Luis Goytisolo Gay

"Ahora sé que mi obra está influida por el dolor de mi propia niñez."

Luis Goytisolo


"De la guerra en sí no guardo ningun recuerdo. Lo que me interesa no es documentar nada sino la esencia de cualquier guerra civil, el hecho de que alguien mate a su vecino con ese pretexto."

Luis Goytisolo


"El ser humano ha conocido tiempos más sombríos; tan bobos, posiblemente no. Decididamente el mundo está más necesitado que nunca de un pensamiento estoico adecuado al presente, de un neoestoicismo. O de un nuevo epicureísmo. De cualquiera de los dos. O mejor: de los dos.."

Luis Goytisolo


"Escribir es un acto solitario de mayor o menor repercusión social."

Luis Goytisolo



"España está en un momento absurdo por el ego de los políticos."

Luis Goytisolo



"Fue una mañana clara y fría, a comienzos de primavera. El monte, la tierra mojada, los campos verdes, la ciudad inmensa y gris, tendida hacia el mar, resplandecían al sol, avivados tras la lluvia caída durante la noche. Unas pocas nubes blancas, deshechas en harapos, ondeaban al viento y los primeros vencejos parecían darles caza al remontarse y caer como embriagados. Domingo había paseado por las aceras soleadas para luego seguir carretera adelante, con las manos en los bolsillos y la cabeza hundida entre los pliegues de la bufanda, cara al viento que ahora soplaba cortante y helado como un carámbano. A cierta distancia, arrastrando los pies más que caminando, Amelia le seguía pegada a la hilera de plátanos, oscuramente destacada contra los gruesos troncos pintados de blanco.
La mañana había empezado igual que cualquier otra. No bien desayunaban, Domingo se iba a la plaza, a esperar que Amelia concluyera de hacer la limpieza. Tomaba el sol sentado en un banco, entre el ir y venir de las mujeres camino de la compra, sin mover siquiera aquellos ojos negros y huecos que nunca parecían fijarse realmente en algo. Cuando el viento era fuerte, se arrimaba a la fachada sur, junto al idiota que vendía tabaco, cerillas, piedras para mechero y unos cigarros negros y retorcidos como raíces, y a la pareja de guardias que preferían aquel rincón a la puerta de la Caja de Pensiones todavía en sombras. Luego, el paseo; cuando llegaba Amelia. Salían juntos de la plaza, al mismo tiempo, pero ella tenía los pies hinchados y no tardaba en quedarse atrás. La distancia aumentaba poco a poco. Él no la esperaba y ella no le pedía que lo hiciera ni se quedó nunca a mitad de camino. Lenta, obstinada, con los dientes apretados, seguía y seguía hacia un lugar que posiblemente no le interesaba más que cualquier otro y del que, con toda seguridad, su marido ya se habría cansado cuando ella llegara. Domingo diría: «¿Volvemos?» Pero ella seguía. Caminaban hasta un recodo de la carretera desde donde se avistaba un edificio en construcción levantado sobre lo que fue una huerta de flores. Le echaban un vistazo y volvían atrás. Domingo había cuidado de aquella huerta hasta que, hacía casi un año, el administrador de don Víctor le dijo que iban a edificar y tuvo que marcharse.
Ya de regreso, se llegaban hasta una fuente de aguas muy frías, buenas para «la glándula», según los entendidos. Quedaba en una hondonada, entre chopos tiesos y apretados. Junto al chorro, siempre había gente llenando garrafas, cántaros y botellas. Domingo y Amelia se sentaban al sol y escuchaban en silencio lo que se decía, viejas historias del pasado. Al cabo de un rato, la mujer se iba a preparar la comida. El viejo continuaba sentado bajo los chopos. A veces le vencía el sueño y echaba una cabezada con la boca abierta, redonda y negra como el agujero de una maceta.
Los gatos le rodeaban y se dormían sobre sus rodillas. A la hora de comer, regresaba a casa.
Vivían realquilados en una casa destartalada y oscura del barrio, antiguo pueblo autónomo, ahora convertido en suburbio de la ciudad. La propietaria del piso era una vieja gorda y desgreñada, siempre vestida de negro, a la que todo el mundo llamaba la Viuda. No tenía familia ni más ocupación, al parecer, que la de controlar a sus huéspedes. No quería que Amelia cocinase mientras ella preparaba sus guisos; decía que la vieja estorbaba, que andaba muy despacio y la entorpecía. Tampoco quería oírles moverse por las mañanas antes de que ella se hubiese levantado, ni que abrieran las puertas sin avisar, porque las corrientes la resfriaban, ni que fueran al retrete durante las horas en que ella solía hacerlo. Les espiaba desde el comedor atisbando por una rendija y al toparse con ellos les amenazaba, repetía una y otra vez que pagaban un alquiler muy bajo, que no podía tenerles, que acabaría hablando con las monjas para que se los llevaran a un asilo.
Así pues, los viejos pasaban fuera de casa la mayor parte del tiempo. Por la tarde, nuevamente la plaza y otro paseo. Cuando oscurecía, Domingo se llegaba al bar del Centro Parroquial, en tanto que Amelia se volvía al cuarto, a coser o remendar. Nunca invertían el orden ni cambiaban las horas. El plan era estricto y a él se atenían rigurosamente e incluso se diría que cualquier variación les fastidiaba y dolía como una falta contra el deber; la costumbre se había convertido en obligación.
En el Centro Parroquial, sin más gasto que un vasito de tinto, uno se podía pasar todas las horas que quisiese mirando a los chicos que jugaban al billar, al futbolín, al ajedrez o al dominó. A las nueve en punto, cuando el reloj del rincón daba las horas, Domingo llamaba al mozo, pagaba y se volvía a su casa, a cenar; cenaban las sobras del almuerzo, que Amelia no había calentado por no importunar. Se acostaban inmediatamente y sin hablar, como si lo hicieran a solas, cada uno por su lado. La patrona no quería que tuvieran encendida la luz más tiempo del imprescindible.
Normalmente los viejos se hablaban muy poco y discutían menos. A veces, él rezongaba que seguramente, al guisar, ella se comía los mejores bocados, no gritando ni tan siquiera riñendo, sino más bien comentando. Ella decía que no con la cabeza y la cosa no pasaba de ahí. Apenas cambiaban alguna frase, fuera de las necesarias para pedir, ofrecer o proponer algo, para contar alguna cosa chocante que habían visto u oído. Con los extraños, todavía eran más callados. El cartero no los conocía. Nunca recibieron visitas de parientes o amigos. Se sabía que tuvieron un hijo; era fuerte y rubio y sus ojos parecían hechos para mirar a la cara de las personas. Murió durante un bombardeo, días antes de ser alistado.
Y los vencejos caían en picado, se remontaban, volaban a ras del suelo igual que balas perdidas. Por la carretera avanzaba un largo descapotable color crema, suave y lento, sin más ruido que el de una seda al rasgarse. El hombre conducía con una sola mano; la otra rodeaba el cuerpo de una mujer recostada en su pecho, rubia, con gafas negras. Y la otra rubia, la azafata vestida de gris, le sonreía desde su cartel, más allá de la cuneta."

Luis Goytisolo
Las afueras



"Gloria regresó al hostal con paso desenfadado. Era lo bueno de Gracia: que tenía la virtud de cambiarle el estado de ánimo. Le hubiera gustado decírselo que llevaba la gracia en el nombre o un juego de palabras parecido. Anotaría lo del pis y lo añadiría a las restantes notas que iba tomando acerca de la vida en el pueblo. La más extensa era la relativa a los hechos en torno a una boda que presenció al poco de inaugurar el hostal. Pero Gracia protagonizaba la mayor parte de las restantes. Tenía que ver la forma de estructurarlo todo en un relato del que Gracia, sin ser la voz narradora, fuera el principal personaje. La voz narradora debiera corresponder a una persona que llega al pueblo y poco a poco va entrando en su vida cotidiana. De ser inglesa seguro que ya la habría escrito.
Lo más atractivo de la idea era el hecho de que, escribiendo, se descaraba. Todas las reservas que solían interponerse en sus relaciones personales desaparecían a la hora de sentarse a escribir. Era como si se convirtiera en otra persona. Su madre, que siempre la relacionaba con la tía Gloria, se hubiera llevado una sorpresa. «Más que a tu madre, tú has salido a tu madrina», le gustaba repetir. Tía Gloria era la hermana mayor, y como llevada por un estricto sentido del deber, su vida había sido en todo la de una impecable madre de familia. «Ni conocía ni le hubiera cabido en la cabeza la vida sexual que llevábamos tu padre y yo: apreciaba mucho a Santiago y, vamos, que ni creérselo. Nos llevábamos pocos años, pero ella era como de otra generación. O de otro siglo.» Al parecer, escribía poemas, aunque nunca los había llegado a publicar."

Luis Goytisolo
El lago en las pupilas



"La enseñanza ahora no tiene bases, se va a lo práctico y a buscar gente que trabaje sin cobrar mucho y no plantee problemas."

Luis Goytisolo



"La literatura, en general, y la poesía en particular, son espectaculares construcciones del pasado, más del pasado que del futuro, me temo. Los nuevos géneros que se están forjando tendrán sus propias características."

Luis Goytisolo



“La utilidad del móvil para buscar datos es maravillosa, pero sólo si tienes un contexto. Si no es vivir en una nube.”

Luis Goytisolo



"Más triste, sí, más triste si es posible, mas no con la tristeza tierna que complace en el fondo ni con sentimiento egoísta alguno, no sumido en ensoñaciones solitarias, no, sino más bien con el ánimo deprimido de quien contempla la entrada victoriosa de los ejércitos enemigos y, en contraste con el movimiento y las aclamaciones circundantes, no percibe su cuerpo más que como una presencia grávida, piedra irreparablemente desplomada. Bajo, más bajo de ánimo que otros años por esas mismas fechas de nefasto ambiente prenavideño. Asfalto mortecino, amortiguado por las poluciones desleídas, calles de tono sombrío, ese gris violáceo de la ciudad que, como el rojo de Londres, el negro de París o el dorado de Roma, caracteriza a Barcelona, coloración de tumor o escoria.
(...)
Más que de anochecer, el cielo se diría propio de uno de esos diciembres del norte, cuando el día amanece para dar apenas paso al crepúsculo, a la larga noche. La brisa se había calmado paulatinamente, como paulatinamente se pierden los rojos y oros de las hojas en el curso del otoño y se despojan las ramas, esas ramas grises en las que la brisa suena más limpia y fluida, inmóviles casi a su paso las afiladas puntas, unas puntas que se hincharán al filo del invierno para irse abriendo al tibio sol de la tarde cuando el invierno se llame primavera, según los campos adquieran una pátina color caramelo y un plumón amarillo y rosa los árboles, brotes que reventarán en pegajosos carmines y dorados si carmines y doradas fueron las hojas caídas, carmín donde hubo carmín y dorado donde hubo dorado, efímera recuperación de las tonalidades perdidas, vigentes tan sólo hasta que prevalezcan los verdes, hasta que los verdes se sumen a los verdes y terminen por imponerse en la espesa fronda, ese entramado que forman las copas de los árboles al integrarse las unas en las otras, la fronda que la brisa infla y matiza al caer la tarde, soplo vivo lo que fue silbido yerto cuando era invierno y la misma brisa de la tarde sonaba en las ramas desnudas, una brisa que se irá aquietando según oscurezca, de abajo a arriba, de las raíces a las hojas y por orden de tamaño, empezando por los arbustos y acabando por los árboles, vides, avellanos, laureles, robles, hayas, tilos y, por último, los altos álamos. Una paulatina quietud, una paulatina oscuridad, un paulatino silencio que los pájaros harán definitivo al callarse de súbito, a semejanza de ese viajero que cae en la cuenta de que está hablando a gritos en el interior de un tren que ya no marcha, que se halla detenido en una apacible estación de pueblo."

Luis Goytisolo
Antagonía


"Por lo general, me toma mucho más tiempo la planificación de la novela que la redacción. Cuando empiezo a escribir ya sé lo que tiene que ir en cada capítulo. Si tardo tres años en esribirla, dos tercios los dedico a su planificación."

Luis Goytisolo



"Unos días antes, todavía en Cuba, con motivo de una visita a la ciudad de Cienfuegos, el autocar atravesó unos ingenios de caña de azúcar que, a juzgar por las fotos que hay por casa, bien hubieran podido ser los que pertenecieron a la familia. Me pregunté entonces si lo mío no iba a ser genético. El bisabuelo Agustín emigró a Cuba estimulado sin duda por la primera guerra carlista que dejaba atrás. Volvió a la península cuando dieron comienzo las primeras acciones que habían de conducir a la independencia de la isla. Se instaló en Barcelona, no en el País Vasco, y su asentamiento coincidió con las incipientes manifestaciones del nacionalismo catalán. Igual que uno se divorcia de las personas, en virtud de un similar proceso de progresiva intolerancia, puede hacerlo de las ideas, de las cosas, de las casas, de los paisajes, de las regiones, de las naciones. Claro que mi desvinculación del Partido Comunista no fue precisamente un caso aislado. Por razones similares a las mías, o de otra índole, la casi totalidad de quienes habían militado en medios intelectuales o universitarios que yo conocía fueron abandonando toda actividad uno tras otro. Lo habitual era, simplemente, dejar de ir. Cuando Octavio se aventuró a regresar de la RDA, prácticamente ninguno de sus amigos seguía en el Partido. Yo no entré en detalles al respecto ni él me lo pidió, como dando por supuestos mis motivos, como si su experiencia en Leipzig le hubiera llevado a similares conclusiones; sonreía y callaba. La sonrisa que, según Gomá, era la clave de su encanto personal en la medida en que inducía a cada uno de sus interlocutores a interpretarla como quisiera, predisponiéndoles a que se le atribuyese la agudeza que distingue al pensamiento superior.
Por lo general, toda persona incorporada a una ideología determinada suele identificar a quien se declara ajeno a todas ellas con un reaccionario, un cínico o un pobre de espíritu, por lo mismo que el creyente considera que el que no cree es, en el fondo, un libertino. Y una persona al margen de cualquier ideología puede ser desde luego todo eso, pero también un ser reacio a que una interpretación del mundo preestablecida condicione su personal visión de éste y, sobre todo, a que tal interpretación modifique su propia manera de ser. En este sentido, ideología y religión son creaciones del ser humano perfectamente equiparables, ambas totalmente invasivas tanto del cuerpo social en su conjunto cuanto de lo más íntimo de cada individuo, una y otra generadoras a lo largo de los siglos así de innumerables víctimas como de innumerables verdugos. Si el niño, inerme ante una vida de la que nada sabe, es presa fácil del sentimiento religioso, la petulancia adolescente suele ser más proclive al deslumbramiento ideológico."

Luis Goytisolo
Cosas que pasan































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