Marie Luise Kaschnitz

"Aquel día regresé corriendo enseguida para avisar al desconocido, pero ya no di con él. Eso no debe asombrarnos, si tenemos en cuenta que nuestra ciudad es muy grande y está llena de gente, sobre todo a mediodía. Además, después de la guerra se construyeron numerosas calles nuevas que uno no conoce bien y hacen que a veces no sepa dónde está. También se han erigido muchos edificios públicos, entre ellos algunos que no existían antes y que obedecen a las necesidades específicas del presente. Supongo que la llamada Casa de la Infancia es una de esas conquistas de la posguerra. Por lo que vi deprisa y corriendo, se trata de un gran edificio gris sin más ornamentación que una especie de adorno modernista colocado encima del portal, bajo el que figura el nombre de la institución en letras doradas.
Yo, desde luego, carezco de motivos para recabar información sobre el edificio que el desconocido buscaba, menos aún para presentarme otra vez frente al edificio y observarlo de cerca. No obstante, he llegado a poner en duda si realmente leí bien la inscripción, pues soy bastante corta de vista y, a la distancia que permanecí entonces, justo es reconocerlo, soy incapaz de leer letras de molde. Hoy he visto el mismo edificio, seguramente la parte trasera, desde la ventana de mi modista. Lo he reconocido por la piedra gris, una extraña masa con trazas de inconsistencia, como de decorado. Sólo entonces me percaté de que las ventanas del singular edificio estaban tapiadas. He preguntado a la modista por la casa, pero se ha mudado a su vivienda hace poco, por lo que no sabe nada.
Hoy hemos conversado entre amigos sobre la frenética actividad constructora que en los últimos tiempos se ha desarrollado en nuestra ciudad, y sobre las comodidades y las obras de asistencia intelectual que se dedican al contribuyente. Se mencionaron al respecto no sólo las escaleras mecánicas, las piscinas y las bibliotecas públicas y los parques infantiles, sino también las numerosas galerías y los centros docentes, como el Museo de Cosmética, la exposición «¿Quién ladra ahí?» y el Teatro Submarino Shakespeare.
Con tal motivo hablé de la Casa de la Infancia y, todos los presentes mostraron enorme interés. He acordado día y hora con algunos amigos que desean acompañarme para ir a visitar juntos esa nueva institución. Sin embargo, al marcharme he caído en la cuenta de que no me fijé en el nombre de la calle a la que me llevó el azar, así que hemos convenido que primero iré yo sola y después avisaré por teléfono a los demás.
Por exceso de trabajo he retrasado hasta la semana próxima la visita al museo de la infancia, o lo que quiera que sea. Desde luego habría podido pasar por el edificio, por mi cuenta, mientras hacía algún recado, pero seguramente habría perdido mucho tiempo, pues ahora recuerdo con absoluta precisión que el museo estaba en una calle sin salida.
Recuerdo que al final de la calle un muro alto gris cierra el paso impidiendo acceder a otros barrios pasando por delante del edificio. Es de suponer que después de completar la visita se accede nuevamente al exterior por otra salida. Pero una visita así, conociendo la inflexibilidad de los empleados de museo, puede requerir varias horas."

Marie Luise Kaschnitz
La casa de la infancia


"De repente todo cambió de la manera más extraña. Ya no se sucedían pasos en la calle, y los vehículos se habían detenido. A través del resplandor de las lámparas, vimos un saco lleno que había sido arrojado a nuestro jardín y cestas apiladas dispuestas a lo largo de la calle. Haces de leña y astillas rodaron por las escaleras, y cuando me asomé, encontré ante la pequeña pared de la parte inferior platos con huevos, pollo y pescado. Fue un poco antes de que el misterioso sonido cesara y pudiéramos percibir lo ricos que éramos de repente. Mi madre fue a la cocina y se dispuso a preparar el fuego, mientras yo permanecía fuera inhalando ansiosamente aquel aroma mezcla de aceite, cebolla, pollo molido y romero.
En ese instante yo ignoraba lo que mis padres podrían haber supuesto: que los pacientes de mi padre, esos viejos deudores, habían decidido darle una sorpresa. Para mí era maná del cielo -los huevos, la carne, el resplandor de las antorchas, el fuego de la estufa y la hermosa bata que cogí de un bulto de ropa y me embutí tan rápido como pude. Corre, dijo mi madre, y yo corrí a través del oscuro túnel, al final del cual había luces de colores brillantes y relucientes. Cuando llegué a la ciudad, pude ver desde lejos el pabellón rojo y dorado bajo el cual el obispo ascendía por las empinadas escaleras. Escuché el sonido de tambores y timbales y los gritos de "viva" y me uní al clamor de la multitud. Y entonces las grandes campanas comenzaron a balancearse y tararear desde el campanario.
Don Crescenzo guardó silencio y sonrió, feliz, para sí. Seguramente escuchaba de nuevo ahora, con su oído interno la expansión de estos salvajes sonidos los cuales le habían hecho enmudecer durante largo tiempo y que significaban para él en medio de aquella soledad mucho más que para cualquier otro ser humano: el amor al prójimo, el amor divino, el renacer de la vida, libre de la oscuridad de la noche.
Le miré y luego recogí mi libro cuaderno de notas. Podrías escribir tus memorias, Don Crescenzo. Sí, dijo él, podría hacerlo. Por un instante el se sentó y pudiste ver que él valoraba la historia de su vida no menos que los relatos del Antiguo Testamento o la Odisea. Pero entonces sacudió su cabeza. Hay tanto que hacer, dijo.
De repente comprendí todo lo que él deseaba con toda esa remodelación, con el bar, los garajes y el ascensor para bajar a la playa. Quería proteger a sus niños de la penuria, de las infelices vísperas de Navidad y del recuerdo de una madre llevando sacos llenos de piedras hasta que terminaba por sentarse y llorar."

Marie Luise Kaschnitz
El milagro



"El hecho de que uno no está del todo en el lugar en donde se encuentra, sino más bien en varios lugares al mismo tiempo, de modo que cada persona podría pintar un cuadro o dibujar un mapa de su paisaje vital, compuesto de estos lugares; no importa si pintura o mapa, de todos modos saldría algo sumamente curioso: una visión de algo que no encaja, como ciertos cuadros del siglo XVIII en los que al lado de las posadas y chozas nórdicas se pueden ver palacios italianos blancos como la luna, al lado de los molinos y establos para cerdos figuran estatuas rotas y ruinas de templos..."

Marie Luise Kaschnitz



"Hay determinadas cosas que no se pueden contar."

Marie Luise Kaschnitz



Hiroshima

El que soltó la muerte sobre Hiroshima
entró en un monasterio, allí tocó las campanas.
El que soltó la muerte sobre Hiroshima
saltó de la silla a la soga, se estranguló.
El que soltó la muerte sobre Hiroshima
cayó en la locura, defendiéndose de los cien mil
fantasmas que lo atacan por la noche
resucitando por él del polvo.

Nada de todo eso es verdad.
Hace poco lo vi
en el jardín de su casa delante de la ciudad.
Los setos aún eran jóvenes y los rosales ralos.
No crecen tan rápido como para poder esconderse
en el bosque del olvido. Bien se podía ver
la desnuda casa de suburbio, la joven mujer
que en su vestido floral estaba a su lado
la niña pequeña de la mano de ella
el chico sentado sobre la espalda de él
agitaba el látigo sobre su cabeza.
Muy bien se le podía reconocer
cuadrúpedo sobre el césped, la cara
desfigurada por la risa, porque el fotógrafo
estaba detrás del seto, el ojo del mundo.

Marie Luise Kaschnitz
Traducido por Sina Böttger, Thorben Franke, Marie-Claire Kieffer, Pia Kohn, Julian Novoselac, Lukas Plakolm, Deborah Ploen, Carlotta Priebe, Geske Röh, Barbara Sälhoff, Lambert Michail Olof Schultz, Roya Shafa, Josefine Stoffers, Sina Stoll, Carina Storm, Florian Weber y Katharina Weber2 bajo la dirección de Jimena Hernández Alcalá


"NO, ciertamente nunca he acogido a un extraño de aspecto sospechoso en mi departamento, mucho menos lo he metido en mi propia cama. ¿Cómo se le ocurre? Nunca dejé que me enviaran como enfermera a una zona con epidemia, sencillamente la idea no se me ocurrió. Siempre fui floja, quería estar para mi esposo, mi hija, mis amigos, quería escribir, aún lo quiero, aunque tal vez lo que tenga qué decir ya haya sido dicho, y yo pudiese ayudar más con termómetros y vaciando cómodos, que con poemas y ensayos. Sí, de vez en cuando tuve cargo de conciencia, especialmente en la vejez, cuando me hubiese podido comprometer, por lo menos de palabra, con los desprotegidos y hambrientos, sin embargo lo hice pocas veces por timidez y temor ante cualquier presunción. Fui hospitalaria y he perdido más tiempo del debido con personas desconocidas que se dirigieron a mí y en contestar cartas a ellas. No podía decir no, mas tampoco dar un convincente sí, a algo que me importase poco. Mis prójimos fueron mis prójimos en el sentido literal, no eran los negros en Harlem, sino los viejos amigos y gente joven de hoy, el cartero, la sirvienta, gente de mi casa. Buena parte de mi amabilidad fue coquetería y todavía lo es, por lo cual de vez en cuando me juzgo a mí misma."

Marie Luise Kaschnitz



Otoño en Brisgovia

A tres pasos de mi casa paterna
salté sobre mi sombra.
Pendían allí los tejados cumbrera abajo en el azul
los tilos arraigaban en el lecho de nubes
los muertos levantaban vuelo desde la viña
extrañas aves.

Vestido con la lana gris de la clemátide
desciende el otoño de la altura.
Está sentado al lado de los niños junto al fuego en el prado.
Ellos asan las ranas
ellos quebrantan los muslos
ellos sacan cuando anochece
de la negra silvestre hojarasca de la papa
chispas como estrellas.
El vórtice de las golondrinas es más fuerte que todo lo otro
del prado centelleante alza extendiendo el atemporal
y las nieblas que vienen y huyen.
Porque los estorninos gritaron tan alto en el cielo
abandonan las abejas la hiedra
y las vacas la huerta de manzanas
las hojas del tilo se dejan caer
y las hojas de las rosas.
Un tren saliendo de la aldea
los gigantescos girasoles por delante
las negras silvestres medusas.

Hacia el peñasco en el bosque asciende la niebla.
Entierra en la ladera las hayas y la vid.
Donde por lo común se entrelazan las raíces hirsutas
penden jarcias grises de las arandelas de hierro.
Valvas petrificadas se tiñen de tonos opalinos
por sobre el mar llegan los veleros perdidos
y niños van a dormir en la gruta.
Tenues esqueletos se tienden a descansar.

En la hondonada avanza la pequeña procesión
Jesús tallado en madera
sobre el asno tallado en madera.
Jesús con mejillas rosadas
las rueditas chirrían y cantan
una corona para mí una corona para ti
del rojo agracejo.

En el surtidor cae la noche
como una piedra del cielo.
Golpea al angelote en el ancho rostro,
le desprende hacia abajo los rizos.
Sobre la rosa la vacilante sonrisa
flotan los peces muertos.

En el este verde está parado el príncipe del mundo
la flor en la mano.
En el oeste rojo asciende con manos de lirio
la carne hacia el cielo.
Mi lecho la madera leve
flota en la corriente cubierta de arena.
Los relojes repican. No hay lapso válido. 

Marie Luise Kaschnitz





























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