Myriam Harry

"A menudo no se detenía a escuchar el significado de las palabras, pero se dejaba envolver por el rítmico sonido de las frases. Se sentía especialmente embriagado por la voz dulce y melodiosa de su esposa, desde que la escuchara por primera vez en el hospital, sintiendo cada sonido como un beso. En cierta forma se parecía a la voz de su madre.
Y mientras leía, contemplaba su infancia, la casita, el pequeño jardín y los recuerdos de su tío abuelo. La vieja y obsoleta Biblia acudió a su memoria, entre otros recuerdos. Contempló el cielo que cubría ese edén tan verde y vacío, concebido para las intangibles alegrías y las caricias fraternales. Los beduinos pasaban como sombras furtivas tras la pared de juncos, parecían pobres diablos expulsados del vergel angelical, y comparó también la cima nevada del monte Hermón con la cabeza blanca de Jehová sobre las soñolientas nubes.
Por la noche, cuando los rebaños se hallaban envueltos en una neblina púrpura y se apresuraban a la fuente, los caballos trituraban las especias y toda Galilea parecía estar envuelta en una enorme cazuela humeante; cuando Cécile, desde un ruinoso trono frente al espejo del cielo púrpura, se desató sus trenzas de oro, víctima de una ardiente lujuria y vertió su amor por Hélie en poéticos y apasionados himnos."

Myriam Harry seudónimo de Maria Rosette Shapira
La conquista de Jerusalén



"El dulce aroma de las flores se mezclaba con el olor embriagador de la Boukha.
Sentí una fuerte migraña...
Cambió la posición de las piernas y se dispuso a bajar del sofá.
Era alta y delgada, de enormes ojos que parecían gotas de almizcle. Tenía la boca de un rojo color sangre; su rostro mostraba una fatal pasividad, una renuncia propia de una dolorosa Madonna, en vez de la faz propia de una danzarina.
Se puso de pie, con el rostro ausente y hierático, sus brazos cruzados sobre el pecho, en una actitud de divina modestia, mientras que apenas movía su cuerpo, el estómago parecía retorcerse presa de la angustia y la desesperación, como si súbitamente fuera poseída por una furia libidinosa carente de sentido, una inmodestia bestial, epiléptica, una oferta sensual a los espectadores -la rutina simultánea y universal de una mujer abrumada por la inevitabilidad de la patética sumisión a la lujuria de los hombres.
Y la música acompañaba esta dolorosa depravación, una melodía plañidera, inquietante, monótona, similar a la que interpretan mis amigos exiliados en la pequeña Arabia tras Notre Dame. Poco después, se detuvo extasiada."

Myriam Harry
Madame Petit-Jardin 














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