Erich Kästner

"Cuando yo era pequeño" empieza con un lamento por Dresde: Nací en la ciudad más bella del mundo. Pero, pequeño, aunque tu padre fuera el hombre más rico del mundo, no podría llevarte a verla, porque ya no existe. [...] En mil años se construyó su belleza, en una noche fue horriblemente destruida."

Erich Kästner



El tiempo viaja en coche


Las ciudades crecen. Y la cotización sube.
Quien tiene dinero, también tiene crédito.
Las cuentas hablan. Las balanzas callan.
Los hombres despiden. Los hombres hacen huelga.
El mundo da vuelta. Y nos movemos con él.

El tiempo viaja en coche. Y ninguna persona puede maniobrarlo.
La vida vuela como una finca delante de todos.
Los ministros hablan con frecuencia sobre reducción de impuestos.
Quien sabe, si en serio piensan en esto?
El globo da vuelta y no se va hecho pedazos.

Los compradores compran. Y los comerciantes promocionan.
El dinero circula, como si fuera su obligación.
Las fábricas crecen. Y las fábricas mueren.
Lo que fue ayer, hoy se hace trizas.
El globo da vuelta, pero eso no se ve.

Erich Kästner
Traducción: Jose Carlos Contreras Azaña. Karlsruhe 2010




Fantasía de pasado mañana

Y cuando empezó la siguiente guerra,
las mujeres dijeron: ¡No!
y encerraron a su hermano, hijo y marido
en casa bajo llave.

Luego se fueron, en cada país,
probablemente ante la casa del capitán
y tenían palos en las manos
y sacaron a los tipos.

A cada uno le pegaron una azotaina
de lo que mandaron hacer esta guerra:
a los señores del banco y de la industria,
al ministro y al general.

Alguno palos se rompieron.
Y algunos fanfarrones se callaron.
En todos los países se puso el grito en el cielo,
y en ninguno hubo guerra.

Las mujeres volvieron entonces a casa otra vez,
con el hermano, el hijo, el marido,
¡y les dijeron que la guerra había acabado!
Los hombres miraron por la ventana
y no miraron a las mujeres...

Erich Kästner



"La ciudad parecía un lugar de feria. Las fachadas de las casas estaban embadurnadas de luces de colores, como para hacer sentir vergüenza a las estrellas del cielo. Un avión tableteó por encima de los tejados. De repente cayó una lluvia de monedas de aluminio. Los transeúntes miraron hacia arriba, se rieron y luego se agacharon. Fabian recordó por un momento aquel cuento en que una niña pequeña levantaba su camisa para recoger las monedas que caen del cielo. Luego cogió una de estas monedas del ala del sombrero de un transeúnte. «Visiten el bar Exotik, del Nollendorfplatz, 3. Bellas mujeres, cuadros vivos desnudos, pensión Cóndor en el mismo edificio», decía. Fabian de repente tuvo la sensación de estar volando allí arriba en el aeroplano y de contemplarse a sí mismo, al hombre joven que andaba por la Joachimsthaler Strasse, en medio del enjambre de gente, en el círculo luminoso de las farolas y de los escaparates, en el caos callejero de la noche febril."

Erich Kästner o Erich Kaestner
Fabian


La otra posibilidad
 
 Si hubiéramos ganado la guerra,
 con rumor de olas y rugido de tormenta,
 Alemania ya no se podría salvar,
 y se parecería a un manicomio.
 Se nos domesticaría con notas musicales
 como a una tribu salvaje.
 Al llegar los sargentos, saltaríamos
 de la acera y nos cuadraríamos.
 Si hubiéramos ganado la guerra
 seríamos un estado orgulloso.
 Y hasta en la cama apretaríamos
 las manos contra la costura del pantalón.
 Las mujeres deberían parir niños
 Un niño al año. O a la cárcel.
 El estado necesita niños como conservas.
 Y la sangre les sabe a zumo de frambuesa.
 Si hubiéramos ganado la guerra,
 el cielo sería nacional.
 Los curas llevarían charreteras
 y Dios sería general alemán.
 La frontera sería una trinchera.
 La luna sería el botón de un soldado raso.
 Tendríamos un emperador
 y un casco en vez de cabeza.
 Si hubiéramos ganado la guerra,
 todos seríamos soldados.
 Un pueblo de cretinos y afustes.
 ¡Y por todas partes alambradas!
 Se nacería siguiendo órdenes.
 Porque los hombres son bastante baratos.
 Y porque sólo con cañones
 no se ganan las guerras.
 La razón estaría encadenada.
 Y la llevarían a todas horas ante los jueces.
 Y habría guerras como operetas.
 Si hubiéramos ganado la guerra -
 ¡afortunadamente no la hemos ganado!

Erich Kästner


“Los errores poseen su valor, aunque sólo en alguna ocasión. No todo el mundo que viaja a la India descubre América.”

Erich Kästner



“Nadie es bueno y sabio, sólo porque es pobre.”

Erich Kästner



Romance objetivo
 
 Después de ocho años que se conocían
 (y se puede decir: se conocían por entero)
 de repente su amor perdido sentían.
 Como otros un bastón o un sombrero.
 
 Estaban tristes, y alegres se engañaron,
 intentaron besos tan tranquilamente.
 Y no sabían qué hacer y se miraron.
 Ella lloró por fin y él estaba presente.
 
 Desde la ventana los barcos saludaban.
 Él dijo que eran ya las cuatro y cuarto,
 hora de tomar cerca el café que tomaban.
 Se oía estudiar piano en un vecino cuarto.
 
 Se fueron al café más pequeño que había
 y empezaron en sus tazas a removerlo.
 Estaban por la tarde allí todavía
 sentados, solos, ni una palabra les salía.
 Y no podían comprenderlo.  

Erich Kästner



“Sirve a tus amigos sin calcular.”

Erich Kästner



Soy un alemán de Dresde, Sajonia
Mi tierra no me deja marchar
Soy como un árbol que, crecido en Alemania,
cuando tenga que ser, en Alemania se secará.

Erich Kästner



"Uno puede apoyarse sobre su puesto, pero no sentarse en él."

Erich Kästner


“Uno puede apoyarse sobre su puesto, pero no sentarse en él.”

Erich Kästner


Verdún, muchos años más tarde
 
 En los campos de batalla de Verdún
 los muertos no encuentran la paz.
 Cada día salen de la tierra
 cascos y cráneos, muslos y zapatos.
 Sobre los campos de batalla de Verdún
 andan cristianos armados con palas,
 barren costillas y cabezas
 y meten a los héroes en cajas.
 Arriba en el monumento de Douaumont
 yacen doce mil muertos en la montaña.
 Y en las cajas esperan en vano
 ocho mil hombres ataúdes de su tamaño.
 Y de los campesinos se apodera el horror.
 Contra los muertos nada puede hacerse.
 En los campos limpiados ayer
 habrá mañana diez nuevos cadáveres.
 Esta región no es un jardín,
 y menos el Jardín del Edén.
 En los campos de batalla de Verdún
 los muertos se levantan y hablan.
 Entre espigas y flores amarillas,
 entre arbustos y helechos
 sacan las manos de la tierra,
 para advertir a los vivos.
 En los campos de batalla de Verdún
 crecen los cadáveres como herencia.
 Cada día dice un coro de muertos:
 «¡Mejorad vuestra memoria!»

Erich Kästner












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