Francisco Izquierdo Ríos

“Debemos de considerar la aptitud, la calidad innata del escritor; necesidad de escribir como la de comer y dormir. […] Esta actitud debe ser cultivada para una mejor expresión, a través del tiempo, por medio de lecturas y experiencias de la vida.”

Francisco Izquierdo Ríos



“El agitado ambiente de la urbe resulta terreno propicio para la tremenda inquietud espiritual del cuentista.”

Francisco Izquierdo Ríos




"Escribir de modo natural y sencillo, como crece la hieba. Y que por entre lo escrito se vea la luz de la vida."

Francisco Izquierdo Ríos




Mi Patria

Mi patria es muy grande
y de belleza sin par:
la forman la selva y el ande,
la costa y el mar.

Larga faja es la costa
(con valles, rocas, arenales,
ciudades y haciendas)... angostas
tierras bañadas por el mar.

La sierra es una tierra
de valles y montañas
con grandes pastizales;
con oro y plata, en sus entrañas,
y, en sus alturas, verdes trigales.

La selva, inmensa llanura
de árboles, sombras y luz solar.
Con sus ríos, lagos y espesuras,
es despensa de la humanidad.

Con islas, peces y aves guaneras,
otro reino opulento es el mar.
Por él, con nuestra bandera en alto
a otras tierras nuestros barcos van.

Francisco Izquierdo Ríos



Ronda peruana

Juguemos a la Ronda,
muchachitos de la Costa
En esta bella mañana,
muchachitos de la Montaña.

¡Que linda es nuestra tierra,
muchachitos de la Sierra!
Mar, árbol y escarpa forman nuestra Patria.

En la cumbre del Ande,
bailemos muy contentos,
por nuestra patria grande,
a sol, niebla y viento.

A orillas del Amazonas bailemos nuestras rondas.
A orillas del Océano muchachitos peruanos.

¡Hurra! ¡Por el Perú!
iPor el Perú! ¡Hurra!
Alegres los corazones niños de las tres regiones.
Costa, Sierra y Montaña bailan en esta mañana su ronda peruana.

Francisco Izquierdo Ríos



“Siento que ese pozo de mi vida es inagotable. Más bien lo que siento es no haber escrito todo lo que he vivido.”

Francisco Izquierdo Ríos




"Zenón estaba pesca que pesca en la soledad quemada de sol, ningún tiro era perdido, tanto que ya tenía casi cubierta de peces de toda clase y tamaño la ramita de más de un metro de longitud… de pronto el muchacho se fijó en unos montoncitos de arena y hojarasca que se levantaban en la playa no muy lejos de él. “Huevos de caimanes”, se dijo y siguió pescando, sin hacer caso del fuerte sol de la media mañana, ni de las mariposas que se posaban en su desnuda cabeza de pelos erizados, ni de los tábanos que le picaban en los pies descalzos y en las manos. Pero esos montoncitos de hojas y arena, que encerraban huevos de caimanes, le fascinaban; había oído contar que los huevos de caimán sonaban como campanilla al ser tocados y que ante ese sonido aparecían furiosos los caimanes, sobre todo las caimanas.
¿Sería cierto? sin embargo, ¿dónde estaban los caimanes? No los veía en el río. Solo había visto pasar por la otra orilla una boa… Los caimanes estarían cerca, indudablemente, andando en el bosque o descansando bajo los árboles.
¡No, no!, de ninguna manera tocaría él esos peligrosos montoncitos… ¡si hubiera traído la carabina!
Ya tenía una gran sarta de pescados. Ya era hora de volver… enroscó su sedal en la caña, sumergió dos veces la sarta en el agua… y se iba…, pero esos montoncitos de hojas y arena, ¡bah!, ¿por qué no hacer la prueba? después correría, correría, ¿acaso no sabía correr? Los caimanes no lo alcanzarían… Y el atrevido Zenón tocó rápidamente con la punta de su caña no solo un montoncito, sino tres, de modo que se produjo un simultáneo campanilleo… y muchos caimanes, los ojos chispeantes y con tremendo ruido, se vinieron contra él del bosque, de aguas arriba, de la otra ribera… Zenón, felizmente, trepó como un mono a un árbol de su vera. Los caimanes, rabiosos, gruñendo, ojos encendidos, topeteándose, rodearon el árbol. Zenón estaba sitiado por las fieras, y no demostraban ni pizca de intención de separarse. El muchacho, sin embargo, no perdió el ánimo, desde las ramas del árbol, agachándose, les provocaba a los caimanes con su caña… hasta que se acordó que esos animales tenían pánico al rugido del tigre. Y poniéndose las manos juntas y ahuecadas sobre la boca imitó el rugido del tigre, tan a la perfección, que los caimanes se hicieron humo, se tiraron al río, desaparecieron en las aguas… el vivaracho Zenón, sonriendo, bajó del árbol y con su sarta de pescados a la espalda regresó a su casa.
Necesario es saber por qué los caimanes tienen pánico al tigre. Porque les come la cola… si un caimán está a orillas de un río o de un lago y oye rugir al tigre, desaparece velozmente en las aguas, pero si se halla en el bosque, se paraliza de terror y el tigre le come la cola a dentelladas, únicamente la cola, sin que el caimán diga esta boca es mía. Empero si un tigre pasa silenciosamente un río infestado de caimanes, estos le destrozan en menos tiempo que pica un zancudo, por eso el muy ladino antes de atravesar un río, ruge en la orilla."

Francisco Izquierdo Ríos
Zenón el Pescador










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