Hakan Günday

“Creo en la posibilidad de la redención. Exige tanto esfuerzo que es difícil llegar a una redención que dure toda la vida. Lo que sí se puede es llegar a momentos de redención, porque la redención exige una cosa muy difícil que es mirarse en el espejo y ver claramente lo que uno es. Cuando nos miramos en el espejo en realidad lo que miramos es el espejo en sí, y no nuestro propio reflejo. Ver nuestro reflejo requiere años y años de esfuerzo intelectual y afectivo y poder llegar más allá del objeto y ver lo que somos. La sensibilidad es un músculo. La redención es posible porque es ahí cuando empiezas a entrenar a trabajar tu sensibilidad, leyendo, escuchando, mirando y buscando tú mismo la información.”

Hakan Günday



"De pequeño, a menudo decía: ‘¡Cuando sea mayor me quedaré solo!’. ¡Hecho, estaba solo! Pero era prisionero de mi soledad. Todo lo que quería era un lugar aislado donde poder refugiarme. Lejos de Ahad y de sus clandestinos…"

Hakan Günday
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“Después de haber vagado durante años por varios pasillos de las universidades, me sentí completamente perdido en la vida. Y en un momento de desesperación, me vino la idea de escribir. Yo, que no había escrito ni un poema ni un cuento antes, iba a escribir una novela. Todo lo que quería era escapar de la realidad mediante la creación de vidas ficticias. Pero pronto, tras escribir las primeras páginas me di cuenta de que la escritura era la mejor manera de pensar. Es la mejor herramienta para familiarizarse con uno mismo y por lo tanto con la humanidad. Tenía 24 años de edad. Yo, que nunca escribí para escapar de la realidad, corría tras ella… ¡Como un perro rabioso!”

Hakan Günday


“Hay millones de personas que se han convertido en una herramienta política para ambos lados. El ser humano ha perdido su calidad y sus vidas las han convertido en objeto.  Ese convenio es otra manera de mentirnos a nosotros mismos.”

Hakan Günday


"Lo que mejor se vende es el miedo, luego puedes comprar odio."

Hakan Günday


"Necesité dos horas para enterrar al pequeño hombre. Una para cavar el agujero y otra para taparlo. Fue así como un año antes mi padre había enterrado a Cuma. Yo le había preguntado: «¿Y si viene alguien?», pero él me contestó: «No tengas miedo, nosotros no enterramos a un muerto, ¡tapamos un agujero!». En efecto, cavar y tapar un agujero era cosa de dos horas. Si se hubiera tratado de enterrar a un muerto, si hubiese pensado por un instante que estaba enterrando a un ser humano, aquello habría durado al menos un siglo. Sobre todo sabiendo que había sido yo quien había causado su muerte... Por esta misma razón mi padre se había mostrado sereno mientras enterraba a Cuma. Él era responsable de su muerte pero no había sido él quien lo había matado... Era lo mismo conmigo. Yo no había matado al pequeño hombre. Era completamente responsable de su muerte pero no había participado en su linchamiento ni había observado en silencio cómo se desarrollaba. ¡Lo que había empujado a Rastin a la prisión, impidiéndole ir a la universidad de Estambul para terminar su licenciatura, era el Destino! ¡Y el destino era yo! Yo era la suma de las condiciones de vida de esa gente. Y el resultado de esa suma era un cero, un cero inmenso, suficientemente grande como para contenernos a todos. ¡Un cero tan grande como el anillo de Saturno! Y justo por eso no sería yo quien iba a oír la voz de aquel pequeño hombre durante el resto de mi vida. Sería Rastin. A partir de ese momento, él tendría también su Cuma, un pequeño hombre que renacería en cada instante y le haría sentirse atosigado en todas las islas desiertas. Porque aquellos que lo habían golpeado hasta la muerte eran sordos. Hacía tiempo que sus tímpanos estaban tan perforados como sus conciencias. La voz del pequeño hombre, rebotando en los oídos de todos aquellos sordos, terminaría tarde o temprano por alcanzar el espíritu de Rastin. Todo esto lo sabía porque recordaba como maté a Cuma. Simplemente porque quería joder a mi padre, no me levanté para encender la ventilación. Era lo mismo con Rastin. Simplemente porque odiaba al pueblo no intervino en el linchamiento. Quería, de un solo golpe, precipitar al pueblo hacia el pozo sin fondo de la culpabilidad. Pero se había equivocado: era el único en aquel depósito capaz de sentir remordimientos. Si los otros lo hubieran sido, no se habrían quedado mudos cuando Rastin y sus camaradas fueron encerrados en prisión o dieron su vida. Aunque no los escucharan, habrían podido por lo menos abrir la boca para vomitar en las calles por donde arrastraban a Rastin encadenado. Pero no recuerdo haber visto nunca en la tele una historia de vómito colectivo en Afganistán. Y la voz de ultratumba del pequeño hombre, sin otra posibilidad, solo perseguiría a Rastin. A fin de cuentas, los fantasmas lo sabían todo. Reconocían quién era un muro de carne y quién un ser humano, se insinuaban a los humanos y les susurraban a la oreja todo lo que sabían."

Hakan Günday
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“No me había dado cuenta de la influencia de la presencia de los grandes autores rusos, es probable que ocurra porque el arte en todos los sentidos, la forma en la que funciona, es la inspiración, y la inspiración es un músculo. Es decir que intentas elaborar o intentas personalizar una idea o un estilo que existe desde hace siglos…”

Hakan Günday


“Reflexionaba sobre la relación entre el individuo y el grupo y miraba a mi alrededor. Había afganos o iraquíes que querían atravesar mi país, pero eran invisibles. Solo se hablaba en cuatro líneas de la prensa. Un día pensé: Puedes ser profesor de matemáticas, puedes ser jardinero, puedes ser lo que sea, pero cuando echas la llave de tu casa para marcharte, para convertirte en un emigrante clandestino, todo lo que hayas aprendido en tu vida ya no sirve para nada una vez comienzas el camino de la migración. Así que te encuentras en un grupo de gente, cada uno con su oficio, pero oficios que ya no sirven para nada. Entonces te ves obligado a ceder toda la autoridad a un desconocido que es el pasador, el traficante de personas porque es el único que sabe qué sucederá en el minuto siguiente. Esas son las circunstancias ideales para que se cree una dictadura.”

Hakan Günday



"Se rieron de lo tonta que era su conversación. Los ocupantes del asiento trasero no mostraron el más mínimo interés por las voces que les llegaban, como si se encontrasen en un lugar diferente y en una distinta franja horaria. Se contentaban con observar a través del cristal aquellas vidas tan dispares que en sus mentes se asemejaban a la olvidada existencia y a la sucia y abigarrada cocina del desastrado cocinero de un palacio y que evocaban en ellos cosas que ya habían visto antes.
A Bárbaros se le dio por pensar que todas las ciudades del mundo detestan a todas esas personas que recuerdan a monstruos informes de ciencia ficción y se le vino a la mente que el gran maestro capaz de crear esos monstruos es Henri Giger.
Hakan era mentiroso, traicionero, estafador y colonizador y se acordó del ginebrino Henri Dunant quien, a pesar de enloquecer en sus últimos días, le había dado al mundo la Cruz Roja. En 1864 Henri Dunant, tras complotarse con el General suizo Guillaume-Henri Dufour en tiempos del dominio del Imperio Otomano para llevar a cabo el traslado de población judía y cristiana a Palestina y de apropiarse de cientos de miles de metros cuadrados en Argelia con el dinero de socios europeos con el objetivo de hacer realidad allí el mundo imaginario en el que él habitaba, fue el arquitecto de la Convención de Ginebra e incluso hoy en día desconocemos cómo consiguió convencer a dieciséis estados para que enviaran otros tantos desconocidos representantes y aportaran su grano de arena. En 1901 Dunant recibió de manos de este hombre de guerra el primer Premio Nobel de la Paz y falleció nueve años después en una clínica de desagradable aspecto cuyos muros estaban pintados con los colores del hambre y el olvido. Por un momento, Hakan se asemejó a este hombre. Tanto bueno como malo, hermoso y horrible. La única diferencia entre ellos es que él, al contrario que Dunant, no había llegado ni a ponerse en marcha. Aunque Hakan poseía un catálogo de sueños que no desmerecía del de Dunant nunca había hecho el más mínimo esfuerzo por llevarlos a la práctica y despreciaba a los que sí lo hacían. Por lo tanto, era al mismo tiempo peor y mejor que Henri Dunant, y también más hermoso y más horrible. Hakan se encontraba simplemente en una carretera que le llevaba a una ciudad llamada Estambul, en el interior de un Audi que era el fruto de una delicada relación y que no les pertenecía ni había sido adquirido con su dinero. Si el río Danubio dividía la capital húngara en Buda y Pest, el Bósforo separaba a Hakan del resto del mundo. Entre ellos se interponían los petroleros. Hakan, que no perdía de vista por el rabillo del ojo las luces de los barcos empapados por todas partes con la única excepción de la carga que llevaban y de su tripulación, se dio cuenta de que la ceniza ardiente del cigarrillo que sostenía entre los dedos índice y corazón se desprendía y una fina columna de humo flotaba ante sus ojos."

Hakan Günday
Bastardo








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