Gyula Illyés

Ars poética
 

Trabajo Trabajo. Lo bello, lo bueno, lo útil,
en cuanto está listo, cobra vida.
Todo buen trabajo es un luchador por la libertad.
¡Sé fiel a ti mismo, crea cosas que la
muerte no tocará!

Gyula Illyés



Diario de una caravana perdida

Sólo la brújula, manteniendo viva la esperanza,
          tartamudeaba, repitiendo sus paralizadas
 direcciones; con algo en alguna parte más allá
          a lo cual responder.

       Y por otro largo día
seguimos adelante a través de arena desértica.

 Luego al borde de riscos de piedra
                cubiertos de jeroglíficos.

 Linea tras linea, incoherentes, leyeron-
           arrugas sobre alguna frente demente.

      Una era antigua
 luchaba allí en tonos desesperados-

 Ya sin nada más que decir-

      Y sólo el viento gime.

 Arena en nuestros ojos. Entre dedos sudorosos, y
      tierra entre los dientes, arena.

 Sacrificamos al camello que conocía el camino...
        tuvimos hoy nuestra última comida.

Gyula Illyés




"Los gritos de aliento pasaban a ser de burla, comenzaba la chispeante improvisación: era la competición intelectual. Por fin alguien alcanzaba la cima y volvía con una botella de vino..., que a veces contenía vino. Porque en más de un caso el líquido amarillento solo se parecía al vino por el color. Así contribuían los del castillo al buen humor de la gente. La broma surtía su efecto, y los criados huían del engañado, que trataba de rociarlos, y se reían a gusto de él. Cuando ya habían bajado todos los objetos de valor del árbol, se iniciaba el baile. Este duraba hasta que empezaba la pelea.
La pobreza nos llegaba desde el condado de Fejér, en prolongadas e inevitables oleadas. Mi abuela materna había asumido, además de la de sus hijos, la educación de la hija de una pariente lejana, y lo había hecho cuando la niña aún se hallaba en el vientre de su madre. Se encargó incluso de su bautizo. La muchacha, mi tía Malvi, se casó por amor con un suboficial asombrosamente atractivo llamado Daniel Szerentsés. El guapo suboficial, que había llegado a la puszta como miembro de una comisión encargada de comprar caballos para la administración pública, renunció, ciego de amor, a su carrera militar. Cuando cayó aquel maravilloso uniforme, tía Malvi despertó a la realidad: en la vida civil, su marido era un simple cochero.
Así y todo, aguantó a su lado heroicamente. Seguía a su marido con la cabeza bien alta, con el orgullo de las mártires; sonriendo se sumió en el espantoso mundo de los Szerentsés. A la primera inmersión ya se identificó totalmente con ellos, como si se hubiera sumergido en las aguas mágicas de los cuentos. En la familia de mi madre todos hablaban en voz baja... Al cabo de un mes, tía Malvi despotricaba como un cochero con las manos en las caderas y quería llevárselo todo de casa. Solo paría mellizos. Trajo al mundo seis hijos en tres tandas, de los cuales fueron muriendo uno cada año, de modo que solo dos llegaron a la edad de diez. Llevaban cuatro años casados cuando el guapo cochero murió de tuberculosis. Desde que se casó, tía Malvi vivió en casa de su suegro, también cochero de profesión; siguió viviendo allí de la caridad de sus anfitriones, que se lo hicieron notar en más de una ocasión.
Los Szerentsés inundaron el mundo partiendo de la hacienda L., situada en la zona de Vajda. Eran una multitud, y vivían el parentesco con entusiasmo, no solo respecto a nosotros, sino también a la familia de mi padre, y aguantaban con tenacidad la indiferencia y las gélidas miradas. Después de caminar durante toda una noche, ancianas de cien años entraban en nuestra casa y se quedaban dos o tres días, el cielo sabe para qué. De hecho, apenas comían."

Gyula Illyés
Gente de las pusztas



Una frase sobre la tiranía

Donde haya tiranía,                                           
está la tiranía
no sólo en calabozos
ni en bocas de fusiles,

no sólo  en cuartos de tortura,
no sólo en las nocturnas
consignas de los guardias,
está la tiranía

no en los pliegos de cargos
ardiendo oscuros como el humo,
la confesión, ni  el morse
del preso sobre el muro,

no sólo en la sentencia
fría del juez: ¡culpable!
está la tiranía,
y no sólo en las órdenes

de  ¡Preparen! y  ¡Fuego!
ni en los  redobles,
ni  en el  modo en que arrastran
el cadáver al foso,

no sólo en las noticias
susurradas con miedo
a través de una puerta
furtiva y entreabierta,

en el dedo en los labios
indicando callarse,
está la tiranía,
y no sólo en el rígido

trazo como de rejas,       
ni en el aullar luchando
mudo contra las rejas,
ni en la cascada
de lágrimas calladas
acreciendo el silencio,
ni en la pupila abierta,

está la tiranía,
y no sólo en los ¡Viva!,
ni en el ¡Bravo! y los cantos
que en pie todos corean;

donde haya tiranía
está la tiranía
no sólo en los aplausos,
las palmas incesantes,

las trompetas, la ópera,
la piedra en las estatuas,
el color del retrato
chillón y mentiroso,

no sólo en cada marco,
ya en el pincel estaba;
ni en el vibrar del auto
de noche y en  silencio,

que se  detiene
bajo la arcada;

donde hay tiranía, siempre
está presente
en todas partes, como
tu dios nunca estuviese;

está la tiranía
en el jardín de infantes,
el consejo del padre,
la sonrisa materna;

en el modo del nino
responder al extrano;

no sólo en el alambre
de púas, ni en las frases
gastadas que en los libros
duelen más que las púas;

está en el beso
de despedida,
al decir de la esposa
cuándo vuelves, querido;

en los  qué-tal  triviales
que en la calle te llueven,
y ese apretón de manos
que de súbito aflojan;

al helarse la cara
de tu amor de repente,
pues en las citas
de amor está presente;

no sólo en los careos,
la confesión, las dulces
palabras embriagadas,
como mosca en el vino,

ni en tu sueno estás solo,
está la tiranía
en el tálamo, y antes
aún, en el deseo,

pues para ti lo bello
es lo que ya ella tuvo,
y con ella yacías,
mientras creías que amabas,

en el plato y el vaso,
la nariz y la boca,
en el frío y la sombra,
en tu cuarto y afuera,

como hedor de carrona
al abrir la ventana,
como cuando un escape
de gas llena  la casa,

si estás hablando solo
es ella quien pregunta,
ni cuando fantaseas
te libras de ella,

se hace tierra de nadie
la vía láctea, los focos
la iluminan, minada,
los  luceros: mirillas,

la celeste bóveda un campo
de castigo, pues en  el doble
afiebrado de las campanas
está hablando la tiranía,

en el  cura a quien te confiesas,
en sus predicaciones,
potro, templo y parlamento,
son otros escenarios suyos;

al abrir y cerrar los párpados,
siempre te mira;
como dolencia está contigo,
como el recuerdo,

y la rueda del tren, ¿la escuchas?
preso estás, preso, repite,
por las montanas y las costas
sigues oliéndola,

relampaguea y es ella
la que truena y deslumbra,
y al corazón lo paraliza,
inesperada;

está en la calma,
en los grilletes del hastío,
en la lluvia precipitándose
en barrotes hasta los cielos;

en la nevada que te encierra
como blanca pared de celda;
es ella quien te mira
por ojos de tu perro;

y estando en toda meta
ocupa tu futuro,
está en tu mente,
y en cada gesto tuyo;

como el agua a su cauce,
la sigues y la creas;
¿miras fuera del círculo?
al espejo te espera,

te acecha, inútil escaparse,
eres guardián y preso,
en el olor de tu tabaco
y en el pano de tu vestido

penetra, hasta en tu médula,
quieres pensar, tu mente
no tiene otras ideas
sino las suyas,

al mirar ves apenas
la ilusión  que te muestra,
y te cerca  el incendio
del bosque, por el fósforo

que al lanzar a la tierra
no apagaste pisándolo,
y así te guarda prisionero
en casa, campo y fábrica;

no sabes ya qué es vida,
ni pan ni carne,
qué es amor ni deseo,
ni un abrirse los brazos,

así forja esposas el siervo
y él mismo se las asegura,
cuando comes ella se nutre,
para ella engendras tu hijo,

donde hay tiranía, son todos
un eslabón de su cadena;
su hedor emana de tu cuerpo,
tú mismo eres tiranía;

como topos al sol desnudo,
damos tumbos en las tinieblas,
apretándonos en un cuarto
tal como  en el desierto;

pues donde está la tiranía
todas las cosas son inútiles,
incluso las canciones,
o cualquier obra;

pues estaba desde el comienzo
junto a tu tumba, es ella
quien dice lo que  fuiste,
tus cenizas son sus esclavas.

Gyula Illyés




Vigilancia nocturna

 Un pequeño pero persistente dolor
 en las encías, en la tráquea,
 en el cerebro.
 En el matorral de los intestinos.
 Un explorador enemigo ojea para ver
 dónde puede invadir el ejército-
 cáncer, un derrame cerebral o el tercer ataque cardíaco.
 La gente mayor inclina sus oídos
 entre el dolor
 como centinelas o exploradores-
 en lo muerto de la noche
 escuchando en el interior de lo quieto del bosque.
 Desertados, los viejos inclinan sus oídos
 para saber más acerca de la amenaza
 bajo las estrellas
 que carecen de sentido
 y sin sentimientos.
 Ellos quieren informar-
 ¿pero a quién?
 ¿Hay alguien que podría hacer otra cosa
 que seguir haciendo correr la voz?

Gyula Illyés



Memoria 

Amigas mías, oh bellas viejas,
cerré los ojos bajo tus besos.
¡No envejeces hoy, nunca!
No te recuerdo con mis ojos.

Gyula Illyés








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