James Hadley Chase

"Cuanto menos sepas, menos mentiras dirás."

James Hadley Chase




"En las dos semanas siguientes no vi a Carol. Yo telefoneaba todas las mañanas y todas las noches, pero siempre me decían que estaba en el estudio o en casa del señor Gold. Yo no sabía si me estaba evitando o si de verdad estaba muy ocupada con su guion. De no haber sido por la manera en la que se había ido, no habría pensado más en la cosa. Con frecuencia Carol desaparecía por una semana o más cuando estaba trabajando mucho, pero, ahora, yo estaba preocupado. Recordaba la expresión de sus ojos cuando había dicho: «Prefiero que no me acompañes». Por primera vez en dos años comprendí que la había herido y enojado.
Naturalmente, yo podía haber ido al estudio, pero, antes, deseaba encontrarla en el teléfono, donde ella no podría ver mi cara al hablar. Como ya he dicho, era difícil mentirle. Si quería convencerla de que no había nada entre Eva y yo, tenía que manejar la cosa con cuidado. Por eso seguí pasando de largo frente al estudio.
Yo había vuelto a establecerme en mi departamento, ante el enojo de Russell. Se había hecho ilusiones de que me quedara en Three Point por lo menos un mes más. Yo pensaba mucho en Eva. La tercera noche después de nuestro encuentro enfilé el coche hacia Laurel Canyon Drive, y pasé frente a su casa. No se veían luces y no me detuve; pero experimenté un curioso sentimiento de satisfacción nada más que al volver a ver la casa.
El cuarto día, inmediatamente después de almorzar, la telefoneé.
Contestó Marty, la mucama. Cuando pregunté por Eva, quiso saber quién hablaba.
Tras vacilar un momento, dije:
—Clive.
—Lo lamento —fue la respuesta—. La señorita está ocupada ahora. ¿Quiere dejarle un mensaje?
—No importa —dije—, volveré a llamar.
—Se desocupará pronto —contestó ella—, le diré que usted ha llamado.
Le di las gracias y corté. Permanecí varios minutos sin soltar el teléfono; después lo deposité sobre la mesa con una mueca. ¿Por qué me sentía mal? me pregunté a mí mismo. ¿Acaso yo no sabía lo que era Eva? Aquel día no volví a llamarla y no trabajé. Recordaba a Gold e intenté hacer un resumen del argumento que habíamos discutido. Pero no logré hacerlo. Hasta que no conociera mejor a Eva no podría hacer muchos progresos.
Debo de haber sido una carga para Russell, que estaba acostumbrado a que me fuera y lo dejara solo en el departamento. Permanecí el resto del día marchando por el gran salón, el dormitorio y el pequeño escritorio. Por la noche tenía una cita con Clare Jacoby, la cantante, y, aunque no tenía ganas de escuchar su charla incesante, no quedaba bien que cancelara la cita. Regresé a casa después de medianoche, un poco borracho e irritado.
Russell me estaba esperando y, después que me trajo un whisky, le dije que se acostara. Entonces telefoneé a Eva. Permanecí escuchando el continuo llamado de la campanilla, pero nadie atendió. Colgué el receptor de golpe y fui a mi cuarto a desvestirme. En pijama y salto de cama volví a la sala y llamé de nuevo. Era la una menos veinte."

James Hadley Chase seudónimo de René Brabazon Raymond
Eva 



"La enfermera se quedó mirándolo y con un suspiro buscó la llave que tenía colgada de la cintura. La mujer del segundo piso comenzó a gritar otra vez. Al parecer tenía un nuevo motivo de inspiración, pues sus gritos resonaban por encima del ruido de la lluvia que azotaba las paredes revocadas del sanatorio. El viento cesaba antes de iniciar un nuevo lamento al meterse por las chimeneas. En algún lugar de los fondos del edificio se cerró una puerta con estrépito.
Después de abrir la puerta la enfermera entró en un cuarto sencillamente amueblado. Había una mesa de acero junto a la ventana y un sillón vuelto hacia la puerta. Los dos muebles estaban atornillados al piso. En el cielo raso había una lamparilla eléctrica protegida por una red metálica. Junto a la pared, lejos de la puerta, había una cama y dentro de ella se dibujaba la silueta de una mujer al parecer dormida.
Con aire distraído por estar pensando en Joe, la enfermera depositó la bandeja sobre la mesa.
—A despertarse —dijo con tono perentorio. —No es hora de dormir. Vamos. Le traje la comida.
No hubo ningún movimiento por parte del bulto en la cama y la enfermera frunció el entrecejo. Sin motivo, sentía una súbita alarma.
—¡Despierte! —ordenó, dando una palmada al bulto.
Al hundir los dedos en la blanda consistencia de las almohadas supo que lo que tocaba no era una forma humana. Con una sensación física de temor tiró de la frazada. Pero sus ojos apenas tuvieron tiempo de percibir la otra manta arrollada y la almohada que reemplazaban a su paciente, cuando unos dedos de acero la aferraron por los tobillos y le hicieron perder el equilibrio.
Cuando sintió que caía, el terror ahogó su grito de sorpresa. Durante un período que se le antojó de siglos luchó por mantener el equilibrio y luego cayó de espaldas, golpeando el suelo alfombrado con la cabeza y los hombros y con una violencia que le provocó náuseas y un desvanecimiento. Permaneció tendida unos momentos, demasiado atontada como para moverse, hasta que la sensación de estar a solas con una demente peligrosa le hizo tratar de incorporarse con rapidez. Tuvo una imagen borrosa de una figura de pie junto a ella y lanzó un débil gemido de terror. Sus músculos se negaban a obedecerle. En ese momento la bandeja con todo su contenido de vajilla y de comida cayó sobre su cara vuelta hacia arriba.
La mujer del segundo piso reía otra vez. Era una risa tan melancólica y tan tonta como la de una hiena.
Joe levantó los hombros como para protegerse contra un posible golpe por la espalda y recorrió de prisa el corredor oscuro. Luego bajó las escaleras que llevaban al sótano del edificio. Sintió alivio al llegar a su dormitorio, compartido con Sam Garland, chofer del doctor Traverso Garland tenía aún puestos la camisa y los pantalones, pero estaba tendido de espaldas en su angosta cama. Tenía la cara vuelta hacia el techo y los ojos cerrados."

James Hadley Chase
La sangre de la orquídea







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