Chuah Guat Eng

"El color amarillento de su piel tomó por sorpresa a Siew Hoon. Y aquel brillo acerado. Durante un terrible instante creyó ver caer gotas de sudor en su labio superior y se asustó lo suficiente como para tratar de verlo más de cerca. Mirando a través de la ventana de cristal de la tapa del ataúd, su mirada se posó lentamente desde el pecho hasta la nariz y los párpados, por si acaso. Había sido muy tonta. Por supuesto, él llevaba muerto tres días. Estaban esperando que Betty, su única hija, llegara a casa para el funeral. Así que incluso si hubiera habido un error...
Siew Hoon siempre había pensado en él como un hombre guapo, el esposo de su séptima y más joven tía. Cuando era niña, solía pensar en él como el segundo hombre más guapo del mundo. El más guapo, por supuesto, era su padre. No era demasiado sorprendente, en realidad. Hasta que cumplió los trece años, su séptimo tío había sido el segundo hombre más importante de su vida.
Ella y su prima Betty habían nacido casi tan pronto como la guerra había terminado, las más jóvenes en su generación, concebidas por sus madres a través de los últimos y difíciles meses de la ocupación japonesa como talismanes contra la muerte y la desesperación. Para su hermana y sus primos, todos nacidos antes de la guerra, eran los bebés, y aún era así, a pesar de ser ahora mujeres de mediana edad y menopáusicas. Era cierto que algunos de sus primos anteriores a la guerra tenían edad suficiente para ser sus padres. Pero Siew Hoon pensaba a menudo que la verdadera razón por la que siempre serían bebés era que no habían conocido la guerra, no habían tenido que interrumpir sus estudios ni que aprender japonés. Y nunca tuvieron que comer tapioca todos los días. Por esa inocencia habían sido sin duda tratadas con mayor benevolencia por los mayores.
Siew Hoon pasó muchas de sus vacaciones escolares con Betty. Amaba esos días de fiesta: comer fuera casi todos los días en restaurantes diferentes, cada uno elegido para una especialidad en particular, las cantidades interminables de libros de historietas y ver películas casi todos los días porque su séptima tía tenía un trabajo en una revista cinematográfica local y recibía frecuentemente entradas de cine por cortesía. Por extraño que parezca, nunca se sintió especialmente cercana a su familia y cuando sus primos siguieron su propio camino, sus vidas se desasieron. Betty se fue a un internado en Irlanda. Sus padres esperaban que fuera a la Universidad, pero en lugar de eso se casó y se mudó a Canadá, donde se estableció. Siew Hoon se unió al Cuerpo Diplomático poco después de graduarse en la Universidad, nunca se casó, y nunca se estableció en lugar alguno. Y así se perdió el contacto entre ambas.
No fue hasta muchos años después que vio a sus tíos de nuevo. Fue en 1990, ella tenía ya cuarenta y cinco años. Recordaba el año porque le pareció significativo que representara exactamente el doble de su edad. En toda Europa, el deshielo de la Perestroika estaba comenzando a arraigarse. En el sudeste asiático, los nuevos tigres estaban comenzando a entrar en acción. Malasia estaba saliendo de una recesión hacia una nueva era de industrialización. En cuanto a ella, estaba en una encrucijada, con edad suficiente para optar a la jubilación anticipada, pero no demasiado mayor-podría comenzar su propio negocio, tal vez incluso casarse. El futuro se presentaba extraordinariamente brillante en aquel tiempo.
Al llegar a casa, su hermana Didi le contó que la séptima tía había estado enferma y le sugirió que la llamara. Didi siempre había tratado de estar en contacto con sus familiares. Durante esa visita, se enteraron de que Betty casi nunca escribía a sus padres y de que había vuelto a casa una sola vez en todos aquellos años. Después de haber perdido recientemente sus propios padres, Siew Hoon comenzó a llamarles siempre que podía, tratando de compensar la ausencia de Betty, asumiendo el papel de hija adoptiva."

Chuah Guat Eng
El séptimo tío



"No pasé la Navidad con los Templeton. Me fui a casa en su lugar. Mi padre, que había estado mal de salud desde hacía algún tiempo, se descubrió que sufría de cáncer de hígado. Los médicos no le daban mucho tiempo de vida, y mi madre quería que yo pasase sus últimos meses con él.
Le escribí a Michael desde casa de mis padres en Kuala Lumpur para hacerle saber la situación, y para informarle de que lo vería en Ulu Banir antes de regresar a Europa. Él llamó por teléfono para decir que me iba a visitar. Pero yo le detuve, diciendo que mi padre estaba muy enfermo y que iba a estar demasiado preocupada. Yo era consciente de la falsa impresión que le había dado la situación financiera de mi familia y estaba ansiosa por no ser descubierta. Mi padre murió.
Me gustaría poder decir que me dolió. No puedo. Yo sólo tenía conciencia de que me abrumaba un gran alivio cuando murió. Odiaba tener que visitarlo en el hospital, tener que sentarme al lado de su cama, tener que verlo entre el estado somnoliento ocasionado por los medicamentos y el dolor de los momentos de vigilia. Odiaba el olor del hospital, el olor de su enfermedad, el olor de su muerte inminente. Odiaba no permitirme a mí misma llorar, que era lo que en realidad quería hacer cada vez que lo veía en la cama, apenas un atisbo de lo que solía ser. Odiaba tener que soportar todo esto sola, en vez de compartir la carga con mis hermanos, hermanas, tíos, tías, primos, sobrinos, nietos, quien sea.
Fue mi primera experiencia directa de la muerte y yo no podía entender su relación conmigo. Recuerdo ahora sólo mi enojo y mi resentimiento, como si mi padre se hubiera enfermado y muerto a propósito, sólo para hacerme pasar un mal rato.
Me fui a Ulu Banir en Cap Goh Meh, el último día de la fiesta del Año Nuevo chino, viajé en tren a Ipoh, donde al parecer me encontraría con Karuppiah, el conductor de Jonathan Templeton.
Era la primera vez desde mi regreso que había tenido la oportunidad de ver el país. Había cambiado. Había señales de industria y prosperidad por todas partes. Aunque odiaba el aspecto un tanto enfermizo que los motores del progreso habían arrastrado.
Cuando el tren dejó el valle industrializado de Klang, pude ver, sin embargo, un mundo que había conocido brevemente de niña y mi pensamiento voló hacia el recuerdo de mi abuela.
Apenas la había conocido. Mi relación con ella se había limitado a unas breves vacaciones escolares pasadas en su casa. Sin embargo, ella me había legado todas sus posesiones mundanas cuando murió, por lo que pude salir del país, y si así lo deseaba, llegar a ser una ciudadana del mundo."

Chuah Guat Eng
Ecos del silencio











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