Santiago Gamboa

“Colombia es una historia negra, entonces escribir sobre el país muchas veces nos obliga a hacer novela negra.”

Santiago Gamboa


"Cuando uno escribe o por lo menos cuando yo lo hago, tengo que imaginar dentro de mí todas las cosas que cuento, incluso cuando son terroríficas. Yo no me reconozco como autor solo con los personajes positivos, también con los negativos y debo comprender desde mi humanidad al asesino, al corrupto, a la persona que es cruel... cosas que yo no soy o que creo no ser, pero la posibilidad de todo eso también está en mí, entonces por eso yo puedo escribir sobre todo eso. Es por eso que yo necesito de la cercanía."

Santiago Gamboa



"Dice el maestro Fernando Botero que nunca ha dado una pincelada que no esté autorizada por la historia del arte. Y lo que él dice refiriéndose a la pintura lo intento aplicar yo a mis novelas: me gusta que los temas que elijo estén autorizados de alguna manera por la historia de la literatura."

Santiago Gamboa


"En el siguiente curso de literatura, Salim rompió su denso silencio para opinar sobre un cuento de Juan José Arreola llamado La migala, pero lo hizo en francés, algo que irritó a nuestro profesor chileno, megalómano y gritón, quien, de cualquier modo, no se atrevió a corregirlo y menos a insultarlo, como la vez anterior, pues algo en su conciencia le hacía saber que era el responsable del mutismo del joven marroquí, así que lo aceptó, aunque enrojeciendo de cólera, algo muy visible en su cuello y mejillas, y poco después acabó la aburrida clase y pudimos bajar a la calle. Salim estaba muy contento por haber participado con una idea que juzgaba original, y por eso sonreía. Yo en cambio no dejaba de pensar en Victoria. Al día siguiente llegaba a París (me lo había dicho Joachim), lo que me generó una tremenda ansiedad, pues no había llamado para que fuera a buscarla a la estación del tren. Había que tener paciencia y el tiempo es lento, así que nos dirigimos al café de siempre, dos calles más allá, donde nos esperaba Gastón Grégoire.
Le había dado cita tras una llamada suya el día anterior, y en efecto ahí estaba, en una de las mesas del fondo, con su gabardina y su bufanda puestas en medio del calor del local, algo que nunca comprendí (¿por qué calientan tanto los interiores?) y me desagradaba, y al vernos, o más bien al verme a mí, pues aún no conocía a Salim, levantó un brazo e indicó su mesa. Hola, amigo, dijo. Le presenté a Salim y se dieron un apretón de manos. Tenía un libro abierto, Mil mesetas, de Gilles Deleuze, que de inmediato cerró y guardó en su maletín, y volvió a decir: así que dos estudiantes de letras, un colombiano y un marroquí, son mis compañeros de investigación, eso está bien, vale la pena celebrarlo, pero al decir esto enrojeció súbitamente y una lágrima asomó detrás de sus gafas. Disculpen, estoy preocupado por Néstor, he estado buscando en comisarías y hospitales, incluso en las morgues, y no hay nada, absolutamente nada. No puedo creer que se haya ido, pero tendremos que considerar esa posibilidad, ¿tú averiguaste algo?, me preguntó, pero yo no había cumplido la promesa de buscar en los centros de asistencia a inmigrantes, así que le dije, no, lo siento mucho, sólo pude hablar con dos centros de ayuda médica gratuita y en ninguno registraron ese nombre.
Entonces Gastón dijo: bueno, amigos, debemos organizarnos mejor... Hay que buscar de un modo sistemático, partiendo de una premisa a la que espero encontremos una respuesta, y es muy sencilla: si no está herido o si no se hizo daño, quiere decir que no está en París, y bien, la pregunta es, ¿por qué se fue sin decirlo a nadie? Salim, que hasta ahora había permanecido callado, dijo con mucha seguridad: por vergüenza, no lo dijo a nadie por vergüenza. Sus palabras cayeron sobre la mesa como piedras, creando un silencio denso, ¿por vergüenza?, repitió Gastón, ¿vergüenza de qué?, y Salim dijo, no lo sé, no puedo saberlo, es muy humano escapar de las cosas que hemos hecho y nos avergüenzan. Gastón se quedó un rato callado, y dijo, podría avergonzarse de ser homosexual, pero eso no se soluciona huyendo, así que queda descartado, y yo dije, sí, queda descartado. Pensé en su noche con Sophie, pero no me atreví a mencionarla, pero supuse que debía hablarle, por fuerza mayor, e intentar saber qué había ocurrido, ¿se habrá enamorado de ella?, ¿habrá pretendido algo y al ser rechazado decidió escapar? Todas las hipótesis eran insatisfactorias, pues nada de lo que pasara con la joven profesora de francés debería suponer un impedimento para continuar su trato con Gastón, que pertenecía a otro mundo y era secreto, una vida distinta sin comunicación con la del inmigrante colombiano y los grupos de exiliados, pero en fin."

Santiago Gamboa
El síndrome de Ulises


“Escribir bien, de hecho, no es escribir bonito, sino hacer algo que pueda conmovernos ante las vicisitudes humanas. Y eso es belleza. También pasa en el arte: la belleza no es pintar a una orquídea, sino hacer una obra como El Guernica, de Picasso.”

Santiago Gamboa


"Guzmán era el periodista más lúcido de su generación: un hombre culto, obsesivo, con intuición. Silanpa lo veía discutir con sus compañeros de sección sobre los diferentes casos y sentía orgullo. «Ese es mi amigo», se decía, y se daba cuenta de cómo los ponía en jaque, de cómo siempre era Guzmán, inexperto y neófito, el que lograba resolverlo todo llegando al fondo de la cuestión, encontrando la pista, sabiendo dónde y cómo buscar lo que parecía inencontrable.
Cuando Silanpa pudo entrar por fin a judiciales Guzmán fue ascendido al cargo de editor, que para él era lo más natural del mundo y que, en realidad, ya asumía desde hacía varios meses por su dinamismo y perspicacia. A partir de ese día los más tempraneros, los que llegaban en los primeros buses al periódico, lo encontraban sentado, fumando, tomándose frente a la pantalla un café negro con los ojos inyectados. Guzmán gesticulaba, se emocionaba con la realidad y la perseguía como a una presa. Quería anticiparla, comprenderla, casi seducirla...
Trabajaba hasta muy tarde. Cuando los últimos redactores diurnos se habían ido Guzmán seguía ahí, con su corbata descentrada, en mangas de camisa y fumando Pielroja tras Pielroja, dando instrucciones a los redactores de la noche y encargando investigaciones, haciendo llamadas, pasándole revista a sus chivatos y, en ocasiones, saliendo a la carrera a buscar algún dato urgente.
Al filo de la medianoche se iba, a veces con Silanpa, que lo esperaba tomando ron con los de provincias, o a veces solo, y todo el mundo sentía que faltaba algo importante cuando Guzmán no estaba, que una de las columnas del periódico se había esfumado.
El rápido ascenso convirtió a Guzmán en un hombre ensimismado. El trabajo ocupaba la totalidad de su cerebro y cuando le hablaban miraba hacia una de las esquinas del techo, como vigilando sus ideas. Las salidas nocturnas lo llevaron primero al alcohol y, de ahí (eso Silanpa nunca lo supo a ciencia cierta), a las drogas... Decían que se drogaba para soportar el trabajo, para estar lúcido y despierto todo el día y toda la noche. Desde su cargo de redactor en judiciales Silanpa podía observarlo de lejos y alimentar su admiración. Pero al acercarse vio que Guzmán comenzaba a extraviar la brújula. Cada día se emborrachaba más temprano, cada vez los tragos de ron eran más largos.
Al filo de las diez de la noche, Guzmán era una especie de papel tornasol: sus mejillas se hinchaban y su nariz parecía un pimiento rojo. Silanpa decía que tal vez ese era el precio que pagaba por la inteligencia, y todos lo aceptaban así. Y hacia las once, cuando Guzmán tenía los ojos inyectados y la voz era apenas un remedo, una especie de grabación alucinada, se iba al baño dando tumbos. Al volver era otro: no hay mal en el mundo que no cure un chorro de agua fría en la nuca, decía.
Silanpa llegaba a la redacción a las nueve de la mañana y, mientras tomaban café, Guzmán le explicaba lo que había para el día, con gráficos y líneas que representaban sus ideas porque era de esos grafómanos que no pueden hablar sin dibujar lo que dicen, que complementan sus palabras con trazos sobre el papel."

Santiago Gamboa
Perder es cuestión de método


"La literatura siempre estará ahí y no depende necesariamente de cosas negativas más allá de que se alimente también de eso. Claro, en los países donde no ocurre nada son como más felices, no necesitan escribir, ¿para qué? La literatura surge cuando hay conflicto, cuando hay derrotas, cuando hay pérdidas, y de todas maneras una sociedad como la colombiana siempre seguirá teniendo conflicto. Los conflictos humanos son imposibles de solucionar para siempre. Ningún conflicto se soluciona para siempre.
Yo creo que siempre habrá literatura porque siempre habrá conflicto, siempre habrá alguien que señala algo. Como dice Vargas Llosa, el escritor es siempre un aguafiestas, es el que muestra lo que nadie quiere ver, y yo diría que eso es cierto, pero no todos los autores son así."

Santiago Gamboa



"Me separé de mi segunda mujer, Corinne, treinta y seis años, francesa nacida en Lille, empleada de Seguros Mapfre, agencia Place de Clichy, después de un bochornoso episodio que no sé si me atreva a contar. En fin, haré un esfuerzo. Un día regresé a la casa antes de la hora habitual, pues por una extraña huelga del sindicato de limpiadores, el club de ajedrez del barrio XIV, en el que juego dos tardes por semana, estaba cerrado. Así que llegué, dejé los zapatos en la entrada para no rayar el parquet (exigencia de Corinne) y me serví un vaso de leche descremada para acompañarla con galletas dulces de bajo contenido calórico.
Con el vaso en la mano caminé hacia el estudio, atraído por la música, esperando ver qué hacía Corinne, queriendo sorprenderla o las dos cosas, y al mirar por la puerta entreabierta la vi de espaldas. Pero no me atreví a saludarla, pues noté que estaba en una posición extraña. Curioso. Entonces empujé un poco la puerta y vi el computador encendido. ¿Qué hacía? Se había bajado los pantalones hasta las rodillas y tenía el calzón a la mitad del muslo, con los audífonos puestos. Me acerqué por detrás, dispuesto a darle un golpecito pícaro en el hombro y decirle: "Aquí me tienes, cariño, ¡estoy listo!", cuando vi entre sus piernas una de esas cámaras que se conectan a los computadores. En un acto reflejo levanté la vista y observé la pantalla, cosa que hasta ahora no había hecho, y por poco pego un grito, pues en el cuadrado central había una horrible verga negra de venas hinchadas, y por supuesto una mano que la acariciaba. Una mano, por cierto, con los dedos cubiertos de anillos. Al lado estaban las últimas frases que intercambiaron por escrito antes de bajarse los pantalones y pasar a los micrófonos, y allí, para mi vergüenza, leí de reojo lo siguiente: "Quiero esa verga caliente en mi boca, pisotéame, sodomízame." Sentí una oleada de rabia, pero en ese instante la escuché suspirar, a pesar de los auriculares, era increíble que no notara mi presencia. Se estaba empezando a venir, así que retrocedí. Luego gritó algo que no alcancé a escuchar y, en ese preciso instante, terminó el disco, que para el detalle era El sombrero de tres picos, de Manuel de Falla.
Desconcertado salí de la casa, volví a entrar como si nada y caminé silbando por el corredor. «Corinne, chérie, ¿estás en la casa?» Ella saludó desde el estudio, "¡Aquí estoy, amor! En un momento vengo a saludarte." Yo grité desde la cocina que no había podido jugar al ajedrez porque había huelga de limpiadores, y ella, desde adentro, respondió que lástima, pero que mejor así, pues eso nos permitiría cenar más temprano y ver algunas de las películas de video que habíamos alquilado en Blockbuster. Luego agregó: "Espera salgo de Internet, estoy loca con la investigación ésta sobre las legislaciones de pólizas en Europa." Corinne, ya lo dije, era agente de seguros.
Al verla acercarse me derrumbé; por ello debí hacer un esfuerzo sobrehumano que, dicho sea de paso, hizo arder mi úlcera para mostrarme civilizado, cauto, parisino."

Santiago Gamboa
Los impostores


"No quiero que nadie lea un libro mío por ser latinoamericano, sino porque le gusta lo que escribo. Yo no leo a Malraux por ser francés ni a Tabucchi por ser italiano, sino porque me gusta lo que escriben. Es casi una mayoría de edad que la literatura latinoamericana se merecía después del boom."

Santiago Gamboa


“Un periodista en Colombia es un detective sin pistola y sin placa.”

Santiago Gamboa















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