Agustín Gómez Arcos

Canción de la maestra
(A Celia)

Sí, qué sencillo parece todo ahora
cuando no te conozco, ni te veo,
ni sufro tu presencia –tu amorosa presencia
de luz inimitable, de cántico suave-.
Qué sencillo parece todo ahora,
en este momento mismo en que cruzo la calle
en busca de mi turno,
para unirme sin dilación ni pena
a la marcha brutal de la vida.
Qué sencillo parece todo ahora
lejos ya del pasado de nuestra propia sangre.
Otro caballo más seré, otra brida en mi boca,
otra rienda en mi cuello.
Obedeceré ciego los silbidos que manden,
las manos que señalen,
los puños que aporreen fieramente mi cara
y la llenen de sangre, de lodo y de mentira.
Te lo prometo, amiga, maestra y casi madre.
Todo lo sufriré, porque tú me enseñaste
que la vida es así,
y hurtar el cuerpo es ofender a Dios,
y ofender a la tierra,
y no quiero que nadie se levante contra mí
y me arroje flores marchitas a la cara
porque no supe ganar las otras flores,
las que crecen libres y puras en los jardines,
las que adornan tu pelo,
esas flores que crecen azules en los campos,
azules en los ojos,
azules en la sangre,
azules en los dedos,
y azules en la risa y en el alma.
Porque no quiero que nadie se levante contra mí.
y pronuncie mi nombre con asco,
con infame burla,
con vergüenza de sentirlo en la boca
confundido con la propia saliva
y con la propia lengua
y con los propios dientes.
Porque no quiero que nadie te diga
-¡a ti, mi más soberbio signo de enseñanza!-
que me vio en ese sitio adonde van los muertos
que viven todavía, que respiran, que alientan,
que ladran
detrás de la presencia de los perros del miedo.
Porque no quiero sucumbir con sangre
ni claudicar con ojos.
Porque recuerdo
tu lejana memoria
detrás de una mesa de madera marrón,
en el viejo instituto del claustro sombreado,
en el viejo instituto de la fuente sombría,
en el viejo instituto del níspero sombrío,
en el viejo instituto de la higuera,
de las altas palmeras,
del jazminero.
Porque recuerdo que tú nos enseñabas
que hay hombres, sólo hombres,
-no rosas ni cantares ni juncos ni praderas,
no montes escarpados ni páramos dorados,
no aguilopos que suben más altos que las nubes
ni nubes que se quedan casi al borde del suelo;
hombres, tan sólo hombresque iniciaron su camino en la cumbre
como los victoriosos, como los elegidos
por el Dios de los fuertes,
que hay hombres que iniciaron su camino en la cumbre
y no en el llano.
Porque ahora sé que todo aquello era humildad
y tú nos enseñabas que la humildad es soberbia
más rica, más fina, más pujante y más alta.
Y nos pusiste aquel ejemplo del humilde Fray Luis,
del soberbio Fray Luis,
del rígido Fray Luis soberbiamente humilde.
Ay, Celia, amiga, maestra, cómo se queda uno
cuando la vida embiste con sus cuernos airados
y nos cerca de espinos y zarzales y vientos
y se ríe más tarde mirándonos airosa.
Cómo se queda uno y con qué sangre
derramada a mansalva por los cuatro costados.
-¡Ni se mueren los ángeles por altos
ni por altas y solas se derrumban las nubes!-
Hay amantes que todo lo trasegan hablando,
y otros que necesitan besarse y devorarse,
traspasarse de misterio incitante,
de uniones simultáneas.
Hay todo lo que dicen los libros y los hombres
cuando salen ardientes, fatigados de ira,
a ejecutar sus danzas,
a ejecutar sus glorias,
detrás de las caretas de carne y hojas verdes
en que ocultan sus rostros.
Hay el furor latiendo
al unísono tierno del corazón humano.
Pero hay también, amiga, hay también y también
el fracaso vestido de cándida apariencia,
casi en vuelo de pájaro, casi en forma de rosa,
en esta mano mía que te extiendo y te llego
para que tú la estreches lejana y olvidada
y te manches; te manche
de su sudor cansado
como ríos abiertos por la palma florida,
como cráteres vivos, incitantes, despiertos,
y recuerdes, amiga,
y recuerdes, maestra,
mujer que ya comienzas a sentir lo que es vientre
abultado y triunfante,
mujer que ya lograste tu misterio completo,
mujer casada, rosa
cándida y silenciosa, biemparida,
mujer de las mejores ilusiones,
y recuerdes por siempre desde tu vieja historia
que habremos de ser fieles,
que habremos de ser fieles y aguantar en el tiempo
aunque el tiempo se caiga
y se derrumbe,
aunque ladren los perros en las calles desiertas,
aunque crezcan las matas en la piedra del templo,
aunque el buitre nos siga y nos persiga,
aunque muramos vivos,
aunque todo se caiga y se derrumbe
y se queme en el fuego
y se avente en la nada.

Agustín Gómez Arcos



“Después, buenas gentes, llegó la guerra. Feto malparido que la vida rechaza y arroja como una bola de fuego, destruyendo todo a su paso. La guerra, que convierte a los hombres en piltrafas; las casas, en ruinas, y se auto transforma en exterminio, que algunos llaman paz.”

Agustín Gómez Arcos
Ana No


Hombre

Hombre
un día llegará
que te despiertes
pensando que eres algo.

Hombre
un día llegará
que te levantes
siendo más que una cosa
siendo ya casi un hombre.

Hombre
ese día los cielos
que te esclavizan
te negarán su ayuda.

Hombre
ese día la tierra
que te malquiere
te volverá la espalda.
Tierra y cielo enemigos.

Pero ese mismo día
Hombre
sin darte cuenta
te nacerá la vida
y antes de que te duela
Hombre
te darás cuenta
que se ha muerto la muerte.

Agustín Gómez Arcos



"-Librería religiosa-, puede leerse todavía en la parte superior de la persiana metálica. Está claro que mi universo es muy limitado. La historia de la ciudad no es cosa mía. He vivido como un pollito en el huevo que, inexplicablemente, nunca se rompió. Así que tenemos por un lado mi huevo y por otro, la ciudad; dos elementos que conviven, ajenos el uno al otro.
No intento comprender. Tampoco me mira nadie como si yo viniera de otro planeta. Lo que quiero es vivir y morir en casa, bañarme y comer con mi hermano, dar clase con mi profesor, levantarme y acostarme como todo el mundo, ir vestido a la moda gracias a los catálogos de mamá, sin tener ninguna relación, ni siquiera visual, con la gente del exterior, y ya está. Creo que mi reputación de monstruo o de enfermo incurable es tan sólo un chisme telefónico, mamá y sus amigas lo saben perfectamente, pero los demás no. La ciudad no lo sabe.
Y luego, las banderas bicolores, rojo amarillo rojo.
Las hay por todas partes. En los tejados de los edificios públicos, y en lo alto de los largos mástiles plantados en medio de los cruces. Y, lo más sorprendente: en los balcones de las casas particulares, tapando las preciosas rejas de hierro forjado o las macetas floridas, y también en lo alto de un campanario, confundiéndose con la cruz, o flotando en las ventanas arqueadas de los conventos, como alfombras expuestas al sol.
Contemplo, alelado, tal floración inesperada de rojo amarillo rojo, que otorga a la ciudad una apariencia medieval y evoca la imagen de un campamento de nómadas, que fueran a desmontar, al día siguiente por la mañana, para trasladarlo a otro lugar. (Visto en un libro). Es imposible que este absurdo tapizado con el que han travestido la ciudad, tan humillante para la piedra y la cal, permanezca para siempre. Si fuera pájaro, ya me habría largado a buscar un paisaje natural. Pero no. Los pájaros siguen ahí. Y se cagan en los mástiles. (Símbolo).
Llegamos a la espléndida plaza porticada del Ayuntamiento. Es como si se entrara, de pronto, en un claustro. Altísimas palmeras suben por encima de los tejados de tejas rojizas, de las agujas, de los gallos de forja que coronan las torres. Como si buscaran un cielo inmaculado para echarse a volar y escaparse. Ese cielo límpido, espejo del mar, en el que nadie ha conseguido todavía colgar una bandera roja amarilla roja. Esas palmeras que respiran un aire tan puro, están tan primorosamente verdes que la herrumbre de sus troncos parece artificial, como plástico domesticando a unas raíces enamoradas del cielo azul. Los pájaros juegan a mostrarles el camino de la libertad, tan inconscientes y malvados como esas personas con excelente salud que visitan en el hospital a los enfermos incurables.
Las arcadas se alinean a nuestro alrededor con la disciplina de un desfile del Día de la Victoria (pero supongo que es pura casualidad). Cada arco lleva armas y símbolos distintos pero todos van enmarcados en el mismo escudo de aristocrático dibujo. Bajo las bóvedas, la luz tamizada por la ausencia casi total de sol en la plaza, se deshace hasta convertirse en sombra. Apenas distingo las caras de Clara y de mi hermano."

Agustín Gómez Arcos
El cordero carnívoro



"Mi obra es literatura en lengua francesa, pero profundamente española en su contenido."

Agustín Gómez Arcos



“Mi soledad son cuatro camas en las que florecían, antaño, cuatro cuerpos de hombre. Camas vacías. Hombres muertos. Mi soledad es una barca que se va resecando en la playa; barca herida, abandonada, que ya no acogerá el saludo de las gaviotas en las alegres amanecidas de los regresos. Mi soledad es el gozoso nombre que ya no podré dar a mis nietos, muertos antes de nacer. Mi soledad es la palabra abuela, que nunca oiré, salvo en el negro abismo de mis sueños.”

Agustín Gómez Arcos
Ana No



"Tuvo que tragarse su dolor y anegarlo en el anonimato del dolor general. No pudo contar a nadie su historia. Ella no era un caso aislado sino el espejo que reflejaba el desamparo de los demás."

Agustín Gómez Arcos
Ana No



Yo soy aquel que clama y mi voz es desierta.
Aquí expongo mis manos para que las cortéis.
Arrancadme la lengua.
Ardedme en sal.
Convertidme en ceniza.
El grito es siempre grito mientras el cielo escuche.

Agustín Gómez Arcos












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