pero tú, que debes ser el Salvador,
tu hora se acerca! El triste mundo espera en su miseria, el mundo ciego gira
bamboleándose en su círculo de dolor; ¡levántate, hijo de Maya! ¡despierta!
¡cesa de descansar!
“Somos las voces del viento vagabundo;
vaga también ¡oh Príncipe! Para encontrar tu reposo; abandona tu amor por el
amor de todos los seres amados; ten piedad del dolor y deja tu jerarquía para
aliviar la angustia y llevar a cabo la liberación.
“Así suspiramos, al pasar, por las
cuerdas de plata, para ti que no conoces todavía nada de las cosas de la
tierra; así hablamos, y nos burlamos, de estas apariencias con las cuales
juegas”.
Arnold Edwin
La luz de Asia, página 30
La ciudad estaba afligida de que el Rey
hubiese soñado estas amenazadoras visiones que nadie podía explicar; pero he
aquí a un hombre viejo, vestido con una piel de animal, una especie de ermitaño
que nadie conocía, se presentó a la puerta y exclamó: “Llevadme ante el Rey,
porque puedo explicarle la visión de su sueño”. Y cuando hubo escuchado el
relato de los siete misterios de este sueño, se inclinó con respeto y dijo:
“¡Oh Maharadja! ¡Saludo esta casa
afortunada donde se levantará un esplendor más deslumbrante que el del sol! Ved
como estos siete motivos de temor son siete causas de alegría; en efecto, esa bandera
desplegada, gloriosa, marcada por el emblema de Indra, que viste derribada y
levantada, significa el fin de las antiguas creencias y el comienzo de la
nueva, porque los dioses cambian como los hombres, y pasan los palpas como los
días, andando en el tiempo. Los diez grandes elefantes que hacían estremecer la
tierra significan los diez grandes dones de la sabiduría, con cuya fuerza el
Príncipe dejará su estado y sacudirá al mundo, haciendo pasar la Verdad. Los
cuatro caballos de aliento de fuego, uncidos aun carro, son las cuatro virtudes
intrépidas que conducirán a tu hijo de la duda y las tinieblas a la luz
benéfica; la rueda que giraba con su cubo de oro en fusión es la Rueda muy
preciosa de la Ley perfecta, que girará a los ojos del mundo entero; el tambor
que batía tu hijo, de modo que su sonido repercutía en todos los países,
significa el trueno d la Palabra que predicará; la torre que se levanta hasta
los cielos representa la elevación del evangelio de Buda, y las joyas regadas
desde lo alto de esta torre son los tesoros inapreciables de esta buena Ley,
cara a los dioses y a los hombres, y que todos desean; tal es la interpretación
de la torre. En cuanto a los seis hombres que gemían cubriéndose la boca, son
los seis principales predicadores a los que tu hijo convencerá de su error por
el esplendor de la verdad y de sus discursos irrefutables. ¡Oh Rey, regocíjate!
La fortuna de monseñor el Príncipe sobrepasa la de todos los reinos, y sus
harapos de ermitaño valdrán más que las telas de oro. ¡Tal fue tu sueño! Y
estas cosas sucederán dentro de siete días con sus noches”. Así habló el santo
hombre, luego se prosternó ocho veces inclinándose profundamente tocando tres
veces la tierra, se levantó y salió; pero cuando le mandó buscar el Rey para
ofrecerle un rico presente, los mensajeros regresaron, diciendo:
“Venimos del templo de Tchandra, donde
entró, pero allí solo se encontraba un búho gris, que voló del altar”. Algunas
veces los dioses vienen bajo esta forma.
Arnold Edwin
La luz de Asia, página 37
¿Pero quién podía impedir que entrase
el destino?
Arnold Edwi38
La luz de Asia, página 5
Según la ley de Manú, la población de
la India estaba dividida en cuatro clases: los Brahmanes, encargados de las
funciones sacerdotales y de la enseñanza de los Vedas; los Kchatryas o
guerreros, entre los cuales eran elegidos los reyes; los Basillas, entregados
al comercio y la agricultura, y, por último, los Sudras, que no tenían otro
oficio que servir a las clases precedentes.
Arnold Edwin
La luz de Asia, página 40
— ¿Las enfermedades llegan sin que se
las vean? —preguntó el Príncipe.
Y Tchanna dijo:
—Vienen como la astuta serpiente, que
muerde sin ser vista; como el tigre real emboscado en el matorral karunda,
cerca del sendero de los juncales, esperando el momento favorable para saltar;
o como el rayo, que hiere a unos y perdona a otros, al azar.
Entonces, ¿todos los hombres viven en
el temor?
—Así es como viven, ¡oh Príncipe!
— Y nadie puede entonces decir: ¿Esta
noche me acuesto feliz y tranquilo y así me despertaré?
—No nadie puede decirlo.
— Y el fin de estos numerosos
sufrimientos, que llegan invisibles y cuando quieren, es éste: ¿un cuerpo roto
y un alma afligida, y luego la vejez?
—Sí, cuando se vive largo tiempo.
—Pero si no puede uno soportar su
agonía, o si no quiere soportarla, y si desea ponerle término; o si la soporta
y es uno como ese hombre, y sólo puede gemir, si vive todavía y llega a viejo,
y se hace más viejo aún, ¿entonces cómo acaba esto?
—Muere uno, Príncipe.
Arnold Edwin
La luz de Asia, página 42
Entonces dijo el Príncipe:
— ¿Este es el fin que alcanza a todos
los que viven?
—Este es el fin que a todos les está
reservado —respondió Tchanna— el que estaba en la pira —y cuyos restos son tan
poca cosa, que los cuervos hambrientos, crascitando, desdeñan esta vana comida—,
este hombre comió, bebió, rio, amó, vivió y amó la vida. ¿Qué sucedió después?
¿Quiñen lo sabe? Una ráfaga del juncal un paso en falso en el sendero, algo
sucio en el estanque, la mordedura de una serpiente, una pulga de acero mortal,
el frío, una arista, o la caída de una teja, y se destruyó la vida, y el hombre
está muerto. No tiene ya ni apetitos, ni placeres, ni dolores; un beso en sus
labios o la quema-dura de la llama lo dejan insensible, no siente que su carne
se tuesta, ni el olor del sándalo y los aromas que se queman; perdió el gusto
su boca; no escuchan ya sus oídos; ya no se ven sus ojos; gimen desolados los
que él amaba, porque es preciso también destruir este cuerpo, en el que
brillaba la vida, esta lámpara interior, si no se quiere dar a los gusanos un
horrible festín. He aquí el destino común de la carne; poderosos y miserables,
buenos y malos, deben morir, y luego, según se enseña, recomenzar una nueva
existencia — ¿quién sabe dónde y cómo? — y ser así dedicados nuevamente a las
angustias de la partida y a las llamas de la pira. Tal es el ciclo del hombre.
Arnold Edwin
La luz de Asia, página 43
El velo que me cegaba se desgarró. Soy
como todos estos hombres que imploran a sus dioses sin ser escuchados. ¡Y, sin
embargo, debe existir una ayuda para ellos y para mí, para cuantos tienen
necesidad de socorro! ¡Quizás los mismos dioses experimenten la necesidad de
que se les ayude, y son tan débiles que no pueden salvar a los desgraciados que
los invocan! ¡No querría yo dejar llorar a un ser que pudiera salvar! ¿Cómo
puede ser que Brahma haya creado al mundo y lo abandone a la desgracia, porque
si siendo todopoderoso lo deja en este estado, no es bueno, y si no es
todopoderoso, no es Dios?
Arnold Edwin
La luz de Asia, página 45
Siddartha posó en su afligida mujer una
mirada dulce como la postrera sonrisa del sol poniente, y dijo: “¡Consuélate,
amada, si el consuelo reside en un amor inmutable!
Porque, aunque tus sueños sean las
sombras de cosas que están por venir, y por más que los dioses se hayan
conmovido en sus pedestales, y acaso el mundo esté en víspera de encontrar un
socorro; aunque a ti y a mí nos suceda cualquier cosa, está segura que amé y
amo a Yasodhara. Sabes que desde hace muchos meses pienso en la manera de
salvar al mundo miserable que vi, y cuando llegue el momento sucederá lo que
tenga que suceder. Pero si mi alma está afligida por almas desconocidas, y si
padezco por males que no son los míos, piensa como mis alados pensamientos
deben cernerse sobre todas estas existencias, entre las cuales se difunde la
mía y que me son tan caras; la tuya es la más querida para mí, la más
encantadora, la mejor y la más próxima a mi corazón. ¡Ah! Tú que eres la madre
de mi hijo, tú cuyo cuerpo se unió al mío para engendrar esta dulce esperanza,
mi espíritu recorre las tierras y los mares —tan lleno de compasión por los
hombres como la paloma de rápido vuelo está llena de ternura por su nidada—,
pero torna siempre al hogar, con alas felices y temblorosas de pasión las
plumas, hacia ti, que eres la más exquisita de mi especie, la más perfecta, la
más tierna, y que eres más mía que todas las cosas. Así es que, cuando llegue
más tarde, acuérdate de este toro altivo que bramaba, de esta bandera adornada
de joyas, que, en tu sueño, agitaba sus pliegues, y está segura de que siempre
te he amado, de que te amo siempre, y de que lo que busco para todos lo busco
sobre todo para ti. Pero consuélate más todavía pensando que reinará la paz
sobre la tierra, gracias a nuestro sufrimiento, y recibe en este beso todo lo
que puede expresar de gratitud un amor fiel y cuanto puede imaginar de
bendiciones. Es muy poco, ¡ay! porque la fuerza del mismo amor es muy débil.
Bésame en la boca, y bebe estas palabras que mi corazón vierte en el tuyo, para
que sepas lo que otros ignoran; que te amo más que a todas las almas vivientes,
para las cuales tengo, sin embargo, un amor tan profundo. ¡Ahora, quédate aquí,
princesa!, porque quiero levantarme y velar”.
Arnold Edwin
La luz de Asia, página 50
… en el silencio de este cielo, leo mi
destino en letras relucientes.
Arnold Edwin
La luz de Asia, página 52
Quizá algunos dioses sean buenos, y
otros malos, pero todos son demasiados débiles para obrar; son a la vez
compasivos e implacables, y todos están —como los hombres— atados a la rueda de
la transformación y pasan por existencias sucesivas. Porque, como parece
enseñarlo nuestras Escrituras con razón, una vez comenzada la vida —cualquiera
que sea su lugar de origen y su causa— recorre su cielo de existencias,
ascendiendo del átomo al insecto, al gusano, al reptil, al pez, al pájaro, y a
la bestia cubierta de pelos, y por último hasta el hombre, al demonio, al Deva
y al Dios, para descender a la tierra y al átomo; así estamos emparentados con
cuanto existe. ¡Si el hombre, pues, pudiese salvarse de esta transmigración, el
mundo entero participaría en la disipación de esta horrible ignorancia, cuyo
mudo temor es la sombra, y la crueldad el salvaje pasatiempo! ¡Sí, si alguien
puede salvar al mundo, y deben existir los medios! ¡Y debe haber un refugio!
Arnold Edwin
La luz de Asia, página 53
La realeza que deseo vale más que
muchos reinos y que todas las cosas sujetas a mudanza y a la muerte.
Arnold Edwin
La luz de Asia, página 57
“Muy honorable Señor —dijo todavía el conductor
del carro—, ¡piensa en la pena de monseñor tu padre! ¡Piensa en la aflicción de
aquella para quien eres la felicidad!
¿Cómo los socorrerías si comienzas por
abandonarles?”
Siddartha respondió: “Amigo, es un
falso amor el que se cifra en un objeto amado para extraer de él egoístas
placeres; pero yo, que amo a mi padre y a mi esposa más que a mis propias
alegrías, más aún que a las suyas, parto para salvarlos a ellos y a todas las
criaturas si el amor intenso puede triunfar; ve y tráeme a Kantaka”.
Arnold Edwin
La luz de Asia, página 57
Siddartha inclinó afectuosamente la
cabeza altiva del caballo, acarició su cuello y dijo: “Cálmate, mi blanco
Kantaka, cálmate y llévame en el viaje más largo que haya hecho nunca un
caballero, porque esta noche parto para encontrar la verdad y no sé dónde
terminará mi viaje; pero sólo terminará cuando la haya encontrado. Así es que
sé fogoso y atrevido, mi buen corcel, y que nada te detenga, ni millares de
espadas que obstruyan tu camino, ni muros ni fosos que impidan nuestra carrera.
¡Escucha! Si toco tu flanco, gritando: “¡Ve, Kantaka!”, sé más rápido que los
torbellinos, sé cómo el fuego y el aire, caballo mío, para servir a tu Señor;
así participarás con él de la grandeza de esta aventura que salvará al mundo,
porque parto para ayudar, no sólo a los hombres, sino también a todos los seres
mudos, que comparten nuestras penas y no tienen esperanza ni inteligencia para
reclamar. Lleva, pues, ahora valerosamente a tu amo”.
Arnold Edwin
La luz de Asia, página 57
Porque no hay esperanza para el hombre
sino en el hombre, y nadie la ha buscado como yo quiero hacerlo, yo que
abandono el mundo para salvarlo”.
Arnold Edwin
La luz de Asia, página 59
Los Yoguis son los que practican el
Yoga, o conjunto de reglas y preceptos por los cuales se llega a la ciencia
perfecta, aniquilando la influencia de la materia sobre el alma, y destruyendo
la conciencia de la personalidad. Los Brahmatcharis son ascetas de casta
brahmánica. Los Bhikehus son los que hacen voto de abstenerse de los tres
objetos habituales de la existencia: el placer, la riqueza y la voluptuosidad,
para entregarse exclusivamente a la devoción, y suprimir con ello el deseo, el
temor y el orgullo.
Arnold Edwin
La luz de Asia, página 62
Y el joven lo adoró, pensando que era
un Dios; pero al recobrar el sentido nuestro Señor, se levantó y pidió al
pastor que le diera de beber leche en su lota. “¡Ah Señor! No puedo dártela
—respondió éste—, lo ves, soy un Sudra y mancha mi contacto”. Entonces aquel al
que honra el mundo dijo: “La compasión y la necesidad unen a todos los seres en
un lazo. No hay casta en la sangre, que con el mismo color corre en todas las
venas, ni casta en las lágrimas, que tienen un acre gusto en todos los hombres;
y el hombre no nace con la marca tilka en la frente y el cordón sagrado en
torno al cuello. El que es justo en todos sus actos se regenera, y el comete
malas acciones es vil. Dame de beber, hermano mío; cuando logre el fin de mis
investigaciones te alcanzará algún bien”. Estas palabras regocijaron el corazón
del campesino, y le dio lo que pedía.
Arnold Edwin
La luz de Asia, página 76
Así como un viajero, que descansa en la
cumbre de una montaña, contempla la tortuosa senda que siguió, la profundidad
de los precipicios, de las quiebras y los bosques tupidos que de lejos parecen
un punto negro, a través de los pantanos brillantes de un verde engañador y de
las frondas, por donde caminó agotado, si aliento; las cimas vertiginosas,
donde su planta estuvo a punto de resbalar, y más abajo las soleadas praderas,
las cascadas, las cavernas y los estanques, y a lo lejos hasta perderse la
vista, las llanuras de donde partió para alcanzar la bóveda azulada; así
también contempló Buda la larga ascensión de sus existencias sucesivas, desde
las bajas llanuras, donde es pre-caria la vida, hasta las cúspides más y más
elevadas, donde las diez grandes Virtudes esperan al viajero para encaminarlo
al cielo. Buda vio también cómo cada existencia cosecha lo que sembró la
precedente; cómo después de cada detención, la vida reanuda su marcha,
conservando el provecho adquirido y respondiendo de la pérdida anterior, y
cómo, en cada vida, el bien engendra más bien, y el mal un mal nuevo; porque la
muerte no hace sino detener la cuenta de la deuda o del crédito, y, por una
aritmética infalible, la suma de los méritos y los deméritos se imprime a sí
misma, exacta y justa, sin el menor error de cálculo, sobre una nueva vida que
comienza, donde son acumulados y llevados en cuenta los pensamientos y las
acciones pasados, las luchas y los triunfos, las reminiscencias y las huellas
de existencias desaparecidas. Y en la vigilia de la media noche, nuestro señor
alcanzó el Abhidkna, visión gran-diosa que abarca esta esfera y las esferas
superiores innombradas, los diferentes sistemas estelares, los innumerables
soles y mundos que se mueven con regularidad maravillosa, por grupos unidos,
aunque distintos, y no forman sino un todo, aunque separados; estos mundos, que
son las islas de plata del mar de zafiro sin playas, insondables, que jamás
disminuye, y cuyas agitadas olas ruedan en la mareas incesantes del cambio. Vio
a estos reyes de la luz que retienen con invisibles lazos sus satélites y que
giran ellos mismo con obediencia alrededor de las esferas más poderosas, las
cuales a su vez están sujetas a astros más lejanos, de manera que cada estrella
envía a otra luz incesante de la vida, que va de centros Avidya significa a la
vez ignorancia, error e ilusión.
Arnold Edwin
La luz de Asia, página 87
He aquí lo que reveló su visión, y vio
también el cielo y el epiciclo de todos estos mundos, y su cuenta de Kalpas y
de Mahakalpas, medidas de tiempo que nadie puede asir (aunque pudiese contar
las gotas de agua que tiene el Ganges desde su origen hasta el mar) y que
indican el término durante el cual crecen estos mundos y desaparecen, durante
el cual cada uno de estos habitantes de los cielos realiza su vida brillante, y
luego de obscurece y muere.
Arnold Edwin
La luz de Asia, página 88
Se ha librado de todos los engaños de
la tierra y todos los Skandhas94 de la carne, ha roto sus lazos (Upadanas), y
no está obligado ya a volver sobre la Rueda, está despierto y satisfecho, como
un hombre al que se arranca una pesadilla. En fin, más grande que los reyes,
más feliz que los dioses, ve terminarse la dolorosa decrepitud de la
existencia, y una nueva existencia, que no es ya la vida, comienza para él; es
una calma inefable, un gozo indecible, es el NIRVANA bendito, este reposo sin
pecado y sin turbación, este cambio que no cambia nunca.
Arnold Edwin
La luz de Asia, página 91
Los Skandhas, en número de cinco, son
los grupos de elementos cuya cohesión forma el individuo: el primero comprende
las cualidades materiales (la extensión, solidez, color), el segundo, las
sensaciones; el tercero, las percepciones y los juicios; el cuarto, las
disposiciones morales y mentales; el quinto, los pensamientos. Ninguno de estos
elementos es una substancia permanente, no son sino apariencias pasajeras.
Arnold Edwin
La luz de Asia, página 92
Y tan benéfica fue la influencia de
esta aurora augusta que apareció con la victoria, que después y a lo lejos se
esparció una paz desconocida en las moradas de los hombres. El asesino ocultó
su cuchillo, el ladrón abandonó su botín, el sharaff95 dio la cuenta exacta de
las monedas, todos los corazones ruines se volvieron buenos, los que eran
buenos se tornaron mejores, cuando el bálsamo de esta aurora divina se derramó
sobre la tierra. Los reyes que guerreaban tuvieron una tregua, los enfermos se
levantaron riendo de sus lechos de dolor, los que agonizaban sonrieron como si
supieran que esta alba feliz hubiera brotado de los manantiales más lejanos que
los horizontes del Este. Y el corazón de la triste Yasodhara abandonada,
sentada cerca del lecho del príncipe Siddartha, se sintió inundado de una
repentina felicidad, y le pareció que su amor no podía engañarla y que su
aflicción inmensa terminaría con un gran júbilo. Y el mundo fue tan feliz, sin
saber la causa, que por encima de los desiertos desolados se oyeron vagos
cantos de alegría, modulados por los Pretas y los Buthis sin cuerpo96 que
presentían la victoria de Buda; y los Devas en el aire exclamaron: “¡Todo
concluyó, todo concluyó!” Y los sacerdotes se encontraban en las calles con el
pueblo asombrado, contemplando estos dorados esplendores que abrasaban el
cielo, y dijeron: “Sucedió algo grande”.
Arnold Edwin
La luz de Asia, página 91
Por fin, radioso, rejuvenecido y
fuerte, se levantó bajo el árbol, y en voz alta dijo estas palabras destinadas
para ser escuchadas por todos los tiempos y en todos los mundos:
“Habité muchas moradas de la vida,
buscando siempre al que construyó estas prisiones de los sentidos llenos de
aflicción, y mi combate incesante fue penoso.
“¡Pero desde ahora, a Ti, constructor
de estos tabernáculos, a Ti te conozco! No construirás ya estos muros que
contiene el sufrimiento, no levantarás ya la techumbre de tus artificios ni
colocarás nuevas vigas sobre la arcilla: ¡Tu casa está destruida, y su
principal sostén roto! ¡Es la ilusión quien la construyó!
“Desde ahora voy a caminar sin cesar
para alcanzar la liberación”.
Arnold Edwin
La luz de Asia, página 93
Entonces Bhaluk contó, según el decir
de la gente del valle, esta noche terrible de luchas, cuando se obscureció el
aire con sombras diabólicas, tembló toda la tierra y las aguas se hincharon a
la cólera de Mara, Dijo también que espléndida apareció el alba radiosa con las
esperanzas que nacían para los hombres, y cómo fue encontrado el Señor regocijándose
bajo su árbol. Pero, dijo él, durante muchos días el fardo de la liberación
des-cansó sobre su corazón como un lingote de oro, porque era preciso hacerlo
escapar a todos los tormentos de la duda para llevarlo sin daño a las riberas
de la Verdad; porque, como pensó Buda, los hombres que aman sus pecados y se
engríen con los engaños de los sentidos y beben en mil fuentes del error, no
tienen entendimiento para ver ni energía para romper el lazo carnal que los
ata, ¿cómo podrían conocer las doce Nidanas y la Ley liberatriz, cuya novedad
les espanta, lo mismo que el pájaro enjaulado se aleja de la puerta abierta? No
habremos gozado de las ventajas de la victoria, si en esta tierra sin refugio,
Buda que encontró el camino, la hubiese juzgado demasiado ardua para los pies
de los mortales y hubiese pasado sin ser seguido por nadie. Así, pues, nuestro
Señor, en su compasión, reflexionó; pero en este momento resonó una voz tan
desgarradora como el grito del alumbramiento, como si la tierra gimiese;
“Seguramente estamos perdidas mis criaturas y yo”. Luego, después de un
silencio, el viento del Oeste murmuró esta imploración: “¡Oh Ser poderoso,
permite que sea divulgada tu gran Ley!” Entonces el Maestro demoró en las
criaturas sus miradas; vio que eran las que debían escuchar la Ley y las que
debían esperarla, lo mismo que el sol ardiente que dora los lagos cubiertos de
lotos ve cuáles botones están próximos a abrirse a sus rayos y cuáles los que
aún no salen de sus tallos; entonces dijo sonriendo divinamente: “Sí, voy a
predicar; que los quieran escucharme aprendan la Ley”.
Arnold Edwin
La luz de Asia, página 97
Las doce Nidanas son las doce
condiciones de la existencia, que se encadenan por la ley de causa y efecto: la
comprobación fundamental es que el dolor es inherente al ser; la causa del
dolor es el nacimiento, la cusa del nacimiento es la concepción, la cusa de la
concepción es el deseo, éste proviene de la sensación, que tiene por causa el
contacto; el contacto tiene por causa los sentidos; los sentidos tiene por
causa la forma expresada por el nombre (nama-rupa), que tiene por causa el
entendimiento, en entendimiento tiene por causa los conceptos, causados a su
vez por la ignorancia (avidya), de donde se desprende: que es preciso suprimir
esta última para alcanzar la felicidad.
Arnold Edwin
La luz de Asia, página 98
Entre los Rishis, Kaundinya el primero
adquirió las cuatro Verdades y entró en el Sendero, y después de él Bkadraka,
Asvadith, Basava, Mahanama; luego, en el parque de los gamos, el príncipe Yasad
y cincuenta y cuatro gentiles-hombres, sentados a los pies del Buda, escucharon
la palabra bendita del Maestro, le adoraron y le siguieron; porque la paz y la
ciencia de la era nueva abierta a los hombres nacieron en los corazones de
todos los que le escucharon, como brotan la verdura y las flores cuando salta
el agua en una llanura sabulosa.
Arnold Edwin
La luz de Asia, página 98
Y en este jardín —dijeron— hubo una
gran asamblea, donde el Maestro enseñó la sabiduría y el poder, ganando todas
las almas que le escuchaban, de tal modo, que nove-cientas personas vistieron
el traje amarillo, semejante al del Maestro, y propagaron su Ley, y he aquí el
precepto por el cual termina: “El mal aumenta las deudas que tienen que
pagarse, el bien liberta y paga; evita el mal, haz el bien; conserva tu imperio
sobre ti mismo. Tal es la Ruta”.
Arnold Edwin
La luz de Asia, página 99
Tathagata: Literalmente, el que obra de
la misma manera; es uno de los nombres de Siddartha, que indica que siguió la
misma vía que los Budas anteriores.
Arnold Edwin
La luz de Asia, página 99
Bodhisats o Bodhisatwas: los que
alcanzaron la sabiduría suprema (Bodhi) y que, sin embargo, consienten, para
bien de la Humanidad, en seguir siendo criaturas (satwas); están destinados s
volverse Budas en una futura existencia.
Arnold Edwin
La luz de Asia, página 104
“¡Om, Amitaya! No trates de medir con
palabras lo Inconmensurable, ni de hundir la sonda del pensamiento en lo
Impenetrable. El que interroga se engaña, el que responde se engaña. ¡No dice
nada! “Los libros enseñan que las tinieblas existían antes que todas las cosas,
y Brahma meditaba sólo en la noche; no contemplaba Brahma ni el origen, ni él
ni ninguna luz pueden ser vistos con ojos mortales, ni conocidos con ayuda del
espíritu humano, uno después de otro se levantarán los velos tras los primeros.
Los astros siguen su curso y no preguntan. Basta que la vida y la muerte, la
alegría y el dolor permanezcan, así como la causa y el efecto, y el curso del tiempo,
y la marejada incesante de la existencia, que, siempre cambiante, corre sin
interrupción como un río cuyas olas se suceden, lentas o rápidas, las mismas,
aunque diferentes, desde su lejano manantial hasta el mar donde se vierten. El
mar, evaporándose al Sol, restituye las pequeñas ondas perdidas, bajo la forma
de nubes ligeras que chorrearán de lo alto de la montaña, y correrán de nuevo,
sin tregua y sin reposo. Esto basta para comprender las apariencias, los
Cielos, las Tierras, os Mundos y los cambios que los modifican, rueda poderosa
que gira, movida con ahínco por la lucha y la fuerza sin que nadie pueda
detenerla ni ir en sentido inverso de su movimiento. ¡No supliquéis! ¡No se
iluminarán las tinieblas! ¡No pidáis nada al silencio, porque no puede hablar!
¡No atormentéis por piadosos sufrimientos vuestros espíritus afligidos! ‘Ah!
Hermanos, hermanas, no esperéis nada de los dioses implacables, ofreciéndoles
himnos y dones, no pretendáis conquistarlos con sacrificios sangrientos; no los
alimentéis con frutos y pasteles; hay que buscar nuestra liberación en nosotros
mismos; cada hombre se crea su cárcel, cada uno tiene tanto poder como los más
poderosos; porque para todas las Potencias que están encima, alrededor y debajo
de nosotros, como para las criaturas de carne y todo lo que vive , el cato es
el que hace la alegría o el sufrimiento. Lo que fue trae lo que es, y lo que
será, peor o mejor, el último para el primero, el primero para el último; los
Ángeles de los cielos bienaventurados recogen los frutos de su pasado santo;
los demonios en los mundos inferiores llevan la pena de las acciones malas que
en otro tiempo cometieran; nada dura; las bellas virtudes caen en ruinas con el
tiempo; así como los pecados inmundos se purifican. El que penó como esclavo
para volverse más tarde un príncipe, gracias a sus virtudes benéficas y a los
méritos que adquirió; el que fue Rey puede vagar sobre la tierra harapiento, a
causa de las cosas que hizo y de las que omitió hacer. Podéis elevar vuestro
destino por encima del de Indra, y hundirlo más bajo que el del gusano de la
tierra o el átomo, miríadas de existencias terminan en el primer resultado;
miríadas de otras en el segundo. Sólo que, mientras gira la rueda invisible, no
hay ni paz, ni tregua, ni parada; el que asciende puede caer, el que cae puede
ascender; los rayos giran incesantemente. “Si estuvieseis sujetos a la rueda
del cambio sin que hubiese medio de romper vuestras cadenas, el corazón del Ser
libre sería maldito, el Alma de las cosas sería un cruel dolor. ¡Pero no estáis
atados! El Alma de las cosas es suave; el corazón del Ser tiene una paz
celeste; la voluntad es más fuerte que el dolor; lo que era bueno se torna
mejor, y después excelente. Yo, Buda, que lloré todas las lágrimas de mis hermanos,
yo, cuyo corazón fue roto por el dolor del mundo entero, río y soy feliz,
¡porque he aquí la Libertad! ¡Oh! ¡Vosotros, los que sufrís, sabed que sufrís
por vosotros mismos! Ningún otro os excita u os retiene para haceros vivir o
morir, y haceros gritar sobre la rueda y abrazar sus rayos de agonía, sus
llantos de lágrimas, su cubo de nada. ¡Escuchad, os voy a mostrar la Verdad!
Más bajo que le Infierno, más alto que el Cielo, más distante que las estrellas
más lejanas, más allá de la morada de Brahma, hay un Poder estable y divino,
que existe antes del comienzo y que no tendrá fin, eterno como el espacio y
seguro como la certidumbre, que se mueve hacia el bien y no sufre sino sus
propias leyes. Es el que hace florecer los rosales, su arte es el que fabrica
las hojas de los lotos; bajo el suelo obscuro y en las simientes silenciosas,
es él quien teje el ropaje de la Primavera; he aquí su colorido en las nubes
gloriosas y sus esmeraldas en la cola del pavo real; los astros son sus
moradas, la luz, el viento y la lluvia sus esclavos, él hace salir de las
tinieblas el corazón del hombre, y del huevo obscuro el faisán de cuello
alaciado; siempre en obra, hace amable lo que no era sino cólera y destrucción.
Los huevos grises en el nido del colibrí dorado con sus tesoros, las células
hexagonales de la abeja son sus vasijas de miel, la hormiga tiene sus
preceptos, y los conoce bien la paloma blanca. Despliega las alas del águila
que levanta su presa a su arbitrio; hace regresar a la loba cerca de sus
lobeznos; encuentra alimento y amigos para los seres que nadie ama. Nada le
repugna ni le detiene; ama todo; hace brotar la dulce leche en el seno de las
madres; hace fluir también las gotas blancas que destilan los colmillos de las
serpientes. Regula la armonía de los globos en marcha por la bóveda infinita
del cielo; oculta en los abismos de la tierra el oro, las sardonias, los
zafiros y las lazulitas. Elaborando sin cesar sus 71 misterios, se oculta en
los verdes claros de las selvas y alimenta plantas extrañas al pie de los
cedros, inventando hojas, flores y briznas de hierba; mata y salva, sin otro
fin que realizar el Destino; la Muerte y el Dolor son las lanzaderas de su
oficio, y el Amor y la Vida los hilos. Hace y deshace, corrigiendo todo; lo que
ejecutó es mejor que lo que existía antes; la obra maestra que proyectó se
perfecciona lentamente bajo sus manos hábiles. Tal es su obra sobre las cosas
que veis, pero las cosas invisibles tienen más importancia; los corazones y los
espíritus de los hombres, los pensamientos de los pueblos, sus caminos y sus
voluntades están sometidos también a la gran Ley. Invisible, os socorre con sus
manos benéficas, no se le oye, y, sin embargo, habla más fuerte que la
tempestad, La piedad y el amor son la herencia del hombre, porque una larga
violencia modeló la masa ciega. Nadie puede menospreciarlo, quien le desobedece
pierde, quien le sirve gana, retribuye el bien cubierto por la paz y la
felicidad, el mal oculto por los sufrimientos. Ve en todo lugar y percibe todo;
sed justo, él os recompensará, sed injusto, él os recibirá el salario merecido,
aun cuando el Dharma tardará en hacerse sentir. No conoce ni la cólera ni el
perdón; sus medidas son de una precisión absoluta, su balanza es infalible, el
tiempo no existe para él, juzgará mañana o largo tiempo después. Gracias a él,
el asesino se hiere con su propia arma, el juez injusto pierde su defensor, la
lengua falaz condena su mentira, el ladrón rapaz y el expoliador dan el
producto de sus rapiñas. Tal es la Ley que se mueve hacia la Justicia, que
nadie puede evitar o detener, su corazón es el Amor, su fin es la Paz y la
Perfección exquisita. ¡Obedeced! “Los libros dicen verdad, hermanos míos; la
vida de cada hombre es el resultado de sus existencias anteriores; los errores
pasados traen los disgustos y los sufrimientos, el bien pasado aporta la
felicidad. Recogéis lo que sembrasteis. ¡Ved este campo! El sésamo fue sésamo y
trigo el trigo. El silencio y la sombra lo saben, ¡así nace el destino del
hombre! Viene a cosechar tanto sésamo o trigo como el que sembró en una
existencia anterior, y tantas hierbas malas y venenosas que enferman a él y a
la tierra dolorosa. Si trabaja bien, arrancándolas y plantando en su lugar
semillas benéficas, el suelo será fecundo, hermoso y puro, y será rica la
cosecha. Si el que vive, aprendiendo de dónde viene el dolor, lo sufre
pacientemente, esforzándose en pagar las viejas deudas adquiridas por sus
antiguas faltas, practicando siempre el Amor y la Verdad, sin causarle mal a
nadie, purga completamente de mentira y de egoísmo su sangre, sufriendo todo
con mansedumbre y no devolviendo sino perdones y bien para las ofensas; si a
cada día se vuelve más compasivo, santo, justo, amable y sincero, y arranca el
deseo de todos los lugares donde se aferra con raíces sangrientas, hasta que el
amor de la vida termine; si obra así, a su muerte comienza una nueva existencia
que es como la suma de su yo, una cuenta detenida de su existencia, cuyos males
son muertos y pagados, y cuyo bien, reciente o lejano, está vivo y poderoso, de
tal manera, que también recoge los frutos. Un hombre así no tiene necesidad de
lo que llamamos vida; lo que ha comenzado en él es la eternidad; realizó su
destino humano. No padecerá ya tormentos, no lo mancharán ya los pecados, el
sufrimiento de las alegrías y los dolores terrenos no turbarán ya su paz
eterna, y las muertes y las existencias no recomenzarán para él. Entra en el
Nirvana. No forma más que uno con la Vida, y, sin embargo, no vive; es
bienaventurado, porque cesó de ser. ¡Om, mani padmé, om!¡La gota de rocío se
pierde en el seno del mar deslumbrante!
Arnold Edwin
La luz de Asia, página 109
“Tal es la doctrina del Karma.
¡Aprended! Sólo cuando desaparecieron todas las escorias del pecado, sólo
cuando la vida muere como una llama agotada, la muerte muere completamente en
ella. No digáis: “Soy”, “fui” o “seré”. No penséis que pasáis de una habitación
de carne a otras como viajeros que recuerda u olvidan que estuvieron bien o mal
alojados. La suma de las existencias anteriores, que constituye la última,
torna nuevamente en el universo; construye su morada como el gusano de seda el
capullo que lo encierra, toma su substancia y sus funciones, como el huevo de
la serpiente, durante la incubación, toma sus escamas y sus colmillos, como las
semillas de los empenachados arbustos vuelan encima de las rocas, de las
tierras gredosas y los arenales, hasta que encuentran el pantano propicio y se
multiplican. Lo mismo acontece para el ser feliz o desgraciado, Cuando la
muerte hiere al asesino cruel, sus fragmentos impuros y ensangrentados vagan
llevados por vientos brumosos y pestilentes. Pero cuando el hombre bueno y
justo muere, soplan suaves brisas; el mundo se torna más hermoso, como un río
del desierto que desaparece repentinamente para reaparecer en seguida brillando
con fulgor más puro. Así el mérito adquirido hace alcanzar una era más
venturosa, que está más alejada para el demérito; sin embargo, es preciso que
esta Ley de Amor reine soberanamente sobre el mundo entero antes de las Kalpas
se terminen. ¿Cuál es el obstáculo? ¡Hermanos míos! Es la obscuridad, que
esparce la ignorancia, la que os extravía y os hace tomar las apariencias como
realidades y os inspira el deseo ardiente de poseerlas, y cuando las tenéis, os
atan a las concupiscencias, que causan vuestros dolores. Vosotros que queréis
seguir el camino del centro, trazado por la clara Razón y aplanado por la dulce
Quietud, vosotros que queréis conocer el camino elevado del Nirvana, escuchad
las cuatro nobles Verdades: “La primera Verdad es la del Dolor. ¡No os dejéis
engañar! La vida que amáis es una larga agonía; sólo quedan sus penas, sus
placeres son como pájaros que brillan y vuelan. Sufrimiento del nacimiento,
sufrimiento de los días desesperados, sufrimiento de la ardiente juventud y de
la edad madura, sufrimiento de los fríos y grises años de la vejez y
sufrimiento final de la muerte; he aquí lo que llena vuestra lastimosa
existencia. El amor es una cosa dulce, pero las llamas fúnebres deben besar los
senos sobre los cuales descansáis y los labios a los que unís los vuestros.
Valerosa es la virtud guerrera, pero los buitres desgarran los miembros del
jefe y del Rey. La tierra es magnífica, pero todos los huéspedes de sus selvas
conspiran para su muerte recíproca, en su sed de vivir; los cielos son de
zafiro, pero los hombres hambrientos, por más que gritan, no hacen caer una
gota de agua. Preguntad a los enfermos, a los afligidos, preguntad al que
claudica apoyado en su bastón, solo y extraviado: “¿Amas la vida?” Y os dirán
que el niño tiene razón al llorar desde que nace. “La segunda Verdad es la
Causa del Dolor. ¿Qué sufrimiento viene de sí mismo y no del Deseo? Los
sentidos y los objetos percibidos se encuentran y se enciende la viva chispa de
las pasiones; así se inflama Trishna, concupiscencia y sed de las cosas. Os aficionáis
desatinadamente a sombras, os ilusionáis con sueños, plantáis en medio un falso
yo, y establecéis a su alrededor un mundo imaginario. Estáis ciegos para las
claridades supremas, sordos para las voces de las brisas más suaves que vienen
de más alto que el cielo de Indra, mudos para los reclamos de la verdadera vida
que conserva el que desechó la vida engañosa. Así vienen las luchas y las
concupiscencias que hacen reinar la guerra en el mundo, así sufren los pobres
corazones engañados y corren las lágrimas amargas, así cruzan las pasiones, las
envidias, las cóleras y los odios; así los años crueles, con los pies rojos de
sangre, siguen a los años manchados de carnicerías. Por esto, ahí donde debería
brotar el grano se extiende la hierba viran con su mala raíz y sus flores
venenosas; con trabajo, las buenas simientes encuentran suelo propicio donde
puedan caer y brotar. Y el alma se va, saturada de emponzoñados brebajes, y
Karma renace con un deseo ardiente de beber de nuevo; excitado por los sentidos,
el Yo fogoso comienza otra vez y cosecha nuevos desencantos. “La tercera Verdad
es la Cesación del Dolor. La paz es la que debe vencer al amor del Yo y el
apego a la vida, arrancar de los pechos la pasión de raíces profundas y calmar
la lucha interior; así está satisfecho el amor de estrechar a la eterna
hermosura; se tiene la gloria de ser dueño de sí mismo y el placer de vivir por
encima de los dioses; se poseen riquezas infinitas, porque se amasa el tesoro
de los servicios prestados, de los deberes cumplidos con caridad, de las
palabras benévolas y de la vida pura, no se perderán estas riquezas en el curso
de la existencia, y ninguna muerte las despreciará. Entonces desaparece el
Dolor, porque cesaron la Vida y la Muerte; ¿cómo puede alumbrar la lámpara cuyo
aceite se con-sumió? La vieja cuenta cargada de deudas está liquidada, la nueva
está en blanco; así alcanza la felicidad el hombre. “La cuarta Verdad es la
Vía. Está abierta, amplia y unida, accesible a todos los pies, desembarazada y
vecina al Noble Sendero Óctuple, que va recto a la paz y el refugio. ¡Escuchad!
Numerosas huellas conducen a estos picos gemelos cubiertos de nieve, en torno
de los cuales se enredan las nubes doradas; trepando por las pendientes suaves
o escarpadas se llega a las cimas donde aparece otro mundo. Los que tienen
miembros vigorosos pueden afrontar el camino recto y peligroso que va
directamente por el flanco de la montaña; los débiles están obligados a dar
rodeos por caminos más largos, descansando en muchos lugares. Tal es el Sendero
Óctuple que conduce a la paz; camina por alturas más o menos abruptas. El alma
animosa se apresura, el alma débil se atrasa, todas alcanzarán las nieves
bañadas de sol. “La primera práctica buena es la Doctrina recta; caminad con el
temor de la Dharma, evitando toda ofensa; pensad en el Karma que hace el
destino del hombre, y gobernad vuestros sentidos. “La segunda es la Intención
recta. Tened buenos sentimientos para todo lo que vive; sofocad en vosotros la
malevolencia, la avidez y la cólera, de tal manera que vuestras existencias se
asemejen a las suaves brisas que pasan. “La tercera es el Lenguaje recto.
Vigilad vuestros labios como si fueran las puertas de un palacio habitado por
un Rey; que todas vuestras palabras sean tranquilas, francas y corteses, como
si estuviera presente su Majestad. “La cuarta es la Conducta recta. Que cada
una de vuestras acciones ataque una falta o ayude a crecer un mérito; como se
ve el hilo de plata a través de las cuentas de cristal de un collar, dejad que
el amor aparezca a través de vuestras buenas acciones. “Hay cuatro rutas más
elevadas. Pero sólo pueden seguirlas los pies que no hollarán más las cosas
terrestres; son la Pureza recta, el Pensamiento recto, la Soledad recta y el
Éxtasis recto. ¡No pretendas volar hacia el sol almas cuyas alas no tienen
plumas todavía! ¡El aire de las regiones inferiores es suave, y los
instrumentos domésticos a los que estás acostumbrada no son peligrosos!
Solamente los seres vigorosos pueden abandonar el nido que cada uno se
construye. El amor de la mujer y del niño son preciosos, lo sé; la amistad y
los entretenimientos de la vida son agradables; las caridades amables de una
vida virtuosa son útiles; sus temores, aunque falsos, están anclados
sólidamente. Vivid así los que estáis obligados; haced de vuestra debilidad una
escala de oro; elevaos, por la práctica diaria de estas apariencias, hasta las
verdades más dignas de ser amadas. Así llegaréis a más serenas cumbres,
ascenderéis más fácilmente, encontraréis menos abrumador el peso de vuestras
culpas y adquiriréis una voluntad más firme para quebrantar los lazos de los 74
sentidos, entrando en el Sendero. El que comienza de este modo alcanza el
Primer Grado, conoce las Nobles Verdades y la Ruta Óctuple, tarde o temprano alcanzará
la morada bendita del Nirvana. “El que llega al Segundo Grado, emancipado de
las dudas, las ilusiones y la lucha interior, dueño de todas las
concupiscencias y libertado de los sacerdotes y de los libros, no tendrá que
vivir sino una existencia. “Más allá se encuentra el Tercer Grado; allí, el
espíritu majestuoso se ha vuelto puro, se ha elevado hasta el amor de todos los
seres y a la paz perfecta. Está terminada la vida y destruida la cárcel de
ella. Pero algunos sobrepasan seguramente a todo lo que es vivo y visible, para
alcanzar el fin supremo por el Cuarto Grado, el de los Santos —los Budas— de
almas inmaculadas. ¡Ved! Como enemigos crueles, degollados por un guerrero, los
diez Pecados yacen en el polvo a lo largo de estos Grados: desde luego, el
Egoísmo, la falsa Fe, la Duda, el Odio y la Concupiscencia. El que venció a
estos cinco pecados franqueó tres de los cuatro Grados; pero quedan todavía el
Amor de la vida sobre la tierra, el Deseo del cielo, el Amor propio, el Error y
el Orgullo. Como el que permanece en estas cimas nevadas sólo tiene por encima
de él el azul infinito, así el hombre, cuando mató estos últimos pecados, llegó
a la zona del Nirvana. Los dioses colocados debajo de él, lo envidian; la ruina
de los Tres mundos no lo alteraría; para él toda vida está vivida, todas las
muertes están muertas; no le construirá el Karma nuevas moradas. No buscando
nada, posee todo; su Yo desaparece y se funde en el universo; si algunos
enseñan que el Nirvana es la cesación del ser, decidles que mienten. Si algunos
enseñan que el Nirvana es vivir, decidles que se engañan, porque no saben nada
a este respecto, ignoran qué luz brilla encima de sus lámparas rotas, y que la
felicidad está fuera de la vida y del tiempo. ¡Entrad en el Sendero! ¡No hay
peor dolor que el Odio, ni sufrimiento como el de la Pasión, ni engaño como el
de la Sensación! ¡Entrad en el Sendero! Ya está muy avanzado el que aplasta con
los pies su pecado preferido. ¡Entrad en el Sendero! ¡Allí manan las fuentes
benéficas que aplacan cualquiera sed, allí florecen las inmortales flores que
tapizan alegremente todos los caminos! ¡Allí se apresuran las horas más ligeras
y más dulces! “El tesoro de la Ley es más precioso que las joyas, su dulzura es
superior a la de la miel; sus delicias sobrepasan a cualquiera comparación.
Para vivir así, escuchad bien las Cinco Reglas: “No matéis, sed compasivos, y
no detengáis en su camino ascendente al ser más ínfimo. “Dad y recibid
libremente, pro no le toméis a nadie sus bienes por avidez, por medio de la
violencia o el fraude. “No levantéis falsos testimonios, no calumniéis, no
mintáis; la verdad es la expresión de la pureza interior. “Evitad las drogas y
las bebidas que turban el espíritu, iluminad vuestros espíritus, purificad
vuestro cuerpo; no hagáis uso del jugo del Soma. “No toquéis a la mujer de
vuestro vecino y no cometáis pecados carnales ilegítimos y contra la
Naturaleza”.
Arnold Edwin
La luz de Asia, página 113
¡Oh, Señor Bendito! ¡Oh poderoso
liberador! Excusa la debilidad de este escrito que te hace conocer mal, porque
con débil inteligencia mide tu amor sublime. ¡Oh! Tú que nos amas, Hermano,
Guía, Lámpara de la Ley, me refugio en tu nombre y en Ti. Me refugio en tu Ley
del Bien. Me refugio en tu Regla. ¡Om, el rocío brilla sobre el loto!
¡Levántate, gran Sol! ¡Levanta mi hoja y mézclame a la onda! ¡Om, mani padmé,
om! ¡Se eleva la aurora, la gota de rocío se pierde en el seno del mar
deslumbrador!
Arnold Edwin
La luz de Asia, página 121
La luz de Asia, página 4
La luz de Asia, página 5
La luz de Asia, página 11
La luz de Asia, página 13
La luz de Asia, página 29
La luz de Asia, página 30
La luz de Asia, página 37
La luz de Asia, página 5
La luz de Asia, página 40
La luz de Asia, página 42
La luz de Asia, página 43
La luz de Asia, página 45
La luz de Asia, página 50
La luz de Asia, página 52
La luz de Asia, página 53
La luz de Asia, página 57
La luz de Asia, página 57
La luz de Asia, página 57
La luz de Asia, página 59
La luz de Asia, página 62
La luz de Asia, página 76
La luz de Asia, página 87
La luz de Asia, página 88
La luz de Asia, página 91
La luz de Asia, página 92
La luz de Asia, página 91
La luz de Asia, página 93
La luz de Asia, página 97
La luz de Asia, página 98
La luz de Asia, página 98
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La luz de Asia, página 113
La luz de Asia, página 121
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