Antonio Gil y Zárate

Aquilino. ¿Qué hay?
Gonzalo. Vé pronto: corre á casa de Solís, no te pares.
Aquilino. Muy bien, tomo el sombrero, y voy...
Gonzalo. Escucha el recado.
Aquilino. Soy un tonto: es verdad.
Gonzalo. Si no le encuentras, corre de un extremo al otro todo Madrid hasta hallarle. Dile que de ningún modo vuelva á su casa; que vaya á la de Lope...
Aquilino. ¡Qué embrollo!
Gonzalo. Le amenazan grandes riesgos, y salvarle me propongo. Que no salga, que de nadie se deje ver.
Aquilino. ¡Qué demonios!
Gonzalo. La noche está cerca: así que oscurezca, iré de incógnito... Mas corre, vuela, no tardes.
Aquilino. Corro, vuelo.- (¡San Antonio! Todo se vuelve tramoyas, y para sustos no como.)
Gonzalo. Me tiro un pistoletazo si liberarle no logro."

Antonio Gil y Zárate
Un amigo en candelero



"Conforme iba disminuyendo el poder de la Inquisición, adoptaba el gobierno principios más restrictivos respecto de la libertad de enseñanza; así es que en 1824 quedó anulada del todo; y el reglamento sobre colegios de humanidades que se publicó al año siguiente, tuvo por objeto ponerles tales condiciones, que llegaron á ser casi imposibles. Las materias preparatorias para las facultades mayores se enseñaron en las universidades, conventos, seminarios conciliares, y algunos pocos colegios que en parte dirigía el gobierno, como el de la Asunción en Córdoba, el de Cabra, el de Monforte de Lemos, el Seminario de Vergara y el Instituto Asturiano.

Llegado el año de 1834, era natural que en esto se adoptasen principios más liberales, y el gobierno empezó á conceder permisos para establecer colegios privados á cuantos lo solicitaban. El plan del Duque de Rivas, aunque no proclamó, como el de 1821, la libertad absoluta en toda clase de estudios y facultades, la concedió muy amplia en la segunda enseñanza. He aquí cómo en el preámbulo se explicaba:

"¿Cuál es la obligación del Gobierno en materia de Instrucción pública? De antiguo se creyó ser exclusiva atribución suya el dirigir la educación de la juventud, perteneciendo por lo tanto a la administración el cuidado de la enseñanza. Adoptado este principio en toda su latitud, me parece peligroso y de consecuencias funestas. Propende en último resultado á esclavizar la inteligencia. Los gobiernos tiránicos, ora se proclamen absolutos, ora se condecoren con el título de republicanos, lo han adoptado siempre. Sólo la patria, dicen éstos, tiene derecho de educar a sus hijos; y créense autorizados para sujetarlos a un régimen opresor, exigiendo de ellos renuncien a si mismos, y humillen su pensamiento ante un pensamiento común y dominante. No conviene, exclaman aquellos, que á los jóvenes se les infundan ideas contrarias a nuestros derechos y prerrogativas; y de aquí nacen las ideas falsas que se procura inculcarles, y las infinitas trabas que se oponen al desarrollo de las luces. El pensamiento es de suyo la más libre entre las facultades del hombre; y por lo mismo han tratado tales gobiernos de esclavizarlo de mil modos; y como ningún medio hay más seguro para conseguirlo que el de apoderarse del origen de donde emana, es decir, de la educación, de aquí sus afanes por dirigirla siempre á su arbitrio, a fin de que los hombres salgan amoldados conforme conviene a sus miras a intereses."

"Mas si esto puede convenir a los gobiernos opresores, no es de manera alguna lo que exige el bien de la humanidad ni los progresos de la civilización. Para alcanzar estos fines, es fuerza que la educación quede emancipada: en una palabra, es fuerza proclamar la libertad de la enseñanza."

"¿Seguiráse de aquí que debe el Estado abandonarla, dejándola entregada á los esfuerzos particulares, sin cuidar de que existan establecimientos públicos al cargo y bajo la dirección del gobierno?, otro error seria éste tan perjudicial como el primero."

"No es dable aplicar a la instrucción pública el principio de que el interés privado basta para fomentar los objetos á que dedica sus esfuerzos. Esto sería rebajar el saber al nivel de la industria, y su naturaleza es mucho más sublime. Con la industria no se atiende más que á lo útil; en el saber hay además que considerar lo bello. El saber agrada porque es hermoso, porque es noble, y porque inspira a las almas sentimientos elevados; el saber es asimismo objeto de nuestras indagaciones, porque es útil, porque sirve para muchas cosas en la vida, porque inventa mil medios de centuplicar nuestras fuerzas y aumentar nuestras comodidades. Lo bello de la ciencia da impulso a la civilización moral, lo útil a la civilización material. Si, pues, el interés particular se apoderase de ella, sólo la cultivaría en este último sentido, y la sociedad perdería aquella educación moral que es su parte más noble y divina, la que esencialmente contribuye á su mayor perfección.”

"Aún hay más, la parte útil perdería también con este infeliz divorcio. Es preciso cultivar las ciencias por sólo el amor que se les tiene, si se quiere llegar á resultados importantes y aplicables á la industria. Abandonada ésta á si misma, permanece en breve estacionaria; las teorías abstractas son las que nos conducen al conocimiento de métodos nuevos, las que nos revelan verdades altamente útiles, cuya aplicación cambia a veces la faz de la inteligencia material del mundo, y produce revoluciones complejas y felices en el modo de vivir de los hombres."

"Por consiguiente, la enseñanza privada sólo es susceptible de aplicarse á aquellas ciencias que, menos elevadas, son de una comprensión menos difícil y de un uso más general. Las ciencias sublimes, las que tienen un carácter puramente especulativo, ó exigen gastos y adelantos cuantiosos, acaso pérdidas considerables, necesitan que el gobierno las acoja bajo su protección."

"Por otra parte, dirigido el Estado por miras ménos interesadas, atiende más á la ciencia misma; pone más esmero en que la instrucción sea completa y alcance toda la perfección posible. Acaso es más lento en suministrarla; pero esto mismo es una nueva prenda de acierto. Los particulares están más inclinados á favorecer, al ménos aparentemente, los deseos de los que aprenden, que siempre son aprender mucho y en poco tiempo. De aquí resulta más charlatanismo que realidad en sus pomposos anuncios y en la ostentación de los mentidos resultados que consiguen. Así es cosa probada en los países donde existen á la par la instrucción pública y la privada, que en igual número de estudiantes, aquélla produce resultados más ventajosos que la segunda en una proporción inmensa."

"Preciso es, por consiguiente, que se hermanen la instrucción pública y la privada. Ambas se necesitan una a otra; y cada cual, entregada a sí sola, sería perjudicial á los fines que se propone la sociedad. La educación privada impide que la pública se llegue á apoderar de la inteligencia y la esclavice, haciéndola sólo servir al triunfo de ciertas ideas ó de intereses privilegiados. La educación pública impide á su vez que la privada haga perder a la ciencia su dignidad y elevado carácter, convirtiéndose en una mera especulación; la obliga a que sea mejor y más completa de lo que por si sola seria, así como suele también aprovecharse de muchos métodos expeditivos y sencillos que ésta inventa; finalmente, produce la emulación, que no sólo es útil a los estudiantes, sino también a los mismos establecimientos, que rivalizan entonces para superarse unos a otros."

Partiendo de estos principios, el plan de 1836, dejaba en entera libertad la enseñanza privada. Las restricciones que le imponía no eran de ningún modo dirigidas a los métodos ni a la esencia de la enseñanza: tenían por único objeto establecer aquellas precauciones que el gobierno, como encargado de los intereses de la sociedad, no puede menos de tomar para afianzarlos. "El padre (se decía) que confia sus hijos á un profesor, tiene derecho á estar seguro, hasta cierto punto, de su aptitud y moralidad. La salubridad del edificio donde se establece la escuela ó colegio, es también otro punto que no puede mirarse con descuido. Estos y no otros, son los objetos de las limitaciones que se oponen a la libertad absoluta; y con ello ha terminado el gobierno su intervención en este punto".

Todavía fue más allá la Real Orden de 12 de Agosto de 1838, que permitió á todo particular abrir colegios de humanidades, ó cualquier otro establecimiento de enseñanza, sin necesidad de previa Real licencia, y sin más que dar parte a la autoridad local, é inscribirse en la universidad más inmediata, si bien sujetándose á la inspección del Gobierno. Era imposible llevar más allá la libertad de enseñanza, la cual llegó a tal punto, que no se exigía á los directores ni a los catedráticos condición alguna de aptitud ó moralidad. Esta libertad produjo los abusos que eran consiguientes. Abriéronse como por ensalmo multitud de colegios con títulos más ó menos pomposos, la mayor parte á cual peores, convirtiéndose la enseñanza en miserable granjería, y siendo tan numerosas como sentidas las quejas que de este grave mal llegaron al Gobierno. La experiencia hizo cautos á los del plan de 1845, y he aquí cómo se explicaba el preámbulo del mismo:

"Arreglado lo correspondiente á los establecimientos públicos, era preciso fijar también la atención en los privados y adoptar respecto de ellos las disposiciones oportunas. Hubo tiempo en que apenas consentía el Gobierno colegios de esta clase; pero después se ha pasado al extremo opuesto, gozándose hoy en este punto de libertad absoluta. Hánse por lo tanto multiplicado extraordinariamente; mas pocos son los que reúnen las condiciones exigidas para la buena educación de los niños y es preciso que el Gobierno acuda á remediar un mal que cada día va siendo de más gravedad y trascendencia. La enseñanza de la juventud no es una mercancía que puede dejarse entregada á la codicia de los especuladores, ni debe equipararse a las demás industrias en que domina sólo el interés privado. Hay en la educación un interés social de que es guarda el Gobierno, obligado á velar por él cuando puede ser gravemente comprometido. No existe entre nosotros ley alguna que prescriba la libertad de enseñanza; y aun cuando existiera, debería, como en todas partes, sujetarse esta libertad á las condiciones que el bien público reclama, siendo preciso dar á los padres aquellas garantías que han menester cuando tratan de confiar a manos ajenas lo más precioso que tienen, y precaverlos contra las brillantes promesas de la charlatanería, de que por desgracia se dejan harto fácilmente seducir su credulidad y mal aconsejado cariño."

Conservando, pues, el plan de 1845, como era justo y conveniente, los colegios privados, les exigió condiciones prudentes que, sin impedir su creación, los han reducido y mejorado, aunque todavía no son los que debieran. La libertad casi absoluta que establecían el plan de 1836 y la Real Orden de 1838, sólo subsiste en Instrucción primaria, habiendo quedado consignada en su ley provisional; más en esta parte no se ha producido los malos efectos que en la segunda enseñanza, por lo reducido de las materias, y la clase de los alumnos; y sobre todo, porque en general han prevalecido las escuelas públicas sobre las privadas.

Nada más diría, si objeto la libertad de enseñanza de acaloradas disputas, no fuera también preciso examinarla en el terreno de los principios. ¿En qué se fundan los partidarios de la libertad absoluta? En los derechos de la familia, y en el temor de que el gobierno llegue á esclavizar el pensamiento ó dar a la educación de la juventud una dirección torcida.

La familia tiene ciertamente sus derechos pero ¿no los tiene también el Estado? El niño, mientras permanece niño, sólo está relacionado con su familia; pero ese niño crecerá, se hará hombre, y llegará a formar parte integrante de la sociedad, influyendo en ella de un modo más ó ménos directo. ¿Tendrá pues, derecho la familia para dejar al Estado un miembro inútil; perjudicial acaso? ¿No debe exigir el Estado de la familia que no haga ese funesto legado? ¿No podrá tomar alguna justa precaución para que esto no suceda? Y ¿cuál otra habrá de ser sino la de tomar parte en la educación del niño, esto es, en lo que tiene por objeto formar su alma y su entendimiento, infundiendo en él las buenas o malas cualidades que han de acarrear necesariamente la gloria ó la ruina del Estado? He aquí, pues legitimada la intervención del Gobierno en la enseñanza; he aquí por qué razón, lejos de abandonarla á la inexperiencia, al capricho, tal vez á los errores y á las malas pasiones de los padres, tiene el Estado que vigilarla, dirigirla y encaminarla por el buen sendero; porque el Estado, aún más que las familias, es el que recoje el fruto de la educación, el que está principalmente interesado en ella.

No hay duda de que la exclusiva influencia del Gobierno puede traer una situación de esclavitud para el pensamiento. Pero ¿no puede traer también funestas consecuencias la libertad de enseñanza? Es preciso que el Estado se halle muy fuertemente constituido para resistir los efectos que á la larga produce esa libertad, sobre todo en los pueblos donde se halla unida á las demás libertades. El espíritu de oposición que prevalece siempre en estos pueblos, se inocula en la enseñanza; y las generaciones se suceden unas á otras con tendencia cada vez más hostil al gobierno existente. De este modo, de cada generación surge un nuevo gobierno; de cada gobierno un nuevo estado de la sociedad, más inquieto, más anárquico; hasta que la sociedad se desmorone, teniendo por fin que apelar á la fuerza para reorganizarse; y ¡sabe Dios de dónde vendrá esa fuerza! La sociedad no perece, pero retrocede. Muchas veces una civilización caduca y pervertida acarree en ella un retroceso a la barbarie; y en estos casos nunca faltan bárbaros a la justicia de Dios, ora los traiga de las regiones septentrionales, ora los saque de las cavernas inmundas que la misma sociedad oculta en sus entrañas.

Si de la esfera elevada de la política, descendemos al terreno puramente académico, la ventaja está toda en favor del gobierno. Sus escuelas, prescindiendo de la tendencia que puedan tener, son siempre las mejores. El gobierno jamás considera la enseñanza como objeto de especulación y lucro; busca los maestros más aptos y los paga mejor para dotar los establecimientos con cuanto necesitan; no transige con la debilidad de los padres ni con la desaplicación de los alumnos; y da cada vez más fuerza á la disciplina escolástica sin la cual no existen buenos estudios ni aprovechamiento. Con la libertad de enseñanza estas escuelas desaparecen; los jóvenes se van en busca de otros establecimientos donde la instrucción es más barata, menos penosa y más pronta, entregándose a especuladores que son los padrinos de todos los métodos empíricos y falsos, de todas las malas semillas que pervierten el entendimiento y ponen la sociedad en peligro; a lo que se agrega la flojedad en los estudios, y la indisciplina, germen de insubordinación y de anarquía.

Así, pues, por cualquier lado que se considere, por el del derecho ó de la conveniencia, al gobierno le corresponde una gran participación en la enseñanza. Y aunque no le correspondiera, se la tomaría, si es cierto, como he dicho en el capítulo anterior, que la cuestión de la enseñanza es cuestión de poder. No se concibe que exista un gobierno bien organizado que no tome a su cargo la Instrucción pública; y así sucederá siempre que no haya en el Estado otro poder que domine al gobierno y que será entonces el que se apodere de ella con muchas peores consecuencias. Si el Estado representa la sociedad, él debe ser quien enseñe; y no hacerlo así, es entregar la educación a merced de los partidos; es no cumplir con una de las más sagradas obligaciones que tiene; es conducir la sociedad á la anarquía ó al dominio de quien no es el Estado y usurpa sus derechos.

Ciertamente, cuando el gobierno llega a ser tiránico, opresor, su influencia en los estudios es funesta, como lo es en todo aquello a que su poder alcanza. ¿Cuál es el remedio para que esto no suceda? El mismo que existe para cuanto está relacionado con la constitución del Estado; el que esta constitución se halle a su vez cimentada en la ancha base de la libertad y de la discusión. Entonces no haya miedo de que la acción del gobierno en la enseñanza sea opuesta al progreso de las luces. El gobierno, en tal caso, no puede comunicarle otra tendencia que la que más conviene á los verdaderos intereses de la sociedad. La libertad y la discusión lo dominan todo, lo impulsan todo y donde quiere aparece la luz que siempre las acompaña. La libertad de la vida, y la discusión coloca al fin las cosas en el lugar que les corresponde, dando á las Instituciones la forma que más en armonía está con la sociedad y la civilización. No hay remedio: ó la libertad está en el centró, ó no hay que buscarla en ninguna parte, aunque á veces ciertas apariencias engañen. El gobierno español intervenía poco en nuestras antiguas universidades; y sin embargo la instrucción pública no era realmente libre en España. Nunca podrá este ramo considerarse de una manera abstracta é independiente de los intereses políticos; y el sistema de enseñanza fluctuará siempre al compás de la constitución de los estados.

En esta imprescindible dependencia, cuanta más libertad dé la constitución al ciudadano, tanta mayor lo habrá en el sistema de enseñanza; y lo único que en tesis general puede decirse, es que igual peligro existe en sujetar esta parte importante de la administración á una idea sola, á una voluntad única, como en entregarla á merced de todas las ideas, de todas las voluntades, de todas las pasiones. No hay principio que, adoptado exclusivamente, no degenere en absurdo: los bienes que le es dado producir sólo nacen de su oportuna aplicación para llevarlo únicamente hasta el punto en que deja de ser útil y se convierte en dañoso; porque la naturaleza, así en lo moral como en lo físico, repugna todo lo absoluto, fundando la armonía y bienestar de cuanto existe, en el perfecto equilibrio de las fuerzas que Dios ha creado para dar vida y concertado movimiento al mundo.

Afortunadamente, el sistema político que nos rige se halla tan lejos de hacer absoluto el poder supremo, como de soltar la rienda á los elementos anárquicos que toda sociedad abriga en su seno. Una prudente libertad domina en nuestras instituciones, y la discusión pública encuentra en el parlamento y en la prensa un ancho campo donde pueden debatirse las cuestiones más arduas y que más interesan a la sociedad. La enseñanza, en semejante régimen, está segura de que, fuera de algunos errores inevitables en cuanto procede de los hombres, adoptará cada vez principios más saludables y seguirá la marcha que mejor convenga á la causa pública. El Gobierno ha debido adelantarse para allanar el camino; y conservando, como era justo, la alta dirección de los estudios, admitió en el plan de 1845, la posible cooperación de los particulares para aquella parte de la enseñanza general en que su intervención puede ser útil, pero con las garantías que le era indispensable exigir en el interés del Estado y de las familias."

Antonio Gil de Zárate
De la Instrucción Pública en España


"Hubo un tiempo en que la libertad de enseñanza existía en España, al menos aparentemente. Todo el que tenía bienes y voluntad para ello, creaba una escuela, redactaba sus estatutos, y le señalaba los estudios que más creía convenir, impetrando unas veces el beneplácito de la Santa Sede, otras el del Monarca, y haciéndolo otras de propia autoridad por una mera disposición testamentaria, según la importancia del establecimiento.

Por lo regular dejaban los fundadores un patrono para administrar las rentas y cuidar de que se aplicasen á su objeto, dándole más ó menos participación en el gobierno interior de la escuela. Los estudios no estaban sujetos á una regla o pauta general, sino á la voluntad del testador ó de los patronos, sin perjuicio, no obstante, del derecho que tenía el gobierno supremo para visitar los establecimientos, derecho de que usaba con frecuencia, sobretodo respecto de las universidades. En estos casos el plan de estudios solía modificarse algún tanto, apartándose lo menos posible de la mente del fundador, pues ya se ha visto hasta qué punto se respetaba. Sólo la facultad de conferir grados se escatimaba, no concediéndose sino á las escuelas que tenían ciertos requisitos; pero áun este rigor se rebajó á tal punto con el tiempo, que llegó á convertirse en prodigalidad. Fuera de esto, el número de fundaciones pare gramática, retórica, filosofía y alguna parte de la teología, era considerable; enseñándose en cada una por diferente método y por personas de distintas condiciones, aunque en lo general pertenecían á la carrera eclesiástica.

Sin recelo se veía este sistema en una época, como aquélla, de unidad en las creencias, así religiosas como científicas, no habiendo alzado aún su frente la reforma, ni roto la filosofía las trabas del escolasticismo. Cuando estos dos poderosos enemigos empezaron á hacerse temibles, adquiriendo robustez y osadía, la Inquisición les salió al encuentro, se enseñoreó del pensamiento, y veló sobre los estudios para que no traspasasen los límites permitidos; y los terribles escarmientos de que fueron víctimas algunos célebres profesores, hicieron cautos á los demás, cortando el atrevido vuelo que, sin el temor de iguales castigos, hubieran tomado en sus conferencias.

No fueron necesarias más reglas ni precauciones, a nadie le ocurrió crear lo que hoy llamamos establecimientos privados, no habiéndose tampoco introducido, por otra parte, en este ramo el espíritu mercantil que hoy los promueve. Los externos acudían á las universidades, seminarios, conventos y cátedras públicas de latinidad; los internos hallaban hasta la conclusión de los estudios gran número de colegios que alrededor de las universidades habían creado piadosos fundadores.

Algunos preceptores de latinidad, sin embargo, fueron abriendo sus aulas en los pueblos, ora auxiliados por los ayuntamientos, ora percibiendo únicamente las retribuciones de los alumnos. Su número creció considerablemente en los últimos tiempos; pero ninguno avanzó hasta la filosofía que se reservaba para ciertas escuelas. Colegios privados de segunda enseñanza, tales como hoy los conocemos, nunca existieron en España hasta el presente siglo, y principalmente hasta la época constitucional; á no ser que en este número se cuenten los de jesuitas y escolapios; aun estos últimos se limitaban a las primeras letras y a la gramática latina."

Antonio Gil de Zárate
De la Instrucción Pública en España



"No se crea sin embargo que voy a presentar una historia completa de la Instrucción pública en España. A tener este intento, otro hubiera sido mi plan, otras mis investigaciones, otro el tiempo empleado en la redacción de la obra, otro el título que le pusiera. La parte histórica no es más que en ella un accesorio; y la conveniencia de publicarla cuanto antes, ni mis habituales ocupaciones me permitían hacer otra cosa. Aun así, no habiendo tenido hasta hace pocos meses a mi disposición sino cortísimos momentos de ocio, han transcurrido tres años desde que la empecé. Debo, por lo tanto hacer una advertencia; y es que habiéndome propuesto, por razones personales, terminarla en la época en que dejé de ser director, a esa época se refiere todo lo que digo, y ha de considerarse el libro como escrito a principios de 1852.
[...]
El predominio de la teología y de la jurisprudencia, unido al odio que los partidarios del oscurantismo profesaron siempre a los adelantamientos modernos, tenían envilecidos y ahogados entre nosotros los estudios filosóficos.
[...]
El campo de la filosofía será siempre, en efecto, el palenque donde se den los más terribles combates los partidarios de la civilización y del retroceso.
[...]
Porque, digámoslo de una vez, la cuestión de la enseñanza es cuestión de poder: el que enseña, domina; puesto que enseñar es formar hombres, y hombres amoldados a las miras del que los adoctrina. Entregar la enseñanza al clero, es querer que se formen hombres para el clero y no para el Estado; es trastornar los fines de la sociedad humana; es trasladar el poder de donde debe estar a quien por su misión misma tiene que ser ajeno a todo poder, a todo dominio; es en suma, hacer soberano al que no debe ser."

Antonio Gil y Zárate
De la instrucción pública en España


ROBERTO Ahora escucha.
ARTURO Escucho.
ROBERTO ¿Tendrías alma 
para presentar tu mismo
ese veneno a una dama?
ARTURO ¿A esa Rosmunda?
ROBERTO Esa misma.
ARTURO ¿Por qué no?
ROBERTO ¡Bueno!
ARTURO Allá en Asia,
siendo esclavo del Soldán, 
se lo presenté a Rojana,
y ser libre me valió.
ROBERTO Aquí recompensas altas
te esperan, si...
ARTURO Vamos pronto:
a obrar, y menos palabras. 
¿Dónde está Rosmunda?
ROBERTO Al punto
haré que aquí te la traigan.
ARTURO Id, pues...
ROBERTO (Aparte.) Logré mi designio.
Poco ha de tardar: aguarda.
(Alto y vase.)
ARTURO Sí, con la muerte debiera
espiar su negra infamia.
Cuando nuestro amor primero
por otro amor olvidaba,
pensé que al menos su pecho, 
ardía en lícita llama;
pero la vil admitía
caricias de un monarca
y al brillo de la opulencia
su virtud sacrificaba. 
Al fin, el cielo castiga
la liviandad de esa ingrata;
y quiere... Mas hela aquí.
¡Cuál me estremezco al mirarla!

Antonio Gil y Zárate
Rosmunda










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