Paul Harding

"Como decía Wallace Stevens, las investigaciones de un filósofo son deliberadas, pero las de un poeta son fortuitas. Escribo totalmente basado en la intuición, en las sensaciones, por lo menos en las primeras versiones. Escribo interrogándome, es decir escribo tratando de descubrir algo, a la búsqueda de una revelación. Soy muy desordenado; me muevo por todas partes alrededor del mundo que estoy tratando de conjurar. Cada vez que me siento a escribir me enfoco en lo que me llama la atención en ese momento. Con los meses y los años lo que al principio parece un gran nube puntillista de sinsentido comienza a condensarse, a tomar una dirección uniforme, a ordenarse en órbitas coherentes. No es muy eficiente pero sí es un proceso absorbente."

Paul Harding
Entrevista en el periódico El País


"Durante un largo tiempo escribí por el solo hecho de escribir. Y como eso ha funcionado tan bien, no hay por qué cambiar. Solo quiero escribir ficciones de sustancia, ficciones hermosas en las cuales la gente pueda reconocer sus propias experiencias como seres humanos."

Paul Harding



"El arte consiste en gran parte en ser testigo de las paradojas y contradicciones del corazón humano. El filósofo tiende a verse obligado a reconciliar estas contradicciones, mientras que el escritor puede ponerlas una al lado de otra, mostrarlas al lector. Eso le produce una satisfacción estética al lector, pues está viendo descrita una experiencia que reconoce como verdadera a pesar de su aparente imposibilidad."

Paul Harding




"El estilo de un escritor, su voz, son parte tan indeleble de él como la forma de su cerebro. Así que no intenté conseguir un “estilo”. Solo traté de describir lo que veía y escuchaba de la manera más precisa posible; mi voz igual aparecía, de una manera menos consciente, menos ornamental. La belleza de un tema es inherente, de modo que mi trabajo es lograr descripciones exactas, no intentar que una prosa bonita se imponga a lo demás."

Paul Harding




"George compró un reloj roto a saldo. El propietario le entregó gratuitamente un manual del siglo 18 para repararlo. Empezó a hurgar en el mecanismo de los relojes de oro. Como maquinista, era conocedor de toda suerte de engranajes, pistones, piñones, leyes físicas y de la resistencia de los materiales. Como un yankee criado en la Costa Norte del país de los corceles, sabía dónde hallar dinero, dormitando, soñando con fábricas de lana y gruesas canteras, teletipos y la caza del zorro. Encontró banqueros que le pagaran bien preservar sus caprichosas herencias del devenir del tiempo. Pudo reemplazar el desgastado diente de una lacerada rueda por una goma elástica. Logró ubicar la esfera del reloj hacia abajo. Desenroscó los tornillos; quizás sólo tiró de ellos desde el cedro o el nogal, los hilos se habían convertido hacía tiempo en polvo de madera espolvoreado sobre los manteles. Levantó la parte posterior del reloj como si fuera la tapa del cofre del tesoro. Trajo la joya de largos brazos más cerca de la lámpara, justo por encima de su hombro. Examinó el oscuro bronce. Contempló los piñones engomados con suciedad y grasa. Miró las ondas de color azul, verde y púrpura de metal martillado, doblado y quemado. Deslizó sus dedos en el interior del reloj; jugueteó con la rueda de escape (cada parte perfectamente nombrada -escape: el final de la máquina, el lugar donde la energía se filtra, se libera y late el tiempo). Metió su nariz más cerca; olía a tánico. Leyó los nombres grabados en las obras: Ezra Bloxham-1794; Geo. E. Tiggs-1832; Thos. Flatchbart-1912. Alzó las oscuras obras de la caja. Las roció con amoníaco. Las sacó, quemándose la nariz, humedeciéndose los ojos y contempló su refulgente brillo a través de sus propias lágrimas. Afiló los dientes. Perforó los casquillos. Cargó los resortes. Arregló el reloj y añadió su propio nombre."

Paul Harding
Nómadas






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