Egito Gonçalves

Nocturno

En la noche del jardín, el viento
compone para chopo y jacarandá
un allegro vivace
música de fondo que se insinúa
en el crepitar de la leña
mientras interrogas el poema y a mí
que te acaricio el tobillo
perdido en el arcoiris de la alfombra. Respondo
con la yema de los dedos, telefoneo
por tu piel, veo
en tus ojos la respuesta
llegar a su destino. El ágil 
trayecto de la mano asume
- en medio del verso –
la imagen cuestionada. El placer
de la caricia es perceptible
en el poema, en el modo
como ahora lo lees, como le contornas
el propio tobillo,
sintiendo al mismo tiempo
mi mano que habla de la armonía
entre lo intelectual y lo sensual – mano
insaciable que ya domina la rótula
avanza
por el sonido de las palabras
hasta el fondo encrespado donde la lengua
del poema
y tu alma se ovillan.
Las imágenes de los versos se fragmentan
en un canto de amor
son ahora
sílabas centelleantes que burbujean
en las aguas profundas de la piel. 
Tu hombro sabe que su desnudez
es objeto del poema.
Cuando tiras del vestido
- por el hombro –
tu cuerpo sabe que las palabras
se refugian
en el reverso de tu piel.
Y mi cuerpo sabe
que las palabras te pertenecen,
se rozan en el deseo,
exhiben la incoherencia del delirio
que desciende de tu hombro
hacia la música
del silencio que hará el poema.

Te dedico palabras; apenas 
señales de una intensidad,
una piel suave
que nunca podría describir, la puerta
que se abre cuando el hombro
se suelta del vestido
que dibuja en el piso
un gemido de amor; el sonido
de la alegría, el
visible reflejo que capta
y expande
toda la luz secreta del poema.

Egito Gonçalves



Que sea otro el tema, donde el mar comienza. 
¿La aventura es el mar o esa forma 
que se forma después, que va a vivir 
en la memoria de los días? Una isla recuerdo 
adonde el mar me llevó y del conocimiento 
me abrió varias puertas. El océano 
comenzaba antes, acababa después, allí 
sólo proseguía, meciéndome en sus noches 
de velas recogidas, de fáciles piñas, 
de altos mástiles tocados de añoranza 
cintilante como la estela de la luna. 
Más tarde supe que estaba sin trabajo 
pues no había Indias ni de infantas 
el premio de una sonrisa. Pero combates 
había para otros, torpedos y cañones 
lejos no andaban. De aquella guerra 
sólo yo fingía ser. Anclado velero 
pensaba yo la isla, verde como el eslogan, 
en ella sin las náuseas que sobre el mar 
me atacaba en los navíos de la Insulana. 
Marinero yo no era. El mundo antiguo 
se vivía en los libros, reproducciones offset 
multiplicaban los atlas, algunos poetas 
bañarían en Grecia sus poemas. Yo, 
estaba allí, parado en el tiempo, donde 
el mar comenzaba y acababa, esperando 
que en la plaza de la Matriz el reloj del sueño 
tañese su regreso. Mi casa 
estaba a oriente, allí acabaría 
para mí el mar, y,  sólo cuando desde la playa 
lo viese, la imaginación podría murmurar 
que a mis pies comenzaba y del viaje 
sería excluido. Un rostro sin secretos 
que las mareas negras enferman y me saluda 
cuando el avión desciende y los motores despedazan 
un mar de nubes que se deshace y recomienza. 

Egito Gonçalves



Sitiados

Esta ciudad es la postrera ciudad...
sus muros derruidos están cercados:
los cañones truenan a través de los mapas.

Nuestra imagen es revelada por los ventanales,
Paseando por las calles con las manos enlazadas
Somos la última valiosa trinchera.

Unidos en la lucha
renovamos el cristal de la esperanza.

Los estruendos adornan la sonrisa,
prende el íntegro mensaje de un futuro
aislado de polvo y lágrimas.

Egito Gonçalves



Tu hombro sabe que su desnudez
es objeto del poema.
Cuando tiras del vestido
-por el hombro-
y tu cuerpo sabe que las palabras
se refugian en el reverso de tu piel
Y mi cuerpo sabe
que las palabras te pertenecen,
se rozan en el deseo,
exhiben la incoherencia del delirio
que desciende de tu hombro
hacia la música
del silencio que hará el poema.

Te dedico palabras; apenas
señales de una intensidad
una piel suave
que nunca podría describir, la puerta
se abre cuando el hombro
se suelta del vestido
que dibuja en el piso
un gemido de amor; el sonido
de alegría, o su visible reflejo que capta
y expande
toda la luz secreta del poema.

Egito Gonçalves



Un día no estaré. Cuesta
escribir esto. La ciudad me tendrá
perdido, las cosas que llamé mías
estarán dispersas,
algunas vivirán aunque amadas
por quien amé. Pienso en eso cuando sé
que no subiría hoy las escaleras
de Barredo. No siquiera las de Vitória,
parándome a descansar para observar
el paisaje que el río anima, ese que miré
tantas veces sin perder la respiración.
Ni consideraría atravesar el Montemuro
Para un cocido grasoso en Gralheria.
Un día no estaré. Es lo normal.
En mi lugar del café –el mirar
ausente el paisaje- dejaré
algunas cartas, algunos inéditos
en la Compaq (en otro tiempo quedarían
en la gaveta), cosas sin importancia,
o que sólo la tendrían para mí. Estaré
en ningún lugar, seré un retrato
en la pared y no habrá lugar
para cualquier dolor, oh Drummond.

Egito Gonçalves














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