Houshang Golshiri

"El príncipe Etehjab albergaba la frustrante certidumbre de que todo era inútil. Sempiterna sería la connotación devenida de aquella foto en blanco y negro de su abuelo -como si se tratara de una epidermis sometida al fatum taxidérmico. Esa perenne imagen pervivía en toda aquella panoplia de libros, fotos y contradictorias anécdotas. Pero ansiaba saber -no sólo por sí mismo sino también pensando en Fakhronessa; deseaba penetrar aquel sustrato epidérmico, disipar la tiniebla del claroscuro fotográfico y leer el críptico y recóndito mensaje oculto entre las líneas de aquellos volúmenes. Así que dijo en voz alta:
-«He de hacer algo al respecto».
Tosió. El peso de su mirada se posó sobre aquel ballet de eunucos y ayudas de cámara y bramó: «No quiero veros». «Marchaos». Entre las mujeres del harén y las esclavas que lidiaban entre ellas (¿desnudas?) podía sentirse sin duda el estruendo de aquella ancestral risa. Satisfecho y exultante, arrojó algunas piezas y se inició la agónica contienda femenil, cual una vívida y blanquecina masa. De vez en cuando podía vislumbrarse algún miembro y sonreía. Al abrirse un hueco en aquella marabunta, el gran ancestro arrojaba nuevas piezas. Más allá de aquel escenario, el abuelo permanecía erguido e impertérrito. ¿O estaría sentado? Un vago bosquejo de un infante grande y pequeño, o corpulento y delgado, de cabello ralo. ¿Y los ojos? Ataviado con sombrero, botas, espada y abrillantados botones. Y sus preceptores, ministros y consejeros.
[...]
Y tosió fuertemente, consciente de que sería toda una quimera tratar de aprehender la anhelada imagen de su abuelo, sentado sobre un diván o montado en un dócil corcel, o riendo vivificantemente en medio de aquella sanguinolenta masa."

Houshang Golshiri
Shazdeh Etehjab


"En realidad lo ideal sería que no me comprara ninguna muñeca. Si viniera, le conminaría a no hacerlo. De cualquier forma, no lloraría. ¿Recuerdas cómo prorrumpía en un quejumbroso llanto la abuela? Te lo conté. Yo lloraba también. Papá no lloraba. O quizás lo hiciera, como las muñecas, o como tú misma cuando no viertes lágrima alguna ni emites ningún sonido. A mí me resultaba imposible. Lloraba como un orate, siendo consciente de que nunca más el abuelo sostendría ante mí su bastón inquiriendo: «¿Maryam, ¿podrías decirme cuánto mide mi bastón?».
-«Siete, abuelo, siete».
-«No, cinco, querida niña, diría él».
-«Diez y medio y algo más, añadiría él».
-«No, siete, insistiría yo».
-«Mídelo y verás», apostillaría él. Él pensaría que yo ignoraría que tan pronto mi mano alcanzara la cúspide de su bastón sería asida por él y me sentaría sobre sus rodillas. Me encantaría. Le cogería el reloj que solía llevar en el bolsillo del chaleco. Seguidamente, el abuelo abriría la tapa del mecanismo y lo acercaría a mi oído.
-«Tus manos son tan viejas, abuelo, diría yo».
-«¡Realmente son muy viejas!», acordaría él.
El dorso de su mano luciría extraño, como su faz. Él diría, «es culpa suya», refiriéndose a las manecillas del reloj, queriendo decir que las rojas giraban más rápido que las otras. ¿Dónde está su reloj ahora? ¿Lo enterraron con el abuelo? No habría forma de saberlo. Supón que tú fueras esa minucia, yendo y viniendo hacia uno y otro lado. ¿Acaso no resultaría mareante? Papá estaba en el otro lado. No podía reconocerlo. Tú serías como la manecilla que se mece una y otra vez. Mamá me sostendría la mano y me preguntaría, «¿cuál quieres para ti?».
-«No sé», respondería yo.
Pero ahora sí lo sé. Pondría los bastones uno al lado de otro. Uno por un lado; seguidamente el otro. Mamá y yo nos quedaríamos en un lado y papá en su opuesto. Tú estarías en medio de ambos. Los que estuviéramos en un lado, nosotros, atacaríamos y los otros gritarían. Papá gritaría, «¿cómo está mi Maryam? Envíale un beso a papá.
Tú te acercarías aquí y papá no podría darse cuenta de que efectivamente le estoy dando un ósculo. Papá diría algo, pero no recuerdo qué. Mamá me sostendría la mano. Papá aseveraría, «mi hija no llorará».
-«Estoy bien».
En realidad no tenía una clara imagen de mi padre. Él no representaba la paternidad en absoluto. Si la traviesa Mehri no hubiera roto mi muñeca china, la pondría al otro lado, en lugar de mi padre, junto a los que están ahí, junto a mi padre. Mamá diría, «recuerda no hacer mención alguna de la muñeca."

Houshang Golshiri
Namazkhaneh-ye kuchek-e man















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