Emil Kraepelin

Discordia

Cuando la existencia me impone su desmesurado yugo,
hueste de relumbrantes destellos asoma ante mí:
es un tornasol tropel de rutilantes sueños y anhelos
que ferazmente florece y me embarga del todo.

Sin embargo, el día en que yo acabe cediendo jamás llega:
sujeto estoy, no lo ignoro, por mil férreos grilletes.
Lucho por la luz, busco gozoso albedrío
pero ocultas fuerzas en perpetua pugna me confinan.

¿Algún tiene significado esta discordia?
¡Cómo rebosa de hiel el caliz de la vida ante mí!
Y sin embargo mi ser más auténtico ama esta agonía

Sin esta rebelión interior me odiaría a mí mismo
¿Cómo disiparse la grisura de los días podría
sino a través de los redivivos anhelos de mi corazón?

Emil Kraepelin




"(Las relaciones de empatía son ese) (…) poético sentimiento que nos coloca en sintonía con los procesos anímicos que ocurren en el otro (...). La “empatía” es un procedimiento bastante inseguro que, aunque resulte indispensable para la aproximación entre los seres humanos y para la creación poética, como medio auxiliar de investigación puede llevar a los mayores engaños."

Emil Kraepelin



Soledad

Suavemente a este rincón descienden las sombras del ocaso
Hundiéndose en profundo gris el día va
Leve escalofrío el corazón sobresalta
El tañir de la campana al fin de la jornada
Negro el firmamento pero niebla de plata lo hilvana
Entre las finas ramas desnudas de los árboles
Mientras la gigantesca metrópoli ruge muy cerca
Sus luces y flamas relumbrando cual fiesta
En el alma la querencia anhelos enciende
Dónde está el acogedor refugio que añoro
Al invadirme alivio de día concluido
La muchedumbre y su rumor me circundan
Cual borrasca tonante que ulula y que brama
Un forastero soy en medio de esta tormenta
Una muralla de brillantes ventanas mudas en torno
Y la marea de lágrimas me asedia súbitamente
Como un autómata me sorprendo errabundo
Entre los moribundos cisnes del espacio y el tiempo
Cual el sol exangüe y yertas también sus alas
Así pesadamente baja envolviéndome
La terrible soledad.

Emil Kraepelin


"Una de las experiencias que más disfruté durante el año siguiente fue el viaje a las Islas Canarias con mi hermano Karl. Salimos de Hamburgo un frío día de marzo y cruzamos el Mar del Norte y el Canal en medio de una intensa tormenta, así que para no marearme tuve que permanecer totalmente quieto durante el viaje hasta que el mar empezó a calmarse en el Golfo de Vizcaya. Seis días después avistamos el oscuro perfil de la isla de Porto Santo y a la mañana siguiente, que fue muy soleada, la maravillosa ciudad de Funchal apareció ante nuestros ojos en todo su esplendor. Allí se quedaron los demás viajeros y también un capitán austriaco con quien habíamos hablado bastante durante el viaje, y que al parecer se dirigía a Río para recoger un barco de guerra cuya tripulación había muerto de fiebre amarilla. Estuvimos diez días en Madeira y nos alojamos en el Hotel Hortas con un montón de alemanes muy simpáticos. Allí pudimos disfrutar de los alrededores tan bonitos del lugar e hicimos excursiones largas todos los días, como al alto Curval y al arrecife de la isla hasta Poiso. Nos gustó mucho la fauna y flora desconocida que nos encontramos por el camino, dado que desde el primer momento en que pisamos la playa todo era distinto a lo que habíamos visto antes. Las palmeras de las ciudades eran especialmente bellas, así como las brillantes buganvillas violetas que ya habían llamado nuestra atención desde el mar. Los enormes arbustos de datura florecían a lo largo de toda la ciudad y las fucsias adornaban los árboles llenos de frutas maduras, flores y brotes. Había muchas arañas y caracoles, y recogimos todo tipo de especies, algunas desconocidas para nosotros. El cónsul alemán, el doctor Sattler, nos invitó a su casa y, cuando ya nos marchábamos, sus hijas nos dieron un par de cañas de azúcar para que probásemos su zumo. También conocimos al «Rey de Madeira», un comerciante inglés llamado Blandy, que nos dejó ver su increíble jardín situado en las montañas al que llamaba «Palheiro». Además de la profusión de plantas tropicales, nos sorprendió la cantidad de camelias llenas de flores que allí había. Muy cerca había un bosque de eucaliptos gigantes, aunque la vista era algo sosa por las hojas tan regulares que tenían. Las puestas de sol eran increíbles en este lugar porque el sol se sumergía en unas islas muy pintorescas que había a lo lejos, llamadas Desertas porque nadie las habitaba. Por desgracia, había pocas rutas llanas y tuvimos que escalar montañas muy escarpadas, y ni siquiera los típicos carros tirados por bueyes eran de gran ayuda."

Emil Kraepelin
Memorias












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