Péter Hajnóczy

"Cuando me acosté, me dijiste que te despertara si me encontraba mal. Y, en efecto, te desperté y te rogué que me ayudases de alguna forma, porque me encontraba tremendamente mal. Me trajiste un vaso de vino. Mejor dicho, las tres cuartas partes de un vaso; pensabas que tan poca bebida podría aliviarme. Me bebí el vino y sentí que el alcohol que me mantenía con vida se vaciaba de mis células con una velocidad alarmante, y me sentí peor a cada minuto que pasaba. Como he dicho, me desperté pocos minutos antes de medianoche, me bebí el vino y tú te dormiste vencida por el agotamiento. Miré el reloj. Me parecía inimaginable poder sobrevivir hasta que la manecilla llegara al número doce. Me precipitaba al vacío. Parecía que los brazos y la lengua se me hubieran paralizado. Y no hubiera sido nada extraño quedar paralizado o delirar; el médico, cuando al cabo de doce horas me puso una inyección, me dijo que podría haberme pasado eso último. Entré en el cuarto de baño, miré, palpé los frascos de colores que se alineaban en el estante de vidrio, pero tú, por precaución, habías escondido los frascos de colonia y de loción para después del afeitado, ya que dos días antes, atenazado por la necesidad, había llegado a beber colonia y loción. Luego, corriendo y sudando, salí del cuarto de baño, crucé la habitación y miré el reloj, volví al baño para buscar los frascos de colonia y de loción, por centésima o milésima vez. Como si alguien balbuciera dentro de mí que mientras pudiera caminar, moverme, no me ocurriría lo peor.
Tú dormías y no me atrevía a despertarte; aunque sabía que tenías escondida una botella de vino, no me atrevía a tocarte el hombro para que me la dieras, me horrorizaba la idea del fracaso, de que no entendieras cuánto lo necesitaba. Temía más ese fracaso que la caída constante, que quedar paralizado o morir. Así que seguí navegando una y otra vez entre la habitación y el cuarto de baño, movido por la loca esperanza de encontrar en el estante mil veces inspeccionado, detrás de un tubo de pasta de dientes o de una sombra de ojos, una colonia de Givenchy o la loción de afeitar... tenías que haber intuido cuánto sufría, porque quizá fuera ése precisamente el objetivo de mi sufrimiento, que lo entendieras, y no quedarme solo; era tu compasión lo que echaba de menos, que aprobaras mi sufrimiento, que fueras testigo de éste."

Péter Hajnóczy
La muerte salió cabalgando de Persia


"He aquí un espantoso papel en blanco en el que debo escribir”, pensó. Se encontraba ya algo mejor; intentaba trabajar.
Había estado borracho desde mediados de julio hasta finales de noviembre, salvo breves interrupciones, y no había escrito ni una sola línea. Poco antes se había enredado en una relación extraña y ambigua con una joven de diecinueve años, una relación que alguien ajeno –con toda razón– hubiera calificado de delirante. Para colmo, aquel asunto se había cobrado mucha sangre, sobre todo la de su esposa y la suya propia: la chica salió relativamente ilesa del asunto.
Ahora se dedicaba a hojear las notas tomadas durante la borrachera y a mirar las doscientas setenta páginas pasadas a máquina, y sabía que tendría que tirarlas, que como mucho podría aprovechar uno o dos párrafos, y unas cuantas frases."

Péter Hajnóczy
La muerte salió cabalgando de Persia


"Me gusta definir al escritor como un albañil."

Péter Hajnóczy












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