Louis-François Jauffret

"¡No huyas de mí, hermoso niño! ¡No desampares este prado, donde con pie ligero pisas la yerba que nace! ¡No aleje mi presencia la sonrisa de tus graciosos labios! Disgustado de los hombres, huyo de ellos, y vengo a cultivar tu corazón, y a jugar contigo sobre esta verde yerba. ¿Ves cómo mi semblante está sereno e ingenuo como el tuyo, y las pasiones borrascosas no han turbado todavía su serenidad? ¡Hermoso niño, tú te rindes a mis palabras, y vienes hacia mí sonriéndote! ¿Quieres reposar bajo estos pequeños álamos, y bajo su sombra tejeremos una guirnalda de margaritas y escabiosas? ¿Quieres jugar a lo largo de este arroyuelo, y veremos sobre los tallos de los juncos que adornan sus riberas balancearse los lindos y pequeños insectos con alas de gasa de oro y azul? ¿Quieres perseguir esta pequeña mariposa azulada, que vuela de flor en flor al paso de su capricho? ¿Quieres coger el tallo de esta planta seca, y soplar el ligero copete que la corona?... ¡Ah! ¡Qué dicha tan pura siento a tu lado! ¡Qué dulce es el respirar el aire que respira la inocencia! Descarriados los hombres por la ambición pisan con sus pies el candor, y se atormentan muchas veces para mejor ser engañados. ¡Amable niño! no parece sino que junto a ti vuelvo a ver la edad de oro: cuando tú te sonríes, tu risa no es impostura; y cuando para mostrarme tu alegría me pides un beso, sé que tu inocente boca no se prepara a calumniarme: seamos amigos; yo para agradarte me divertiré con tus juegos, y tu amor hará para mí la naturaleza más hermosa."

Louis-François Jauffret
Las gracias de la niñez y los placeres del amor maternal


"Volvimos pues a tomar el camino de Teawa, atravesando unos terrenos abrasados por el ardor del sol y casi inhabitados. Varios de los nuestros, sintiendo no haber tenido ocasión de matar algún animal feroz, iban con grandes deseos de que se presentase la ocasión favorable de señalar su intrepidez. Se presentó esta por fin, y yo me aproveché de ella. Hacia la mitad del camino, descubrimos un león que nos seguía, o más bien que nos salía al encuentro, el cual caminaba a un tiro de bala delante de nosotros, y siempre que llegaba a algún paraje descubierto, se paraba, nos miraba y rugía como si tuviera intención de disputarnos el paso. Nuestras cabalgaduras temblaban, estaban cubiertas de sudor, y apenas podíamos hacerlas andar. Como no había más que un medio de librarnos de este enemigo, tomé un fusil largo de los turcos, y adelantándome todo cuanto me fue posible, sin que el animal me viese, le apunté tan bien que cayó muerto en medio del camino.
Luego que estuvimos en Teawa, resolvimos despedirnos del Jeque, y continuar nuestro viaje desde el día siguiente; pero aunque era grande el deseo que nos dominaba de separarnos del Jeque, de quien nos inclinábamos a recelar, no obstante la atención que manifestaba, todavía era mayor el que éste tenía de detenernos en su corte para sacarnos alguna contribución."

Louis-François Jauffret
Los viajes de Rolando













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