Adriano González León

Al principio, el gesto fué nuestra presencia.
Hicimos así, en el aire... y surgió la pasión.
Queríamos que alguien entendiera:
                                      no podemos estar solos.
Después vino la palavra:
                   óyeme, espérame...
Esta música es de los dos.
Pero el viento cortaba el ademán
                            y los sonidos.
El viento era enemigo.
Y decidimos, al lado de los ríos,
marcar nuestro existir en los ladrillos.

Adriano González León


"El lenguaje puro de la imagen no tiene cabida en la industria porque no es comercial: el mar batiendo, las palmeras que se mueven, aquellas muñecas de trapo que el pintor utilizaba como modelos no son formas reconocibles y fáciles, se mueven más bien en la abstracción. Yo me sentiría perfectamente instalado en estos cauces de expresión, si llegara un día en que pudiera darse en los medios audiovisuales la misma batalla que a principios de siglo dieron los pintores abstractos o gran parte de los pintores surrealistas, que eran excesivamente imaginativos y distorsionaban la realidad, o mostraban una que estaba más allá de la de todos los días."

Adriano González León


"La Habana es la capital de todos los que pertenecemos a la que yo llamo la generación del 60. Cuba es un gran amor y es un gran dolor. Esperábamos, al menos yo esperaba mucho más de una revolución con la cual contribuimos en extremo. El destino histórico ha querido que las cosas sean distintas y que este país, que constituye el más hondo afecto para cualquier ciudadano del Caribe, no haya podido encontrar su rumbo. Es posible que lo encuentre; pero, eso sí, sólo lo encontrará sin agresiones imperialistas, lejos de la estupidez que circula por ciertos lugares del exilio y libre de bloqueos económicos. El propio pueblo cubano dará su verdad, y lo deseable es que esa verdad no llegue a estruendo. Hace poco escribía yo un texto para la revista Encuentros en el que repetía el latiguillo "hay que volver a Cuba", porque mi deseo es que la Isla esté presente en Latinoamérica y en España con todas sus virtudes y sus sueños; al fin y al cabo la patria, como decía José Martí, no es otra cosa que "un pedazo de tierra sobre un pedazo de cielo". Pero aquí hay demasiados intereses tratando de pescar en mar revuelto."

Adriano González León


"Las rosas son el elemento menos trágico. Pueden comunicar olores, pueden dar la sensación de primavera, de jardín, y sobre todo son la ternura, la infancia. Son capaces, además, de trasponer cada uno de los colores y las texturas de la realidad y de la imaginación: rosa frágil, rosa de plata. Las rosas introducen frescura en la tragedia, tamizan lo sensitivo."

Adriano González León



“No se puede escribir un cuento, ni siquiera un verso bueno, si no hay una concepción del mundo. Y una buena escritura tiene que ser el resultado del deseo de explorar el universo, interior o exterior.”

Adriano González León



"Perderse después en las sombras del fondo, donde la pared estaba abombada y se decía que había escondido un tesoro, perderse así con su sombra que era tan delgada porque era sombra de huesos, con sus viejas pantuflas de pana que no sonaban y parecía que anduviera por el aire. Perderse así era meterse con los muertos o qué sé yo y se podía pensar que andaba buscando su tesoro."

Adriano González León
País portátil


"Sin embargo, tanto para él como para la familia que se fue volviendo trizas, no porque se mataran sus miembros, sino que dejaron de compartir y hubo quien se casó y se fue lejos, hubo quien tomó un barco y no se supo jamás de su vida, hubo quien hizo buenos negocios y se perdió para siempre, hubo la prima hermana que pudo casarse pero el marido se le murió de tisis, hubo los que nos quedamos repartidos, así nomás. pan visitamos los domingos y llevamos un ramo de flores o unos bombones (¡Ah!… sí… unos bombones en cajas doradas con una tapa elegante, con damas que arrastraban sus cabellos sobre el pescante de un coche y palomas que volaban con sus picos de nácar y las cintas de colores que caían del cielo)… nos gustaban esos bombones, yo sé que a mis primas y a mis tías también, porque iban en esas cajas, las cajas eran más importantes que el sabor a chocolate y porque eran cajas que hablaban de un tiempo distante en el cual uno no cabía, un tiempo deseado pero imposible, dulce y melancólico y caballeroso, fino, resplandeciente, un tiempo distinto al tiempo nuestro escoltado por sillas de mimbre, postales, cuadros de almanaques recortados, lámparas de aluminio y cuero y latón, espejos con la imagen torcida o poco clara, con su lamentable mancha por detrás, esa mancha que no dejaba pasar la visión ni que las cosas siguieran hasta el infinito, como creíamos los muchachos, a sabiendas de que solamente era el polvo y los papeles levantados en la orilla de la acera, movidos por un giro del viento, lo que les daba un abandono, un no sé qué, un olor a cosa guardada e inservible, un anticipo del olor del polvo que se almacena aquí, porque no es polvo del infinito como creían los muchachos, sino ese polvo repetido en la iglesia para recordarnos que eres hombre y en polvo te convertirás.
Menos mal que los muchachos creíamos en ese polvo y ese viento distinto que arrastraba los volantines en el cerro. Era nuestro tiempo de luces y colores. El infinito éramos ocho de nosotros acostados sobre el pasto, haciendo fila con los pies y las cabezas, para que ese infinito se multiplicara. Entonces sí es verdad, pensábamos nosotros, que nuestra vida nunca terminará. Los volantines se iban lejos y se perdían, pero viajaban en el viento para ir a encontrar nuestras novias en la escuela. Caían, es verdad, por destreza de nuestros rebotes, en el patio de los juegos y las muchachas levantaban los ojos y seguían cantando su canción.
¿Cantaban para nosotros? Suponíamos que sí. Hoy todavía lo supongo porque todo no puede ser agrio y sordo y sin olor. Las maestras llamaban a eso la ronda pero uno no podía entrar de verdad en ella y cuando nos acercábamos a la escuela cerraban las puertas y ventanas. Pero las muchachas se subían a la azotea y bailaban y nos hacían señales y parecían pájaros o matas de maíz o rosales prendidos o pasto en el río con veradas y cañas iluminadas por el sol. Si las maestras no querían, nosotros podíamos ser amigos con las manos así, en movimiento, de un lado a otro, para que supieran que las estábamos viendo y les gritábamos que bajaran pronto porque las podían descubrir, pero ellas seguían con sus carreras y sus risas y uno se llenaba de amor."

Adriano González León
Viejo


"Sólo hay un presente que puede proseguirse: el día inexistente, el que no malgastamos día a día, esa hora lujosamente imaginada contra la cual no pueden gigantes ni quimeras ni endriagos ni huracanes. Por ello, corren arroyos sin decirlo, apenas tendidos entre el verde y las nubes que han copiado. Jamás enturbiaré los manantiales para decir que moriré de sed por ti. No es esa buena pista. Porque tú no intervienes. Quiero jugar a prueba tu crueldad. Basta que consideres en qué estado me has puesto por no saber que existo. Este amor lamentoso vive porque no ha nacido en ti, porque no sabes que desfallezco y caigo y prefiero canciones y tormentos por tu desdén que es un desdén que amo."

Adriano González León
Hueso de mis huesos


 “Voy a la máquina cuando en verdad tengo una enorme tensión interior y necesito poner por escrito un poco de imágenes, de sueños, de fantasmas, de cosas que me han ocurrido en la existencia. Escribir una novela, un relato o poesía es el mismo esfuerzo que vivir.”

Adriano González León









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