Max Henríquez Ureña

"Finalizaba el año de 1818. En la ciudad vetusta y colonial de Santo Domingo de Guzmán comenzaban a encenderse las luces nocturnas. La campana mayor de la catedral daba el toque de oración. Por la calle de Las Mercedes, casi desierta, avanzaba un jinete que espoleaba con impaciencia a su caballo. Venía sin duda de extramuros, porque el cansancio de la bestia, cubierta de sudor y de polvo, acusaba larga jornada por tierra fragosa. Al llegar a la esquina del Tapado se orientó resueltamente por el callejón del Hospital San Nicolás de Bari. A poco andar se detuvo ante una casa de buen aspecto, hizo brincar al caballo sobre la acera y con el mango de la fusta dio dos golpes en la recia madera del portón abierto de par en par."

Max Henríquez Ureña
La independencia efímera



Íntima

Desde el solar nativo
-el nido de los pálidos recuerdos,
la casa palpitante de memorias
que viven y se agitan como espectros,-
me llega tu palabra,
henchida de miríficos consuelos,
mensajera piadosa del terruño,
hasta el extraño techo,-
el techo que indolente me cobija,
mudo y escueto,
intacto por os fuegos de mis luchas,
intacto por las alas del ensueño.En la isla, en lucha,
cuál sangra el corazón, cual llora el pecho!
¿Qué mucho que el postrado combatiente
destierre el sentimiento,
vulnerable talón que el dardo hiere,
y haga del estoicismo su remedio?En la vida, en la lucha,
Cuán temprano sentí, lloré cuán presto!
Cuánto de penas sufre!
Solitario me encuentro,
sin patria, sin hogar, sin ilusiones,
-todas volaron con volar ligero-;
busco para las penas interiores
las aguas del Leteo,
y tiendo del espíritu la salas
al país irreal de invicto ensueño.Todo cuanto fue amores,
luz de la edad y juveniles sueños,
yace entre los escombros del pasado,
apenas en las lindes del recuerdo.
Sobre esas ruinas la vista tiendo
con muda indiferencia.
No renace el extinto sentimiento
cual si el ansia de dulces efusiones
fuese muerta en el pecho.
El fatigado espíritu
no se enciende en la llama del deseo,
y contempla a través de las edades
como un campo vastísimo de hielo.

¡Ah! Que cuando resuena tu palabra
del letargo despierto,
y la nostalgia delator antiguo
dentro del alma siento.

¡Oh tu, la soñadora, la constante!
¡Oh tu, sacerdotisa del ensueño!
¿No sientes, bajo el cielo de la Paria
del ruiseñor parlero
cual se ha trocado el himno de esperanzas
por la canción macabrita de un cuervo?
¿No sientes que las vivas ilusiones,
la vieja tradición, el dulce sueño,
vuelan en el confuso torbellino
que azota el patrio suelo,
y hechos girones en la hoguera caen,
perecen de la patria en el incendio?

Que con tu fe radiante
que con tu amor perpetuo,
reconstruyes las muertas ilusiones
y guardas el altar de los recuerdos,
y en las frágiles notas de tus cartas
el alma envías del terruño entero!

En mi noche de amargo pesimismo
el instante aun espero
en que escuche, soñando,
tus palabras de nuevo
sobre las ruinas de la triste patria,
“sobre las ruinas del hogar deshecho”

Max Henríquez Ureña


“Rubén Darío llevó la innovación más allá de lo que Gavidia pensó. El mismo Gavidia, en un artículo publicado en 1904, defendió la tesis de que el verso que él llamaba “nuevo alejandrino” debía estar constituido por una combinación de heptasílabos del mismo estilo y flexión, tal como él lo había hecho en El idilio de la selva, escrito en 1883, y esto, según puede apreciarse, limitaba considerablemente su innovación. Fundamenta Gavidia su teoría en que es preciso buscar “una conciliación entre los sendos genios de los idiomas francés y castellano”, pues de otro modo algo perdería “la vieja contextura de la frase castellana.”

Max Henríquez Ureña





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