Espido Freire

"Cuando aprendes a bajar las expectativas y la autoexigencia puedes divertirte un poco, por ejemplo, haciendo cosas que antes no te permitías."

Espido Freire


"Cuando el príncipe azul apareció, era ya demasiado tarde. Le había esperado desde hacía muchos años, desde los lazos rosas de mis faldones y el vuelo de mis vestidos bordados, desde los juegos de saltar a la comba en los que los brincos determinaban el número de novios que tendríamos. Formulé deseos a la luna y tramé hechizos en la noche de San Juan, pero el amor no llegaba. Tardé mucho en descubrir que el amor nos estaba vedado a las niñas, que habíamos de crecer para experimentarlo. Y mientras tanto, perdí la ingenuidad, y me harté de esperar caballeros de plateadas armaduras. Cuando llegó la adolescencia era demasiado tarde."

Espido Freire
Primer amor


"Desalentada, veía cómo nos cercaba el otoño. Mi tiempo de destierro acababa; regresaría a casa y todo habría sido un sueño hermoso y amargo. Un verano que podría recordarse en un instante, en una hora, en unos pocos días robados a la vida que vendría después y nada más."

Espido Freire
 Irlanda


"Escribimos y leemos para evadirnos, para viajar más allá de nuestras posibilidades."

Espido Freire



"Flaco favor les hacemos a los niños si les negamos que el mundo sí que es complicado."

Espido Freire



"Haber pasado los 40 me ha enseñado que esto es tan serio que nada va en serio y que puedes equivocarte."

Espido Freire



"Había sido una doctora del equipo que nos recibió la que había dado la voz de alarma. Advertida por una intuición que en ella sí había sido certera, se había desviado de la guardia para echarle una ojeada al viejo y lo había encontrado agonizando. Algo había ido mal, quizás una de las astillas de hueso se había abierto camino entre la sangre o un punto interno se había soltado, como una media arañada, o no habían soportado la presión los vasos sanguíneos, pero, en algún momento de la noche, Lázaro había comenzado a desangrarse en una hemorragia interna que había empapado, con discreta eficacia, el colchón y la sábana bajo su cuerpo.
La doctora gritó, giró con habilidad la cama y le colocó los pies en alto. Fue esa reacción rápida la que lo salvó: mientras lo alimentaban con la sangre que le habían extraído la semana anterior, que no había resultado necesaria durante la operación y por la que tanto había protestado («se ve que me he hecho tan viejo que ya no me sirve la sangre de otros; hasta la mía me la cogen de prestado», se quejaba mientras llenaban las bolsas), pero que su cuerpo absorbió como si fuera una planta seca, Lázaro abrió los ojos, sin haberse enterado de lo cerca que había estado de no despertarse jamás de ese sueño plúmbeo y dulce en el que se sumió de nuevo casi por dos días.
Durante esos dos días velamos a su lado Eduardo y yo, como si esperáramos que nuestro decrépito durmiente no despertara y hubiera que besarlo de vez en cuando antes de que algún hechizo, algún pinchazo en una rueca invisible, se lo llevara definitivamente. Comimos juntos unos emparedados grasientos si los compraba él y un poco menos infectos si era yo la que me encargaba de ello. Aprendí los gestos de la costumbre y la familiaridad, en qué lado prefería sentarse y cómo apoyaba la barbilla en las dos manos, cuándo no resultaba razonable molestarle y si prefería hablar al silencio.
Fue una mala estrategia, porque me acostumbré a buscarlo si faltaba. Esos días Eduardo y yo volvimos a ese paréntesis de tiempo que se otorga a los muy jóvenes o a los muy viejos durante el verano, los viajes en barco, las estancias en balnearios o internados, ese espacio elástico en el que el resto del mundo se difumina y solo existe lo visible, una cama con un enfermo, unas hileras de flores y caramelos, dos sillas al pie, una familia confusa tras una cortina de hule y el pánico creciente a que salga el sol y se acabe el último día y haya que separarse.
Me había propuesto ser más independiente, pero la inercia de mi vida anterior aún tiraba fuerte y buscaba a alguien con quien compartir gestos pequeños. Nada grandilocuente; alguna rutina, alguna conversación, nada más.
Las explicaciones de los partes médicos. O la manera de recoger los envoltorios de los emparedados, las migas sueltas. O cambiar las flores, la manera en la que renovábamos las flores de su mesilla y de la diminuta estantería junto a la ventana, un día rosas blancas y otro unos claveles, todas flores de vida y de brillo, porque yo me había vuelto supersticiosa respecto a ellas y a sus colores y sus significados y le hice devolver unos crisantemos amarillos con los que apareció, porque me dieron mala espina; Eduardo los escondió con paciencia y sin humor agrio y me trajo en su lugar una macetita con pensamientos azules que sobrevivieron a la estancia del tío."

María Laura Espido Freire​​​ conocida como Espido Freire
De la melancolía


"Hay momentos de alegría, de placer o de plenitud, pero vivir en un estado de felicidad permanente es una entelequia."

Espido Freire



"La amapola salvaje y humilde, leve e inolvidable, nos recuerda el buen tiempo, la necesidad de atrapar el momento y disfrutarlo para siempre… por un instante."

Espido Freire



"La crítica duele, a nadie le gusta. Pero es brutalmente productiva si la sabemos enfocar de la manera adecuada."

Espido Freire



"La crítica nos enfrenta a un espejo al que no siempre queremos mirar."

Espido Freire



"La felicidad es la zanahoria delante del burro. Vamos corriendo, persiguiéndola, a veces le damos un bocado, y ahí está."

Espido Freire



"La felicidad, tal como la concebimos, completa, sí es absolutamente inalcanzable."

Espido Freire



"Las mujeres, en particular, os enfrentaréis a desafíos que aún no se han resuelto."

Espido Freire
Como Madrina de la Graduación de IMF Business School



"Las Sumas Sacerdotisas, con sus aladas túnicas blancas, daban vueltas alrededor de los neófitos y cantaban tonadas entretejidas con alaridos agudos. Esa noche, ya como miembro de la Orden de pleno derecho, pudo elegir a un compañero para romper, por unas horas al menos, su voto de castidad.
Como para todos resultaba previsible, escogió a su Guía.
Las dos Elsas, según el sentimiento general, se habían llevado lo mejor de la familia: el cabello color arena y los ojos azules, grisáceos en el caso de Elsa grande. Sus padres tenían también los ojos azules, pero el cabello oscuro. La niña Elsa, recordaba César, cuando la veía de nuevo en la imaginación correr por las calles, era rubia, pero no ojigarza. Antonio, el único varón entre los nietos, debía todo a otra rama familiar: moreno, fornido, con unos dientes de animal salvaje y dos cabezas más alto que su hermana.
Quizá porque ellas eran menudas, con manitas de ramas y piernas finas y endebles, sentían debilidad por los hombres de elevada estatura. Los novios de Elsa pequeña apenas cabían por la puerta. Cuando pensaba que podían volverse contra ella, y estrellarla contra la pared de una bofetada, la conciencia de su pequeñez, de su fragilidad de cascara de huevo, le resultaba deliciosa. Elsa grande tenía menos donde elegir, pero tampoco le llegaba al hombro a Rodrigo.
Las madres movían la cabeza con aprobación. Al decir de todos, hacían muy buena pareja.
Entre ellas guardaban poco parecido; el aire de familia se había diluido. La mandíbula de Elsa pequeña era cuadrada, y denotaba obstinación. Llevaba el cabello largo, muy rubio en las puntas, y caminaba encogida, moviendo las piernas ahogadas en las faldas largas como un ave taciturna en busca de calor. Tenía los dientes un poco oscuros, con el matiz opaco que da el café y el tabaco."

Espido Freire



"Los malos son para mí los mismos que para los demás. Cualquier persona que se salta las normas en su beneficio. Y ahí tenemos desde el entorno familiar, hasta el vecinal. Por supuesto, la política y la alta economía."

Espido Freire



"Los varones tenéis una tarea complicada. La de definir un nuevo modelo de liderazgo."» 

Espido Freire
Como Madrina de la Graduación de IMF Business School



"Moví la cabeza muy despacio.
—No lo hagas —le pedí.
Sin embargo, dos días más tarde, mientras el resto de sus amigas corrían en el patio, la niña de las margaritas y sus compañeras se sentaron en el suelo del cuarto de baño, con un tablero tan tosco como el que yo había empleado para hablar con Balder y un vaso que se movería sobre las letras. Nerviosas, revolucionadas como palomas jóvenes, dudaron.
—Esto no está bien —dije, y las otras no levantaron la vista, pero la niña que hablaba conmigo quitó su dedo del vaso.
—Salúdala —dijo una.
—¿Al fantasma?
—A quien sea. Dale la bienvenida.
Las niñas gritaron cuando el vaso se movió sin que nadie posara sus dedos sobre él. Era lo que ansiaban, y por eso se asustaron.
Descubrieron el pavor que inspira un deseo cumplido. No pude evitar su miedo. Corrieron, aterradas, y se lo contaron a sus padres, que a su vez acudieron a la directora.
Una capa de histeria se posó suavemente, como la ceniza de un volcán, sobre todas ellas. Las niñas cambiaron, se volvieron ariscas, desconfiadas, y, a instancias de sus padres, dejaron de hablar con los fantasmas. Se dedicaban únicamente a sus tareas, clases, deberes, baloncesto, inglés, el ocio resultaba sospechoso, como si en ello se ocultara una rebelión contra el mundo de los mayores, o contra la invisible esfera de los no vivos. La niñita de las horquillas graciosas comenzó a evitarme, y a fingir que no me veía. Y por primera vez desde que llegué a aquel colegio, desde que decidí abandonar a Christopher, me quedé sola.
Mi ópera preferida, “L´incoronazione di Poppea”, era una de las que se escondía en las cintas que encontré antes de la mudanza, y a la que, en su momento, dediqué más tiempo de ensayo. Mi compañero, el tenor que actuaba como Nerón, apretaba contra su cuerpo mi cintura, y ya no éramos dos desconocidos, sino los rastros misteriosos de dos personas muertas durante siglos.
Y sin embargo, las vidas que tomábamos prestadas no desfiguraban nuestras frentes. Era Popea la que dulcificaba su memoria en mis rasgos infantiles, la que estallaba en risas cuando me estrechaban demasiado apretadamente. E incluso a veces los tiempos se entremezclaban como agua y tinta cuando Nerón cantaba y era yo quien recibía sus frases de amor, o cuando aquel tenorcillo escuchaba absorto los trinos falsos y de rendida adoración de la infame Popea que aparecía en mi voz.
Todos esos ensayos nos hacían huir del resto del mundo, porque era divertido reír, y porque ninguno de los dos, Nerón, yo, advertíamos el punto de locura que nos animaba. Y así nos alejábamos de la férula feroz y crítica de la profesora de canto, que con sus indicaciones de lectura nos escamoteaba el placer que pudiéramos sentir. Porque cantar, nos advertía, no resultaba cosa fácil; exigía disciplina, sacrificio, una voluntad de hierro, y una salud impecable. Cuando se disfrutaba con ello, había que comenzar a desconfiar. Como de las hemorragias ocultas: algo iba mal en el interior.
Cuando ya llevaba una semana colgando mi ropa en el armario de Chris, Clara me llamó. Yo la había mantenido al tanto, y ella había demostrado alegría sincera ante las noticias, pero no nos habíamos vuelto a ver desde la fiesta de Pablo.
—¿Por qué no te acercas a la Galería, y comemos juntas? —me pidió.
—Tengo bastante trabajo —mentí yo, incapaz de resistirme a la tentación de ostentar lo que había conseguido—. ¿Qué te parece si vienes tú aquí, a casa, después del trabajo? Puedes quedarte a dormir, si se te hace tarde."

Espido Freire
Diabulus in musica


"Puedo vivir sin planear las cosas y si veo que no me va bien puedo volver a cambiar, no tengo por qué ser todo el rato la misma, ni hacer todo el tiempo lo mismo."

Espido Freire


"Siempre he sido enamoradiza, y cada experiencia me parece fascinante, aunque mis amores no sean ya adolescentes. Siento mucha curiosidad por envejecer y descubrir cómo cambian las percepciones y las emociones."

Espido Freire


"Todos los consejos literitios son dichos para que se desobedezcan."

Espido Freire


"Y así había sido toda la vida. Tampoco nadie había prestado mucha atención a Antonia en la pastelería. Ni a Elsa grande cuando juraba y perjuraba que deseaba dedicarse a la pintura. En realidad, nadie escuchaba a nadie."

Espido Freire



"Yo animo a buscar el amor en mi entorno, no a correr desesperadamente tras él o tras las personas que nos atraen."

Espido Freire



"Yo no soy de los que dicen: 'si naciera otra vez volvería a hacerlo igual'. No, yo no. Me he equivocado mucho. He juzgado mal a muchas personas."

Espido Freire











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