Bernhard Severin Ingemann

"A veces estoy contenta, pero tengo ganas de llorar."

Bernhard Severin Ingemann



"Al salir el sol, los alegres signos de la animación diurna eran perceptibles a lo largo del pueblo de Sorretslóv, mientras que la ciudad del obispo aún estaba envuelta en la neblina, cómodamente instalada tras zanjas y empalizadas, y daba la impresión de yacer durmiente tras las salvajes fiestas de la noche anterior. Pudo verse a los campesinos retirando el ganado de sus pastos, en el trecho entre el pueblo y la puerta norte de la ciudad. Los mozos de cuadra del palacio estaban llevando los caballos de las granjas y prados del castillo real a una gran piscina en medio de la aldea. Cerca de los pastizales del lago de Sorretslóv, donde se había disputado el torneo equino de corceles reales, dos mozos corrían desesperadamente, buscando en vano los finos caballos que habían sido confiados a su cargo.
¡Ayúdanos, San Albano y vosotros, todos los santos! -gritó el más joven de los dos. Si no los encontramos, nos matarán.
¡Y el rey! -gruñó el otro. Su ira será peor aún. Tenemos que encontrarlos aunque tengamos que llegar al fin del mundo.
-Ven. Pudo vérseles desde la distancia recorrer el trecho entre el seto y la zanja, donde el rocío aún mecía la hierba y permanecían las huellas del galope equino en la pradera. Al fin reconocieron las pisadas en la carretera que une los dos lagos y allá se fueron.
Era una hermosa mañana de primavera. El rey estaba como de costumbre excitado ya desde primera hora. Acompañado por el conde Enrique, había subido a una de las torres del castillo, desde donde se divisaba un amplio panorama de todo el país adyacente. El conde Enrique había sido requerido para referir el relato de la huida de los caballos al cardenal y al arzobispo y otra suerte de prelados. El rey estaba serio, pero de buen humor, incluso la última amenaza del arzobispo no le había desalentado.
-Con la bendición del Altísimo, dijo con énfasis, espero que el Todopoderoso me conceda la mano y el piadoso corazón de Ingeborg y la misericordia del Papa y de su arzobispo. Deposito mi esperanza en que el hallazgo del amor finiquite la impiedad de mis pecados y pueda así ser santificado ante el Cielo y ante mí mismo. Hizo una pausa y miró con pacífica y entusiasta mirada al sol naciente, mientras una oración sincera parecía atisbarse en lo recóndito de sus brillantes ojos.
-Mi enemigo mortal sigue con vida, continuó, así que ahora he de cumplir mi promesa. Le dejé escapar indemne. Pero no se le puede pedir a un frágil mortal que pueda respirar en paz conociendo la existencia de los enemigos de su alma. Mientras el Señor me conceda la vida y la corona, su hostil presencia no infectará el aire."

Bernhard Severin Ingemann
El rey Erico y los proscritos


"-Lamento no poder incluirme entre los meritorios del país y ser merecedor de los favores de la casa real, respondió el joven, modestamente. Pero, ¿acaso debo vivir para llegar a ser tan viejo y sagaz como nuestro osado John Little, o tan fuerte como David Thorstenson o Benedict Rimaardson y tan sabio como el prior de Antvorskov, nuestro sabio maestro Martin, que debe a ciencia cierta aspirar a ganarse un nombre que, al menos en nuestros días, no connota amistad para la corona danesa?
-En razón de la fidelidad, se trata de cuatro hombres valientes, respondió el conde, y sin embargo he oído decir que el viejo John es muy severo y duro de corazón.
-Es un hombre estricto y recto, por lo que en estos tiempos laxos, es posible oír hablar mal de él, dijo el joven celosamente. Mantiene la ley y la justicia y no hace distinción alguna entre campesinos y prelados. Pero, no sólo es serio y audaz, sino sagaz y prudente: capaz de lograr la reconciliación con el arzobispo Jacob y aliviar así al país de prohibiciones e interdictos -fue árbitro en la disputa por la corona sueca y le dijo al rey Magnus algunas verdades muy duras- sin temor alguno a mostrarse contrario al ánimo de su soberano, cuando, el año pasado, fue el encargado de hacer respetar la herencia de las princesas. Es el hombre más capaz que ha dado Dinamarca.
-Ahora sé, de hecho, que es el patrón de un hombre de Estado, respondió el conde, entre sonrisas, y siento un gran respeto por él, pero a pesar de toda su piedad y sabiduría, hemos de admitir que pasa por ser un gran ingenuo. Yo puedo creer fácilmente que es un gran filósofo y teólogo, pero cuando trata de sus arcaísmos y su "logicorum", o como se llame, no me preocupa acerca de lo que pueda estar divagando y sólo los laicos irracionales se sienten impulsados al aprendizaje. ¿Llegaremos a ver cómo este caballero que aprendió tan bien la lección el año pasado junto al conde de Hennegau -que había venido directamente de París y que había descubierto lo propio por sí mismo- se erige en la cualidad de Maestro Morten Mogesen?
-Magister Martinus de Dacia, de apellido Magni Filius, lo que significa "Hijo del gran", dijo el bufón, de forma pedante. No sería sabio condescender consigo mismo y llamarse Maestro Morten Mogesen, tras pasar al otro lado del istmo. Pronto asumió el carácter grave de un Maestro, se irguió y habló en una especie de susurro misterioso.
-¡Eso es capital! ¡Ahí tenemos al hombre!, exclamó el conde entre risas.
Manteniendo la misma postura, el bufón comenzó un discurso lleno de términos lógicos, sobre la relevancia de comprender adecuadamente el Martinian modi significandi en el terreno de la lógica."

Bernhard Severin Ingemann
La juventud de Menved


"Un castillo se alza bajo los cielos del oeste. Escudos de oro en su techo han tachonado; El sol de la tarde detrás de él muere en medio de los bancos de nubes tan recién rociado. Ese castillo no está forjado por mano."

Bernhard Severin Ingemann










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