Judith Gautier

"El cielo está también en el río; cuando una nube cruza sobre la luna la veo pasar en el agua. [...]... pienso que el hombre, sin las mujeres, es como una flor despojada de follaje. [...] La mujer, en el esplendor de su belleza, se asemeja al viento tibio de agosto, refresca y perfuma nuestra vida. [...] Venga, mujer, clava tu larga aguja en la seda roja del bastidor, y trae aquí mis armas guerreras (…) Y ahora tiembla y aléjate, a que este es el rostro terrible que ofreceré a los enemigos. [...] Pobre viajero, lejos de la patria, sin dinero y sin amigos, Ya no escuchas la dulce música de la lengua materna. [...] Como la hierba que quita las manchas sobre una pieza De seda, borra el vino las disputas en el corazón."

Judith Gautier
El libro de jade



El corazón triste al sol

El viento de otoño arranca las hojas de los árboles
y las dispersa sobre la tierra.

Sin pena las miro echar a volar,
ya que solamente yo las he visto venir
y sólo yo las veo marcharse.

La tristeza arroja su sombra sobre mi corazón,
como las altas montañas proyectan la noche sobre el valle.

Las ráfagas de invierno tornan el agua en brillante piedra;
pero con la primera mirada del estío volverá a ser alegre cascada.

Cuando el verano regrese, iré a sentarme sobre la más alta roca,
para ver si el sol hace fundir mi corazón.»

«Y las ligeras mariposas se entremezclan con su alegría

Judith Gautier



La hoja sobre el agua

El viento ha descolgado una hoja de sauce; ha caído
ligera sobre el lago y se ha alejado,
mecida por las olas.

El tiempo ha borrado de mi corazón un recuerdo, uno
que se ha disipado lentamente.

Tendido al borde del agua, miro con
tristeza la hoja
que viaja lejos del árbol inclinado.

Ya que desde que he olvidado a aquella a la que amaba,
sueño todo el día, tristemente tendido en la orilla.

Y mis ojos siguen siempre a la hoja, que ahora ha vuelto
bajo el árbol, y pienso que en mi corazón el recuerdo
no se ha borrado nunca.

Judith Gautier


Los cabellos blancos

Los saltamontes verdes crecen a la par que el trigo;
del mismo modo, en la bella estación,
los jóvenes beben y juguetean.

Pero aquellos cuyo espíritu se eleva,
pronto se vuelven tristes, ya que los nubarrones
oscilan a mitad de camino hacia el cielo.

Las oscuras golondrinas se marchan; las níveas cigüeñas llegan;
lo mismo que los cabellos blancos suceden a los negros;

Y es esta una regla única sobre la tierra;
igual que no hay más que una luna en el cielo.

Judith Gautier



"Los miembros del Diwán encuentran exagerada la probidad del Califa y se retiran, uno por uno, para poder, fuera del palacio, murmurar y reír.
La luna muestra al fin su rostro pálido y una niebla azulada comienza a llenar el patio interior y a envolver las columnas y las ojivas de la real mansión. Alí abre una de las ventanas. La noche está templada; el soplo de la primavera comienza a entibiar la temperatura. El agua brota silenciosa del surtidor para caer luego en lluvia sonora sobre el mármol de la fuente que parece, a la luz de la luna plateada, un enorme círculo de nieve.
El Califa mira sin poner atención en lo que ve. Al fin cree oír una lluvia de lágrimas y entonces se dice a sí mismo: "¿Por qué llorar? ¿Qué importa la muerte?" Él está seguro de que este es el último día de su existencia... Sí, él está seguro de ello, pero también lo está de que la muerte de un hombre justo no es sino el principio del eterno descanso y de la dicha eterna. ¿A qué obedecen, pues, ese temblor nervioso y esa angustia secreta?
Al fin cierra los ojos, tratando de leer claramente la última página del libro misterioso de su destino, haciendo esfuerzos por adivinar cómo debe morir... La mirada de su imaginación cree verlo todo claramente: él acaba de entrar en la mezquita para hacer sus oraciones matinales; de pronto siéntese rodeado de sables desnudos cuyas hojas parecen ya teñidas de sangre al reflejo luminoso de las vidrieras encarnadas; el filo de un puñal le desgarra el corazón... luego reconoce aquel hermoso puñal que el mismo había regalado, pocos días antes, al que hoy es su asesino después de haber sido su amigo.
Sus labios pálidos no dicen sino:
-Nosotros pertenecemos a Dios y la muerte es la vuelta al paraíso.
Pero un escalofrío terrible sacude su cuerpo y le hace abrir los ojos. El patio lleno de claridad azulada lo deslumbra.
Entonces se presenta un esclavo:
-Señor, aquí hay una mujer que pide justicia. Hace muchas horas que os aguarda y nadie puede hacerla partir.
El Califa responde:
-Es preciso no hacer nunca esperar a los que piden justicia. Dejadla entrar.
Y la mujer entra y se arrodilla diciendo:
-Comendador de los creyentes, heme aquí... ¿Me reconocéis?
-Siete años han transcurrido ya desde que te vi por última vez -dijo Alí- y sin embargo te reconozco ¡oh pecadora cuyo arrepentimiento me desconcierta! ¿Vienes para expiar tu crimen?
-Sí, Comendador; vengo, como la primera vez, a buscar el castigo que mis culpas merecen... Sólo que hoy mi sacrificio es más grande que en otro tiempo ¿Qué podía yo ofrecer a Dios, hace siete años, sino un cuerpo lleno de pecados y un alma llena de desesperación?... Hoy todo ha cambiado y a pesar de lo que el arrepentimiento me hace sufrir yo era dichosa porque mi hijo, que es hermoso como un lirio, secaba mis lágrimas con su sonrisa y vendaba mis heridas con sus caricias y borraba las manchas de mi pecado con sus besos; y yo oía más su voz adorada que la voz de mi arrepentimiento...
-¡Sin embargo has vuelto!
-Sí, pero en realidad yo ya no existo. Mi verdadero tormento consiste en haberme separado de él, y el suplicio que te pido de rodillas no servirá sino para curar mis dolores con el olvido clemente de la muerte."

Judith Gautier
Alí el justo


Pensamientos de otoño

Aquí están las tristes lluvias;
parece que el cielo llorara la partida del buen tiempo.

El tedio cubre el espíritu como un velo de nubes,
y nos quedamos tristemente sentados en el interior.

Es el momento de dejar caer sobre el papel
la poesía atesorada durante el verano;
así como caen de los árboles las flores maduras.

Adelante; mojaré los labios en mi taza
cada vez que empape el pincel,

y no dejaré marchar mi ensoñación, que es como una red de humo;
ya que el tiempo vuela más rápido que la golondrina

Judith Gautier



"Pero los caracteres que dejo caer sobre el papel no se borrarán jamás."

Judith Gautier







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