Alexis Jenni

"Y, después, una noche, muy tarde, cuando estábamos limpiando y esterilizando un instrumental utilizado durante el día —ya que debíamos hacerlo todo nosotros, de la cantidad de trabajo y problemas que había, aunque eso era lo mismo que durante los años de guerra que habíamos pasado juntos—, mientras estábamos pues los dos delante del autoclave para limpiar el instrumental, me dijo que yo era amigo suyo. Al principio aquello me gustó. Creí que la fatiga le volvía parlanchín, y la noche, y las pruebas por las que habíamos pasado. Creí que quería hablar de todo lo que habíamos vivido los dos, desde hacía años, hasta aquel momento. Asentí e iba a responderle que él para mí también, pero continuó. Me dijo que pronto los árabes matarían a todos los franceses. Y ese día, como yo era amigo suyo, me mataría él mismo, rápidamente, para que no sufriera.
Hablaba sin alzar la voz, sin mirarme, sin parar de trabajar, con un delantal manchado de sangre alrededor de los riñones y las manos llenas de espuma, aquella noche en la cual él y yo éramos los únicos que estábamos despiertos, junto con algunos heridos que no podían dormir, los únicos en pie, los únicos válidos, los únicos razonables. Él me aseguraba que no dejaría que hiciera aquello cualquiera, ni de cualquier manera, y me lo decía quitando las manchas de sangre de unos bisturíes muy afilados, me lo decía delante de un montón de escalpelos, pinzas y agujas que darían miedo a un carnicero. Yo tuve la presencia de ánimo de reírme y darle las gracias, y él también me sonrió. Cuando todo estuvo ordenado nos fuimos a dormir. Yo cogí la llave de mi habitación, una llavecita pequeña de nada para una cerradura pequeña de nada, pero era lo único que tenía, y de todos modos aquello no podía ser más que una pesadilla, y cerré mi habitación. Bastan unos gestos rituales para conjurar las pesadillas. Al día siguiente yo mismo me asombré de haber cerrado la puerta con un cerrojo tan pequeño. Ahmed se había ido. Algunos hombres del barrio armados con fusiles y pistolas, unos hombres en camiseta a los que conocía, vinieron a mi casa y me preguntaron dónde estaba. Pero yo no sabía nada. Querían llevárselo para ocuparse de él. Pero se había ido. Me alivió mucho que se hubiese ido. Los hombres armados me dijeron que los bandidos corrían por las montañas. Ahmed, decían ellos, quizá se había unido a ellos. Pero había tantos rastreos, ejecuciones, entierros deprisa y corriendo, en masa, que quizá hubiese desaparecido, pero desaparecido de verdad, sin dejar rastro. No se sabe cuántos murieron. Ya no los cuentan. Todos los heridos a los que yo cuidaba eran europeos. Durante aquellas semanas no hubo árabes entre los heridos. A los árabes los mataban.
¿Sabes lo que es un rastrillado? Se pasa el rastrillo por el campo y se hace salir a los fuera de la ley. Durante semanas acorralaron a los culpables de los horrores del 8 de mayo. No debía escapar ni uno. Todo el mundo se puso a trabajar: la policía, desde luego, pero con ella no bastaba, así que se les unió el ejército, pero con este no bastaba tampoco, y entonces se le unió la gente del campo, que tiene la costumbre, y también la gente de la ciudad, que se ha ido acostumbrado, e incluso la marina, que de lejos bombardeaba las ciudades de la costa, y la aviación, que bombardeaba las ciudades inaccesibles. Todos tomaron las armas, y todos los árabes que se sospechaba que habían participado de cerca o de lejos en esos horrores fueron atrapados y liquidados."

Alexis Jenni
El arte francés de la guerra









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