José Santos González Vera

"Artidoro Israel caracterizábase por su nariz más que aguileña y su manía gesticulatoria. Tenía piernas de hombre pequeño y talle de grande; andando era bajo: sentado veíase bajo. En su tenducho de muebles trabajaba con su mujer de cabellera rubia, mirar triste, piel sonrosada y formas opulentas que impedían, a quien la mirase, todo desvío vegetariano. Artidoro ya no tenía perspectiva y amaba, por sobre todo, el box. Gustábale ir a las peleas, aplaudir los golpes certeros y celebrar las argucias de los campeones. Un sábado, porque no lo guardaba ni sabía gozar de la contemplación, salió del Hipódromo Circo casi delirante. Marchaba con la multitud. Los demás transmitían sus impresiones a gritos, ayudándose con toda suerte de ademanes; tropezando en los baches, tomándose de las solapas, dando a la voz diversas entonaciones y entrando a las tabernas en donde, con los licores, el común entusiasmo se vigorizaba."

José Santos González Vera
La pelea



"En la escuela fue donde conocí, por primera vez, el aspecto brutal de la vida. La escuela parroquial funcionaba en una feísima y vieja casa, compuesta de grandes salas yertas.
El patio, aunque extenso, por estar encerrado entre altos muros, era más frío y extraño que las salas.
Además estaba como aplastado por la sombra de la iglesia contigua. La fisonomía de ese patio estará siempre fija en mi memoria.
De entonces sólo conservo recuerdos de imágenes. Tal vez nos enseñaban alguna cosa. Era el profesor un sujeto rubio, bizco, de pequeña estatura, gélido completamente. Pisaba con la punta de sus pies y gritaba sin cesar. No sonreía ni por broma. ¡Qué excelente carcelero hubiera sido!
Apenas la campana sonaba, el torturador aparecía en el patio frotándose las manos. Nos formábamos apresuradamente y nos íbamos a la sala temblando por lo que podía suceder.
Le odiábamos con entusiasmo y ejercitábamos nuestros espíritus en desearle las más abominables desgracias; pero el bárbaro estaba siempre en pie, sonrosado, elástico, con una salud desafiante.
Reinaba en la sala silencio lúgubre... Nos mirábamos con mirada piadosa y después extáticos y con el corazón convulso, esperábamos el temido minuto.
El bizco se alisaba su cabellera roja y miraba con detenimiento.
Luego comenzaba a tomar la lección con la cabeza inclinada sobre su cuaderno de notas. Solía toser algo, pero nunca tanto como para que se le comprometiesen los pulmones.
Desventurado era el chiquillo que no había resuelto su tarea. El bizco, sin poner mala cara, pero sin oír tampoco ninguna disculpa, le ordenaba colocarse frente al pizarrón.
La víctima, desde ese instante, empezaba a modular todos los tonos del sollozo. Y nosotros nos sentíamos embargados por la más intolerable de las angustias.
Nuestro torturador abría su escritorio y buscaba. Revolvía los papeles con el abandono del que se encuentra solo; pero cuando hallaba el guante, en su rostro se proyectaba una sombra de agrado.
El penitente, mientras duraba la búsqueda gemía con cierto método. Cuando el tono decrecía y parecía extinguirse, era seguro que en su alma crecía la esperanza de salvarse.
Desde nuestros bancos podíamos seguir con precisión absoluta los movimientos del profesor. Nuestra unidad psicológica era maravillosa. Si sus ademanes eran medidos, el gemido de la víctima oscilaba en la nota menor y el ritmo de nuestros corazones se normalizaba. Pero si la mano se estiraba con vehemencia hasta el fondo del cajón, el gemido dilataba el pecho del colegial y ganaba espacio sin respeto a ninguna nota intermedia, y nosotros dejábamos de respirar."

José Santos González Vera
Alhué


"Era adolescente cuando, para ganarme el pan, intenté aprender los más diversos oficios. Así pude vincularme a obreros ansiosos de establecer una sociedad igualitaria y libre, como la conciben los anarquistas. Muy pronto hice mía tal aspiración, porque nada ayuda tanto a decidirse como el ser joven."

José Santos González Vera



"Mi propósito fue ser preciso, económico de palabras y ajustarme a lo que sentía.
También quise ser consecuente con mis ideas humanitarias y ofrecer al posible lector escritos breves."

José Santos González Vera


"Vagué la tarde entera. Edificios, personas, calles y paisajes supiéronme a maravilla. Sin saberlo llegué al Parque Forestal. Era libre y me iba ganando un sentimiento alegre y callado. Kropotkin dice que en la sociedad futura bastarán cuatro horas de buen trabajo para mantener a la comunidad. ¡Qué afortunado serán los hombres del porvenir! Podrán pasear bajo los árboles, ir al campo o al cerro, volver temprano a sus casas y desarrollar en paz cualquier actividad desinteresada. Lo que es ahora, la tarea consume el día del asalariado y también del que lo inventó."

José Santos González Vera


"Quise ser consecuente con mis ideas humanitarias y ofrecer al posible lector escritos breves."

José Santos González Vera



























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