Alan Hollinghurst

"Cuando las cosas están ocultas son mucho más interesantes."

Alan Hollinghurst


"Encuentro el pasado mucho más fructífero que el presente. Es ahí donde está la sustancia."

Alan Hollinghurst




"James se asía con fuerza a mis brazos. Es Ronald Firbank, dijo.
No creo que pueda haber duda alguna al respecto, dijo Staines.
Es él, aseguró Charles.
Si es lo que creo que es, dijo James, debe estar cerca el final de su vida. Poco después comenzó a reír pero de repente comprendió que algo iba mal: comenzó a toser copiosamente y con su larga mano señaló la cámara fotográfica.
Entendí por qué parecía tan frágil, aparentaba hallarse ante una seria amenaza. Se enfrentaba a una colina escarpada en cuya cima se perfilaba una iglesia en medio del sol vespertino. Toda su andadura revestía un carácter extraordinario, no el mejor previsto para llegar de un lugar a otro, una empresa basada en la ondulación de las manos y en pequeños pasos, obviamente irreversible: así era su forma de andar. Una pareja de niños al borde de la carretera lo vio pasar y al instante lo siguió. Podía entenderse que algo tan conspicuo debe hacerse deliberadamente, como un simple divertimento o como el origen de una procesión. Un chico más alto, de unos diez años, calzando unos zapatos harapientos, se unió al grupo e imitó el andar del novelista. Los pequeños, envalentonados, saltaban a su alrededor. Corrían delante de él, observándole, abriendo sus ojos con curiosidad, haciendo preguntas, al parecer, de dos o tres sílabas. Las frenéticas sacudidas de la película confirieron al grupo una convulsionante energía. Firbank metió la mano en su bolsillo y les lanzó unas monedas de níquel.
Como era de prever, alrededor de veinte chicos le rodeaban. Estaban a punto de alcanzar la cima de la colina, haciendo cabriolas a su alrededor, otros casi marchaban en torno a la volátil senda de Firbankian, como un antiguo disco de baile. Vociferaban y batían palmas, luego cantaban a coro un nombre o un epíteto. La cámara, con un cierto instinto artístico, se concentraba en los más jóvenes: pilluelos con un cómico aire de seriedad, adolescentes más ruidosos se reían de los andrajosos niños, y otros, de grandes ojos en sus transalpinos rostros, miraban la lente mientras caminaban y deambulaban con la multitud, tirándole de la manga."

Alan Hollinghurst
La biblioteca de la piscina


"Johnny cerró la puerta de la tienda, bajó presuroso por la calle y, nada más doblar la esquina de King’s Road, levantó los brazos y, con dos hábiles giros, se soltó el pelo y lo sacudió. Un hombre que pasaba en una furgoneta le silbó y una mujer mayor que estaba entrando en su coche dijo con espíritu deportivo: «Ojalá yo pudiera hacer eso.» Johnny se vio en un par de escaparates, y en la puerta esquinada de un bazar había un espejo de cuerpo entero donde se miró mientras separaba las chaquetas que estaban colgadas en el perchero exterior. Eran más de las once, pero las boutiques abrían tarde y algunas estaban empezando a abrir sus puertas. Habría podido coger el autobús para recorrer toda la calle, pero cada vez que pasaba uno lo atraía más la actividad que había en las aceras, por donde incluso un anodino martes por la mañana pasaban, de vez en cuando, personajes elegantes y por donde los primeros paseantes y compradores coincidían con los parroquianos que esperaban para entrar en los pubs. En algún sitio estaban quemando varillas de incienso y, de una tienda donde vendían pañuelos de cuello y tapices de batik, le llegó un fuerte olor a sésamo. Se alegraba de que Cyril le confiara aquellos pequeños encargos que le permitían salir del taller durante el día; si bien al pasar por delante de tanto color y tanta tentación (la Boutique Man, las estrambóticas ventanas del Chelsea Drug Store, que recordaban a un búho, una tienda en la que aún no había entrado y que se llamaba SEX), empezó a lamentar que le hubieran encomendado una tarea.
En Sloane Square bajó corriendo al andén de la estación casi con la sensación de estar haciendo novillos y tuvo que meterse en un vagón de fumadores para seguir a una pareja italiana; el hombre llevaba unos vaqueros blancos tan increíblemente apretados que Johnny se apeó dos paradas después de Victoria solo para mirarlo. Luego cambió rápidamente de andén y volvió, subió a toda prisa la escalera mecánica y la normal, pero había mucha cola en la taquilla y, cuando llegó al andén, el vagón de cola del tren que tendría que haber cogido ya había llegado al cambio de agujas y se perdía de vista.
Salía otro tren al cabo de treinta minutos, así que, de todas formas, podía llegar a Gypsy Hill media hora antes de que comenzara la subasta. Se guardó el billete en la cartera y deambuló ojeando los paneles de salidas y a los hombres que los consultaban; luego se quedó de pie, oscilando, frente a la avalancha de la llegada de dos trenes, fantaseando con detectar algún saludo en las caras que se fijaban en la suya unos segundos al pasar a su lado. Los pasajeros llegaban a Londres y Johnny sentía su emoción, así como otro placer más sutil: el de detectar, como londinense, el ciego gesto de rutina de la mayoría de los viajeros. Algunos reducían el paso y esperaban, rondaban por allí entre preocupados y absortos. Se despejó un poco el espacio y Johnny vio el movimiento alrededor de la entrada con el letrero «Caballeros» por la que los hombres se metían presurosos y bajaban la escalera, cruzándose con otros que salían con aire decidido."

Alan Hollinghurst
El caso Sparsholt


"Me gusta mucho inducir a error."

Alan Hollinghurst




“Para un buen escándalo británico necesitas sexo irregular y alguien en el gobierno.”

Alan Hollinghurst



"Robin y George se encontraron a las 19:10 en la estación de Crewkerne. Estaba previsto que se reunieran unas ocho personas, todas ellas desconocidas para Robin, aunque George contaba con la confianza de varios de sus allegados. Robin no fue amable con George y le sentó mal la excesiva intimidad de éste con Danny. Esperaba no ser arrastrado como si fuera un nuevo novio. George había evitado todos los preparativos del día para recorrer anticuarios en Beaminster y Lyme. Como ellos estaban esperando en el parking de la estación, se permitió elogiar un mueble, pero sólo uno. Nada más llegar comprendió quiénes formaban pareja. Entre los pocos viajeros aquel sábado, los chicos de la localidad y los apremiantes excursionistas había una pandilla de musculosos y elegantes metropolitanos, que despertaron su libido. Robin observó durante unos segundos cómo se reunían bajo el arco gótico, mirando despreocupadamente, aunque un tanto sonrojados por la extrañeza del lugar, un par de ellos mascaban chicle y cándidamente le echaron un vistazo a George y Robin, así que cuando George los llamó y se reunieron, en sus sonrisas se reflejaba tímidamente otro sentimiento. Robin, casi inconscientemente, llevaba unos viejos pero pantalones que le hacían lucir atractivo. George se había limitado a unos pantalones de cuero más formales, que más bien habían confundido a Robin por su hedonística semblanza. No podía evitar pensar que debían parecer como un par de opulentas soberanas que habían contratado los servicios de un grupo de coristas chaperos para el fin de semana. Quizás habían sentido esto los jóvenes locales con respecto al escándalo causado por aquellos aristócratas sodomitas de hacía cuarenta años."

Alan Hollinghurst
El hechizo


"Salió a una cabina de teléfono en Ladbroke Grove, pero era una cabina adosada a otra y pensó que quizá el hombre que la ocupaba oyera lo que decía; era casi como si le estuviese esperando, puesto que de toda evidencia se limitaba a estar dentro, sin hablar por teléfono. Y estaba tan cerca de casa que podía comprometer a Gerald. Bajó la cuesta y entró en una calle que parecía menos propicia para el trapicheo y donde un hombre que bien podría haber sido un drogadicto estaba saliendo de una cabina telefónica en la esquina. Nick entró después de salir él y en aquel semisilencio enrarecido rebuscó en su cartera el papel con el número escrito y pensó que ojalá ya hubiera esnifado una raya de coca, o por lo menos tomado un gin-tonic, antes de este encargo. Ojalá lo hubiera hecho Wani, como de costumbre, en su coche, con el talkman. Después de haberle dado el dinero, a Wani le gustaba imponerle retos, que por lo general eran tareas que él podría haber hecho más fácilmente. Wani afirmaba que nunca había utilizado una cabina de teléfono, como tampoco había subido nunca a un autobús, experiencia que, según él, debía de ser horripilante. Nunca había respirado aquel aire horrible, de plástico negro, orines viejos, humo rancio, el aliento concentrado del micrófono."

Alan Hollinghurst
La línea de la belleza






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