Gert Jonke

"Estábamos colgando un cuadro que representaba la perspectiva de la entrada al jardín, donde se veía precisa esa oculta puerta de entrada —estando ante ella podía uno convencerse por completo de que no se abandonaba el jardín dando un rodeo ante el cuadro en dirección al portón, sino entrando en el cuadro, abriendo la puerta representada en el cuadro, desvaneciéndose tras el cuadro—, cuando el altavoz de una radio encendida en alguna parte anunció que, en breves momentos, habría una emisión con Kalkbrenner, la joven promesa de la poesía; se oyó después a Kalkbrenner en una de sus amadas charlas teórico- populares, esta vez se ocupaba ciertamente del Todo, hablaba de diversas representaciones del mundo, las representaciones del mundo se reconocían porque en ellas suelen representarse cosas que de forma directa o indirecta están conectadas con el mundo, suelen colgarse en las paredes del mundo, aunque en principio sea posible alojarlas en otra parte; pero si se cuelga en una pared del mundo una representación del mundo que represente con exactitud aquel mundo donde está colgada, no sería difícil que revelase al espectador atento que el mundo donde justamente se hallaba quizá no fuese un mundo en absoluto, sino más bien una representación del mundo dentro de un mundo o de una representación del mundo, etc.
Anton Diabelli caminaba por el parque, supervisando los trabajos de preparación del personal para la velada con una cámara polaroid colgada del hombro.
Mi hermano es una de las escasísimas personas que me resultan familiares, dijo Johanna, y a veces tengo la impresión de que la realidad no le resulta creíble hasta que, fotografiada por uno de sus aparatos, la ve ante sí y puede perderla por sus bolsillos y mapas y traerla de vuelta a la luz; por eso no experimenta nada hasta que ha pasado y se ha ido hace mucho, hasta que sencillamente se le ha escapado.
Antes de poder experimentar algo, a menudo debe haberse pasado muchas horas sentado en su cámara oscura."

Gert Jonke
La escuela del virtuoso


"Ya ni siquiera los consideraba lo suficientemente sensibles para cantar en silencio la quietud de una habitación abandonada que hubiera quedado dibujada en una hoja de papel vacía y amarillecida, y estaba que echaba humo, y la cólera que emergía de su cabeza atravesaba el techo y penetraba ya en la buhardilla, de tal manera que sólo percibía el imperioso deseo de arrojar con estruendo por el borde de los acantilados de creta de Dover los miles de clavicémbalos inútiles, desgastados y desafinados que habían querido endilgarle en su vida, para que fuesen a parar todos al fondo del mar.
Los cantantes, asustados, intentaron tranquilizarlo, claro está, le aseguraron que habían cantado como él quería, ¿qué?, ¿cantado?, respondió él, no, él no había escuchado nada parecido, así que a eso lo llamaban cantar, vaya, a esos sonidos que emitían, porque la idea que tenía él de la voz humana era desde luego muy distinta. Claro que sonaba bien, le respondieron, tal como habían cantado y tal como ponía él en la partitura, pero él no había escuchado nada, le contestaron los cantantes, que enseguida se dispusieron a cantar de nuevo. Händel, sin embargo, no estaba ya por la labor, ¡parad!, gritó y se tapó los oídos, ¡dejad de cantar ahora mismo!, no podía aguantar más el canto, a partir de ese momento no se cantaría más.
Desde hacía tiempo, la casa en la Brookstreet era considerada un manicomio por los vecinos. De noche, por la puerta que había quedado abierta y procedentes del onduloso clavecín, a menudo salían chaconas o sarabandas que quitaban el sueño o emergía como una llamarada por la ventana abierta el rugido gritón al cantar o el canto rugiente al gritar o el grito cantabile al rugir, todo con el petrificado heroísmo de la convención operística italiana y a través de la garganta del alemán que se había vuelto loco y profería amenazas contra cualquier órgano vocal que produjera música de forma incorrecta."

Gert Jonke
La cabeza de Georg Friedrich Händel











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