Joan Manuel Gisbert

 “A mí no me gusta señalar con el dedo, hago un gesto elegante o señalo con mi batuta (lápiz ).”

Joan Manuel Gisbert



"El lago estaba iluminado de tal modo por fuegos de artificio impermeables, que toda su masa líquida era visible. Sumergidas en ella, formando una alucinante ciudadela subacuática, cientos de imágenes de piedra, maquetas de templos, palacios y castillos, de todas las épocas y civilizaciones, mostraban sus diversas formas como una fauna de ensueño. Allí había catedrales góticas, templos funerarios japoneses, santuarios de la India, mansiones del Renacimiento, mezquitas del Islam, fortalezas nórdicas, pirámides precolombinas, pagodas birmanas, tumbas imperiales chinas, basílicas romanas, mausoleos turcos, monasterios europeos... y muchas otras construcciones inexplicables, tal vez más antiguas que la memoria de los hombres."

Joan Manuel Gisbert
El misterio de la isla de Tókland


"Los autómatas y, más específicamente, los androides, es decir, aquellas criaturas me­cánicas de inaudita perfección que reprodu­cían la figura humana a tamaño natural y esta­ban dotadas de una gama de movimientos que imitaban con gran exactitud los gestos de la vida, eran seres fascinantes. A veces, las per­sonas que iban a admirarlos a los lugares don­de eran exhibidos, tras formar largas colas, aunque supieran que se trataba de ingenios mecánicos dotados de apariencia real, tenían la inquietante sensación de que tras aquellos ojos que parecían mirar con atención había una consciencia, una inteligencia de índole extraña y misteriosa. Sólo las figuras de cera, a pesar de su inmovilidad, y por otra clase de sensaciones, podían causar a veces sensacio­nes semejantes.
Por otra parte, el laberinto es uno de los escenarios primigenios de la aventura enig­mática por su representación material de las permanentes incertidumbres que acompañan el tránsito humano por la vida —ya que vivir es una casi continuo elegir o decidir rodeado de misterios—."

Joan Manuel Gisbert


Si concebimos un gran laberinto pobla­do por autómatas que ejerzan en el mismo secretas y decisivas funciones tenemos ya un poderoso enigma en movimiento, un escena­rio-planteamiento superlativo.

Joan Manuel Gisbert



"Siempre entre todos libros de un mismo autor por muy diferentes que parezcan y diversidad tengan en sus temas, época y tono siempre hay resonancias, esos siempre vasos comunicantes y todos los libros comunicantes forman la obra magna o la ópera del autor."

Joan Manuel Gisbert



“Soy un autor peregrino, en mis viajes por el campo me acordaré de vosotros.”

Joan Manuel Gisbert



"Su cuerpo había recordado los movimientos con precisión. Percibió el olor enrarecido y respiró con dificultad en aquella atmósfera densa en la que parecía que una palabra que se pronunciara iba a quedar flotando en el aire.
Gundula tanteó con los pies en la oscuridad. Tocó los candelabros. Había logrado llegar adonde quería.
Los golpes, ahora más cercanos, continuaban, apremiantes. Pensó que los producían los agentes de policía, de nuevo en el lugar, tratando de abrirse paso por algún acceso subterráneo. Pero no la apartaron de su decisión. Ya no le importaba lo que pudiese hacer una policía que la había dejado tanto tiempo a merced de un posible asesino.
Gundula había renunciado a escapar porque, de pronto, el deseo de conocer el secreto de la estancia prohibida se había apoderado de ella por completo. Por primera vez en aquella pesadilla había decidido en libertad, sin presiones ni amenazas, por sí misma, atenta solo al clamor de su conciencia. Necesitaba saber cuál era la causa de los sufrimientos de Théodore Bertrand. Solo después podría decidirse por la huida, pues confiaba en que aún le sería posible, o por prestar ayuda a Bertrand, si ello estaba de algún modo a su alcance.
En aquellos momentos no tenía miedo. No pensaba que romper la prohibición podía ser muy peligroso. Actuaba bajo el dictado de su propia voluntad: el ser consecuente consigo misma la había liberado de la angustia.
Se agachó, buscando los fósforos. Estaban húmedos. Frotó varias cabezas en la lija del estuche. En los primeros intentos no obtuvo más que breves y minúsculos destellos. Al fin logró que uno prendiera. Pasó la llama a los pabilos de un candelabro.
No había duda ya. Estaba en el espacio secreto que Bertrand le había mostrado, en la antesala de la cámara prohibida. Ante ella se alzaba la gran puerta cerrada. La vieja llave colgaba del muro.
De pronto, los golpes retumbantes cesaron. El repentino silencio la impulsó a coger la llave.
Cuando la tuvo en la mano notó que su entereza era más frágil de lo que había pensado. Se sentía insegura sobre las piernas. Apenas tenía fuerzas para sostener el pesado candelabro. Comprendió que si continuaba quieta por más tiempo podía acabar por desplomarse.
Necesitaba moverse, actuar cuanto antes. Consumar sus propósitos era lo único que podría sostenerla en pie.
Como aferrándose a una última esperanza, introdujo la llave en la cerradura de la gran puerta. Con sorprendente facilidad, como si hubiese sido engrasado para facilitar su funcionamiento, el mecanismo de apertura obedeció casi sin esfuerzo.
Tras varias horas de obstinado y rabioso forcejeo, Mathilde había logrado al fin liberar sus magulladas muñecas de las ligaduras que las aprisionaban. Desatar el resto de su cuerpo, ya con las manos libres, no le exigió mucho tiempo más.
Superó pronto la confusión de su ánimo con el procedimiento que había venido empleando en los últimos años: atribuirle la culpa de todas sus desgracias a Théodore Bertrand y aumentar el desprecio y el odio que su persona le producía.
Salió del ruinoso cobertizo más convencida que nunca de su papel de vengadora. Se sentía débil, desfallecida, pero las ansias de revancha la alimentaban de energía.
Empezó a caminar por las tinieblas del parque en dirección al faro. No tenía noción exacta del tiempo que había transcurrido mientras ella estaba inconsciente, pero creía estar aún en la noche anterior, en la noche en que había entrado en la finca y se había enfrentado a Geneviève. Consideraba aún probable que Gundula estuviese en el faro, ajena a lo que se cernía sobre ella.
Solo había perdido unas horas, pensaba. Caminó más de prisa: quería llegar al faro cuanto antes.
De modo súbito, Bertrand abandonó su escondrijo ante la Vieille Maison y entró rápidamente en la casa.
Truillet, por unos instantes, dudó. Estaba casi decidido a modificar drásticamente su planteamiento de la operación porque empezaba a temer que perdería la batalla. Así se lo hizo saber a Thomas."

Joan Manuel Gisbert
La mansión de los abismos


"Todo escritor es heredero de otros au­tores que le precedieron, y recorre caminos que ellos abrieron, recorrieron o ampliaron, y trata de ir más allá del lugar al que llegaron. Y, si tiene talento y se lo propone de verdad, puede conseguirlo. Y, a veces, en los mejo­res casos, abre a su vez caminos nuevos que autores de generaciones posteriores recorre­rán y prolongarán, y así sucesivamente, en la milenaria serie de relevos que no se romperá hasta el día final."

Joan Manuel Gisbert














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