Esther García Llovet

"Cinco chavales debajo de una farola. Cinco sordomudos hablando por señas, estaban debajo de la farola porque solo podían verse ahí, no en la oscuridad, donde no habrían podido charlar ni entenderse y no había absolutamente nada ni nadie. Mucho silencio. Las dos de la madrugada. Más fácil todo que comer con las manos.
Lo reconocí desde la otra punta de la calle. Llevaba los mismos bermudas de tapicería antigua, el reflectante amarillo en la zapatilla derecha, lo había reconocido además por esa forma de caminar de chulo de feria, de guapo gastado, de Sánchez. También sabía que solo podría encontrarlo ahí, en las máquinas expendedoras, que eran el único sitio donde conseguir algo de comer o beber a esa hora de la noche en esa zona de oficinas. Yo lo miraba desde el coche, que había aparcado en la otra acera y donde llevaba un buen rato sentada, con las luces apagadas y los pies sobre el salpicadero, esperando.
Primero metió una moneda que se tragó la máquina. Metió otra moneda, luego otra más, pero la máquina seguía sin darle nada. Le dio lo mismo. Aún llevaba el pelo grande, rizos, un nido de buitres. A la cuarta moneda la máquina dejó caer una lata. Sánchez apoyó la espalda contra la superficie helada del vidrio, rompió la anilla y los cinco grandes templos mayas del Complejo Azca nos devolvieron el eco en cinco segundos sucesivos."

Esther García Llovet
Sánchez



"Con la literatura no pasa nada, hay cosas más importantes."

Esther García Llovet



"Creo que somos un país con mucho sentido del humor, pero como lo ejecutamos todo el tiempo, igual creemos que denigraría a una novela. Puede que sea algo tan cotidiano que se nos olvida que existe cuando escribimos."

Esther García Llovet



"Cuando regresa a la carretera, Julio no está. No solo no está Julio, sino que además se ha llevado el coche con su móvil, con las llaves de casa, con la cartera. Con todo.
Madrid está en el centro pero siempre lejos. Madrid es un horizonte virtual en realidad, sus cuatro rascacielos medievales son virtuales, la polución, virtual, las señalizaciones reflectantes en la M-30, los olivos secos, virtuales, el Hipódromo de la Zarzuela, el Palacio del Jamón, la plaza de toros de Las Ventas, todo virtual como en los videojuegos, eso piensa Castor cuando lleva hora y media caminando hacia Moncloa y le sigue pareciendo que la ciudad se desplaza cada vez más lejos.
Al final, después de cuatro horas y media, entra en la ciudad, andando, como en las películas del Oeste. Coge un taxi. Que no tiene ni idea de cómo va a pagar, así que le da al taxista un número equivocado de su casa para hacer como que sube a por dinero y poder escaparse por un patio, algo que ha visto en alguna película pero que no tiene ni idea de cómo va a hacerlo. Cuenta un par de chistes de taxistas por si el taxista lo reconoce y le deja la carrera gratis, pero el taxista es colombiano. Después, se queda dormido enseguida. El taxista colombiano lo despierta de una voz cuando llegan a Martínez Campos. Están parados a unos diez metros de su número. Son cincuenta euros. Aparcado frente a su portal, Castor ve un coche muy negro, muy largo, parece un coche de muertos. Castor se agacha en el asiento y echa un vistazo para ver si hay alguien en su interior. Y efectivamente, dentro, sentada comiendo fideos con palillos de una caja de cartón, y con la vista clavada en el portal, está la mujer china.
Castor se tira los tres días siguientes durmiendo en un sofá del WigWam. El camarero le presta pasta para comprar bocadillos y una lasaña congelada que Castor deja descongelar lenta y pacientemente sobre una mesa de cristal, va mirando el proceso entero cruzado de brazos, hasta que llega a la temperatura adecuada. Entonces, se la come. No tiene nada mejor que hacer.
Al tercer día, después de echarle valor, decide volver a casa. Se acerca a su edificio dando un rodeo, muy despacio, va disfrazado con la camisa de cachemira del camarero del WigWam, gafas de sol, gorra, etc. Es de noche. El coche de muertos no está por ninguna parte.
Sube a casa por la escalera de servicio, muy despacio, para no hacer ruido y porque no está acostumbrado a subir andado. En casa no hay nada, no hay nadie. Un silencio ligero y un silencio profundo después. Se pega una ducha, a oscuras."

Esther García Llovet
Gordo de feria



"Las frases largas son las que, de pronto, oigo en mi cabeza. Voy andando por la calle, la novela va funcionando sola y sale la frase entera. Normalmente, luego mientras escribo, aparecen las frases cortas. Pero las que se me ocurren, yo qué sé, caminando o mientras como, son esas frases largas."

Esther García Llovet



"Me gusta la gente desarraigada, me gusta la gente que está fuera del entramado social. Y sí, mis novelas son sobre personas solitarias que van cruzándose, y luego se descruzan, y a veces no vuelven a verse más."

Esther García Llovet



"Me parece que la autoficción es un género, como, por ejemplo, el periodismo, y del periodismo disfruto mucho. Es un género dentro de la literatura de ficción pura y dura y, aunque yo escribo literatura de ficción, tampoco me importaría nada, algún día, escribir autoficción. De hecho, tenía pensado escribir algo sobre la M-30 en esa línea. A mí me gusta utilizar la imaginación pero para escribir las últimas novelas me he metido mucho en la realidad. Últimamente he estado en Benidorm, ahora estoy escribiendo una sobre El Saler, donde también he estado y quiero volver, o sea, que aunque ahora hago ficción, escribo en inmersión. Intento meterme hasta el cuello en las situaciones y en los lugares."

Esther García Llovet


"Normalmente escribo una novela en unos tres meses. Luego la dejo reposar un mes y pico, y en ese mes y pico, por cierto, se me ocurren muchísimas ideas. Cuando la retomo, en un par de semanas ya está. Pero siempre aparecen cosas que hay que cambiar. Y eso es algo bueno, porque muchas veces, pasado algo de tiempo, surgen cambios muy pequeños que mejoran mucho una novela. Además, me gusta que sean novelas cortas sobre cosas que ocurren en poco tiempo. Sánchez sucede en una sola noche y las novelas que escribo no duran años. Prefiero que sean muy compactas en el tiempo."

Esther García Llovet








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