Henri Ghéon

"Aprendí esa profesión (la de médico) para asegurarme la independencia, y ejercí de médico durante ocho años con lealtad, aunque sin pasión."

Henri Ghéon


"Comencé a leer el Evangelio el mismo día del mayor bombardeo sufrido en nuestra zona. Cuando se hizo la calma, leí en San Mateo: “Ella concebirá y dará a luz un hijo a quien pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados”. ¡De sus pecados! Lo confieso con dolor: hasta ese momento, la figura de nuestro Señor me resultaba desconocida. No medía la profundidad de su amor, de su pobreza, de su pureza, ni siquiera de sus sufrimientos. El Dios que amaba era un Dios de gloria y de triunfo, y no un Dios de miseria y de humildad. ¡Y pensar que sufrió, y el céntuplo! Como veo que sufren mis hermanos a mi alrededor. ¡Un Dios ha sufrido todo eso!». Y un poco más tarde: «¡Oh!, triste bruma de noviembre, barro helado, combates inciertos. La señora Dupouey me ha propuesto las Meditaciones sobre el Evangelio de Bossuet. Le he contestado a vuelta de correo: “Mi fe se hace ávida, pero no se decide a rendirse. ¿Por qué cambiar, Señor?, ¿acaso no estoy cerca también de ti?, ¿no he hecho meritorios esfuerzos?, ¿qué más necesitas?”."

Henri Ghéon


"Con todo ese veneno en sus fibras, ¿cómo podía vencer, vencer la alegría y el dolor? ¡Oh, delicias sin nombre de un corazón que se abre y renuncia a sí mismo! He confiado todo a un hombre, y Dios me contesta: “¡Vaya en paz!”. Cuando se levanta, tiene veinte años menos, veinte años de pecados. Un gozo desconocido lo transporta."

Henri Ghéon



"Cuando los que más se sorprenden de mi cambio exclaman indignados: “¿Ya no es usted un espíritu libre?”. Contesto: No, amigos míos, ya no soy libre de mí mismo, de lo que me alegro en el fondo de mi alma. Dios me ha dado un intérprete de su elección; leeré a Dios con los ojos de otro, como lee la Iglesia, como leía Dupouey."

Henri Ghéon



"Desde entonces sólo me preocupa una cosa: preparar mi confesión general. Hay que entrar en la cloaca, revolverla, vaciarla, rascarla hasta el fondo. ¡Horror! Encuentro de todo en mí. Puede que no haya ni un mandamiento de Dios o de la Iglesia al que no haya faltado de cerca o de lejos, en mi existencia sin reglas. Acudo a la cita tembloroso como un condenado."

Henri Ghéon


"(El arte) recoge el cetro de Dios, que se ha quedado sin herederos. La belleza en todas sus formas —literatura, música, pintura— es la dama a la que debe servir el artista."

Henri Ghéon


"En San Marcos, donde Cristo expiraba en la cruz y donde la Virgen esperaba al Ángel en un pasillo desnudo y silencioso, incluso nuestros sentidos poseían alma. El arte ya me había transportado antes, pero nunca tan alto."

Henri Ghéon


"Grito del corazón! ¡Grito del corazón! Ese es el grito de Dios."

Henri Ghéon


"Representa el Evangelio desde el púlpito. Lanza a la cabeza de sus oyentes todos los excesos de los Santos: San Juan de Dios, que se hacía pasar por loco para ser despreciado por los hombres; San Benito, que hacía andar a San Mauro sobre el agua; San Vicente Ferrer y sus milagros más espectaculares… Se advertía en él la voluntad irreductible de librar a la fe del naturalismo escéptico con el que se combina en el alma de los mejor dispuestos.
¡Cuentos para niños! Pero, como un niño que era, el Padre Vianney creía firmemente en ellos y quería que se creyera como él mismo. «Volverse semejantes a niños» era nada menos lo que proponía a sus Oyentes incrédulos. Luego, invocando su propia experiencia, aunque sin mencionarse por otra parte, hacía saber al mundo que se creía muy listo y muy liberado, que el Evangelio continuaba y continuaban la Iglesia, la Santidad y los milagros.
Los trajes de cuello de terciopelo, las levitas ceñidas al talle, los sombreros llenos de plumas en la cabeza de las señoras y los sombreros de seda en las manos de los caballeros, en medio de las blusas y las zamarras de hombres y mujeres del campo, temblaban de un extremo a otro de la iglesia, al soplo inesperado de aquellas verdades paradojales.
Cuando el Padre Vianney, con su voz que se dice que era débil y penetrante, había hablado y gritado, maldecido, bendecido y llorado bastante, descendía del púlpito. Entonces, todo el mundo se precipitaba hacia él, intentando tocar sus manos y sus ropas. No se tardará en llegar al extremo de cortar furtivamente pedazos de su alba o de su sotana. Se reirá de ello —porque nunca pierde su buen humor— como se ríe ya del retrato que exhiben en muchas vidrieras. Toda peregrinación tiene sus exigencias; nadie regresa sin haber comprado el retrato del Santo. Este no ha querido prestarse nunca a ser fotografiado, pero se le ha «captado» de todos modos. Lo llama «su carnaval».
Con la Misa y el sermón, el tercer consuelo de su domingo serán las Vísperas. Algunas veces gozará de un cuarto: la visita más prolongada que realizará a «La Providencia», su refugio, su «fundación». Ha soñado ya retirarse allí dentro de poco, apenas haya terminado en el pueblo todo ese vaivén y en cuanto se le permita transmitir el puesto a su sucesor… Incluso se ha trazado el proyecto de edificar allí una capilla.
Pero Dios resolverá. ¿Quién sabe?
Antes que Dios en persona le contradiga, será contradecido por la propia Iglesia de Dios."

Henri Ghéon
El Santo Cura de Ars









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