Christopher Isherwood

"A las ocho en punto de la noche cerrarán tiendas y portales. Los niños cenan. En el pequeño hotel de la esquina, donde alquilan cuartos por horas, se enciende una luz sobre el timbre de la puerta. Y en seguida empiezan los silbidos de los golfos, que llaman a sus chicas. Plantados en el frío de la calle, silban a las ventanas encendidas de los cuartos tibios, en donde las camas ya están preparadas para la noche. Quieren entrar. Sus llamadas resuenan en la hundida oquedad de la calle, voluptuosas, íntimas y tristes. Por eso no me gusta quedarme aquí a esas horas: los silbidos me recuerdan que estoy en una ciudad extraña, lejos de casa, solo. A menudo me he propuesto no escucharlos, he cogido un libro y he intentado leer. Pero es seguro que muy pronto se oirá una llamada tan penetrante, tan reiterada, tan desesperanzadoramente humana, que no tendré más remedio que levantarme y atisbar, a través de la persiana, para convencerme de que no es –y estoy convencido de que no puede ser– para mí. El olor peculiar de este cuarto, cuando está encendida la estufa y cerrada la ventana; no del todo desagradable: una mezcla de incienso y bollos rancios. La voluminosa estufa de azulejos polícromos, como un altar. El palanganero, como un sagrario gótico. El armario, gótico también, catedralicio, con ventanas en ojiva: Bismarck y el rey de Prusia se miran frente a frente en los vitrales. La mejor silla podría servir de trono episcopal. En el rincón, tres falsas alabardas medievales (¿olvidadas por alguna compañía de teatro?) forman enlazadas un perchero. Fräulein Schroeder desenrosca de vez en cuando las puntas y les saca brillo. Son pesadas y lo bastante agudas como para matar.
Todo es así en este cuarto: innecesariamente sólido, anormalmente pesado, peligrosamente puntiagudo. Aquí, sobre la mesa de escribir, me amenaza un ejército de objetos metálicos: un par de candelabros en forma de serpientes entrelazadas, un cenicero del cual emerge una cabeza de cocodrilo, una plegadera que imita una daga florentina, un delfín de bronce cuya cola sirve de pedestal a un reloj estropeado. ¿Dónde van a parar finalmente estas cosas? No puedo imaginarme que alguna vez puedan dejar de existir. Probablemente permanecerán intactas durante miles de años y la gente las contemplará en los museos. O quizá, simplemente, las fundirán un día para servir de munición en una guerra. Cada mañana, Fräulein Schroeder las dispone con todo cuidado según un orden invariable. Y aquí están: incorruptibles símbolos de sus ideas acerca del Capital y de la Sociedad, la Religión y el Sexo."

Christopher Isherwood
Adiós a Berlín


"A veces hablabas del amor de un modo que demostraba que se trataba de una experiencia personal. Te veo sentada en el crepúsculo de una tarde de invierno, con los dedos extendidos ante el fuego, contemplándolo fijamente y diciendo: "No, Stephen; no empieza así; no es cuando dos personas se sienten atraídas, sino en el momento en que comprenden que son distintas, tan distintas que resulta terriblemente doloroso, casi insoportable. Es como el polo Norte y el polo Sur. Es imposible estar más alejados, pero al mismo tiempo no puede haber dos puntos más cercanos en la superficie terrestre, porque entre ambos existe un eje y todo gira a su alrededor."

Christopher Isherwood
El mundo al atardecer


"Creo que la clave real de tu orientación sexual recae en tus sentimientos románticos más que en tus deseos sexuales. Si eres realmente homosexual eres capaz de enamorarte de un hombre, no simplemente de disfrutar sexualmente con él."

Christopher Isherwood



"Después de J. vendrían K. y L. y M., siguiendo el alfabeto. De nada sirve ser sentimentalmente cínico o cínicamente sentimental sobre esto. Porque J. no es realmente lo que yo quiero. J. sólo tiene el valor de existir ahora. J. pasará, la necesidad persistirá. La necesidad de volver a la oscuridad, a la cama, al cálido, desnudo abrazo en que J. no es más J. que K., L. o M., en que no hay nada más que la proximidad y la penosa inutilidad de ceñir con los brazos el cuerpo desnudo. El dolor del hambre substancial. Y el fin de todo acto de amor, el sueño sin sueños posterior al orgasmo y semejante a la muerte. La muerte, la deseada, la temida. El anhelado sueño. El terror del sueño que se aproxima. La muerte. La guerra. La vasta ciudad dormida, predestinada a las bombas. El rugir de los motores que se acercan. La ametralladora. Los gritos. Las casas derribadas. La muerte universal. Mi propia muerte. La muerte del mundo visto, conocido, gustado y tangible. La muerte con su ejército de miedos. No los miedos reconocidos, los miedos que se proclaman. Otros más terribles: los miedos privados de la infancia. El miedo a la zambullida desde lo alto, al perro del granjero y al caballo del vicario; el miedo a los roperos; el miedo al pasillo oscuro; el miedo a partirse la uña del dedo con el escoplo. Y detrás de ellos, el más indeciblemente horrible de todos, el archimiedo: el miedo de tener miedo. No se puede escapar. Nunca, nunca. Ni aunque uno corra hacia el confín del mundo, ni aunque uno llame a Mamá a gritos, apriete los labios, o se dé a la bebida o a las drogas. Ese miedo está entronizado en mi corazón. Siempre lo llevo conmigo. Pero si es mío, si realmente está dentro de mí... Entonces... Entonces... Y, en ese momento, infinitamente desvaído y lejano, como la visión a la distancia de un sendero de cabras en la montaña, entre las nubes, veo otra cosa: el camino que lleva a la seguridad, adonde no hay miedo, soledad ni necesidad de J., K., L., ni M. Durante un segundo lo vislumbro. Durante un instante, hasta lo veo claramente. Luego las nubes se cierran, y el viento del glaciar, con la inhumana frialdad de los picos, toca mi mejilla."

Christopher Isherwood
Violeta del Prater


"La vida no es mala si tienes mucha suerte, un buen físico y poca imaginación."

Christopher Isherwood



"Los nazis odiaban la cultura, porque es esencialmente internacional y va más allá del nacionalismo. Lo que ellos llamaban cultura nazi era un culto nacionalista local, perverso, por el que pocos artistas de mérito y muchos de segunda fila fueron honrados más por el hecho de ser alemanes que por su auténtico talento."

Christopher Isherwood



"Sí, temo algo. Temo la atmósfera de la guerra, el poder que esto da a todas las cosas; odio los periódicos, los políticos, los puritanos..., las solteronas despiadadas de mediana edad. Temo el modo en que yo podría comportarme, si fuera expuesto a esa atmósfera."

Christopher Isherwood


 “Todo el mundo coincide en que Hitler ha venido para quedarse. Aunque supongo que lo mismo decían de Napoleón.”

Christopher Isherwood


















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