J. K. M. Berry

"Sucedió el día del gran partido. A primera hora de la mañana todo el equipo titular y algunos sustitutos se encontraban en el recinto, corriendo y golpeando la pelota; era nuestro último entrenamiento antes del partido. Una pelota vino hacia mí trazando una trayectoria en espiral. Dio un bote y fui a por ella, seguido por el corredor más veloz. Al llegar junto a la pelota, mientras me agachaba para recogerla recibí un golpe terrible en la cabeza, que me dejó tendido en el suelo sin sentido. 

Durante un rato me quedé allí sin saber lo que había sucedido. Luego, poco a poco, recuperé el uso de mis facultades. Me di cuenta de que en lugar de encontrarme en mi lugar habitual, me había transportado a un lugar que había conocido en algún momento del pasado. A un centenar de yardas de distancia, a la luz del sol de la mañana, pude ver el techo de paja y las paredes blancas de una casa de piedra. Una niña vino corriendo hacia mí, con la falda ondeando al viento. Lloraba. Se dejó caer de rodillas a mi lado. Pronunciaba mi nombre en voz alta y gemía entre sollozos. Con un gesto delicado me apartó el pelo enmarañado de las sienes; al instante, el dolor desapareció y una sensación de paz dichosa se apoderó de mí.

Cuando me recuperé me encontraba en mi cama y en mi habitación. Estaba tenso y dolorido, pero el accidente no me había causado ninguna lesión grave, salvo la mandíbula dislocada.

Aquella escena, tan extraña y a la vez tan familiar, se quedó grabada en mi mente durante mucho tiempo. Posiblemente el hecho de que me acordara tanto de ella se debía a la violencia del golpe que recibí. Pero la imagen de todo era tan vívida –la casa blanca, las sombras de los árboles sobre la hierba, la cara aterrorizada y pálida de la niña mientras se acercaba y se inclinaba sobre mí– que nunca pude convencerme del todo de que aquello fuera fruto exclusivamente de mi imaginación. 

Años después, mi padre recibió una fotografía desde el extranjero, y en cuanto la vi supe que aquél era el lugar donde había estado. Le conté a mi padre mi visión. Él se rio de mi historia, pero de una manera extraña. Con la mirada perdida, me informó de que aquélla era la casa donde había nacido. Mi padre se acordaba del lugar que le señalé; sin embargo, más allá de una mirada perpleja, desconcertada, que demostraba que también él estaba intentando recordar algo de lo que apenas era consciente, no me pudo dar ninguna pista más. 

Todo aquello me dejó intrigado. Soy maestro de profesión, y el asunto tocaba mi propia vida tan de cerca que necesitaba intentar resolver el misterio. Planeé hacer un viaje al país natal de mi padre tan pronto como fuera posible, para ver qué podía averiguar allí. Y fui. Todo estaba tal como lo había visto, con algunos lógicos cambios debidos al paso del tiempo. Localicé el lugar exacto donde había estado postrado en la hierba, y miré de nuevo a la casa en las primeras horas de una mañana de verano; casi podía sentir de nuevo el dolor en la cabeza y notar que una cara aterrorizada se inclinaba sobre mí.

Pregunté a cuantos pudieran saber algo acerca de las tradiciones del lugar, por supuesto sin revelar el motivo de mi curiosidad. Mis abuelos habían muerto, pero a partir de un pariente lejano me enteré de que mi abuelo había sufrido un accidente cerca de su casa. Una mañana, poco después de casarse, un pretendiente despechado por haber perdido la mano de su novia le esperó detrás del gran roble y le siguió con la mirada hasta que se fue al campo a trabajar; le dio un fuerte golpe por detrás y a continuación huyó, dándolo por muerto. Su mujer lo encontró más tarde, cuando ya recuperaba la conciencia.

Yo no creo en la metempsicosis, pero sí sé que un recuerdo vívido de un suceso que supera los límites de mi propia experiencia formó parte, por así decirlo, de mi propia herencia mental. Sin embargo, ¿por qué había permanecido latente durante tantos años, hasta que recibí aquel golpe terrible? ¿Existía alguna relación más estrecha entre las circunstancias de lo que podía parecer? ¿Estaban el agresor de mi abuelo y mi compañero en aquel partido de fútbol en el que me lesioné relacionados de alguna manera? Si es así, ¿mi compañero me hirió sin querer, o bien actuó movido por algún impulso misterioso del que él no era responsable, por una unión misteriosa de espacio, tiempo y circunstancias?"

J. K. M. Berry
Tomada del libro Viajes inexplicables de Chris Aubeck y Jesús Callejo, página 290






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