Higuchi Ichiyō

"Así que me dispuse a escuchar aquella retahíla enunciada y, efectivamente, la monodia (en ocasiones polifónica) del Sutra comenzó a sonar entre las paredes de aquel augusto templo y sin duda aquella voz melodiosa que la brisa propalaba con la suavidad propia de un pináculo debería haber limpiado el polvo depositado en su corazón.
El humo oscilaba y tendía a alzarse desde el sitio destinado a los olorosos pescados y otros fiambres que se asaban en la cocina y hasta los propios pañales padecían el rédito testimonial de haber sido secados con una sequedad más bien propia de los nichos mortuorios. Nada resultaba más significativo y notorio que el hecho de violar la disciplina, aunque de hecho los miembros de la clerecía podrían hallar en el curvilíneo dibujo de aquellos palos de madera la simbología taciturna de unos símbolos en exceso carnales. El cuerpo del reverendo padre había sido sometido al adorno del boato que testimoniaba per se todo el acopio de su inmensa fortuna. Su estómago preconizaba y ensalzaba la belleza en sí misma. ¿Y cómo encontrar las palabras necesarias para plasmar y traducir el opalino brillo de su tez? No se trataba del cromatismo pálido y rosáceo de la flor del cerezo, ni tampoco de un color rosado más profundo propio de los melocotones. Un resplandor cobrizo coronaba su rasurado cráneo en descenso hacia la sima de la faz y el cuello, incapaz de arruinar siquiera en un ápice aquel multiforme panorama. Cuando enarcaba las cejas, ya un tanto nevadas, y sus labios esbozaban una profunda sonrisa, se parecía a un pequeño Buda sito en la sala principal con eterna expresión de sorpresa ante el marchamo del fenecido crepúsculo de sí mismo."

Higuchi Ichiyō
Crecer


"Hacía rato que se había hecho de noche. Los clientes de abajo se habían ido. Alguien estaba cerrando los postigos de la fachada del establecimiento. Sorprendido por lo tardío de la hora. Yuki Tomonosuke se disponía a marcharse cuando Oriki, de modo resuelto, le invitó a quedarse a pasar la noche. Argumentó que sus zapatos ya habían sido guardados. ¿Acaso pensaba deslizar los pies desnudos por el resquicio de la puerta como un fantasma? No; debía quedarse. Un último ruido de cierre de postigos hizo que se extinguiera por completo en la sala toda luz procedente del exterior. Solo se oían resonar bajo el alero los pasos de un agente de policía efectuando su ronda nocturna.
[...]
Cerca del alero había un gran pino. ¿A quién debía de haber jurado fidelidad esa mujer para estar viviendo tan solitariamente en esa casa? Solo un instrumento hubiese podido responder a esta pregunta, pues solo a él le confiaba sus pensamientos desde hacía muchos años, aplicándose en interpretar las melodías más entrañables. En la delgadez y fragilidad de sus diecinueve años, tenía la gracia de una rama de sauce mecida por el viento. Sin embargo, cuando sacaba su caja de plectros y se disponía a tocar, ¿qué importaba este mundo hecho de polvo? Era como si la misma princesa de la montaña guiase sus manos sobre el instrumento, como si el viento mismo de los pinos hiciese vibrar las cuerdas. Serena, sonreía olvidando los sueños y la realidad, indiferente al viento, a la lluvia e incluso al trueno que resonaba.
[...]
¡Cómo envidio a quienes celebran en sus poesías y en sus cantos la belleza de la nieve, junto a la de la luna y las flores! Porque para mí es todo lo contrario. Los días en que cae sin cesar la nieve me recuerdan un pasado doloroso y todavía muy presente. La nieve me hunde en los remordimientos y la tristeza. Me ahoga en ocho mil lamentos inútiles. ¡Qué error haber abandonado la tierra de mis antepasados y haber huido lejos de mi tía, que con tanta ternura me criaba! He ensuciado el nombre que mis padres me dieron. Me habían llamado Tama, su «joya». Jamás hubiesen podido imaginar que la rutilante piedra preciosa se vería un día empañada por los arañazos de una vida tan miserable… He caído en un torrente de montaña y voy a la deriva, para ser finalmente tragada por la turbulencia de las aguas, con ayuda de la nevada que ese día cayó."

Higuchi Ichiyo o Ichiyō Higuchi seudónimo de Higuchi Natsuko
Aguas turbulentas


















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