Christopher Hope

"En la metrópoli londinense contribuyó con diversas historias y artículos para una gran variedad de revistas y periódicos cuya idiosincrasia se alineaba a favor de la causa de la libertad en Sudáfrica. Era una suerte de gacetillero de esa índole. Fue, sin duda, el primero en decir tanto sobre ese tema tan candente. Pero sólo eso. Era un hecho constatado que Looper suscitaba de algún modo que fueran desestimados sus logros, aunque no obstante había logrado atraer a bella Biddy Hogan a su dormitorio. La aparentemente inquebrantable Biddy Hogan, como era conocida en sus días de estudiante, había sucumbido finalmente a sus pacientes atenciones.
También había mantenido una relación con la hija de Frau Katie, Rose, una rubia de sugerentes ojos azules, a la que solían tildar de “Rosa Británica”, aunque ésta nunca había mostrado su faz en la habitación del hotentote. Había sido la propia Rose quien guiara los designios de ese affaire y había trabajado duramente para satisfacer sus anhelos hasta hollar las lindes del amor. Looper no se había resistido a tales denuedos (y esto ya es suficientemente elocuente), pero nadie llegó a apercibirse de ello. ¿Cómo podrían hacerlo? En efecto, él también había persuadido a Rose de que su encuentro debía permanecer en secreto.
-Sin secreto, no es posible una relación entre nosotros -intermedió Looper.
-Pero Caleb. Yo deseo casarme contigo -terció Rose.
Looper no pudo evitar sentirse horrorizado por el cariz de los acontecimientos. Afortunadamente, se consoló al pensar que el mero deseo no establece por sí mismo ningún tipo de contrato. Recordó que, de niño, quiso casarse con Marilyn Monroe. ¿Acaso aquél deseo llegó a cristalizar? No. Desde luego Rose podría argüir que ambos mantenían una relación, pero se trataba de un caso muy similar al anhelo que él llegó a sentir por Monroe. Y lo que Rose quería no era el matrimonio. Ella usaba esa terminología de modo impreciso. Una conveniente estenografía del corazón, por decirlo así. Lo que ella realmente perseguía de él no estaba nada claro.
-Me temo que tu madre no lo comprendería -aseveró.
Rose sonrió abiertamente. Aclaremos algo. Mi madre alberga la recóndita ensoñación de que tú y ella os fugaréis juntos algún día. Tú llegaras hasta el dintel de su ventana ataviado con una escalera. Y ella se marchará lejos de aquí con su hermoso caballero galante. No quiero parecer cruel, pero en realidad no es más que un antiguo chiste y, francamente, me parece ya muy desgastado. Yo soy seria en cuanto a lo que siento. Es real.
Si Looper padecía algún tipo de debilidad, sin duda era la de otorgar su cariño donde era muy poco probable hallar reciprocidad alguna. Así había depositado éste en torno a su madre fallecida en torno a la cual, aunque ella había muerto cuando él aún era muy joven para preservar cualquier tipo de vago recuerdo de ella, había no obstante edificado un culto de remembranza con respecto a su figura fundado en una fotografía solitaria, la cual mostraba a una mujer joven, de pelo negro, provista de un sombrero a juego, esbelta, con las manos delineadas sobre su regazo, sonriendo brillantemente. Pero ella había muerto y le había dejado solo con su padre, un Inspector de Minas. Así que, con el tiempo, también había fijado su atención sobre Frau Katie. Las razones distaban mucho de poder ser clarificadas: ella era lo suficientemente mayor como para poder ser su madre, su personalidad era indudablemente perversa, estaba enferma pero aún seguía siendo vivaz y su presencia dominante combinaba una arrogancia natural con el talento del coqueteo y el ardid de una risa tan profunda como el redoble de los tambores."

Christopher Hope
La estancia del hotentote



"Yo sabía que él estaba leyendo acerca del triste infortunio de Tony Ferreira, un antiguo amigo de su época de monaguillo a la diestra del Padre Lynch. Habría que precisar que todo esto acaeció antes de que Ferreira comenzara a mostrar señales de sus habilidades para las Matemáticas y las Finanzas las cuales le condujeron primeramente a participar en la Guerra Civil y seguidamente a alcanzar un puesto elevado en la Oficina del Auditor General. Era algo sin duda extraordinario, dada la avanzada educación política que estos chicos recibieron del Padre Lynch, que cualquiera de ellos trabajara para el Régimen o que hubieran hecho tantas cosas. Precisamente este chico al que el Padre Lynch en una de sus salvajes profecías había visto como un futuro visionario. En cambio, llegó a ser un contable del Gobierno, de un tipo muy especial y raro, pero un contable al fin y al cabo. Alguien le había preguntado en su momento cómo había llegado a trabajar para el Régimen y él simplemente se encogió de hombros y replicó que se había limitado a seguir las cifras adonde éstas le habían guiado. Las cifras eran valores libres. Ellas le mantuvieron fuera de las controversias políticas y ellas habían supuesto para él un tremendo alivio. Naturalmente su respuesta fue recibida con considerable disgusto por parte de aquéllos que le conocían desde la niñez. De hecho, esta delación supuso un shock aún mayor que cuando Trevor Van Vuuren ingresó en la policía.
Los monaguillos del Padre Lynch fueron Theodore Blanchaille, Tony Ferreira, Trevor Van Vuuren, Roberto Giuseppe Zandrotti, Ronald Kipsel y el pequeño Michael Yates, más tarde Mickey el Poeta. En mi sueño pude distinguir cómo en aquel tiempo ellos ocuparían el amplio jardín mientras el Padre Lynch se sentara ante el Árbol Celestial y a su lado habría dos chicos negros, Gabriel y su hermano Looksmart, la simiente de Grace Dadla, su ama de casa. Pude ver cómo el padre se reclinaba sobre un codo y sorbía una bebida de un termo blanco mientras él y los dos chicos negros veían a los blancos trabajando como esclavos bajo el sol, arrancando malezas, recortando los arbustos, rastrillando y humedeciendo entre imprecaciones el increíble jardín parroquial del Padre Lynch. A Gabriel y Looksmart Dadla les fueron entregadas unas botellas de naranjada gaseosa mientras el Padre Lynch se deleitaba en su esparcimiento, degustando cócteles helados de un termo de aguamarina. Los chicos negros estaban sentados al abrigo de la sombra mientras los blancos se afanaban en su ardua tarea. Le hacía bien a los chicos blancos ser observados. No debían ser desestimadas las ventajas de una educación mutua. Éste era uno de los muchos principios enunciados en los famosos picnics del Padre Lynch.
Otro era el hecho de que a cada uno de nosotros se nos otorga las condiciones inherentes para desvelar los secretos de nuestro particular universo, pero deberíamos esperar ser castigados por ello.
Otro, que el Presidente Paul Kruger cuando voló hacia el exilio durante la Guerra de los Boer había llevado consigo ingentes sumas de dinero, los millones desaparecidos de Kruger. De algún modo relacionábamos aquel propósito con la visión del Paraíso o para ser más exactos de algo que anhelábamos tanto poseer.
Otro, que el Régimen era corrupto, débil y que sus mortuorios estertores crecían en su interior. Todo ello en una época cuando nuestro país se consideraba una potencia como Israel o Taiwán, una potencia que había invadido los países limítrofes e incluso gran número de ellos a través del mar, algunos en reiteradas ocasiones, siempre con sonadas victorias militares.
Otro, que la destrucción amenazaba a todos. Dicho en una época cuando el Presidente Adolph Gerardus Bubé había regresado de su largo tour por las capitales del Viejo Continente e iniciado una nueva política diplomática de relaciones abiertas con los países extranjeros que le había granjeado muchas amistades allende de las fronteras sudafricanas y a lo largo de todo el orbe.
El Padre Ignatius Lynch, un cabeza hueca de sangre irlandesa que nunca llegó a entender África, o quizás comprendió su esencia demasiado bien. Solía decir que había sido enviado a aquel desierto, mientras indicaba con un gesto de su mano el sur del subcontinente africano a causa de un error cometido por sus supervisores en Eire. Un hombre con su capacidad para el análisis estructural del poder y los disfraces que éste adquiría habría sido considerado en su hogar como alguien que reconocería y apreciaría los cercanos lazos entre la clerecía y el gobierno en su propio país o que habría debido ser destinado a alguna parroquia católica en España, Portugal o incluso Roma, donde sus destrezas habrían sido debidamente valoradas. Ser privado de una adulta y madura cultura europea donde incluso los bebés y los lactantes comprendieran la conveniencia de la moral nunca podría reemplazar las necesidades del poder y a pesar de la concienciación de que África no iba a colmar sus expectativas, se esforzó duramente para darle a sus chicos un sentido vivo de la política.
Además, a menudo había vaticinado alarmantes profecías, proferidas con convicción, en relación al futuro de sus chicos, tan imaginativas como inexactas."

Christopher Hope
La cima del Kruger













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