Agota Kristof

"En primer lugar, hay que escribir, naturalmente. Luego, hay que seguir escribiendo. Incluso cuando no le interese a nadie, incluso cuando tenemos la impresión de que nunca interesará a nadie. Incluso cuando los manuscritos se acumulan en los cajones y los olvidamos para escribir otros. Al llegar a Suiza mis esperanzas de convertirme en escritora eran casi nulas. Es verdad que publiqué algunos poemas en una revista literaria húngara, pero las posibilidades de publicar mi obra se quedaron allí. Y cuando, tras varios años de impaciencia, por fin conseguí acabar dos obras de teatro en francés, no sabía exactamente qué tenía que hacer, dónde enviarlas, a quién enviarlas (...) Empiezo a escribir relatos breves sobre mis recuerdos de infancia. Ni se me ocurre que algún día esos textos breves se convertirán en un libro. Sin embargo, dos años más tarde, tengo encima de mi escritorio un cuaderno que contiene una historia coherente, con un principio y un final, como una novela de verdad. Todavía falta pasarla a máquin, corregirla, pasarla de nuevo a máquina, eliminar lo que sobra, corregir aún más, hasta que considere que el texto es presentable. En este punto tampoco sé muy bien qué he de hacer con el manuscrito. ¿A quién he de enviarlo? ¿A quién he de dárselo? No conozco a ningún editor, a nadie que pudiera conocer a uno."

Agota Kristof
La analfabeta



"Hablo francés desde hace más de treinta años, lo escribo desde hace veinte, pero aún no lo conozco. Lo hablo con incorrecciones, y no puedo escribirlo sin ayuda de diccionarios, que consulto con frecuencia.
Ésa esa la razón por la cual digo que la lengua francesa, ella también, es una lengua enemiga. Pero hay otra razón, y es la más grave: esta lengua está matando a mi lengua materna."

Agota Kristof
La analfabeta


"Hay vidas que son más tristes que el más triste de todos los libros."

Agota Kristof



"La criada canta muy a menudo. Unas canciones populares antiguas y nuevas canciones de moda que hablan de la guerra. Nosotros escuchamos esas canciones, las repetimos con nuestra armónica. Le decimos tambien al ordenanza que nos enseñe canciones de su país.
Una tarde, ya despues de haberse puesto el sol, vamos a la ciudad. Cerca del castillo, en una vieja calle, nos detenemos frente a una casa baja. Desde la puerta que se abre sobre una escalera nos llegan ruidos, voces, humo. Descendemos los escalones de piedra y desembocamos en un sótano acondicionado como taberna. Algunos hombres, de pie o bien sentados en bancos de madera y en toneles, beben vino. La mayoría son viejos, pero también hay algunos jóvenes, así como tres mujeres. Nadie nos presta atención.
Uno de nosotros comienza a tocar la armónica y el otro a cantar una canción conocida en la que se habla de una mujer que espera a su marido que está en la guerra y que muy pronto regresará victorioso.
Aquellas gentes, poco a poco, se van volviendo hacia nosotros. Nosotros cantamos, tocamos cada vez más fuerte, oímos como nuestra melodía resuena, repercute en la bóveda de aquella cueva, como si hubiese alguien que tocase y cantase en otro sitio.
Cuando nuestra canción se acaba, levantamos los ojos hacia los rostros, fatigados y hundidos. Una mujer ríe y aplaude. Un hombre joven al que le falta un brazo dice con voz ronca:
-Más. ¡Tocad alguna cosa más!
Mientras, nosotros cambiamos los papeles. El que tenía la armónica se la pasa al otro y comenzamos una nueva canción."

Agota Kristof
El cuaderno dorado



"No me interesa la literatura." 

Agota Kristof




“No puedo volver a leer mis libros, porque me hieren de verdad, o tal vez sea porque me parezco demasiado a mi escritura seca, negativa, desesperanzada.”

Agota Kristof



"- ¿Nunca estás triste?
- No, porque una cosa me consuela siempre de otra."

Agota Kristof



"Por muy triste que sea un libro, nunca puede ser tan triste como la vida."

Agota Kristof



“- Tú, cierra el pico. Las mujeres no han visto nada de la guerra.
La mujer dice:
- ¿Qué no hemos visto nada? ¡Imbécil! Nosotras hacemos todo el trabajo, tenemos todas las preocupaciones: alimentar a los niños, cuidar a los heridos... Vosotros, una vez que acaba la guerra, sois todos unos héroes. Muertos: héroes. Supervivientes: héroes. Mutilados: héroes. Y por eso habéis inventado la guerra vosotros, los hombres. Es vuestra guerra. Vosotros la habéis querido, ¡así que hacedla, héroes de mierda!”

Agota Kristof



"Una mujer joven con un niño en brazos sube al autobús.
Desde que trabajo en la fábrica, nadie sube en esa parada.
Hoy una mujer ha subido al autobús y esa mujer se llama Lina.
No la Lina de mis sueños, no la Lina que yo esperaba, sino la verdadera Lina, ese demonio de Lina que ya envenenó mi infancia. Aquella que se daba cuenta de que yo llevaba la ropa y los zapatos de su hermano mayor y que se lo decía a todo el mundo. Aquella que también me daba parte de su pan, de sus bizcochos, que tanto me hubiera gustado rechazar. Pero yo tenía demasiada hambre a la hora del recreo.
Lina decía que había que ayudar a los pobres, sus padres se lo decían. Y yo era el pobre que Lina había elegido.
Avanzo hasta el centro del autobús para observar mejor a Lina. Hace quince años que no la veo. No ha cambiado mucho. Sigue estando pálida y flaca. Sus cabellos son un poco más oscuros que antes, están sujetos en la nuca por una goma. El rostro de Lina no está maquillado, su vestido no es muy elegante ni está a la moda. No, Lina no es ninguna belleza.
Ella mira al vacío a través de la ventana, luego su mirada resbala un instante sobre mí, pero se desvía enseguida.
Seguramente sabe que yo maté a su padre, mi padre, nuestro padre, y quizá también a mi madre.
Es preciso que Lina no me reconozca. Podría denunciarme como asesino. Han pasado quince años, probablemente haya prescrito el delito. Por lo demás, ¿qué sabe ella? ¿Sabrá siquiera que tenemos el mismo padre? ¿Que teníamos el mismo padre? ¿Estará muerto?
El cuchillo era largo pero había encontrado una gran resistencia en el cuerpo del hombre. Yo había empujado con todas mis fuerzas, pero sólo tenía doce años y estaba desnutrido, enclenque, yo no pesaba nada. No tenía conocimientos de anatomía, y era muy posible que no hubiera tocado ningún órgano vital.
Al llegar frente a la fábrica, descendemos.
La asistenta social atiende a Lina, la acompaña a la guardería.
Entro en el taller, pongo en marcha mi máquina, funciona como jamás había funcionado, canta, acompasadamente: «¡Lina está aquí, Lina ha llegado!».
Afuera los árboles danzan, el viento sopla, las nubes corren, el sol brilla, hace buen tiempo como en una mañana primaveral.
¡Así que era a ella a quien yo esperaba! Yo no lo sabía. Creía esperar a una mujer desconocida, bella, irreal. Y es la verdadera Lina quien ha llegado después de quince años de separación. Nos reencontramos lejos de nuestra aldea natal, en otro pueblo, en otro país.
La mañana transcurre rápidamente. A mediodía voy a comer al comedor de la fábrica. Hacemos la cola, avanzamos lentamente. Lina está delante de mí. Coge café y una hogaza de pan. Igual que hacía yo al principio, cuando todavía no sabía apreciar los manjares de esta cocina extranjera. Todo me parecía soso, insípido.
Lina escoge una mesa apartada. Yo me instalo en otra mesa, frente a ella. Como, sin levantar la vista. Tengo miedo de mirarla. Cuando he terminado de comer, me levanto, devuelvo mi bandeja y voy a buscar un café. Al pasar delante de la mesa de Lina, echó un vistazo al libro que está leyendo. No está escrito ni en la lengua de nuestro país, ni en la de aquí. Creo que se trata de latín."

Agota Kristof
Ayer























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