Eduardo Gutiérrez

"A la caída de la tarde, los montoneros se pusieron alegremente en marcha, llevando entre ellos a Javier, que deseaba cuanto antes llegar al punto de su destino definitivo.
-Ya no tengo ni siquiera que pensar en mi venganza, dijo: ella vendrá por sí sola: Dios me pondrá por delante a ese hombre, si es que hombre puede llamarse a semejante fiera, y entonces podré recordarle entre dos puñaladas, la historia de los Urrutia.
Desde aquel momento empezó para Javier una existencia nueva, que debía distraerlo de sus desventuras, porque no le dejaría el tiempo material de pensar en ellas.
Entregado a aquella vida agitadísima, al peligro que habían de correr diariamente, su imaginación podría escapar fácilmente a sus amargos pensamientos.
A la mañana siguiente se hallaron entre el grueso del ejército de Peñaloza, campado a pocas leguas de allí.
El oficial que tenía que dar personalmente cuenta del desempeño de su comisión, se dirigió donde estaba Chacho, llevando a Urrutia para hacer su presentación.
Chacho recibió a sus partidarios con aquel cariño excepcional con que trataba a todos.
La juventud de Javier lo hizo sonreír tristemente, y le preguntó qué motivo lo impulsaba a partir sus penurias y sus peligros, a lo que el joven respondió con la triste historia que ya conocemos.
Y quedó aceptado, no sólo en el ejército de Peñaloza, sino en aquel regimiento entusiasta y bravo que le servía de escolta y que debía mandar en persona y en medio del combate su valiente y heroica mujer.
Así empezó para Javier aquella nueva existencia tan agitada y que tan raro encanto tenía para él; el doble encanto que tiene para todo joven la carrera de las armas, y el encanto de su venganza cada vez más próxima.
Ágil y bravo, Javier formó desde entonces en todas las expediciones ligeras y de algún peligro, que hizo Chacho personalmente o que mandó hacer con sus jefes de más confianza.
Los enemigos que tenía al frente, por el momento, eran Arredondo con su ejército y el asesino Iseas, como le llamaban, con su división de verdugos.
Un año anduvo Javier con Chacho, durante el cual hizo un buen aprendizaje, porque fue el año más duro en encuentros parciales en que los montoneros llevaban su buena como su mala parte.
Si las fuerzas en que combatían eran de Arredondo, Javier se batía de una manera más apagada y con menos entusiasmo.
Si pertenecía a Iseas, el joven se multiplicaba y hacía prodigios, como si quisiera arrancar en la punta de su lanza el triunfo general.
Pero no se presentaba el momento de realizar su venganza, porque estaba de Dios que aquellos encuentros no habían de tener nunca una consecuencia seria."

Eduardo Gutiérrez
La muerte de un héroe



"El viernes, durante el día y bajo el pretexto de consultarle unos negocios, estuvo Marcet con Álvarez en la tienda, de donde salieron juntos á paseo, y al teatro más tarde.
Al día siguiente cuando vino Arriaga, Álvarez lo hizo subir á su cuarto para que le indicara donde pondría el piano.
Estando allí, llegó otro de los corredores de Álvarez, que le llevaba unas trescientas onzas de oro, provenientes también de letras vencidas que acababa de cobrar.
Álvarez no las quiso contar, para atender lo que le decía su amigo, guardándolas en un baúl donde había otras talegas y rollos de billetes, cuya vista hizo palidecer á Arriaga, que pensó que pronto aquella suma pasaría á su poder.
Alzaga y Marcet, pasaron aquel día del sábado haciendo todos los preparativos para la noche.
El caballo de la volanta estaba mancado y era necesario proporcionarse otro á toda costa.
Marcet mandó llamar á D. Dionisio Magallanes, dueño de una caballeriza, á quien pidió un caballo de alquiler para aquella tarde.
Magallanes ofreció el caballo solicitado, y á la tarde se presentó en su busca al negrillo Pablo, sirviente de Marcet.
El mismo Marcet lo aderezó y lo ató á la calesa, yéndose con Alzaga á dar un paseo, para dejar una constancia de aquel paseo, si era necesario.
Poco después se juntaban con Arriaga, quien les dio la preciosa noticia del contenido del baúl.
¡Soberbio! dijeron todos -el trabajo que tengamos va á estar bien compensado.
Marcet, durante el paseo y durante la merienda que hicieron juntos, tuvo la precaución de hacer beber á sus amigos gran cantidad de vino.
Así pensaba que estarían más decididos y que no podrían darse clara cuenta de lo que hacían."

Eduardo Gutiérrez
El asesinato de Álvarez



"Moreira, siempre negándose a huir como se lo aconsejaban Marta y Santiago, permaneció en el rancho esperando la vuelta del amigo Julián, que ya tardaba mucho.
Los días pasaron así, esperando, sin que el amigo Julián diera señales de vida, lo que hacía agolpar al espíritu del paisano mil dudas agitadas.
¿Habría muerto Vicenta? ¿Habría sucedido una desgracia al pequeño Juan? ¿Habrían mandado a ambos a la cárcel de Buenos Aires a pagar sus culpas y delitos? Estas dudas tenían sumido al paisano en una amarga ansiedad; hubiera sacrificado su libertad misma, a trueque de tener noticias tranquilizadoras de aquellos desgraciados.
Moreira pasaba el día entregado a estas cavilaciones; no comía, tomando por único alimento el eterno mate, sin cuyo desayuno un paisano es completamente hombre al agua.
A la noche daba de comer al caballo, que estaba siempre ensillado, aunque con la cincha floja; daba de comer al inseparable Cacique y extendía su manta al lado del overo bayo, donde se echaba a reposar, en su actitud favorita, con las manos sobre las armas y la cabeza sobre la almohada que le venían a formar los brazos así doblados.
Así dormitaba ligeramente, viéndosele incorporar inquieto al menor gruñido del Cacique, que de cuando en cuando salía a dar su vuelta como un rondín militar.
Y aquel hombre dormía ya ligera, ya profundamente, fiado solamente en aquel vigilante animal, cuyo finísimo olfato delataba al enemigo antes que éste estuviese a la vista.
A eso de la madrugada del tercer día, el cuzquito se levantó de la manta, dejó oír un gruñido leve, y al poco rato se puso a ladrar, arañando la cabeza de Moreira como para despertarlo.
El paisano estuvo de pie como un rayo, se acercó al overo a quien apretó la cincha con suprema rapidez, viéndose brillar en seguida en sus manos, a la escasa claridad de las estrellas que se mezclaba a esa vaga luz del crepúsculo, sus dos magníficos trabucos de bronce, que eran el arma de que se servía primero cuando el enemigo era numeroso.
Moreira permaneció largo rato en actitud de montar a caballo; se oía en lontananza el galope de varios animales, pero la vista todavía no podía apreciar los lejanos bultos.
Marta y Santiago habían salido al sentir los ladridos del Cacique, pues aquella gente no dormía, temiendo que de un momento a otro llegara una partida numerosa en busca de Moreira a quien, decía Santiago, podía la suerte cansarse de ayudar y suceder una desgracia inevitable, porque pensar que aquel hombre se entregara era pensar en locuras."

Eduardo Gutiérrez
Juan Moreira











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