Arnold Edwin La luz de Asia



He aquí como nació de nuevo entre los hombres. Bajo la esfera más alta están sentados los cuatro Regentes que gobiernan nuestro mundo; y bajo ellos se encuentran las zonas más próximas, elevadas, sin embargo, donde los espíritus de los santos difuntos esperan tres veces diez mil años, y luego tornan a la vida. Y sobre el Señor Buda, aguardando en este cielo, cayeron para nuestra felicidad los signos inequívocos del nacimiento, de modo que los Devas comprendieron los signos y dijeron: “Buda irá de nuevo a salvar al mundo”. “Sí —dijo—, ahora voy a salvar al mundo, y esta será la última vez; porque de aquí en adelante el nacimiento y la muerte concluyen para mí y para los que aprendan mi Ley. Voy a descender entre los Sakyas, al Sur del nivoso Himalaya, donde viven un pueblo piadoso y un rey justo”.
 
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La luz de Asia, página 4
 
 
Y cuando llegó la mañana y todo esto fue referido, los viejos augures de cabellos grises dijeron: “El sueño es bueno, Cáncer está en conjunción con el sol; la reina tendrá un hijo, u niño divino, dotado de ciencia maravillosa, útil a todos los seres, que libertará de la ignorancia a los hombres, o, si se digna a hacerlo, gobernará al mundo”.
 
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La luz de Asia, página 5
 
 
Pero Viswamitra, al escucharlo, se prosternó ante el niño, exclamando: “Tú eres el maestro de tus maestros; eres tú, y no yo, el que es el Gurú ¡Oh! Te adoro, dulce Príncipe, que no has venido a mi escuela sino para mostrarme que sabes todo sin libros y que también sabes practicar el sincero respeto”.
 
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La luz de Asia, página 11
 
 
Todos encontraron atinado este juicio; pero cuando el rey buscó al sabio para honrarlo, había desaparecido, y alguien vio una serpiente cobra que se deslizaba fuera. ¡Los dioses vienen a menudo bajo esta forma!
 
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La luz de Asia, página 13
 
 
Además, el Rey ordenó que dentro de los muros de este palacio jamás se hablara de la muerte, de la vejez, del pesar, del dolor o de las enfermedades. Si alguna hermosura se marchitaba en esta corte amable, si sus pies no podían ya danzar, la inocente criminal era expulsada de este paraíso, por temor de que el Príncipe sufriese al ver su desgracia.
 
Vigilantes intendentes cuidaban de ejecutar la sentencia contra cualquiera que hablase del triste mundo exterior donde reinan los sufrimientos y las quejas, los temores y las lágrimas, y el llanto de los afligidos y el humo horrible de las piras. Se consideraba como traición el que apareciera un hilo de plata en la cabellera de una cantadora o de una bailarina, y a cada aurora recogían las rosas marchitas, barrían las hojas muertas y separaban todo lo que pudiera ser motivo de tristeza. Porque, decía el Rey: “Si pasa su juventud lejos de todas estas cosas que incitan a meditar y a incubar los huevos vacíos del pensamiento, la sombra de este destino, demasiado vasto para un hombre, se debilitará quizá, y lo veré transformarse en un soberano todopoderoso que gobernará todos los países, si quiere, y será el Rey de los reyes y la gloria de su tiempo”.
 
Así, pues en torno de esta prisión encantada en la que el amor era el carcelero y los deleites las rejas, pero lejos de las miradas, hizo construir el Rey un muro grueso, con una puerta de dos batientes, de bronce; eran necesarios cien hombres para moverla sobre sus goznes, y el chirrido formidable se extendía a media vodjana de distancia. Hizo una segunda puerta y luego una tercera tras la anterior, de manera que era preciso franquear tres puertas para salir del palacio del gozo. Eran tres puertas con aldabas, reforzadas con barras, y cerca de cada una estaba colocado un guardia fiel; y la consigna del rey decía: “No dejéis pasar a nadie, aunque fuese a mi hijo el Príncipe, porque me respondéis con vuestra cabeza”.
 
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La luz de Asia, página 29
 
 
 “¡Oh hijo de Maya! Porque vagamos sobre la tierra es por lo que gemimos en estas cuerdas; no cantamos la alegría, porque vemos muchos dolores en muchos países, infinidad de ojos que lloran y de manos que se tuercen de desesperación.
 
“Pero nos burlamos en medio de nuestros gemidos, porque si pudiesen saber los hombres que esta vida a la cual se aferra sólo es una vana apariencia, sería para ellos tanto como ordenarle a una nube que se detuviera, o contener el curso de un río.
 
“¡Pero tú, que debes ser el Salvador, tu hora se acerca! El triste mundo espera en su miseria, el mundo ciego gira bamboleándose en su círculo de dolor; ¡levántate, hijo de Maya! ¡despierta! ¡cesa de descansar!
 
“Somos las voces del viento vagabundo; vaga también ¡oh Príncipe! Para encontrar tu reposo; abandona tu amor por el amor de todos los seres amados; ten piedad del dolor y deja tu jerarquía para aliviar la angustia y llevar a cabo la liberación.
 
“Así suspiramos, al pasar, por las cuerdas de plata, para ti que no conoces todavía nada de las cosas de la tierra; así hablamos, y nos burlamos, de estas apariencias con las cuales juegas”.
 
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La luz de Asia, página 30
 
 
La ciudad estaba afligida de que el Rey hubiese soñado estas amenazadoras visiones que nadie podía explicar; pero he aquí a un hombre viejo, vestido con una piel de animal, una especie de ermitaño que nadie conocía, se presentó a la puerta y exclamó: “Llevadme ante el Rey, porque puedo explicarle la visión de su sueño”. Y cuando hubo escuchado el relato de los siete misterios de este sueño, se inclinó con respeto y dijo:
 
“¡Oh Maharadja! ¡Saludo esta casa afortunada donde se levantará un esplendor más deslumbrante que el del sol! Ved como estos siete motivos de temor son siete causas de alegría; en efecto, esa bandera desplegada, gloriosa, marcada por el emblema de Indra, que viste derribada y levantada, significa el fin de las antiguas creencias y el comienzo de la nueva, porque los dioses cambian como los hombres, y pasan los palpas como los días, andando en el tiempo. Los diez grandes elefantes que hacían estremecer la tierra significan los diez grandes dones de la sabiduría, con cuya fuerza el Príncipe dejará su estado y sacudirá al mundo, haciendo pasar la Verdad. Los cuatro caballos de aliento de fuego, uncidos aun carro, son las cuatro virtudes intrépidas que conducirán a tu hijo de la duda y las tinieblas a la luz benéfica; la rueda que giraba con su cubo de oro en fusión es la Rueda muy preciosa de la Ley perfecta, que girará a los ojos del mundo entero; el tambor que batía tu hijo, de modo que su sonido repercutía en todos los países, significa el trueno d la Palabra que predicará; la torre que se levanta hasta los cielos representa la elevación del evangelio de Buda, y las joyas regadas desde lo alto de esta torre son los tesoros inapreciables de esta buena Ley, cara a los dioses y a los hombres, y que todos desean; tal es la interpretación de la torre. En cuanto a los seis hombres que gemían cubriéndose la boca, son los seis principales predicadores a los que tu hijo convencerá de su error por el esplendor de la verdad y de sus discursos irrefutables. ¡Oh Rey, regocíjate! La fortuna de monseñor el Príncipe sobrepasa la de todos los reinos, y sus harapos de ermitaño valdrán más que las telas de oro. ¡Tal fue tu sueño! Y estas cosas sucederán dentro de siete días con sus noches”. Así habló el santo hombre, luego se prosternó ocho veces inclinándose profundamente tocando tres veces la tierra, se levantó y salió; pero cuando le mandó buscar el Rey para ofrecerle un rico presente, los mensajeros regresaron, diciendo:
 
“Venimos del templo de Tchandra, donde entró, pero allí solo se encontraba un búho gris, que voló del altar”. Algunas veces los dioses vienen bajo esta forma.
 
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La luz de Asia, página 37
 
 
¿Pero quién podía impedir que entrase el destino?
 
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La luz de Asia, página 5
 
 
Según la ley de Manú, la población de la India estaba dividida en cuatro clases: los Brahmanes, encargados de las funciones sacerdotales y de la enseñanza de los Vedas; los Kchatryas o guerreros, entre los cuales eran elegidos los reyes; los Basillas, entregados al comercio y la agricultura, y, por último, los Sudras, que no tenían otro oficio que servir a las clases precedentes.
 
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La luz de Asia, página 40
 
 
— ¿Las enfermedades llegan sin que se las vean? —preguntó el Príncipe.
 
Y Tchanna dijo:
 
—Vienen como la astuta serpiente, que muerde sin ser vista; como el tigre real emboscado en el matorral karunda, cerca del sendero de los juncales, esperando el momento favorable para saltar; o como el rayo, que hiere a unos y perdona a otros, al azar.
 
Entonces, ¿todos los hombres viven en el temor?
 
—Así es como viven, ¡oh Príncipe!
 
— Y nadie puede entonces decir: ¿Esta noche me acuesto feliz y tranquilo y así me despertaré?
 
—No nadie puede decirlo.
 
— Y el fin de estos numerosos sufrimientos, que llegan invisibles y cuando quieren, es éste: ¿un cuerpo roto y un alma afligida, y luego la vejez?
 
—Sí, cuando se vive largo tiempo.
 
—Pero si no puede uno soportar su agonía, o si no quiere soportarla, y si desea ponerle término; o si la soporta y es uno como ese hombre, y sólo puede gemir, si vive todavía y llega a viejo, y se hace más viejo aún, ¿entonces cómo acaba esto?
 
—Muere uno, Príncipe.
 
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La luz de Asia, página 42
 
 
Entonces dijo el Príncipe:
 
— ¿Este es el fin que alcanza a todos los que viven?
 
—Este es el fin que a todos les está reservado —respondió Tchanna— el que estaba en la pira —y cuyos restos son tan poca cosa, que los cuervos hambrientos, crascitando, desdeñan esta vana comida—, este hombre comió, bebió, rio, amó, vivió y amó la vida. ¿Qué sucedió después? ¿Quiñen lo sabe? Una ráfaga del juncal un paso en falso en el sendero, algo sucio en el estanque, la mordedura de una serpiente, una pulga de acero mortal, el frío, una arista, o la caída de una teja, y se destruyó la vida, y el hombre está muerto. No tiene ya ni apetitos, ni placeres, ni dolores; un beso en sus labios o la quema-dura de la llama lo dejan insensible, no siente que su carne se tuesta, ni el olor del sándalo y los aromas que se queman; perdió el gusto su boca; no escuchan ya sus oídos; ya no se ven sus ojos; gimen desolados los que él amaba, porque es preciso también destruir este cuerpo, en el que brillaba la vida, esta lámpara interior, si no se quiere dar a los gusanos un horrible festín. He aquí el destino común de la carne; poderosos y miserables, buenos y malos, deben morir, y luego, según se enseña, recomenzar una nueva existencia — ¿quién sabe dónde y cómo? — y ser así dedicados nuevamente a las angustias de la partida y a las llamas de la pira. Tal es el ciclo del hombre.
 
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La luz de Asia, página 43
 
 
El velo que me cegaba se desgarró. Soy como todos estos hombres que imploran a sus dioses sin ser escuchados. ¡Y, sin embargo, debe existir una ayuda para ellos y para mí, para cuantos tienen necesidad de socorro! ¡Quizás los mismos dioses experimenten la necesidad de que se les ayude, y son tan débiles que no pueden salvar a los desgraciados que los invocan! ¡No querría yo dejar llorar a un ser que pudiera salvar! ¿Cómo puede ser que Brahma haya creado al mundo y lo abandone a la desgracia, porque si siendo todopoderoso lo deja en este estado, no es bueno, y si no es todopoderoso, no es Dios?
 
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La luz de Asia, página 45
 
 
Siddartha posó en su afligida mujer una mirada dulce como la postrera sonrisa del sol poniente, y dijo: “¡Consuélate, amada, si el consuelo reside en un amor inmutable!
 
Porque, aunque tus sueños sean las sombras de cosas que están por venir, y por más que los dioses se hayan conmovido en sus pedestales, y acaso el mundo esté en víspera de encontrar un socorro; aunque a ti y a mí nos suceda cualquier cosa, está segura que amé y amo a Yasodhara. Sabes que desde hace muchos meses pienso en la manera de salvar al mundo miserable que vi, y cuando llegue el momento sucederá lo que tenga que suceder. Pero si mi alma está afligida por almas desconocidas, y si padezco por males que no son los míos, piensa como mis alados pensamientos deben cernerse sobre todas estas existencias, entre las cuales se difunde la mía y que me son tan caras; la tuya es la más querida para mí, la más encantadora, la mejor y la más próxima a mi corazón. ¡Ah! Tú que eres la madre de mi hijo, tú cuyo cuerpo se unió al mío para engendrar esta dulce esperanza, mi espíritu recorre las tierras y los mares —tan lleno de compasión por los hombres como la paloma de rápido vuelo está llena de ternura por su nidada—, pero torna siempre al hogar, con alas felices y temblorosas de pasión las plumas, hacia ti, que eres la más exquisita de mi especie, la más perfecta, la más tierna, y que eres más mía que todas las cosas. Así es que, cuando llegue más tarde, acuérdate de este toro altivo que bramaba, de esta bandera adornada de joyas, que, en tu sueño, agitaba sus pliegues, y está segura de que siempre te he amado, de que te amo siempre, y de que lo que busco para todos lo busco sobre todo para ti. Pero consuélate más todavía pensando que reinará la paz sobre la tierra, gracias a nuestro sufrimiento, y recibe en este beso todo lo que puede expresar de gratitud un amor fiel y cuanto puede imaginar de bendiciones. Es muy poco, ¡ay! porque la fuerza del mismo amor es muy débil. Bésame en la boca, y bebe estas palabras que mi corazón vierte en el tuyo, para que sepas lo que otros ignoran; que te amo más que a todas las almas vivientes, para las cuales tengo, sin embargo, un amor tan profundo. ¡Ahora, quédate aquí, princesa!, porque quiero levantarme y velar”.
 
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La luz de Asia, página 50
 
 
… en el silencio de este cielo, leo mi destino en letras relucientes.
 
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La luz de Asia, página 52
 
 
Quizá algunos dioses sean buenos, y otros malos, pero todos son demasiados débiles para obrar; son a la vez compasivos e implacables, y todos están —como los hombres— atados a la rueda de la transformación y pasan por existencias sucesivas. Porque, como parece enseñarlo nuestras Escrituras con razón, una vez comenzada la vida —cualquiera que sea su lugar de origen y su causa— recorre su cielo de existencias, ascendiendo del átomo al insecto, al gusano, al reptil, al pez, al pájaro, y a la bestia cubierta de pelos, y por último hasta el hombre, al demonio, al Deva y al Dios, para descender a la tierra y al átomo; así estamos emparentados con cuanto existe. ¡Si el hombre, pues, pudiese salvarse de esta transmigración, el mundo entero participaría en la disipación de esta horrible ignorancia, cuyo mudo temor es la sombra, y la crueldad el salvaje pasatiempo! ¡Sí, si alguien puede salvar al mundo, y deben existir los medios! ¡Y debe haber un refugio!
 
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La luz de Asia, página 53
 
 
La realeza que deseo vale más que muchos reinos y que todas las cosas sujetas a mudanza y a la muerte.
 
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La luz de Asia, página 57
 
 
“Muy honorable Señor —dijo todavía el conductor del carro—, ¡piensa en la pena de monseñor tu padre! ¡Piensa en la aflicción de aquella para quien eres la felicidad!
 
¿Cómo los socorrerías si comienzas por abandonarles?”
 
Siddartha respondió: “Amigo, es un falso amor el que se cifra en un objeto amado para extraer de él egoístas placeres; pero yo, que amo a mi padre y a mi esposa más que a mis propias alegrías, más aún que a las suyas, parto para salvarlos a ellos y a todas las criaturas si el amor intenso puede triunfar; ve y tráeme a Kantaka”.
 
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La luz de Asia, página 57
 
 
Siddartha inclinó afectuosamente la cabeza altiva del caballo, acarició su cuello y dijo: “Cálmate, mi blanco Kantaka, cálmate y llévame en el viaje más largo que haya hecho nunca un caballero, porque esta noche parto para encontrar la verdad y no sé dónde terminará mi viaje; pero sólo terminará cuando la haya encontrado. Así es que sé fogoso y atrevido, mi buen corcel, y que nada te detenga, ni millares de espadas que obstruyan tu camino, ni muros ni fosos que impidan nuestra carrera. ¡Escucha! Si toco tu flanco, gritando: “¡Ve, Kantaka!”, sé más rápido que los torbellinos, sé cómo el fuego y el aire, caballo mío, para servir a tu Señor; así participarás con él de la grandeza de esta aventura que salvará al mundo, porque parto para ayudar, no sólo a los hombres, sino también a todos los seres mudos, que comparten nuestras penas y no tienen esperanza ni inteligencia para reclamar. Lleva, pues, ahora valerosamente a tu amo”.
 
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La luz de Asia, página 57
 
 
Porque no hay esperanza para el hombre sino en el hombre, y nadie la ha buscado como yo quiero hacerlo, yo que abandono el mundo para salvarlo”.
 
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La luz de Asia, página 59
 
 
Los Yoguis son los que practican el Yoga, o conjunto de reglas y preceptos por los cuales se llega a la ciencia perfecta, aniquilando la influencia de la materia sobre el alma, y destruyendo la conciencia de la personalidad. Los Brahmatcharis son ascetas de casta brahmánica. Los Bhikehus son los que hacen voto de abstenerse de los tres objetos habituales de la existencia: el placer, la riqueza y la voluptuosidad, para entregarse exclusivamente a la devoción, y suprimir con ello el deseo, el temor y el orgullo.
 
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La luz de Asia, página 62
 
 
Y el joven lo adoró, pensando que era un Dios; pero al recobrar el sentido nuestro Señor, se levantó y pidió al pastor que le diera de beber leche en su lota. “¡Ah Señor! No puedo dártela —respondió éste—, lo ves, soy un Sudra y mancha mi contacto”. Entonces aquel al que honra el mundo dijo: “La compasión y la necesidad unen a todos los seres en un lazo. No hay casta en la sangre, que con el mismo color corre en todas las venas, ni casta en las lágrimas, que tienen un acre gusto en todos los hombres; y el hombre no nace con la marca tilka en la frente y el cordón sagrado en torno al cuello. El que es justo en todos sus actos se regenera, y el comete malas acciones es vil. Dame de beber, hermano mío; cuando logre el fin de mis investigaciones te alcanzará algún bien”. Estas palabras regocijaron el corazón del campesino, y le dio lo que pedía.
 
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La luz de Asia, página 76
 
 
Así como un viajero, que descansa en la cumbre de una montaña, contempla la tortuosa senda que siguió, la profundidad de los precipicios, de las quiebras y los bosques tupidos que de lejos parecen un punto negro, a través de los pantanos brillantes de un verde engañador y de las frondas, por donde caminó agotado, si aliento; las cimas vertiginosas, donde su planta estuvo a punto de resbalar, y más abajo las soleadas praderas, las cascadas, las cavernas y los estanques, y a lo lejos hasta perderse la vista, las llanuras de donde partió para alcanzar la bóveda azulada; así también contempló Buda la larga ascensión de sus existencias sucesivas, desde las bajas llanuras, donde es pre-caria la vida, hasta las cúspides más y más elevadas, donde las diez grandes Virtudes esperan al viajero para encaminarlo al cielo. Buda vio también cómo cada existencia cosecha lo que sembró la precedente; cómo después de cada detención, la vida reanuda su marcha, conservando el provecho adquirido y respondiendo de la pérdida anterior, y cómo, en cada vida, el bien engendra más bien, y el mal un mal nuevo; porque la muerte no hace sino detener la cuenta de la deuda o del crédito, y, por una aritmética infalible, la suma de los méritos y los deméritos se imprime a sí misma, exacta y justa, sin el menor error de cálculo, sobre una nueva vida que comienza, donde son acumulados y llevados en cuenta los pensamientos y las acciones pasados, las luchas y los triunfos, las reminiscencias y las huellas de existencias desaparecidas. Y en la vigilia de la media noche, nuestro señor alcanzó el Abhidkna, visión gran-diosa que abarca esta esfera y las esferas superiores innombradas, los diferentes sistemas estelares, los innumerables soles y mundos que se mueven con regularidad maravillosa, por grupos unidos, aunque distintos, y no forman sino un todo, aunque separados; estos mundos, que son las islas de plata del mar de zafiro sin playas, insondables, que jamás disminuye, y cuyas agitadas olas ruedan en la mareas incesantes del cambio. Vio a estos reyes de la luz que retienen con invisibles lazos sus satélites y que giran ellos mismo con obediencia alrededor de las esferas más poderosas, las cuales a su vez están sujetas a astros más lejanos, de manera que cada estrella envía a otra luz incesante de la vida, que va de centros Avidya significa a la vez ignorancia, error e ilusión.
 
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La luz de Asia, página 87
 
 
 
 
He aquí lo que reveló su visión, y vio también el cielo y el epiciclo de todos estos mundos, y su cuenta de Kalpas y de Mahakalpas, medidas de tiempo que nadie puede asir (aunque pudiese contar las gotas de agua que tiene el Ganges desde su origen hasta el mar) y que indican el término durante el cual crecen estos mundos y desaparecen, durante el cual cada uno de estos habitantes de los cielos realiza su vida brillante, y luego de obscurece y muere.
 
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La luz de Asia, página 88
 
 
Se ha librado de todos los engaños de la tierra y todos los Skandhas94 de la carne, ha roto sus lazos (Upadanas), y no está obligado ya a volver sobre la Rueda, está despierto y satisfecho, como un hombre al que se arranca una pesadilla. En fin, más grande que los reyes, más feliz que los dioses, ve terminarse la dolorosa decrepitud de la existencia, y una nueva existencia, que no es ya la vida, comienza para él; es una calma inefable, un gozo indecible, es el NIRVANA bendito, este reposo sin pecado y sin turbación, este cambio que no cambia nunca.
 
Arnold Edwin
La luz de Asia, página 91
 
 
Los Skandhas, en número de cinco, son los grupos de elementos cuya cohesión forma el individuo: el primero comprende las cualidades materiales (la extensión, solidez, color), el segundo, las sensaciones; el tercero, las percepciones y los juicios; el cuarto, las disposiciones morales y mentales; el quinto, los pensamientos. Ninguno de estos elementos es una substancia permanente, no son sino apariencias pasajeras.
 
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La luz de Asia, página 92
 
 
Y tan benéfica fue la influencia de esta aurora augusta que apareció con la victoria, que después y a lo lejos se esparció una paz desconocida en las moradas de los hombres. El asesino ocultó su cuchillo, el ladrón abandonó su botín, el sharaff95 dio la cuenta exacta de las monedas, todos los corazones ruines se volvieron buenos, los que eran buenos se tornaron mejores, cuando el bálsamo de esta aurora divina se derramó sobre la tierra. Los reyes que guerreaban tuvieron una tregua, los enfermos se levantaron riendo de sus lechos de dolor, los que agonizaban sonrieron como si supieran que esta alba feliz hubiera brotado de los manantiales más lejanos que los horizontes del Este. Y el corazón de la triste Yasodhara abandonada, sentada cerca del lecho del príncipe Siddartha, se sintió inundado de una repentina felicidad, y le pareció que su amor no podía engañarla y que su aflicción inmensa terminaría con un gran júbilo. Y el mundo fue tan feliz, sin saber la causa, que por encima de los desiertos desolados se oyeron vagos cantos de alegría, modulados por los Pretas y los Buthis sin cuerpo96 que presentían la victoria de Buda; y los Devas en el aire exclamaron: “¡Todo concluyó, todo concluyó!” Y los sacerdotes se encontraban en las calles con el pueblo asombrado, contemplando estos dorados esplendores que abrasaban el cielo, y dijeron: “Sucedió algo grande”.
 
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La luz de Asia, página 91
 
 
Por fin, radioso, rejuvenecido y fuerte, se levantó bajo el árbol, y en voz alta dijo estas palabras destinadas para ser escuchadas por todos los tiempos y en todos los mundos:
 
“Habité muchas moradas de la vida, buscando siempre al que construyó estas prisiones de los sentidos llenos de aflicción, y mi combate incesante fue penoso.
 
“¡Pero desde ahora, a Ti, constructor de estos tabernáculos, a Ti te conozco! No construirás ya estos muros que contiene el sufrimiento, no levantarás ya la techumbre de tus artificios ni colocarás nuevas vigas sobre la arcilla: ¡Tu casa está destruida, y su principal sostén roto! ¡Es la ilusión quien la construyó!
 
“Desde ahora voy a caminar sin cesar para alcanzar la liberación”.
 
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La luz de Asia, página 93
 
 
Entonces Bhaluk contó, según el decir de la gente del valle, esta noche terrible de luchas, cuando se obscureció el aire con sombras diabólicas, tembló toda la tierra y las aguas se hincharon a la cólera de Mara, Dijo también que espléndida apareció el alba radiosa con las esperanzas que nacían para los hombres, y cómo fue encontrado el Señor regocijándose bajo su árbol. Pero, dijo él, durante muchos días el fardo de la liberación des-cansó sobre su corazón como un lingote de oro, porque era preciso hacerlo escapar a todos los tormentos de la duda para llevarlo sin daño a las riberas de la Verdad; porque, como pensó Buda, los hombres que aman sus pecados y se engríen con los engaños de los sentidos y beben en mil fuentes del error, no tienen entendimiento para ver ni energía para romper el lazo carnal que los ata, ¿cómo podrían conocer las doce Nidanas y la Ley liberatriz, cuya novedad les espanta, lo mismo que el pájaro enjaulado se aleja de la puerta abierta? No habremos gozado de las ventajas de la victoria, si en esta tierra sin refugio, Buda que encontró el camino, la hubiese juzgado demasiado ardua para los pies de los mortales y hubiese pasado sin ser seguido por nadie. Así, pues, nuestro Señor, en su compasión, reflexionó; pero en este momento resonó una voz tan desgarradora como el grito del alumbramiento, como si la tierra gimiese; “Seguramente estamos perdidas mis criaturas y yo”. Luego, después de un silencio, el viento del Oeste murmuró esta imploración: “¡Oh Ser poderoso, permite que sea divulgada tu gran Ley!” Entonces el Maestro demoró en las criaturas sus miradas; vio que eran las que debían escuchar la Ley y las que debían esperarla, lo mismo que el sol ardiente que dora los lagos cubiertos de lotos ve cuáles botones están próximos a abrirse a sus rayos y cuáles los que aún no salen de sus tallos; entonces dijo sonriendo divinamente: “Sí, voy a predicar; que los quieran escucharme aprendan la Ley”.
 
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La luz de Asia, página 97
 
 
Las doce Nidanas son las doce condiciones de la existencia, que se encadenan por la ley de causa y efecto: la comprobación fundamental es que el dolor es inherente al ser; la causa del dolor es el nacimiento, la cusa del nacimiento es la concepción, la cusa de la concepción es el deseo, éste proviene de la sensación, que tiene por causa el contacto; el contacto tiene por causa los sentidos; los sentidos tiene por causa la forma expresada por el nombre (nama-rupa), que tiene por causa el entendimiento, en entendimiento tiene por causa los conceptos, causados a su vez por la ignorancia (avidya), de donde se desprende: que es preciso suprimir esta última para alcanzar la felicidad.
 
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La luz de Asia, página 98
 
 
Entre los Rishis, Kaundinya el primero adquirió las cuatro Verdades y entró en el Sendero, y después de él Bkadraka, Asvadith, Basava, Mahanama; luego, en el parque de los gamos, el príncipe Yasad y cincuenta y cuatro gentiles-hombres, sentados a los pies del Buda, escucharon la palabra bendita del Maestro, le adoraron y le siguieron; porque la paz y la ciencia de la era nueva abierta a los hombres nacieron en los corazones de todos los que le escucharon, como brotan la verdura y las flores cuando salta el agua en una llanura sabulosa.
 
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La luz de Asia, página 98
 
 
Y en este jardín —dijeron— hubo una gran asamblea, donde el Maestro enseñó la sabiduría y el poder, ganando todas las almas que le escuchaban, de tal modo, que nove-cientas personas vistieron el traje amarillo, semejante al del Maestro, y propagaron su Ley, y he aquí el precepto por el cual termina: “El mal aumenta las deudas que tienen que pagarse, el bien liberta y paga; evita el mal, haz el bien; conserva tu imperio sobre ti mismo. Tal es la Ruta”.
 
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La luz de Asia, página 99
 
 
Tathagata: Literalmente, el que obra de la misma manera; es uno de los nombres de Siddartha, que indica que siguió la misma vía que los Budas anteriores.
 
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La luz de Asia, página 99
 
 
Bodhisats o Bodhisatwas: los que alcanzaron la sabiduría suprema (Bodhi) y que, sin embargo, consienten, para bien de la Humanidad, en seguir siendo criaturas (satwas); están destinados s volverse Budas en una futura existencia.
 
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La luz de Asia, página 104
 
 
“¡Om, Amitaya! No trates de medir con palabras lo Inconmensurable, ni de hundir la sonda del pensamiento en lo Impenetrable. El que interroga se engaña, el que responde se engaña. ¡No dice nada! “Los libros enseñan que las tinieblas existían antes que todas las cosas, y Brahma meditaba sólo en la noche; no contemplaba Brahma ni el origen, ni él ni ninguna luz pueden ser vistos con ojos mortales, ni conocidos con ayuda del espíritu humano, uno después de otro se levantarán los velos tras los primeros. Los astros siguen su curso y no preguntan. Basta que la vida y la muerte, la alegría y el dolor permanezcan, así como la causa y el efecto, y el curso del tiempo, y la marejada incesante de la existencia, que, siempre cambiante, corre sin interrupción como un río cuyas olas se suceden, lentas o rápidas, las mismas, aunque diferentes, desde su lejano manantial hasta el mar donde se vierten. El mar, evaporándose al Sol, restituye las pequeñas ondas perdidas, bajo la forma de nubes ligeras que chorrearán de lo alto de la montaña, y correrán de nuevo, sin tregua y sin reposo. Esto basta para comprender las apariencias, los Cielos, las Tierras, os Mundos y los cambios que los modifican, rueda poderosa que gira, movida con ahínco por la lucha y la fuerza sin que nadie pueda detenerla ni ir en sentido inverso de su movimiento. ¡No supliquéis! ¡No se iluminarán las tinieblas! ¡No pidáis nada al silencio, porque no puede hablar! ¡No atormentéis por piadosos sufrimientos vuestros espíritus afligidos! ‘Ah! Hermanos, hermanas, no esperéis nada de los dioses implacables, ofreciéndoles himnos y dones, no pretendáis conquistarlos con sacrificios sangrientos; no los alimentéis con frutos y pasteles; hay que buscar nuestra liberación en nosotros mismos; cada hombre se crea su cárcel, cada uno tiene tanto poder como los más poderosos; porque para todas las Potencias que están encima, alrededor y debajo de nosotros, como para las criaturas de carne y todo lo que vive , el cato es el que hace la alegría o el sufrimiento. Lo que fue trae lo que es, y lo que será, peor o mejor, el último para el primero, el primero para el último; los Ángeles de los cielos bienaventurados recogen los frutos de su pasado santo; los demonios en los mundos inferiores llevan la pena de las acciones malas que en otro tiempo cometieran; nada dura; las bellas virtudes caen en ruinas con el tiempo; así como los pecados inmundos se purifican. El que penó como esclavo para volverse más tarde un príncipe, gracias a sus virtudes benéficas y a los méritos que adquirió; el que fue Rey puede vagar sobre la tierra harapiento, a causa de las cosas que hizo y de las que omitió hacer. Podéis elevar vuestro destino por encima del de Indra, y hundirlo más bajo que el del gusano de la tierra o el átomo, miríadas de existencias terminan en el primer resultado; miríadas de otras en el segundo. Sólo que, mientras gira la rueda invisible, no hay ni paz, ni tregua, ni parada; el que asciende puede caer, el que cae puede ascender; los rayos giran incesantemente. “Si estuvieseis sujetos a la rueda del cambio sin que hubiese medio de romper vuestras cadenas, el corazón del Ser libre sería maldito, el Alma de las cosas sería un cruel dolor. ¡Pero no estáis atados! El Alma de las cosas es suave; el corazón del Ser tiene una paz celeste; la voluntad es más fuerte que el dolor; lo que era bueno se torna mejor, y después excelente. Yo, Buda, que lloré todas las lágrimas de mis hermanos, yo, cuyo corazón fue roto por el dolor del mundo entero, río y soy feliz, ¡porque he aquí la Libertad! ¡Oh! ¡Vosotros, los que sufrís, sabed que sufrís por vosotros mismos! Ningún otro os excita u os retiene para haceros vivir o morir, y haceros gritar sobre la rueda y abrazar sus rayos de agonía, sus llantos de lágrimas, su cubo de nada. ¡Escuchad, os voy a mostrar la Verdad! Más bajo que le Infierno, más alto que el Cielo, más distante que las estrellas más lejanas, más allá de la morada de Brahma, hay un Poder estable y divino, que existe antes del comienzo y que no tendrá fin, eterno como el espacio y seguro como la certidumbre, que se mueve hacia el bien y no sufre sino sus propias leyes. Es el que hace florecer los rosales, su arte es el que fabrica las hojas de los lotos; bajo el suelo obscuro y en las simientes silenciosas, es él quien teje el ropaje de la Primavera; he aquí su colorido en las nubes gloriosas y sus esmeraldas en la cola del pavo real; los astros son sus moradas, la luz, el viento y la lluvia sus esclavos, él hace salir de las tinieblas el corazón del hombre, y del huevo obscuro el faisán de cuello alaciado; siempre en obra, hace amable lo que no era sino cólera y destrucción. Los huevos grises en el nido del colibrí dorado con sus tesoros, las células hexagonales de la abeja son sus vasijas de miel, la hormiga tiene sus preceptos, y los conoce bien la paloma blanca. Despliega las alas del águila que levanta su presa a su arbitrio; hace regresar a la loba cerca de sus lobeznos; encuentra alimento y amigos para los seres que nadie ama. Nada le repugna ni le detiene; ama todo; hace brotar la dulce leche en el seno de las madres; hace fluir también las gotas blancas que destilan los colmillos de las serpientes. Regula la armonía de los globos en marcha por la bóveda infinita del cielo; oculta en los abismos de la tierra el oro, las sardonias, los zafiros y las lazulitas. Elaborando sin cesar sus 71 misterios, se oculta en los verdes claros de las selvas y alimenta plantas extrañas al pie de los cedros, inventando hojas, flores y briznas de hierba; mata y salva, sin otro fin que realizar el Destino; la Muerte y el Dolor son las lanzaderas de su oficio, y el Amor y la Vida los hilos. Hace y deshace, corrigiendo todo; lo que ejecutó es mejor que lo que existía antes; la obra maestra que proyectó se perfecciona lentamente bajo sus manos hábiles. Tal es su obra sobre las cosas que veis, pero las cosas invisibles tienen más importancia; los corazones y los espíritus de los hombres, los pensamientos de los pueblos, sus caminos y sus voluntades están sometidos también a la gran Ley. Invisible, os socorre con sus manos benéficas, no se le oye, y, sin embargo, habla más fuerte que la tempestad, La piedad y el amor son la herencia del hombre, porque una larga violencia modeló la masa ciega. Nadie puede menospreciarlo, quien le desobedece pierde, quien le sirve gana, retribuye el bien cubierto por la paz y la felicidad, el mal oculto por los sufrimientos. Ve en todo lugar y percibe todo; sed justo, él os recompensará, sed injusto, él os recibirá el salario merecido, aun cuando el Dharma tardará en hacerse sentir. No conoce ni la cólera ni el perdón; sus medidas son de una precisión absoluta, su balanza es infalible, el tiempo no existe para él, juzgará mañana o largo tiempo después. Gracias a él, el asesino se hiere con su propia arma, el juez injusto pierde su defensor, la lengua falaz condena su mentira, el ladrón rapaz y el expoliador dan el producto de sus rapiñas. Tal es la Ley que se mueve hacia la Justicia, que nadie puede evitar o detener, su corazón es el Amor, su fin es la Paz y la Perfección exquisita. ¡Obedeced! “Los libros dicen verdad, hermanos míos; la vida de cada hombre es el resultado de sus existencias anteriores; los errores pasados traen los disgustos y los sufrimientos, el bien pasado aporta la felicidad. Recogéis lo que sembrasteis. ¡Ved este campo! El sésamo fue sésamo y trigo el trigo. El silencio y la sombra lo saben, ¡así nace el destino del hombre! Viene a cosechar tanto sésamo o trigo como el que sembró en una existencia anterior, y tantas hierbas malas y venenosas que enferman a él y a la tierra dolorosa. Si trabaja bien, arrancándolas y plantando en su lugar semillas benéficas, el suelo será fecundo, hermoso y puro, y será rica la cosecha. Si el que vive, aprendiendo de dónde viene el dolor, lo sufre pacientemente, esforzándose en pagar las viejas deudas adquiridas por sus antiguas faltas, practicando siempre el Amor y la Verdad, sin causarle mal a nadie, purga completamente de mentira y de egoísmo su sangre, sufriendo todo con mansedumbre y no devolviendo sino perdones y bien para las ofensas; si a cada día se vuelve más compasivo, santo, justo, amable y sincero, y arranca el deseo de todos los lugares donde se aferra con raíces sangrientas, hasta que el amor de la vida termine; si obra así, a su muerte comienza una nueva existencia que es como la suma de su yo, una cuenta detenida de su existencia, cuyos males son muertos y pagados, y cuyo bien, reciente o lejano, está vivo y poderoso, de tal manera, que también recoge los frutos. Un hombre así no tiene necesidad de lo que llamamos vida; lo que ha comenzado en él es la eternidad; realizó su destino humano. No padecerá ya tormentos, no lo mancharán ya los pecados, el sufrimiento de las alegrías y los dolores terrenos no turbarán ya su paz eterna, y las muertes y las existencias no recomenzarán para él. Entra en el Nirvana. No forma más que uno con la Vida, y, sin embargo, no vive; es bienaventurado, porque cesó de ser. ¡Om, mani padmé, om!¡La gota de rocío se pierde en el seno del mar deslumbrante!
 
Arnold Edwin
La luz de Asia, página 109
 
 
“Tal es la doctrina del Karma. ¡Aprended! Sólo cuando desaparecieron todas las escorias del pecado, sólo cuando la vida muere como una llama agotada, la muerte muere completamente en ella. No digáis: “Soy”, “fui” o “seré”. No penséis que pasáis de una habitación de carne a otras como viajeros que recuerda u olvidan que estuvieron bien o mal alojados. La suma de las existencias anteriores, que constituye la última, torna nuevamente en el universo; construye su morada como el gusano de seda el capullo que lo encierra, toma su substancia y sus funciones, como el huevo de la serpiente, durante la incubación, toma sus escamas y sus colmillos, como las semillas de los empenachados arbustos vuelan encima de las rocas, de las tierras gredosas y los arenales, hasta que encuentran el pantano propicio y se multiplican. Lo mismo acontece para el ser feliz o desgraciado, Cuando la muerte hiere al asesino cruel, sus fragmentos impuros y ensangrentados vagan llevados por vientos brumosos y pestilentes. Pero cuando el hombre bueno y justo muere, soplan suaves brisas; el mundo se torna más hermoso, como un río del desierto que desaparece repentinamente para reaparecer en seguida brillando con fulgor más puro. Así el mérito adquirido hace alcanzar una era más venturosa, que está más alejada para el demérito; sin embargo, es preciso que esta Ley de Amor reine soberanamente sobre el mundo entero antes de las Kalpas se terminen. ¿Cuál es el obstáculo? ¡Hermanos míos! Es la obscuridad, que esparce la ignorancia, la que os extravía y os hace tomar las apariencias como realidades y os inspira el deseo ardiente de poseerlas, y cuando las tenéis, os atan a las concupiscencias, que causan vuestros dolores. Vosotros que queréis seguir el camino del centro, trazado por la clara Razón y aplanado por la dulce Quietud, vosotros que queréis conocer el camino elevado del Nirvana, escuchad las cuatro nobles Verdades: “La primera Verdad es la del Dolor. ¡No os dejéis engañar! La vida que amáis es una larga agonía; sólo quedan sus penas, sus placeres son como pájaros que brillan y vuelan. Sufrimiento del nacimiento, sufrimiento de los días desesperados, sufrimiento de la ardiente juventud y de la edad madura, sufrimiento de los fríos y grises años de la vejez y sufrimiento final de la muerte; he aquí lo que llena vuestra lastimosa existencia. El amor es una cosa dulce, pero las llamas fúnebres deben besar los senos sobre los cuales descansáis y los labios a los que unís los vuestros. Valerosa es la virtud guerrera, pero los buitres desgarran los miembros del jefe y del Rey. La tierra es magnífica, pero todos los huéspedes de sus selvas conspiran para su muerte recíproca, en su sed de vivir; los cielos son de zafiro, pero los hombres hambrientos, por más que gritan, no hacen caer una gota de agua. Preguntad a los enfermos, a los afligidos, preguntad al que claudica apoyado en su bastón, solo y extraviado: “¿Amas la vida?” Y os dirán que el niño tiene razón al llorar desde que nace. “La segunda Verdad es la Causa del Dolor. ¿Qué sufrimiento viene de sí mismo y no del Deseo? Los sentidos y los objetos percibidos se encuentran y se enciende la viva chispa de las pasiones; así se inflama Trishna, concupiscencia y sed de las cosas. Os aficionáis desatinadamente a sombras, os ilusionáis con sueños, plantáis en medio un falso yo, y establecéis a su alrededor un mundo imaginario. Estáis ciegos para las claridades supremas, sordos para las voces de las brisas más suaves que vienen de más alto que el cielo de Indra, mudos para los reclamos de la verdadera vida que conserva el que desechó la vida engañosa. Así vienen las luchas y las concupiscencias que hacen reinar la guerra en el mundo, así sufren los pobres corazones engañados y corren las lágrimas amargas, así cruzan las pasiones, las envidias, las cóleras y los odios; así los años crueles, con los pies rojos de sangre, siguen a los años manchados de carnicerías. Por esto, ahí donde debería brotar el grano se extiende la hierba viran con su mala raíz y sus flores venenosas; con trabajo, las buenas simientes encuentran suelo propicio donde puedan caer y brotar. Y el alma se va, saturada de emponzoñados brebajes, y Karma renace con un deseo ardiente de beber de nuevo; excitado por los sentidos, el Yo fogoso comienza otra vez y cosecha nuevos desencantos. “La tercera Verdad es la Cesación del Dolor. La paz es la que debe vencer al amor del Yo y el apego a la vida, arrancar de los pechos la pasión de raíces profundas y calmar la lucha interior; así está satisfecho el amor de estrechar a la eterna hermosura; se tiene la gloria de ser dueño de sí mismo y el placer de vivir por encima de los dioses; se poseen riquezas infinitas, porque se amasa el tesoro de los servicios prestados, de los deberes cumplidos con caridad, de las palabras benévolas y de la vida pura, no se perderán estas riquezas en el curso de la existencia, y ninguna muerte las despreciará. Entonces desaparece el Dolor, porque cesaron la Vida y la Muerte; ¿cómo puede alumbrar la lámpara cuyo aceite se con-sumió? La vieja cuenta cargada de deudas está liquidada, la nueva está en blanco; así alcanza la felicidad el hombre. “La cuarta Verdad es la Vía. Está abierta, amplia y unida, accesible a todos los pies, desembarazada y vecina al Noble Sendero Óctuple, que va recto a la paz y el refugio. ¡Escuchad! Numerosas huellas conducen a estos picos gemelos cubiertos de nieve, en torno de los cuales se enredan las nubes doradas; trepando por las pendientes suaves o escarpadas se llega a las cimas donde aparece otro mundo. Los que tienen miembros vigorosos pueden afrontar el camino recto y peligroso que va directamente por el flanco de la montaña; los débiles están obligados a dar rodeos por caminos más largos, descansando en muchos lugares. Tal es el Sendero Óctuple que conduce a la paz; camina por alturas más o menos abruptas. El alma animosa se apresura, el alma débil se atrasa, todas alcanzarán las nieves bañadas de sol. “La primera práctica buena es la Doctrina recta; caminad con el temor de la Dharma, evitando toda ofensa; pensad en el Karma que hace el destino del hombre, y gobernad vuestros sentidos. “La segunda es la Intención recta. Tened buenos sentimientos para todo lo que vive; sofocad en vosotros la malevolencia, la avidez y la cólera, de tal manera que vuestras existencias se asemejen a las suaves brisas que pasan. “La tercera es el Lenguaje recto. Vigilad vuestros labios como si fueran las puertas de un palacio habitado por un Rey; que todas vuestras palabras sean tranquilas, francas y corteses, como si estuviera presente su Majestad. “La cuarta es la Conducta recta. Que cada una de vuestras acciones ataque una falta o ayude a crecer un mérito; como se ve el hilo de plata a través de las cuentas de cristal de un collar, dejad que el amor aparezca a través de vuestras buenas acciones. “Hay cuatro rutas más elevadas. Pero sólo pueden seguirlas los pies que no hollarán más las cosas terrestres; son la Pureza recta, el Pensamiento recto, la Soledad recta y el Éxtasis recto. ¡No pretendas volar hacia el sol almas cuyas alas no tienen plumas todavía! ¡El aire de las regiones inferiores es suave, y los instrumentos domésticos a los que estás acostumbrada no son peligrosos! Solamente los seres vigorosos pueden abandonar el nido que cada uno se construye. El amor de la mujer y del niño son preciosos, lo sé; la amistad y los entretenimientos de la vida son agradables; las caridades amables de una vida virtuosa son útiles; sus temores, aunque falsos, están anclados sólidamente. Vivid así los que estáis obligados; haced de vuestra debilidad una escala de oro; elevaos, por la práctica diaria de estas apariencias, hasta las verdades más dignas de ser amadas. Así llegaréis a más serenas cumbres, ascenderéis más fácilmente, encontraréis menos abrumador el peso de vuestras culpas y adquiriréis una voluntad más firme para quebrantar los lazos de los 74 sentidos, entrando en el Sendero. El que comienza de este modo alcanza el Primer Grado, conoce las Nobles Verdades y la Ruta Óctuple, tarde o temprano alcanzará la morada bendita del Nirvana. “El que llega al Segundo Grado, emancipado de las dudas, las ilusiones y la lucha interior, dueño de todas las concupiscencias y libertado de los sacerdotes y de los libros, no tendrá que vivir sino una existencia. “Más allá se encuentra el Tercer Grado; allí, el espíritu majestuoso se ha vuelto puro, se ha elevado hasta el amor de todos los seres y a la paz perfecta. Está terminada la vida y destruida la cárcel de ella. Pero algunos sobrepasan seguramente a todo lo que es vivo y visible, para alcanzar el fin supremo por el Cuarto Grado, el de los Santos —los Budas— de almas inmaculadas. ¡Ved! Como enemigos crueles, degollados por un guerrero, los diez Pecados yacen en el polvo a lo largo de estos Grados: desde luego, el Egoísmo, la falsa Fe, la Duda, el Odio y la Concupiscencia. El que venció a estos cinco pecados franqueó tres de los cuatro Grados; pero quedan todavía el Amor de la vida sobre la tierra, el Deseo del cielo, el Amor propio, el Error y el Orgullo. Como el que permanece en estas cimas nevadas sólo tiene por encima de él el azul infinito, así el hombre, cuando mató estos últimos pecados, llegó a la zona del Nirvana. Los dioses colocados debajo de él, lo envidian; la ruina de los Tres mundos no lo alteraría; para él toda vida está vivida, todas las muertes están muertas; no le construirá el Karma nuevas moradas. No buscando nada, posee todo; su Yo desaparece y se funde en el universo; si algunos enseñan que el Nirvana es la cesación del ser, decidles que mienten. Si algunos enseñan que el Nirvana es vivir, decidles que se engañan, porque no saben nada a este respecto, ignoran qué luz brilla encima de sus lámparas rotas, y que la felicidad está fuera de la vida y del tiempo. ¡Entrad en el Sendero! ¡No hay peor dolor que el Odio, ni sufrimiento como el de la Pasión, ni engaño como el de la Sensación! ¡Entrad en el Sendero! Ya está muy avanzado el que aplasta con los pies su pecado preferido. ¡Entrad en el Sendero! ¡Allí manan las fuentes benéficas que aplacan cualquiera sed, allí florecen las inmortales flores que tapizan alegremente todos los caminos! ¡Allí se apresuran las horas más ligeras y más dulces! “El tesoro de la Ley es más precioso que las joyas, su dulzura es superior a la de la miel; sus delicias sobrepasan a cualquiera comparación. Para vivir así, escuchad bien las Cinco Reglas: “No matéis, sed compasivos, y no detengáis en su camino ascendente al ser más ínfimo. “Dad y recibid libremente, pro no le toméis a nadie sus bienes por avidez, por medio de la violencia o el fraude. “No levantéis falsos testimonios, no calumniéis, no mintáis; la verdad es la expresión de la pureza interior. “Evitad las drogas y las bebidas que turban el espíritu, iluminad vuestros espíritus, purificad vuestro cuerpo; no hagáis uso del jugo del Soma. “No toquéis a la mujer de vuestro vecino y no cometáis pecados carnales ilegítimos y contra la Naturaleza”.
 
Arnold Edwin
La luz de Asia, página 113
 
 
¡Oh, Señor Bendito! ¡Oh poderoso liberador! Excusa la debilidad de este escrito que te hace conocer mal, porque con débil inteligencia mide tu amor sublime. ¡Oh! Tú que nos amas, Hermano, Guía, Lámpara de la Ley, me refugio en tu nombre y en Ti. Me refugio en tu Ley del Bien. Me refugio en tu Regla. ¡Om, el rocío brilla sobre el loto! ¡Levántate, gran Sol! ¡Levanta mi hoja y mézclame a la onda! ¡Om, mani padmé, om! ¡Se eleva la aurora, la gota de rocío se pierde en el seno del mar deslumbrador!
 
Arnold Edwin
La luz de Asia, página 121
 
 
 
 
 

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