David Ireland

"En la sima posterior de Southern Cross los chicos se entretenían disparando a las mariposas. Ocasionalmente, los perdigones tintineaban por encima del cristal tintado del bar o dentelleaban levemente la carrocería de los coches del aparcamiento. Nunca se atrevían a disparar contra el gran letrero de neón situado justo sobre el pub. Orgullosamente se leía: The Southern Cross. Sin duda sentían una reverencia natural por el neón. Las mariposas volaron libremente. Deslumbraban ojos y mente con su halo de libertad. Nosotros jamás podríamos llegar a volar.
Por la noche, cuando las mariposas pernoctaran pacíficamente en su lugar de descanso y no hubiera blancos en movimiento para ser zaheridos, la emprenderían con las luciérnagas. Era realmente difícil que las luciérnagas se acercaran a Southern Cross. Semejaban globos luminiscentes en la calle. Alguien había tomado la precaución de colocar pequeños escudos alrededor de esos globos para preservarlos del alcance del brazo humano, pero no sucedía lo mismo con las malditas babosas. Algunas veces la calle se cernía de tinieblas en ambas direcciones. Eran como luces de sodio. Tal vez fuera esa la diferencia."

David Ireland
La canoa de cristal



"La misma historia se repetía cada mañana. El reloj sonaba faltando diez minutos para las seis. Había una escoba en el lateral verde del armario, uno de los sesenta en los que se guardaba la ropa de los obreros distribuidos en cuatro turnos. Alguien dotado de un gran sentido del humor había asido una manguera de unas dos pulgadas y usado tres o cuatro casilleros a modo de gong, produciendo un sonido ensordecedor. Esto era lo peor que podía hacerse, dado que la manguera utilizada servía para conseguir agua caliente procedente de los grifos del lavamanos que estaban cerca de los enseres del fregadero. La economización impedía abrir otro grifo o emplear productos de limpieza. Los ecos del estruendo se disiparon rápidamente en el bosquejo de hormigón.
[...]
Su voz era ronca, rica y melosa como si sus palabras fueran cremosas. Se tomaría la pastilla previa al desayuno. ¡Apartaos u os arrancaré un brazo! Se mostraba siempre desagradable hasta que llegara su turno para trabajar por la noche. Su faz irradiaba una amplia sonrisa cuando golpeó las taquillas con la manguera, pero esa sonrisa estaba únicamente dirigida a Canoa de Cristal, no a los otros presos. Avanzó a través del estrecho espacio que separaba los armarios, sosteniendo la fregona y el cubo de agua caliente. Deambulaba con el rostro enrojecido e hinchado y el cabello crespo propio de la hora matinal y poco a poco el número de durmientes se iba incrementando, luchando por obtener unos pedazos de trapo desechables a modo de camastros antes de que Canoa de Cristal vertiera agua caliente sobre ellos con el legítimo pretexto de que comenzaran su aseo a tiempo. Era un hombre formidablemente robusto, con un historial repleto de perturbaciones mentales. Su cabeza estaba llena de ambiciones, su bolsillo de pastillas y su boca de las palabras pronunciadas por otros labios. No tenía ningún problema a la hora de enfrentarse al Doctor Muerte cuando le llegara la hora. El Doctor Muerte, que jamás se apropiaría de un prisionero mientras éste pudiera aún ponerse en pie, respirar y ser detectado su pulso, era un hombre de y pagado por la empresa. Sabía que podía ganarse sus modestos doscientos dólares al mes con sólo realizar tres cortas visitas por semana."

David Ireland
El prisionero industrial desconocido











No hay comentarios: