Kléber Haedens

"El Rugby cuenta con elementos suficientes para seducir a los espíritus jóvenes y audaces. Los principios en que se basa el juego, las maniobras constantemente reinventadas que permite, la improvisación que autoriza, el hecho de liberar y exaltar al individuo en la misma entraña de una severa disciplina colectiva, la alegría de ejercitar un cuerpo consciente de su elasticidad y de su fuerza: todo ello proporciona al rugby incomparables poderes. Y, no lo olvidemos, por obra y gracia de los colegiales ingleses. Recuerdo al director de un colegio francés que nos comparaba a becerros rodando por los prados. Pobre Hombre!. Se creía dotado de distinción debido a su gran cabeza, a sus quevedos y a sus lecturas de Anatole France. Ahora me doy cuenta que su inteligencia no había cruzado jamás la línea de los veintidós metros y que solo podría haberse hecho del balón en un fuera de juego. Para algunos de nosotros, encerrados entre las paredes de un lejano liceo provinciano, el rugby –que practicábamos a diario- constituía la más eficaz protección contra el increíble aburrimiento de los estudios secundarios. Era la fuente en que refrescábamos el cuerpo y aliviábamos el espíritu."

Kléber Haedens
Prologo al libro El Rugby de Henri García



"Florence había sido creada para consentir que el humo de Abdullah se alzara hasta sus sedosas y lisas pestañas mientras un joven oficial británico era condenado en su nombre en un bar de Mandalay. Se trataba de un joven apuesto, alto, lo suficientemente robusto como para parecer pesado. Un mechón marrón caía sobre su frente de forma indolente y algunas chicas jóvenes se perdían en las ensoñaciones de sus ojos oscuros, amables y dulces. Un fulgurante resplandor como de neón fue esbozado bajo aquellas pestañas postizas y entonces le sería imposible permanecer fiel a su consorte, Jean Sartroux. Florence no sucumbió a esta certidumbre sin un asomo de melancolía. Ella amaba reír. Ella había pensado que su vida estaría conformada por una serie de elegantes chanzas y que la felicidad de Jean Sartroux consentiría en incentivar ese luminiscente e infantil flash que circuncidaba sus ojos. Firbeix, en cambio, había devenido en la figura egregia de un gentilhombre, a la sazón que inflexible, con una férrea mirada bajo su monóculo, apenas parecía poder quedar absorto por  la indómita violencia del deseo. Mantenía su compostura, de pie sobre una alfombra con motivos chinescos y consideraba la degradación de una mujer como si se tratara de un artístico desnudo de Bouguerau."

Kléber Haedens
El fin del verano está bajos los tilos



"Mis padres jamás dijeron otra cosa que «mañana es el día. La sopa está un tanto insípida. Pon las manos sobre la mesa. ¿Crees que el domingo tendremos un buen día?». Creo que pude atravesar, aunque de forma un tanto tenue, los estadios de la pasión. Se trataba de un hombre joven de alrededor de veinticinco años. Has de saber que ninguna conquista está a salvo de la suerte del fracaso cuando se trata de una mujer. Incluso aunque hallaras a tu bengalí en el fondo de una lámpara maravillosa. Acostumbrábamos a pensar que las mujeres sólo pueden ser conquistadas por medio de complicadas artimañas. Una mujer jamás podría amarte espontáneamente. Él podría establecer hitos, sortear obstáculos, avanzar con cautela, dejarse ver o desvanecerse en medio de la bruma. Las mujeres tienen el sagrado deber de defenderse hasta el agotamiento de todas sus fuerzas."

Kléber Haedens
Adiós










No hay comentarios: