Fray Diego Tadeo González

A la paz

La guerra por un caso inevitable
invadió la Española Monarquía,
juzgando que aceptada, acabaría
de una vez con la gente miserable,

y rehusada, al Monarca respetable
la gloria militar rebajaría.
El pueblo frece a Carlos a porfía
dones mil del tesoro inagotable

de su amor; y por Carlos negociada,
viene la paz con palma de victoria.
La guerra cruel corriendo apresurada

tantos despojos deja en nuestra tierra,
que Carlos de la paz saca la gloria
y el pueblo la abundancia de la guerra.

Fray Diego Tadeo González



A Melisa

Yo vi una fuentecilla
de manantial tan lento y tan escaso
que toda el agua pura que encerraba
pudiera reducilla
al recinto brevísimo de un vaso.
Del pequeño arroyuelo que formaba,
por ver en qué paraba
el curso perezoso fui siguiendo,
y vi que sin cesar iba creciendo
con el socorro de agua pasajera
en tal forma y manera
que cuanto lo he intentado
ya no pude pasar del otro lado.

Yo vi una centellita
que por caso a mi puerta había caído,
y de su pequeñez no haciendo cuento,
me fui a dormir sin cuita;
y estando ya en el sueño sumergido
a deshoras, ¡ay cielos!, sopla el viento,
y excita en un momento
tal incendio que el humo me dispierta;
la llama se apodera de mi puerta
y mis ajuares quema sin tardanza;
y yo sin esperanza,
confuso y chamuscado,
sólo pude salir por el tejado.

Yo vi un vapor ligero
que al impulso del sol se levantaba
de la tierra, do apenas sombra hacía.
no hice caso primero;
mas vi que por momentos se aumentaba,
y luego cubrió el cielo, robó el día,
y al suelo descendía
en gruesos hilos de agua que inundaron
mis campos y las mieses me robaron;
y a mí que en su socorro fui a la era
me llevó la ribera
do hubiera perecido
si no me hubiese de una zarza asido.

En fin, yo vi en mi pecho
nacer tu amor, Melisa, y fácil fuera
en el principio haberlo contenido;
mas poco satisfecho
con ver su origen, quise ver cuál era
su fin; y de mi daño no advertido,
hallo un río crecido,
que a toda libertad me corta el paso;
hallo un voraz incendio en que me abraso;
hallo una tempestad que me arrebata,
y de anegarme trata.
¡Ay, con cuánta inclemencia
Cupido castigó mi negligencia!

Fray Diego Tadeo González


A un orador contrahecho, zazoso y satírico

Botijo con bonete clerical,
que viertes la doctrina a borbollón,
falto de voz, de efectos, de emoción,
lleno de furia, ardor y odio fatal;

la cólera y despique por igual
dividen en dos partes tu sermón,
que, por tosco, punzante y sin razón,
debieras predicárselo a un zarzal.

¿Qué prendas de orador en ti se ven?
Zazoso acento, gesto pastoril,
el metal de la voz cual de sartén,

tono uniforme cual de tamboril.
Para orador te faltan más de cien;
para arador te sobran más de mil.

Fray Diego Tadeo González


Delio y Melisa

¡Ay Melisa! El vivir sin esperanza
Ha causado este trueque tan estraño.
De tu mudanza nace mi mudanza.
Antimio me ha traido el desengaño
De que todo tu amor fingido era:
Antimio me ha sacado del engaño
Luego .que á pacer vino esta ribera
Con su ganado ayer. ¡O suerte impía!
¡Quién de tí tal mudanza presumiera!
Antes de su llegada Yo leía
En tu semblante toda mi ventura.
Tu mirar alhagüeño me decía:
Tuya soy, Delio mío y con dulzura
El fuego de tu pecho ponderabas.
¿Quántas veces dexaste á la ventura
Los amados Corderos que guardabas.
¿En medio de la siesta amarizados?
Y luego de la mano me tomabas,
Y por los matorrales intrincados
Me llevabas diciendo: ven conmigo
Tú solo, Delio mío, que sentados
Donde el bosque se estrecha en lazo amigo,
En tanto que sestean los pastores,
Cantarémos á solas sin testigo
¿Con gusto y con placer nuestros amores?
Testigo es de aquel roble la rudeza,
Que al tiempo hará inmortales tus favores
Pasados; pues cediendo su dureza
De agudo pedernal al golpe fuerte.

Fray Diego Tadeo González



El murciélago alevoso

Estaba Mirta bella
cierta noche formando en su aposento,
con graciosos talento,
una tierna canción, y porque en ella
satisfacer a Delio meditaba,
que de su fe dudaba,
con vehemente expresión le encarecía
el fuego que en su casto pecho ardía.

Y estando divertida,
un murciélago fiero, ¡suerte insana,
entró por la ventana!
Mirta dejó la pluma, sorprendida,
termió, gimió, dio voces, vino gente;
y al querer diligente
ocultar la canción, los versos bellos
de borrones llenó, por recogellos.

Y Delio, noticioso
del caso que en su daño había pasado,
justamente enojado
con e fiero murciélago alevoso,
que había la canción interrumpido,
y a su Mirta afligido,
en cólera y furor se consumía,
y así a la ave funesta maldecía.

“Oh monstruo de ave y bruto,
que cifras lo peor de bruto y ave,
visión nocturna grave,
nuevo horror de las sombras, nuevo luto,
de la luz enemigo declarado,
nuncio desventurado
de la tiniebla y de la noche fría,
¿Qué tienes tú que hacer en donde está el día?”

“Tus obras y figura
maldigan de común las otras aves,
que cánticos suaves
tributan cada día a la alba pura;
y porque mi ventura interrumpiste,
y a su autor afligiste,
todo el mal y desastre te suceda
que a un murciélago vil suceder pueda”.

“La lluvia repetida,
que viene de lo alto arrebatada,
tan solo reservada
a las noches, se oponga a tu salida;
o el relámpago pronto reluciente
te ciegue y amedrente;
o soplando del Norte recio el viento
no permita un mosquito a tu alimento”.

“La dueña melindrosa,
tras el tapiz do tienes tu manida,
te juzgue inadvertida
por telaraña sucia y asquerosa,
y con la escoba al suelo te derribe;
y al ver que bulle y vive
tan fiera y tan ridícula figura
suelte la escoba y huya con presura”.

“Y luego sobrevenga
el juguetón gatillo bullicioso,
y primero medroso
al verte, se retire y se contenga,
y bufe, y se espeluce horrorizado,
y alce el rabo esponjado,
y el espinazo en arco suba al cielo,
y con los pies apenas toque al suelo”.

“Mas luego recobrado,
y del primer horror convalecido,
el pecho al suelo unido,
traiga el rabo del uno al otro lado,
y cosido en la tierra, observe atento;
y cada movimiento
que en ti llegue a notar su perspicacia
le provoque al asalto y le dé audacia”.

“En fin, sobre ti venga,
te acometa y ultraje sin recelo,
te arrastre por el suelo,
y Acosta de tu daño se entretenga,
y por caso las uñas afiladas
en tus alas clavadas,
por echarte de si con sobresalto,
te arroje muchas veces a lo alto”.

“Y acuda a tus chillidos
el muchacho, y convoque a sus iguales
que con los animales
sueles ser comúnmente desabridos;
que a todos nos dotó naturaleza
de entrañas de fiereza,
hasta que ya la edad o la cultura
nos dan humanidad y más cordura”.

“Entre con algazara
la pueril tropa, al daño prevenida,
y lazada oprimida
te echen al cuello con fiereza rara;
y al oirte chillar alcen grito
y te llamen maldito;
y creyéndote al fin del diablo imagen
te abominen, te escupan y te ultrajen”.

“Luego por las telillas
de tus alas te claven al posti¡go,
y se burlen contigo,
y al hocico te apliquen candelillas,
y se rían con duros corazones
de tus gestos y acciones,
y a tus tristes querellas ponderadas
corrspondan con fiestas y carcajadas”.

“Y todos bien armados
de piedras, de navajas, de agijones,
de clavos, de punzones,
de palos por los cabos afilados
(de diversión y fiestas ya rendidos),
te embistan atrevidos,
y te quieten la vida con presteza,
consumando en el modo su fiereza”.

“Te puncen y te sajen,
te tundan, te golpeen, te martillen,
te piquen, te acribillen,
te dividan, te corten y te rajen,
te desmiembren, te apartan, te degüellen
te hiendan, te desuellen,
te estrujen, te aporreen, te magullen,
te deshagan, confundan y aturullen”.

“Y las supersticiones
de las viejas creyendo realidades,
por ver curiosidades,
en tu sangre humedezcan algodones,
para encenderlos de la noche oscura,
creyendo sin cordura
que verán en el aire culebrinas
y otras tristes visiones peregrinas”.

“Muerto ya, te dispongan
el entierro, te lleven arrastrando,
gori, gori, cantando,
y en dos filas delante se compongan;
y otros, fingiendo voces lastimeras,
sigan de plañideras,
y dirijan entierro tan gracioso
al muladar más sucio y asqueroso;

y en aquella basura
un hoyo hondo y capaz te faciliten,
y en el te depositen,
y allí te den debida sepultura;
y para hacer eterna tu memoria,
compendiada tu historia
pongan en una losa duradera,
cuya letra dirá de esta manera:
(Epitafio)
Aquí yace el murciélago alevoso
que el sol horrorizó y ahuyentó el día,
de pueril saña triunfo lastimosos,
con cruel muerte pagó su alevosia;
no sigas, caminante, presuroso,
hasta decir sobre esta losa fría:
Acontezca tal fin y tal estrella
a aquel que mal hiciere a Mirta bella”.

Fray Diego Tadeo González















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