Joan Mari Irigoien

"Aunque soy un hombre solitario, no tengo ninguna dificultad para charlar con los médicos de mi enfermedad. De tal manera que, cuando me toca acudir a alguna consulta médica, siempre tengo tiempo para charlar con ellos. Mi mujer es estricta y, cuando le hablo de estas cosas, me suele decir: «¿Que has tenido una conversación con el médico...? ¡Seguro que le habrás aburrido con tus cosas!». (Nota de traducción: conversar largamente en euskera es hitz-aspertu, un juego de palabras entre palabra y aburrimiento, de ahí la sentencia de su mujer). Pero por encima de foros y conversaciones, tengo claro lo que me gustaría tener en su momento... Me gustaría despedirme de los míos con una sonrisa... O al menos intentarlo, porque estas cosas no se pueden certificar al 100%. Porque resulta vergonzoso cómo deben andar algunas personas para cumplir su sueño —una muerte lo más dulce posible—, trampeando la ley... Me viene a la cabeza el caso del señor Bonnemaison y me invaden a la vez la pena y la vergüenza, la vergüenza y la pena... y también muchas ganas de llorar de vez en cuando. Por ello entiendo la actitud de algunos médicos, porque fue tremendo lo que padeció y sufrió el señor Bonnemaison por su valentia. Pero si no es por una vía deberíamos hacerlo por otra, de manera que provoquemos y presionemos a todos los colectivos que se ocupan de la salud: médicos, enfermeros, políticos, instituciones, etc."

Joan Mari Irigoien



Cuando yo tenía 8-10 años, murió la abuela del caserío Mirasun de Altza y aquel hecho me causó un gran impacto. De tal manera que inmediatamente me di cuenta de que la fallecida era la abuela de Mirasun, pero que algún día yo también sería el protagonista de esa película. Pero el tiempo es el remedio de todas las enfermedades y, poco a poco, en mi lucha diaria contra la muerte, caí en la cuenta de que el humor y la ironía podían ser muy buenos aliados. Te pondré un ejemplo. Vosotros sabéis que estoy a favor de la eutanasia y, entonces, ¿qué mejor que enfrentarme a ese problema apelando al humor? Escribí este poema cuando mi salud era mejor que la actual:

Printzesa urrun baten izena duzu, Eutanasia,
baina nik hurbilago nahi zintuzket,
maite-maite baitzaitut,
eta ez baitut burutik baztertzen
zu neure egitea noizbait,
         edo ni zeure, hobeki…

Zu, Eutanasia, ene azken orduko esperantza;
zu, ene azken hatsa;
zu, ene Buda errukibera;
zu, ene balizko sufrimenduen aringarri;
zu, ene maitaleen maitale.

Barkatu atrebentzia,
hurrengoan Eutanaxi deitzen badizut…

Joan Mari Irigoien




"Hablo a la muerte de tú a tú, con juegos de palabras y salidas de tono."

Joan Mari Irigoien Aranberri



"Lo que voy a decir ahora no lo entenderá nadie que no haya tenido una experiencia parecida a la mía. Llevo varios años conviviendo con la enfermedad y ¿mé podéis creer que he sentido mi bajón a diario, aunque haya sido muy poco a poco y con sus matices? Si un día se me endurece la articulación de un dedo del pie o de la mano... tranquilo, porque al día siguiente será otra cosa la que se impondrá: a que me sale un granito en la punta de la nariz. Ja ja ja. Así se me fueron los movimientos de las piernas, cada día más limitados... Y, aún y todo, contento, porque pude pasar de andar a moverme en carro sin tener que pagar ningún nuevo permiso de circulación..."

Joan Mari Irigoien


"Sé de dónde vengo y sé también de qué fuentes y de qué tradición he bebido para dar una respuesta adecuada (?) a mis preguntas existenciales. En este sentido, tengo claro que la principal referencia ha sido la tradición cristiana. Por otro lado, es verdad que mataron a Cristo, ¿pero por qué lo mataron? En mi percepción, porque era un agitador, alguien que buscaba la justicia y un mundo mejor. Formularé la pregunta de otra manera: ¿A qué vino Cristo: a santificar el dolor o a reducirlo? Yo no tengo dudas. Cristo sanaba a los cojos y a todos los enfermos dignos de compasión. Por lo tanto, Cristo no era un masoquista impenitente, sino un hombre muy generoso que luchaba contra el dolor. Si Cristo hubiera sido masoquista —en cuanto Dios, sería un masoquista infinito—, no habría curado a los cojos. Todo lo contrario: les hubiera cortado en rodajas las articulaciones que les quedaban, los brazos, las orejas, les quitaría los ojos de cuajo, etc. etc. ¡Qué argumentos tan absurdos! Pero no puedo estar callado sin gritarlo a los cuatro vientos... porque en este camino hacia la muerte puedo perder la cabeza en cualquier momento. Si esto sucede, quien debe saberlo ya sabe qué me tiene que hacer: y que me lo haga lo más rápido posible..."

Joan Mari Irigoien



"Sé que en los hospitales y centros de salud hay gente muy maja y progresista que se mueve en los párametros de la legalidad vigente: aplausos, homenajes y monumentos para ellos. Pero que no se olviden de nosotros, de quienes preferimos la eutanasia a los cuidados paliativos. En definitiva, porque creemos más en nuestra libertad y en nuestra capacidad de decidir sobre nuestra salud. Dicho de otra manera: ¿Que hay enfermos que prefieren los cuidados paliativos porque la eutanasia les produce problemas de conciencia...? Pues que se los den, pero que no entorpezcan los derechos de las personas que estamos a favor de la eutanasia."

Joan Mari Irigoien



"Soy un hombre de una gran imaginación y, a medida que escuché que los músculos de mi cuerpo irían debilitándose, imaginé toda la película. La esclerosis lateral primaria, en definitiva, es una enfermedad parecida a la ELA [escleroris lateral amiotrófica], pero con un desarrollo más lento."

Joan Mari Irigoien



"Una vez en el destierro, nuestros pasados tuvieron que vagar de casa de unos hidalgos que eran amigos a la de otros, de Lapurdi a la Baja Navarra, y de la Baja Navarra a Lapurdi; también, alguna que otra vez, a tierras del Bearn, hasta que al fin compraron casa y tierras a un señor que deseaba marchar a las Indias, donde apercibieron nuevo nido. Aquel destierro, a dicha, medido en leguas no era infinito, mas, al igual que un pequeño alejamiento entre los cuerpos acarrea a los amantes un desprendimiento de sus almas, sucedía así con los hombres y las mujeres de nuestro linaje, a quienes lo próximo se les hacía inalcanzable, y el destierro insufrible. Para paliar en algo aquel sentimiento acerbo e irse acostumbrando, poco a poco, al nuevo lar, les hubiese venido que ni de molde un ambiente de sosiego y paz; al contrario, tanto en Lapurdi como en Baja Navarra y Zuberoa, se sucedían incontables disputas entre católicos y protestantes —las que hubo entre Charles de Luxe y el señor de Belzunze pueden servir de ejemplo—, que nuestros ancestros trataron de evitar y, de una forma u otra, lo lograron, pero sin poder arrumbar en sus cuerpos y almas aquel rastro de peligro, desazonado y enojoso, ante el temor de que el paso dado hacia delante se les trocara, en cualquier momento, en paso atrás, como condenados a peregrinar, un día sí y el siguiente también, por un camino enjuto, a cuyos bordes se abrían un par de abismos.

El abuelo Nicolás nos decía muchas veces:

—¡En cuántas ocasiones me llevó mi padre —y vuestro bisabuelo Albert, por tanto— a alguna de esas cimas de los montes Pirineos, desde donde se columbraban las ruinas del castillo que perdieron nuestros mayores. Y ¡cuántas veces nos dijo, asimismo: "Navarra se perdió, y se perdió para siempre, pero el palacio tal vez no!...". Y sonriéndome, añadía: "Nicolás, los Etxegoien hemos sido cual el aceite, que siempre anda arriba, y seguiremos siéndolo... porque, como reza el refrán, cien años pueden convertir al señor en villano, mas otros cien pueden convertir al villano en señor...

Mi abuelo Nicolás nos hablaba en euskara, pero también lo hacía en francés, máxime desde que nombró a don Francisco, el cura del pueblo, preceptor de mi hermano Mattin e igualmente de mí —en aquel tiempo en que, cansado y maltrecho, dio en dejar de lado las competencias que le correspondían como dueño y señor de la casa— y es que don Francisco no sabía francés, y mi abuelo era, bien al contrario, muy afecto al francés y a la cultura francesa, y pretendía, además, que se nos enseñara y acostumbrara en la mayoría de las lenguas posibles."

Joan Mari Irigoien
Una tierra más allá












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