Josep María Gironella

"A los andaluces les bastaba con su íntimo rencor –nadie más vilipendiado que los andaluces, nadie más mísero, más pisoteado por el destino y por la llamada madre España- y por supuesto, quienes buscaran en ellos la alegría se llevarían el mayor chasco, al igual que quienes buscaran en ellos la tragedia. Los andaluces estaban tristes, eso era todo. Eran fatalistas y tristes, y esperaban su hora, que un día u otro llegaría, faltaría más. Los madrileños tenían los ojos desorbitados, como al salir de una corrida terminada antes de tiempo. Cuando se levantaban, no se sabía si iban a imprecar a alguien, a bailar el chotis, o a pegarse un tiro. Los valencianos, al agruparse, se hundían en una irremediable vulgaridad, lo mismo los hombres que las mujeres. En cuanto a los catalanes, tal vez fueran los más acobardados, los más deshechos… Miraban la arena y sobrevaloraban su propio dolor. Nostalgia. ¡Oh sí, Catalunya estaba allí mismo, al alcance de la mano, y parecía al otro confín de la tierra! Al atardecer, e incluso en el día, brotaban innumerables y escuálidas hogueras. Conseguir madera o leña constituía una odisea, pues el reglamento prohibía traspasar las alambradas. De noche era cuando los niños lloraban con más fuerza persuasiva y cuando los enfermos tosían más. También era de noche –marzo se acercaba- cuando los que en España tuvieron mando se sentían más ajenos, más extirpados de la realidad que imaginaron perenne."

José María Gironella
Un millón de muertos


“Cada uno es protagonista de su propia realidad.”

José María Gironella
La duda inquietante, 1988




"En los años cuarenta había pocas editoriales y no era fácil publicar una novela. El único premio que había era el Nadal y significaba que el ganador se hacía popular en 48 horas. Por el caso que te hacían los medios de comunicación era algo así como ganar el Nobel. El primero, en 1944, fue para Nada, de Carmen Laforet, el segundo para Félix Tapia, el tercero lo gané yo y el cuarto Delibes. Mi novela del Nadal fue un fracaso. Laforet vendió mucho y Delibes también, pero los del segundo y tercer año vendimos muy poco. Yo tenía una librería familiar en Girona y pedí a la editorial Destino que me enviaran mil ejemplares, convencido que los vendería. Vendí sólo 70."

José María Gironella



“La práctica sexual es la realización de la persona.”

José María Gironella
La duda inquietante, 1988




“La vida era vida precisamente por eso, porque de pronto aparecía lo inesperado, lo insólito, lo que quedaba más allá del sentido común.”

José María Gironella
La duda inquietante, 1988




"Los mitos modernos son materialistas o de simple evasión."

José María Gironella




"Mientras Stalin era designado mariscal de la URSS y Chiang Kai-shek ascendía a presidente de la República Popular China, llegó, el 1 de noviembre de 1943, el previsto decreto de la disolución de la División Azul. Los que no quisieron regresar formaron la Legión Azul, aun a sabiendas de que perderían la nacionalidad española. Algunos de tales legionarios se pasaron a los rusos y un par de catalanes, enterados de dónde se encontraba la Pasionaria -en Ufa-, fueron allí y conectaron con Cosme Vila, Regina Suárez y el intelectual Ruano, a los que facilitaron informes de primera mano sobre el desmoronamiento progresivo del Eje. Cosme Vila, por primera vez en mucho tiempo, respiró con alivio, sobre todo porque su mujer, en vez de traer al mundo una hija, había abortado.
El día 8 de diciembre se celebró, como el año anterior, el Día de la Madre. El director de La Vanguardia escribió, con su típica prosa elíptica: "Tu esposa es como vid ubérrima en la recámara de tu casa. Tus hijos son como pimpollos de olivo en torno a tu mesa". Carmen Elgazu recibió, de parte de Ignacio y Pilar, una mantelería nueva y Jacinto y Clara obsequiaron a Esther con una sesión de polichinelas en un diminuto teatro que les había comprado Manolo. Los títeres se ponían de moda y los textos, si bien iban destinados a los pequeños, servían también para aderezarlos con alusiones a la situación mundial. Ni que decir tiene que José Luis no se perdía una sesión de las que se celebraban en público y que siempre terminaban con el apaleamiento del demonio. Esther se emocionó con sus hijos y se empeñó en conocer al autor del texto de la historieta, que resultó ser Ignacio. "¿Sabes que es un texto precioso? -le dijo Esther-. A lo mejor podrías escribir una novela..." Ignacio se rascó una ceja, en ademán peculiar. "A veces lo he pensado. Pero de momento, lo que me interesa es que escriba la suya Javier Ichaso, mientras yo me dedico a seguir los pasos de Manolo y a hacer feliz a Ana María".
De hecho, todas las madres de Gerona estuvieron de enhorabuena, incluida la Andaluza, quien recibió de sus pupilas, y del Afino de Jaén, un traje de lunares y un cartel de toros trucado -el librero Jaime cuidó de su impresión-, en el que aparecían como matadores Curro, Ortega y, en letras más grandes, el obispo, doctor Gregorio Lascasas.
Pero la nota culminante se produjo a raíz de la Navidad. Franco decretó un indulto para los penados a menos de veinte años y un día. El indulto afectó a unos seis mil reclusos -las cárceles estaban todavía llenas-, entre los que se contaba Alfonso Reyes, preso en el Valle de los Caídos.
La llegada de Alfonso Reyes a Gerona fue triunfal. El nombre Valle de los Caídos era algo mágico para quienes no habían estado allí. A esperarle a la estación fueron su hijo, Félix -al lado de Cefe, su maestro-, la Torre de Babel y Paz, Padrosa y Silvia. Por cierto, que el Día de la Madre Félix había dedicado a Silvia uno de sus cuadros preferidos: el mar repleto de bicicletas.
El abrazo de Alfonso Reyes y de su hijo, Félix, emocionó a todos. No lograban separarse. Ningún nubarrón en el horizonte, puesto que el aspecto de Alfonso Reyes era espléndido, como si llegara de un crucero por la Costa Brava."

Josep María Gironella
Los hombres lloran solos


"Oyéndoles, Miguel se sintió invadido por una tristeza repentina: incluso aquellos holgazanes ganaban con su propio esfuerzo algunas monedas. ¿Y él…? Ya la visita a monsieur Couré le había dejado a este respecto mal sabor de boca. El despacho del procurador tapizado de archivadores, las dos máquinas de escribir, las completísimas hojas de liquidación que le había entregado, todo le recordó que su situación se parecía excesivamente a la de un parásito. Por si ello fuera poco, apenas se quedó solo le trajeron una carta. Era una carta de su amigo el fotógrafo de San Sebastián. Estaba fechada «en la carretera del Tedio, en pleno invierno…»; y en ella el aficionado astrólogo le decía a Miguel que en la tierra todo seguía lo mismo, horizontal y monótono, el «rebaño», obedeciendo, y rebaño y pastores haciéndose retratar por vanidad.
Miguel subió a su habitación, se encerró por dentro, se tumbó en la cama; con un fósforo prendió fuego a la carta y con la carta encendió un pitillo. El grifo del lavabo gorgoteaba. La cosa estaba clarísima: el fotógrafo… también trabajaba. Era un loco, pero trabajaba. Así, pues, trabajaban hasta los locos. El único que holgaba era Miguel Serra, hijo de ampurdanés, huérfano, jesuita frustrado, fabricante frustrado, catedrático de Historia frustrado, guitarrista, pesimista científico, protector de menores, habitante de un hermoso pabellón japonés, rentista, y hombre guapo amante de las hogueras. ¡Ah, estuvo a punto de romper a llorar! El retrato de su madre, que presidía la habitación, y del que el miniaturista había sacado una copia a todo color, constituía el peor de los reproches. Por fortuna, sus camaradas —¡detalle exquisito!— le habían dejado en la mesilla de noche, descorchada, pero entera, una de las botellas de coñac de su bien ganada despensa.
Miguel había dejado de cumplir una de las promesas hechas a monsieur Couré: no había estudiado nada, ni siquiera había sacado la matrícula. Y ello a pesar de que el ambiente de la Sorbona le atraía y que en ella habría encontrado toda clase de facilidades. En todo el invierno, que ya tocaba a su fin, no había abierto un libro ni leído un periódico. Vivía completamente al margen de los acontecimientos. De lo que ocurriese en Irlanda, en España, en Francia, en el Japón… no sabía nada. Se había limitado a presidir tertulias, a pasear y a soñar. Las tertulias le habían agotado, los sueños también; en cambio había sacado fruto de los paseos, pues estos le habían proporcionado un conocimiento del París urbano nada superficial. Había conseguido clasificar mentalmente los barrios con bastante precisión, dándose cuenta de que desde que los recorrió por primera vez en compañía de Ernesto él había evolucionado. Los barrios de «población doliente», como entonces los denominaron los dos muchachos, se habían distanciado de su espíritu."

Josep Maria Gironella
Un hombre


“Ser asceta no significa ser místico.”

José María Gironella
La duda inquietante, 1988
Tomada del libro GuiaBurros Las mejores citas (Las Mejores Citas De Pensadores Españoles) de Delfín Carbonell, página 9










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