A. E. Quintero

Nada bueno me ha traído
ser paciente,
ceder el paso,
no engancharme en las cosas
que la lluvia pelea,
que la noche discute.

Nada bueno me ha traído no engancharme.
Creer que el verde, el blanco
y el rojo
me darían empleo y un seguro para gastos médicos
por si se necesitara (¡toco madera!).

De niño siempre quise crecer
para comprarle a mi madre un collar de perlas o brillantes
y pagarle con algo
el que me quisiera tantos años.
Pero el tiempo y el dinero
caminan por patios diferentes, se asoman
a balcones distintos, juegan en jardines separados,
se desconocen
siempre, o casi siempre.

Y uno termina por entender
que la paciencia
es cosa de arañas y de santos.

A. E. Quintero



No es soledad de ti
ni de tus brazos.
No es soledad de amor
o de lo que el mundo muere.
Es sólo este silencio que se agarra de mi pierna
como un niño en su primer día de colegio.
Este silencio
que es como quien se pone en disposición de viajar,
de mudarse, de irse hacia la arena movediza
con la resignación de un ciervo, que cae y se hunde,
que cae
y sus ojos permanecen abiertos
mientras la arena le cubre los párpados.
Soledad de cierva
que piensa en el cachorro que deja solo
mientras una bala apaga su frente.
No es soledad de ti,
ni de tus muchos abrazos en mis noches de mucha lluvia.
Es soledad antigua,
soledad de mí, de la mitad que soy siempre.
Pasando sin quedarme.
Soledad de niño que crece.
Soledad de adulto.
Una furiosa soledad de vino tinto
que se hace viejo, diariamente.

A. E. Quintero




No sé cómo salir de ti

No sé cómo salir de ti,
de la interminable oración oscura que eres,
de la noche que eres para el cuerpo,
de las ganas y el atragantamiento de llorar
que eres.
No sé cómo salir.
Hasta caminar el mundo
me encierra.
Hasta tomar un café o sentarme
me encierra,
me atrapa contigo en esa jaula para animales solos y maltratados.
Porque estoy separado de mi cuerpo
desde aquel día.
Porque estoy solo de semanas rodeándome,
de futuro enorme,
de presente y cosas mudas.
Y no sé salir de ti. Y no sé querer olvidarte.
No sé convencer a mis manos
de tu partida, del pequeño abandono en el que mis días
van descubriendo nuevos recuerdos,
nuevas trampas para descubrirme pensándote.
De la noche a la mañana
cambió tu manera de mirarme.
De la noche a la mañana
este sol nuestro
se quedó niño solo en mis manos solas.
El riesgo de amar
es perderse por mucho tiempo.
Quedarse sin nuestra forma de ser preferida.
Sin lo mejorado que somos.
El riesgo de amar
siempre le traerá al alma años de mala suerte:
un cuerpo sin alma
caminando entre un tumulto de parejas de la mano.
El riesgo
es quedarse atorado,
porque del amor
uno nunca regresa a tiempo ni regresa limpio.

A. E. Quintero



No sé si porque te amo
adivino lo que no me dices, o sólo me lo invento.
Pero pienso que el dolor
reconoce a los de su propia especie,
a los seres que le son comunes. Los que llevan
el mismo fruto adentro de los ojos.
El dolor,
ese territorio heredado.
El peor de todos los sitios invisibles,
de los espacios inundados.
Y el desamparo, esa otra resignación.
Esa otra manera de ver el mundo, de caber.
Sólo adivino.
Pero es que en ocasiones lavar un plato,
acomodar un cojín,
o dar de vueltas con un plumero en la mano
pueden ser maneras distintas de llorar,
de irse y de llorar.
De contar secretamente
todas las cosas que, por costumbre, nos callamos.

A. E. Quintero


Pero el silencio
no es una habitación cerrada o vacía,
el silencio real, verdadero,
es una habitación
sin recuerdos,
sin memorias.

No es cuando te quedas sin nadie
sino cuando de tanta vida
te vas quedando sin vida.

El silencio
no es quedarse solo
sino ya no tener nada que decirse.

A. E. Quintero











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