Joaquín Víctor González

"El sufragio universal es el triunfo de la ignorancia universal."

Joaquín V. González



“He dedicado mi vida al servicio del país, eso me impide dejarles bienes materiales, pero les dejo mi nombre limpio.”

Joaquín Víctor González


Lección de optimismo

"Ya veis que no soy pesimista ni un desencantado, ni un vencido, ni un amargado por derrota ninguna. A mi no ha derrotado nadie, aunque así hubiera sido, la derrota solo habría conseguido hacerme más fuerte, más optimista, más idealista, porque los únicos derrotados en este mundo son los que no creen en nada, los que no conciben un ideal, los que no ven más camino que el de su casa o negocio, y se desesperan y reniegan de sí mismos, de su patria y de su dios, si lo tienen, cada vez que les sale mal algún cálculo financiero o político
de la matemática del egoísmo.
Trabajo va a tener el enemigo para desalojarme a mí del campo de batalla! El territorio
de mi estrategia es infinito, y puedo fatigar, desconcertar, desarmar y aniquilar al adversario,
obligándolo a recorrer distancias inmensurables, a combatir sin comer, ni tomar aliento, la
vida entera; y cuando se acabe la tierra, a cabalgar por los aires sobre corceles alados, si
quiere perseguirme por los campos de la imaginación y del ensueño.
Y después, el enemigo no puede renovar su gente por la fuerza o el interés, que no
resisten mucho tiempo, y entonces, o se queda solo, o se pasa al amor, y es mi conquista, y
se rinde con armas y bagajes a mi ejército invisible e invencible."

Joaquín Víctor González



“Nada ni nadie podrá hacerme mal, ni perturbar el goce de mi ciencia.”

Joaquín Víctor González



"Quedé rendido por la fatiga del espíritu. Nunca había contemplado ese cuadro, aunque mi niñez transcurrió en esos valles y en presencia de ese mismo monumento de los siglos: pero una larga ausencia de mi suelo nativo me había transformado, y mi corazón hambriento de emociones, no pudo resistir sin desfallecimiento a la súbita aparición de aquel valle y de aquella montaña, a cuyo pie transcurrieron los más bellos días de mi vida, y en donde las más sangrientas tragedias forjadas por el odio de los hombres, habían enlutado los hogares y repleto de cadáveres sus rústicos y humildes cementerios.
El cielo estaba limpio, y su azul comenzaba a iluminarse con las claridades precursoras de la luna. Mi cerebro no descansaba, porque al deslumbrante fenómeno del día expirante, comenzaban a suceder las apacibles y silenciosas escenas de la noche siempre bella, siempre amiga, siempre llena de misterios y de encantos. Comenzaron a hablarme en su lenguaje armonioso todos los gritos, los cantos, los rumores, los aleteos y los lamentos de cuantos seres viven del aliento de la sombra. Mi memoria volaba por el pasado evocando un recuerdo en cada accidente del valle, que divisaba desde lo alto de la cumbre, merced a la luna que desgarraba las tinieblas; y así, lentamente, los pensamientos se convirtieron en sueños cuando mis ojos se cerraron al peso de la fatiga del cuerpo y del alma.
Pero me esperaban aquella noche otra sorpresa y otro sacudimiento tan profundos como los del día. Me despertó de mi sueño un estampido sordo e intermitente que parecía venir del fondo de las montanas, que temblaban como si fueran a desquiciarse; abrí los ojos y vi la luna siempre radiante en el zenit, la cumbre nevada del Famatina brillar a lo lejos como un astro inmóvil, pero había una especie de polvo luminoso interpuesto entre mi vista y el firmamento; corrí a la cima de una roca que dominaba el horizonte, y desde donde la pendiente era casi perpendicular; desde allí, petrificado por el espanto, la admiración y el estupor, fui testigo del drama más grandioso de la naturaleza que es dado contemplar a los hombres."

Joaquín Víctor González
En el cerro Famatina


"(…) Quiero hablarle a Caras y Caretas, que me ha conquistado por lo más débil de mi ser, la extraordinaria afición al género festivo, cultivado por otros, y a la caricatura, en la cual reconozco la más difícil y deliciosa de las artes.

Así es ella también, la más amable y atractiva, con sus finuras de filigrana y sus gracias de niño, que ningún ingenio ha podido ni podrá imitar jamás. Por esto también soy un admirador de todos los payasos, desde los que hablan medio inglés y medio castellano, hasta esos de campaña, que hacen sus gestos, cantan sus letrillas en criollo y bailan sus grotescas danzas bajo una lona remendada y a la luz del mediodía.

¡Esto sí que requiere valor y talento!

Los payasos de corte, de metrópoli, tienen sobre aquéllos la ventaja de los teatros, las telas fantásticas, la luz eléctrica, los prestigios de las noches y de la buena música, y de las hadas vestidas de tul y resplandecientes, de esmalte y pedrerías mientras que los pobres compatriotas nuestros, aliados siempre a “compañías de pruebistas náufragos” –como se le ocurrió un día al doctor Wilde clasificar a cierto núcleo de viajeros que venían a Buenos Aires el año 80–  deben habérselas con la franca y plena iluminación del sol, y si no saben manejar la guitarra y no tienen voz y un abundante repertorio de décimas para semipayar en milonga, con alusiones políticas o municipales, ya pueden ir pensando en mudar la tienda o el aduar a otro partido o provincia.

Usted sabe que todos tenemos, en grado más o menos subido, la manía coleccionista. Pues bien, yo le confesaré la mía, sugerida –la confesión– por la carátula de su bello periódico.

Me ocupo, con la seriedad posible a mis años, de formar una colección de dibujos, láminas, estampas y… lo que sea, con figuras de payasos de todos los estilos y nacionalidades.

Y créame que no hay muchos goces comparables al mío, cuando recorro la serie de tipos, grotescos o no, de mis personajes, con sus actitudes, gestos, pinturas y deformidades tan heterogéneas como abigarradas.

Le diré también que una de las personas más culpables a este respecto, para conmigo, es aquel cómico de la lengua, llamado Guillermo Shakespeare, el autor de la serie más hermosa de payasos que se puede admirar, a los cuales –semejante a cierto ejercicio moderno de otro de sus ilustres compatriotas– los hace jugar como muñecos y hablar con las cosas más entretenidas y filosóficas, a punto, como usted sabe, de haberse querido hacer pasar a Bacon por autor de esa filosofía.

Sí; hace bien en darnos algo para alegrar las horas, aunque sólo sean unas cuantas del domingo.

Ese es el género más noble, más alto, más profundo, más fino, más digno del genio y evocador del mismo.

No soy muy erudito en historia literaria, pero se me ocurre que en la inmensa genealogía de esta nota divina, ocupan los extremos conocidos Aristófanes, allá en los tiempos luminosos de la Grecia, y Mark Twain, en estos otros tiempos, menos claros, pero más cómicos acaso que aquellos en que viviera el autor de Las Avispas. Y entre ambos, ¡qué corte más encantadora de beneméritos dispensadores del buen humor y de la risa abierta, libre, valerosa y honrada! De esa risa que repercute en las salas de los teatros y los circos, como gritos de pájaros entre las quebradas, sugiriendo por instantes la visión de esa edad universal, de la infancia, donde todos éramos iguales y constituíamos la democracia más legítima y sin mezcla. Ya ve todas las cosas que me está haciendo decir, como quien no dice nada."

Joaquín V. González



“Solo exigiré a mi pueblo, me conserve en su memoria como un servidor desinteresado y humilde que solo busca en la vida pública la felicidad y la gloria de su patria y para sí mismo la apacible aureola de un hombre honrado.”

Joaquín Víctor González



“Y allí, tan cerca de los astros, de la sombra infinita, de la nada pavorosa y absorbente, he deseado mil veces tender los brazos y arrojarme inerme en el vacío.”

Joaquín Víctor González



"Y mientras voy podando al azar mis rosas, ellas me van diciendo cosas… maravillosas."

Joaquín Víctor González


“¡Y qué soledad tan llena de ruidos extraños! ¡Qué armonía tan grandiosa la de aquel conjunto de sonidos aunados en la altura en la profunda noche! El torrente que salta entre las piedras, los gajos que se chocan entre sí, las hojas que silban, los millares de insectos que en el aire y en las grietas las hablan su lenguaje peculiar, el viento que cruza estrechándose entre las gargantas y las peñas, las pisadas que resuenan a lo lejos, el estrépito de los derrumbaderos, los relinchos que el eco repite de cumbre en cumbre, los gritos del arriero que guía la piara entre las sombras densas, como protegido por genios invisibles, cantando una vidalita lastimera que interrumpe a cada instante el seco golpe de su guardamonte de cuero, y ese indescriptible, indescifrable, solemne gemido del viento en las regiones superiores, semejante a la nota de un órgano que hubiera quedado resonando bajo la bóveda de un templo abandonado: todo eso se escucha en medio de esas montañas, es su lenguaje, es la manifestación de su alma henchida de poesía y de grandeza.”

Joaquín Víctor González
Mis montañas



"Ya le esperaban ansiosos los caciques, apiñados en un balcón de granito que la naturaleza formó; ya le esperaban; sus pechos de piedra y sus músculos de fierro se agitan y se estremecen a la vez, con coraje y terror nunca sentidos; sus ojos brillan sobre el abismo lóbrego como si fueran de fieras, con destellos rojizos; sondean las quebradas, las laderas y las cumbres, hasta que un silbido lejano y agudo hiela sus carnes y arranca un rugido: -« ¡Él es! ¡Es la señal!»- se dicen todos. El centinela ya vuelve; pero antes de llegar ha dado el terrible anuncio.
¡A las armas! ¡Es el último combate, es lo desconocido, es lo pavoroso! Pero ya están las trincheras repletas de soldados; montañas de proyectiles de granito, como las balas apiñadas al lado de un cañón, están dispuestas para rodar al fondo y detener el paso de los extraños enemigos, quienesquiera que sean. ¡Estos nuevos titanes no escalarán la cumbre; allí está hirviendo el rayo fulminador de una raza heroica que defiende el hogar primitivo, las tumbas, los huesos venerados; antes la mole de piedra que les sustenta ha de convertirse en menudo polvo, sepultando sus cuerpos de heridas!
Ya no es el combate de pueblos de una misma raza y nivel intelectual: Ya no son las armas imperiales del Cuzco, ni es Ollantay, viniendo en son de guerra a sujetar en un cinto de blando acero todas las tierras del Sol; no, porque los pájaros agoreros han huido exhalando gritos siniestros, y el eco ha traído del Occidente el estrépito de armas y voces desconocidas.
Se cumplieron las antiguas profecías; aquel ídolo que miraba al Océano y con el brazo derecho armado señalaba el Continente, era la expresión escultural de ese temor secreto que preocupaba a la nación quichua. De allá, de esa inmensidad de agua cuyos límites nadie conocía, debían venir grandes catástrofes para la patria; los sordos o interminables rugidos de las olas, que sin reposo venían a romperse en la costa, parecían anunciarles en todos los momentos que traerían algún día la nave conquistadora. Demasiado pronto se cumplieron tan terribles pronósticos. La unidad del Imperio no había concluido de cimentarse en los hábitos de los pueblos que formaban su masa; el sentimiento nacional recién nacido, fue ahogado cuando empezaba a ser una fuerza colectiva. Aquella raza, en tal momento histórico, sometida al yugo de la conquista, me recuerda una bella esclava comprada cuando se abre su alma a las seducciones de la vida, y su cuerpo virginal a las influencias físicas que lo dotaban de gracia y de fuerza."

Joaquín Víctor González
Mis montañas




















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